El desarrollo ausente

El desarrollo ausente

La Argentina demuele permanentemente las bases del crecimiento endógeno. Este movimiento pendular no hace otra cosa que retrasarnos en el concierto de las naciones y en la creación de riqueza. Mientras no asumamos que la dominación económica viene siempre acompañada por una dominación cultural, y que no hay sustituto a la inversión pública para la innovación, la idea de pobreza cero y la de bienestar para toda la población se alejan más y más en el horizonte.

| Por Bruno Capra |

El autor agradece la crítica constructiva de Grazia Civinini durante la realización de este escrito.

Intento un tema importante que sistemáticamente descuidamos en nuestra sociedad. Ni en la Argentina ni en los hermanos países suramericanos tenemos códigos comunes, o sea, no tenemos una cultura establecida que nos guíe en pensamientos compartidos en temas de desarrollo y tecnologías aplicadas, que nos permita tomar decisiones soberanas, coherentes con nuestros intereses. Los avances de la última década fueron en el sentido correcto, pero resultan insuficientes.

Imaginemos que hace diez años en la Argentina hubiésemos podido enfocar adecuadamente el tema del máximo desarrollo lograble con distribución equitativa del ingreso asociada, y realizar consecuentemente las transformaciones sociales necesarias y eso hubiese disparado fuerzas productivas potenciales, siempre presentes y siempre desaprovechadas. Hoy nuestro Producto Bruto Interno podría ser de aproximadamente el doble del que tenemos si hubiésemos crecido a un 7% anual. Si hubiese sucedido veinte años atrás, el PBI sería, a igualdad de factores, de cuatro veces más que el de ese entonces.

Perpetuamente demolemos las bases de nuestro crecimiento endógeno, sin profundizar lo que sucede con este potencial que una y otra vez demuestra que es posible de ser desarrollado. En los últimos años se ha demostrado dicha posibilidad, siempre en vía de excepción y no en forma ordenada como sería de desear para su maximización. Me refiero a los ejemplos de los satélites de comunicaciones, el embrionario cohete propulsor, los radares de Investigaciones Aplicadas (INVAP), el incipiente avance de la Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA), las actualizaciones de Atucha II y los pequeños pero cualitativamente importantes avances del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, la oferta nacional de construcción de represas hidroeléctricas, entre otros muchos y múltiples objetivos más, posibles, deseables, pero nunca encarados como para ser ejecutados.

Podemos recordar que en sus épocas, sobre la base de la actividad de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), se creó, con decisiones específicas basadas en el conocimiento tecnológico (hoy el ecosistema tecnológico), el desarrollo de las centrales generadoras de energía eléctrica en base a la fisión del uranio natural, las comúnmente llamadas “centrales nucleares”. El uranio natural nos dio a los argentinos un posicionamiento estratégico muy importante, ya que esa tecnología nos permitió dominar totalmente el ciclo de la producción del combustible de las centrales y de la fabricación de las centrales mismas.

Todos estos ejemplos, y hay muchos más, marcan claramente que la Argentina puede, que tiene gente que puede, pero ¿qué es lo que pasa que no conseguimos que se marquen tendencias, sino solo hitos dispersos en el tiempo y lugares?

La única respuesta es que parece que no hemos asumido aún que la dominación y la depredación permanente que empezaron a partir de nuestro pasado colonial siguen vigentes entre nosotros y en nuestro continente suramericano. Ahora no es más el Imperio Británico, ni siquiera tanto el nuevo Imperio de los Estados Unidos, son fundamentalmente las transnacionales, las que en la competencia por la globalización conquistan mercados con y para los cipayos locales que aprovechan, y a la vez profundizan y eternizan, nuestras condiciones estructurales dependientes. Parece que aún no aprendimos que la dominación económica viene siempre acompañada por una dominación cultural. Escuchamos, “compramos” y naturalizamos las explicaciones que ellos construyen y nos bombardean a diario los poderes reales de nuestros países, mensajes bien acompañados por los muchos medios de comunicación que les son funcionales.

