De la escuela a la universidad

De la escuela a la universidad

La obligatoriedad de la educación secundaria y la masificación del acceso a la universidad han incrementado la tensión entre las instituciones de ambos niveles. Esto obliga a un replanteo de los vínculos y a un trabajo conjunto que garantice el derecho a la educación superior. ¿Cómo lograr el pasaje de un nivel a otro y brindar el acompañamiento necesario?

| Por Ariel Zysman |

La educación superior en nuestro país se ha visto profundamente modificada en los últimos veinte años. La proliferación de universidades, mayormente privadas hasta la reciente creación de nueve universidades nacionales, junto con la diversificación de carreras técnicas ha complejizado el escenario de los estudios profesionales.

Por un lado, la multiplicación de las propuestas académicas y el crecimiento sin planificación de lo que podríamos denominar el subsistema de educación superior con un alto grado de dispersión, solapamiento y a su vez desarticulación entre instituciones y carreras. Por otro, la complejidad presentada al futuro estudiante que se ve frente al dilema de la elección de carrera. En tercer lugar, una complejidad que se agrega a partir de la sanción de la Ley de Educación Nacional: la obligatoriedad de la escuela secundaria y el derecho a la educación superior cuyo resultado esperado es, entre otros, justamente el crecimiento de ciudadanos con títulos de educación superior.

Vamos a dejar de lado el primer problema complejo sobre el subsistema de educación superior, sobre el que sólo haremos mención a la necesidad de continuar y profundizar el debate y los acuerdos para alcanzar una imperiosamente necesaria reforma de la Ley de Educación Superior, para centrarnos en el problema de los sujetos que transitan de la escuela secundaria a la educación superior.

Viejas rispideces

La relación entre escuela secundaria y universidad siempre ha sido difícil. Durante mucho tiempo la única manifestación pública de esta relación se producía, y todavía se reproduce, cuando algunas carreras, facultades o universidades publican los resultados de sus cursos de ingreso dejando tendales de aspirantes sin lugar para cursar. Esto, que se reproduce fundamentalmente en las carreras tradicionales como medicina, pone en los diarios los aspectos más negativos de la relación: las universidades responsabilizan a la escuela secundaria por la mala formación de los estudiantes, y la secundaria critica los cursos de ingreso donde se exigen contenidos que no son propios de la escuela secundaria, sino de la universidad.

En otras palabras, “se tiran la pelota” sin tomar la parte de responsabilidad que le compete a cada nivel. Esta escena de deslinde de responsabilidades se produjo durante todo este tiempo en el marco de una escuela secundaria no obligatoria. Hasta el 2006, el paso de la secundaria a la universidad era responsabilidad casi exclusiva del estudiante y su familia. Los números de deserción y desgranamiento en los cursos de ingreso o el CBC de la Universidad de Buenos Aires dan clara muestra de esta situación: estudiantes que intentan durante un tiempo sobrevivir en los primeros años del nivel superior hasta que desisten; y esta escena se produce tanto en el nivel técnico superior como en la formación docente o las carreras universitarias.

La sanción de la Ley de Educación Nacional (LEN) modificó dos cuestiones de importancia en esta dirección: en primer lugar estableció la obligatoriedad de la educación secundaria. Esta situación que aún resulta muy difícil de alcanzar pone en tensión el carácter selectivo del nivel, pero también ejerce presión sobre el nivel superior a mediano plazo. En segundo lugar, la LEN produjo un cambio en el discurso educativo, afianzando su carácter de derecho en todos sus niveles, incluido el superior. En esta dirección puede considerarse la creación de nuevas universidades nacionales, muchas de ellas radicadas en el conurbano bonaerense en donde se convierten en la primera posibilidad de estudios superiores para la comunidad local, generando altas expectativas al respecto.

Ambas cuestiones implican necesariamente una revisión de las prácticas en cada nivel y la relación entre ambos; la articulación aparece como un tema a problematizar. En este sentido, resulta indispensable desarrollar nuevas estrategias para acompañar el tránsito de un nivel a otro; pero ¿cuándo comienza ese tránsito? ¿Cuándo deben elegir qué estudiar? ¿Qué herramientas proveen la escuela secundaria y las universidades para acercar a los alumnos a la posibilidad de continuar los estudios? ¿Cómo reciben y acompañan a los ingresantes las instituciones del nivel superior?

