El Ejército, una institución en disputa. Crítica al enfoque liberal. ¿Es posible pensar un Ejército con convicciones nacionales y populares?

El Ejército, una institución en disputa. Crítica al enfoque liberal. ¿Es posible pensar un Ejército con convicciones nacionales y populares?

No existe cuestión nacional sin vinculación con la cuestión social. A partir de esta definición, el Ejército no debe ser analizado como estructura monolítica, ya que en su interior se expresan las contradicciones de cualquier formación social, con tensiones entre posiciones progresivas y conservadoras, lo que lo vuelve un concepto y un lugar en disputa. Algunas claves para poner en crisis las visiones tradicionales sobre la institución.

| Por Emmanuel Bonforti |

El rol del Ejército en los países periféricos forma parte de un capítulo más en el conflicto por las interpretaciones y lo que se conoce como la “batalla cultural” acerca de las instituciones. Lejos de ser una discusión cerrada, atraviesa diferentes aristas y de acuerdo con la coyuntura su rol histórico y compresión como fenómeno social pueden modificarse. En definitiva, el Ejército es un concepto y un lugar en disputa. El presente artículo propone en su primera parte desmontar la idea liberal del Ejército construida a partir de un determinado tipo de inserción y vínculo que han tenido nuestros países en la División Internacional del Trabajo. Y en una segunda parte se propone pensar qué características ha exhibido el Ejército en períodos donde la correlación de fuerzas permitió que se desplieguen proyectos de alcances inclusivos y populares. Por último, nos detendremos muy brevemente en los casos de la Argentina y el Perú.

Dentro de los cánones historiográficos se considera historia reciente a la producción de trabajos históricos que se ocupan del pasado cercano, la periodización establecida sería la década de los ’70. En ese recorte es tan políticamente correcto como históricamente oportuno llegar a la conclusión de que el rol de las Fuerzas Armadas durante ese período ha sido repudiable, tanto en materia de derechos humanos como en el vínculo que establecieron con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, profundizando en el área de la Defensa las relaciones de dependencia a nivel general, cuya consecuencia palpable fue el endeudamiento estructural de nuestros países. Los años de transición construyeron una imagen cristalizada de las Fuerzas Armadas que acabó en un divorcio definitivo con el resto de la sociedad. La pregunta que plantea esta primera parte es: ¿los ejércitos latinoamericanos siempre fueron un instrumento represivo y funcional a los intereses imperiales?

Según Rodolfo Walsh, “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores”. Los sectores dominantes se han inspirado en esta línea al mostrar a las diferentes instituciones como compartimentos estancos, de tal manera que no habría vínculo entre la economía, la política, las organizaciones obreras y el Ejército; no habría ideología y cada parte actuaría por separado. A lo largo de doscientos años de historia, el liberalismo ha sido un especialista en fragmentar y deshistorizar las relaciones sociales; la concepción sobre el Ejército y su rol histórico también integran esta práctica. Esta fragmentación es parte de una paradoja que fue la pretensión totalizadora del liberalismo en tanto proyecto de sociedad. En nuestro caso, a partir de 1853 se construyó una hegemonía capaz de atravesar la economía, la política, la historia y, por qué no, las representaciones en torno a las Fuerzas Armadas. Sólo en breves períodos su predominio totalizador fue puesto en cuestión.

Dicha planificación consistió en sepultar la barbarie nativa por un proyecto de inspiración europea, avanzar en un proceso de colonización capitalista excluyente, y se creyó lograr la anulación de la población nativa impulsando el proceso inmigratorio y de esta manera hacer tabla rasa de una historia previa. Borrar la historia también implicaba otorgarle otro rol al Ejército, reconociendo su pasado a través del bronce aunque negando su esencia.

El progresismo liberal, al crear un ejército regular, anuló la relación popular de las milicias que se expresaban bajo la forma de montoneras desde 1820 y con la cesantía de los batallones que volvían de luchar en las guerras por la Independencia. Los principales hombres de armas, ante el olvido de la Buenos Aires de Rivadavia, se refugiaron en sus provincias conduciendo en oportunidades las resistencias federales-provinciales contra el liberalismo porteño. He aquí el primer divorcio entre los proyectos liberales, el pueblo y el Ejército.