Posible cambio

Actualmente con la evolución de los derechos humanos (DD.HH.), la situación, si miramos con atención, se pone más en relevancia, porque cada vez resulta más claro que no podemos garantizar los derechos de nuestros pueblos sin tomar parte activa de esta evolución. Los DD.HH. son progresivos e irreversibles; un nuevo derecho ejercido no excluye ni deja sin efecto un derecho anterior. Son las condiciones sociales, la conciencia colectiva, lo que produce la ampliación real de los derechos, un ciclo virtuoso que se vuelve perverso entre nosotros, cuando no están dadas las condiciones para cumplirlo, volviéndose en contra del desarrollo; por ejemplo, la minería, a la cual generalmente se la justifica como generadora de empleo, solamente.

Función social

Todavía no hemos podido incorporar en la sociedad que la industria cumple la función social de ser generadora y distribuidora de riqueza y más: que la industria es la gran creadora de clase media, atributo que no tienen las otras actividades extractivas que abundan en nuestro territorio, o sea, no podemos tener una población de clase media extendida sin una difundida industria de alto valor agregado local, para diferenciarlo de los enclaves productivos de la Argentina como son las fábricas automotrices, las cuales son muy poco útiles para el desarrollo endógeno por el exceso de divisas que consumen y por la poca calificación relativa de su mano de obra y que, como parte del poder local, bloquean el crecimiento de actividades productivas nacionales de capital interno, interesadas en participar del mercado con partes o vehículos. Si el mercado es propio, es defendible con los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) que postulan “Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación…”; “…los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales… En ningún caso se podrá privar a un pueblo de sus propios medios de subsistencia”. Para tener esto plenamente vigente, hay que considerar que los tratados de DD.HH. tienen mayor jerarquía legal que las leyes comunes y de los tratados internacionales que el país hubiese firmado con anterioridad.

Historia industrial

La industria moderna se inició en Inglaterra como consecuencia de la invención de la máquina de vapor a fines del 1700. Se considera a la suma de sus aplicaciones a inicios del 1800 como el inicio de la era industrial moderna. Eso determinó que surgiera algo nuevo en el mundo, algo no conocido en la Inglaterra de entonces, donde solo había nobles y plebeyos, surgió la “clase media”. Se creó una gran prosperidad que crecía rápidamente, a medida que se encontraban las reglas que regían ese nuevo fenómeno social que era la industria moderna. Se necesitó rápidamente de gente con habilidades específicas que se tuvieron que preparar y ampliar mucho la categoría de los oficios que se siguen expandiendo al día de hoy. Lo mismo pasó con las profesiones que en los países con crecimiento industrial se puede medir por la cantidad de ingenieros que se incorporan anualmente a la sociedad. Las habilidades adquiridas habilitan para trabajos bien remunerados. Antes de la era industrial la forma de acceder a las riquezas en el viejo mundo era solo la herencia o pertenecer a la nobleza.

Esta novedad de la industria en el siglo XIX se extendió poco a poco por todos los dominios de Inglaterra, con la particularidad de que los Estados Unidos se independizaron con un desarrollo propio. Fue apreciada y copiada por los países europeos con avances en distintos rubros, que tardaron largos años en diferenciarse, y también fue replicada autónomamente en muchos otros lugares de lo que hoy llamamos tercer mundo, donde en general desaparecieron luego, destruidos por los mismos ingleses que anulaban a sus incipientes competidores cuando entraban en esos mercados a comerciar. En una segunda ola mundial de industrialización se vieron todos los ejemplos después de la Segunda Guerra Mundial, con las reglas estudiadas por el legendario MITI –Ministry of International Trade and Industry– del Japón, que fueron luego copiadas por los países de Oriente, como Malasia, Corea, Taiwán, Singapur, China y otros. En la Argentina se recorrió un camino intermedio compuesto por relevantes avances locales y destrucción periódica de los mismos por los poderes dominantes del momento, aliada a la dominación cultural, lo que sigue ocurriendo en la segunda década del siglo XXI.