Estas preguntas, a modo de introducción al tema, pretenden complejizar la relación y presentar este proceso como un problema pedagógico que sólo es posible abordar en la interrelación escuela secundaria-universidad, ya que para hacer efectivo el derecho a la educación superior no alcanza con el título del secundario y la elección de una carrera, máxime cuando en muchos casos se trata de primeras generaciones de estudiantes universitarios.

Estudiar en la universidad

Lo que para muchos jóvenes puede resultar familiar, en amplios sectores de la población resulta ajeno. En el imaginario familiar no hay espacio para preguntarse por la posibilidad de continuar estudiando, ya sea porque no se dispone del tiempo-dinero (jóvenes que por su situación económica consideran que no pueden darse el lujo de estudiar, o que no podrán estudiar y trabajar) o porque no consideran que estudiar una carrera sea “para ellos”. En muchos casos, ese habitus inculcado surte el efecto de profecía autocumplida y la posibilidad de inscribirse siquiera para probar suerte no aparece.

No obstante es preciso destacar que, aun en aquellos sectores donde estudiar una carrera sí aparece como horizonte o proyecto, tampoco este imaginario cultural y familiar alcanza para atravesar el pasaje (y la carrera) con éxito. Como mencionáramos anteriormente, los números de deserción y desgranamiento en los ingresos y primeros años de la universidad muestran hasta qué punto todos los alumnos secundarios son sujetos que requieren de una mejor articulación del sistema para lograr un tránsito fructífero.

Por estos motivos, considerar el pasaje de un nivel a otro no es solamente acompañar la elección específica de una carrera universitaria; se trata de construir la oportunidad de que las “nuevas” primeras generaciones de estudiantes universitarios –y las no tan nuevas– encuentren en la universidad un escenario posible de habitar en el corto y mediano plazo.

En segundo lugar, estudiar en la universidad muchas veces se torna inasible: el relato de profesores, la charla con estudiantes universitarios o profesionales de diversas carreras, e incluso las tan mentadas visitas a las universidades no alcanzan para que los alumnos secundarios puedan darle forma a la idea. Entre las prácticas de la escuela secundaria, es preciso modificar el vínculo de trabajo que se establece con instituciones de nivel superior.

Esto implica replantearse el momento que usualmente se considera oportuno para comenzar con la “orientación vocacional” y en este sentido, el último año resulta tarde. En la medida en que la escuela construya diversos proyectos de trabajo junto con universidades o institutos superiores (uso compartido de laboratorios, bibliotecas, proyectos interinstitucionales, etc.), estas últimas pueden ser percibidas como instituciones cercanas y pasibles de ser habitadas. En otras palabras, un tránsito fluido entre instituciones puede permitirles a los alumnos “perderle el miedo” e incluso desarrollar mejores elecciones vocacionales.

En tercer lugar, y más allá de la orientación a los estudiantes respecto de sus motivaciones, intereses y habilidades y sus proyecciones ocupacionales, acompañar en el pasaje a los alumnos implica necesariamente un trabajo con todos los docentes ya que el trabajo de “preparación” de los alumnos hacia la educación superior no puede ser solamente responsabilidad de los tutores, preceptores y orientadores. Para ello es posible involucrar al conjunto de docentes a partir de diversas estrategias que los interpelen en su tarea cotidiana. La actualización disciplinar y pedagógica que suponen los nuevos diseños curriculares así como la constante actualización generalmente muy solicitada por los docentes del nivel secundario abren puertas para tender algunos puentes precisos. No se trata de universidades ofertando programas de capacitación, sino de celebrar convenios de trabajo entre instituciones para desarrollar mejores proyectos de enseñanza que achiquen las brechas entre los contenidos que la escuela secundaria debe proporcionar y aquellos que la universidad considera que deben poseer los alumnos ideales que espera, pero nunca llegan. Los nuevos formatos pedagógicos que se proponen para la escuela secundaria en las resoluciones del Consejo Federal (84/09 y 93/09) habilitan la planificación de instancias diversas como seminarios o jornadas en las que es posible articular la enseñanza entre niveles en los últimos años del ciclo superior.

Democratizar el ingreso

Así como hemos mencionado algunas estrategias para comenzar a modificar las prácticas habituales de cara a la elección vocacional, es importante comenzar por sostener un discurso democratizador acerca del ingreso de los estudiantes a la universidad. Lugares comunes como la mala preparación del secundario o no todos están preparados para una carrera universitaria aparecen como frases de cabecera a la hora de explicar el fracaso de los nuevos ingresantes, incluso una forma de “advertir” al docente la dificultad de la tarea a la que se enfrentará. La sentencia es previa y pretende justificar en forma recurrente los resultados de los cursos de ingreso eliminatorios o filtros preacceso a las carreras.

Sobre la base del discurso academicista y meritocrático se pretende justificar el peine fino sobre los aspirantes, asumiendo que de ese modo permanecen aquellos que están en condiciones de hacer frente a los estudios superiores. En este sentido, la universidad pública está obligada a replantearse sus formas de acceso.

La defensa del ingreso irrestricto es sólo una de las aristas del problema; acompañar a los estudiantes una vez ingresados es el segundo paso necesario para el sostenimiento de la cursada. Desde esta perspectiva resulta interesante la reconfiguración del mapa que se produjo a partir de la creación de nuevas universidades nacionales. En muchos casos su creación vino a ratificar un trabajo que ya se venía realizando a nivel local con sedes de otras universidades. En otros, la apertura produjo la necesidad de pensar cómo se incorporarían sujetos que hasta ese momento no habían considerado la posibilidad de estudiar en la universidad. En el último tiempo es posible encontrar múltiples experiencias que dan cuenta de novedosas formas de pensar este acompañamiento en el ingreso: desde cursos niveladores pero no excluyentes, pasando por tutores académicos en los primeros años, se han ido ensayando diversas acciones que permiten pensar el ingreso en clave de derecho y no como privilegio de aquellos que pueden solos. Y esto comienza a movilizar la pregunta en universidades de larga tradición ya que la redistribución de la matrícula del nivel obliga a realizar análisis que hasta hace poco tiempo no parecían necesarios.

Entre otras estrategias debe mencionarse también el trabajo territorial que estas nuevas universidades han ido desarrollando: en muchos casos se trata de un programa de articulación centrado en el vínculo con los alumnos a través de sus instituciones, organizaciones, agrupaciones y lugares de referencia con una fuerte presencia de la universidad para fortalecer el arraigo territorial convirtiéndolo en un lugar de referencia para los jóvenes, donde puedan acercarse a desarrollar actividades incluso antes del acceso a su carrera universitaria.

De este modo, la presencia de la universidad no se reduce a charlas informativas, indispensables para brindar a los jóvenes la información necesaria sobre la universidad y sus carreras, sino que se abre para interpelar el imaginario colectivo del acceso privativo a la universidad destinada sólo a un grupo privilegiado, acercando la misma a la realidad de su contexto. En muchos casos el trabajo con organizaciones sociales resulta crucial para acercar a los jóvenes a la universidad.

En otros casos, la pregunta sobre el ingreso y la permanencia abre camino a una mirada introspectiva de las unidades académicas para comprender qué sucede con el alumnado, porque aun con los cursos, filtros y nivelaciones, en la Argentina el tiempo real de duración de una carrera universitaria es casi el doble del tiempo estipulado por los planes de estudio.

Nuevos desafíos para la escuela y la universidad

El tránsito de la educación secundaria a la universidad ha estado siempre pregnado de dificultades y disputas. El concepto piramidal que configuró el sistema educativo del siglo XX viene mostrando sus límites para hacer lugar a todos en clave del derecho a la educación.

Si bien uno de los objetivos de la educación secundaria es formar para la continuidad de los estudios superiores, su carácter actualmente obligatorio redunda en la responsabilidad institucional para que esa formación encuentre el camino de la posibilidad.

Por su parte, la masificación del acceso a la universidad y la creación de universidades en el conurbano bonaerense cuestionan el lugar de las universidades tradicionales, generan expectativas sobre el sistema de educación superior y desafían a encontrar nuevas formas institucionales de acompañamiento.

El eje principal de cualquier propuesta de articulación y orientación debe ser el estudiante, en pos de garantizar el verdadero acceso y sostenimiento de una carrera universitaria, sin perder de vista que el objetivo es siempre el desarrollo de sujetos autónomos capaces de llevar adelante su recorrido universitario de manera independiente. Para lo cual es necesario no sólo que exista una universidad cerca, sino crear las condiciones de posibilidad.

Hoy, que los alumnos ingresen y puedan sostener sus estudios superiores hasta la graduación no es un privilegio sino un derecho. Repensar la universidad pública y sus concepciones debe ser una tarea de todos aquellos que formamos parte de la educación superior.

Autorxs


Ariel Zysman:

Subsecretario de Asuntos Académicos de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente de Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana (FFyL-UBA).