Oligarquía

Si bien el surgimiento de la clase media hoy nos parece una cosa común y hasta natural, este fenómeno de la humanidad solo tiene un poco más de dos siglos de desarrollo, y los países que han entendido las reglas que lo impulsan, las han aplicado y las siguen aplicando en su propio beneficio.

Ahora las clases dominantes de la oligarquía tienen posición. ¿Cómo puede este mero intercambio comercial, financiero y económico con libertades respecto de las regulaciones, que implica el beneficio de unos pocos, garantizar el Derecho al Desarrollo de los Pueblos que abarca también el respeto, la protección y la promoción del conjunto de los DD.HH., incluidos los medioambientales, para todos los grupos e individuos, en especial para los más pobres, vulnerables y desfavorecidos? Simplemente: no puede.

Visión de cambios

La producción de bienes consiste siempre en la transformación de ciertos bienes en otros por medio de la acción humana con el apoyo de herramientas, máquinas e instalaciones, conjunto al que llamamos “valor agregado” (VA). Esta cadena de valor puede empezar desde los minerales, los productos semielaborados o insumos que recibe el fabricante como productos terminados desde un proveedor y al que él como productor del bien final que va al consumo, le agrega el valor que da razón a su existencia.

Todas estas funciones humanas implícitas y explícitas funcionan a su vez como distribuidoras de riqueza. Para que todo esto funcione como riqueza de la nación se deben cuidar los detalles de toda la cadena de creación de riqueza y considerar siempre el “cómo” se hace lo que se necesite en nuestro mercado de consumidores. Ese “cómo” importa mucho, poco o nada en la visión de los sectores, según les importe la soberanía tecnológica y por lo tanto política que cada acción conlleva.

Para lograrlo es indispensable no soslayar el rol activo del Estado como ocurre en los Estados Unidos, en Alemania, Francia, Japón y otros países desarrollados, donde el Estado siempre interviene en todas las decisiones vinculadas con estos temas, aunque en el discurso que la sociedad argentina ha “comprado” pasivamente nos quieran convencer de que lo más importante es la libertad de los mercados, tema que se fuerza a entrar en el “sentido común” local, que es el sentido que les dan los intereses dominantes a los temas que ellos manejan o que quieren conservar en la esfera de su dominio o influencia.

¿Qué pasa hoy?

Por el retiro de la Argentina de la carrera hacia el futuro que estamos viviendo en estos meses de macrismo, ahora es el momento apropiado para incorporar como sociedad la esencia de la necesidad del rol activo del Estado, que además debe permanecer más allá de los gobiernos, en lugar de ser pendular, con los elevados costos sociales y económicos de las periódicas destrucciones de lo logrado anteriormente. Esto que los economistas llaman stop and go, destruye todos los avances dinámicos en cada stop que consiguen, mientras las actividades con rentas se mantienen.

Un proceso de producción/fabricación, soberano e independiente de factores exógenos no deseados, con la participación activa, permanente y estable del Estado, nos hubiese dado un nivel de vida muy alto y envidiable. No hay en este camino un límite superior, todo lo que queramos consumir aquí lo podemos orientar y fabricar. Lo que no podemos evitar es la discusión, la orientación y las frecuentes correcciones de la planificación orientativa, con todos los factores incluidos para que ese crecimiento sea el mayor posible, sin caer en los stop and go.

¿Por qué no nos pasa eso de crecer rápidamente ni podemos plantearnos el hacerlo? En nuestra cultura no está claro que seguimos siendo países dependientes de nuestras propias elites dominantes y que lo que estas hacen es cuidar sus propios intereses de quedarse con la mayor parte de las riquezas, preferentemente en forma de rentas, con lo cual la mayor parte de las veces inhiben el desarrollo y no contemplan el conjunto de los intereses nacionales.

Futuro

Vivimos en un dilema permanente sobre lo que acá se puede hacer y lo que no, poniendo en juego criterios de productividad a través de una regla espuria como es el tipo de cambio, y comparamos el precio de lo producido valuado por ese tipo de cambio mientras dejamos sin ocupación a franjas de población argentina. De eso se deduce que no discutimos valor sino solo precios. Esta confusión nos lleva a incumplir con la Declaración Universal de los DD.HH. en los DESC, que postulan que “…solo puede realizar el ideal del ser humano libre exento del temor y la miseria si se crean condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales tanto como de sus derechos civiles y políticos”. ¿Puede una discusión de precios ser más fuerte que este texto de nuestra Constitución nacional? Hasta ahora así fue.

Esto nos pone en consideración el falso dilema acerca si en base a un análisis comparativo de precios puedo dejar desvalidas significativas franjas de población que consideradas con otra combinación de razonamientos estarían incluidas. Este es un ejemplo de cómo se viola el Derecho Humano al Desarrollo Progresivo.

¿Es válido pensar que podemos dejar a franjas de población sin inclusión social por no poder pensar mejores formas de combinar nuestros factores de producción/inclusión? No tenemos ningún derecho que supere el derecho de esos excluidos de ser incluidos, así sea con mayores precios de los que da el tipo de cambio. Como ejemplo, en los Estados Unidos la legislación permite y facilita, para estas manifestaciones de pobreza, que se utilice el poder de compra estatal con precios hasta un 60 por ciento mayores.

¿Qué expresamos con “El desarrollo ausente” con que titulamos este ensayo? Es justamente que la Argentina, en base a razonamientos dependientes, no tiene en cuenta las realidades disponibles y que esa propensión al no aprovechamiento de los factores en aras de razonamientos circunstanciales y opacos, sucede impulsada por los sectores dominantes para consolidar sus propios negocios. Esto, sin que buena parte de la sociedad lo perciba, va en contra del desarrollo soberano, que es el único que distribuye la riqueza mientras la crea, y merece recordarse que esa riqueza es sensiblemente mayor que la creada en el modo dependiente.

Modificar esto parece simple, pero es muy duro. Si se empieza y se sigue, se aclaran socialmente las cosas, se identifican a los que se oponen, se actúa y se arbitran las medidas para que todo funcione y se toma conciencia de que hay que incluir como tema de debate la velocidad del desarrollo lograble y las etapas del mismo, el posicionamiento de los factores para una etapa siguiente en que mejoren cada vez más nuestras aptitudes será posible.

Lo que nos está pasando a través del tiempo es que nos atrasamos en el concierto de las naciones y vamos perdiendo posicionamiento en forma constante. Así, hace un siglo éramos el 8º país del mundo en términos de producto bruto per cápita y hoy andamos alrededor del puesto 70 de esa misma escala. Algo equivocamos para retrasarnos tanto en este campo de la creación de riqueza en términos modernos de alto contenido tecnológico, no anduvimos bien y debemos considerar que no hay sustituto a la inversión pública para la innovación. Es cuento que lo privado, “liberado”, dé un mejor resultado.

El gobierno actual ha dado pasos en contra de estos avances necesarios, como por ejemplo detener el tema del Arsat 3, o los titubeos en Atucha III, o la implementación de los sistemas de energías renovables por fuera de la industria argentina, el desarme de las industrias militares sin plantear alternativas, pensar en firmar las salvaguardas adicionales del tema nuclear, discontinuar la TDA gratuita, etc. Pareciera que el plano inclinado del deterioro relativo perpetuo no se ha detenido aún y nuestro presidente Macri y su equipo gustan de inclinarlo un poco más cada día. No han percibido que resulta muy claro que las detenciones de inversión estatal que se suceden dan como resultado el retiro de la Argentina de la carrera para el futuro y nos alejan de la idea de pobreza cero y tanto más de la de bienestar para todos y todas.

Autorxs


Bruno Capra:

Ingeniero Electromecánico UBA. Fundador y Presidente Honorario de la Cámara de Industriales de Proyectos e Ingeniería de Bienes de Capital de la República Argentina (CIPIBIC). Integrante de la Central de Entidades Empresarias Nacionales (CEEN) y del Instituto de Energía Scalabrini Ortiz (IESO).