El proyecto dicotómico del ’53 consideraba que dentro de la barbarie se incluía al Ejército como elemento irracional. Ya no era tiempo de guerra y en la República posible el poder civil debía imponerse sobre las armas. La formalidad del postulado y la asepsia que siempre caracterizaron al liberalismo quitaron la posibilidad de discutir el contenido político a tal axioma. Un Ejército domesticado, sin contenido nacional, era uno de los garantes para llevar a cabo la colonización capitalista. Pero el ideal liberal detrás de las formas siempre escondía su contenido y había erguido los cimientos para una república organizada en el orden y el progreso a fuerza de una política represiva en el interior, es así que al profesionalizar se “enviaba” al Ejército a los cuarteles. El error del plan fue pensar al poder civil o al Ejército como abstracciones políticas cuando en realidad formaban parte de una sociedad determinada históricamente y no eran ajenos al conflicto social de los países periféricos. La construcción del relato liberal concluyó en el ideal del profesionalismo militar. Pero como siempre, la discusión no estaba puesta en la etiqueta, sino en la práctica, ¿de qué vale el profesionalismo si el Ejército no condenaba a la colonización económica?

La receta liberal que intentaba bloquear el vínculo entre Ejército y sectores populares anteponiendo la racionalidad del poder civil como el representante válido de la razón fue retomada por algunos sectores de izquierda durante el siglo XX. La idea de la revolución exportada explica la concepción de la izquierda liberal a la hora de analizar el Ejército. Detrás de la revolución exportada existía un marco teórico que analizaba a los procesos sociales periféricos bajo el prisma de los sucesos europeos. El antimilitarismo de la izquierda liberal tuvo su origen en las prácticas imperialistas que tenían los ejércitos europeos luego de la conformación de los Estados nacionales modernos. Durante la fase imperialista, los ejércitos europeos fueron el brazo armado de las burguesías metropolitanas y tuvieron una intervención activa no sólo en las invasiones a los países periféricos sino también en las represiones a las primeras experiencias obreras, como en el caso de la Comuna de París en 1871. Bajo estos acontecimientos, la izquierda liberal realizaba una analogía sobre el rol del Ejército. En la comparación anulaba el origen emancipador de los ejércitos periféricos que supieron enfrentarse contra los imperios portugueses, españoles, franceses e ingleses, entre otros. Esa ignorancia en el pasado que se manifestaba en negar el origen emancipador del Ejército encuentra su punto de ebullición y rechazo en el arco de las izquierdas durante el siglo XX al darse en nuestro continente una nueva alianza entre el Ejército y los sectores populares. Podemos mencionar los casos peruano, argentino o boliviano, las izquierdas y el progresismo liberal reproduciendo un esquema teórico europeo que consideraba a los ejércitos latinoamericanos de ese período como sucursales de los totalitarismos europeos.

Cuando los Ejércitos abandonaron el “profesionalismo” pasando a ser nacionales y sellan una alianza con los sectores populares

Al sacralizar las prácticas y el rol de Ejército, el progresismo liberal también cristalizaba la teoría de la revolución en países periféricos. El mismo Lenin pensaba que “el socialismo no era una abstracción de intelectuales sino método viviente” y en América latina la capacidad creadora se potenciaba. El punto de partida del antimilitarismo se supeditaba a una concepción desacertada del concepto de nacionalismo que reproducían de los países europeos. En el “Viejo Continente” el nacionalismo se vinculaba a una lucha por el espacio vital y conllevaba necesariamente a la opresión en los países periféricos. Contrariamente, en estos últimos el nacionalismo apareció como un motor de liberación. En la concepción liberal de izquierda el Ejército poco podía ofrecer en las tareas democráticas burguesas que urgían en la periferia.

De acuerdo con Juan José Hernández Arregui, sólo la madurez histórica de una comunidad logra en determinado momento restaurar y ordenar los eslabones a través de la historia crítica de las ideas que enhila a las edades sucedáneas entre sí en la unidad superior del espíritu. La emergencia del peronismo como movimiento nacional y la irrupción de Velazco Alvarado en Perú dan cuenta de la idea de Arregui y permiten pensar la comunión del Ejército con el pueblo en un proceso de autoafirmación. El éxito de los movimientos nacionales y la relación establecida entre Ejército y sectores populares radica en la compresión histórica que tuvo el Ejército en determinado momento al acercarse a los sectores relegados, despegarse de la idea de profesionalismo y comprender que no existe cuestión nacional sin vinculación con la cuestión social.

La estructura de dependencia de nuestros países se asienta en la extensión del latifundio, lo que genera una clase terrateniente parasitaria que carece de mentalidad nacional y considera improductivo al proceso de industrialización. Con esto refuerza el vínculo de dependencia dentro de la división internacional del trabajo y bloquea el desarrollo de un mercado interno fuerte producto de la baja especialización de los empleos y el escaso poder adquisitivo. Pero sobre todo, lastima la idea de soberanía económica que desde el ascenso del imperialismo estaba asociada a un desarrollo autónomo de la industria local.

El movimiento de autoafirmación en el que se ven involucrados los ejércitos argentino y peruano en determinado momento permite que estos tomen nota de tal situación promoviendo una ideología de industrialización y con pretensiones de ocupar el lugar de una burguesía industrial ausente en los países periféricos. La idea industrial es acompañada por un proceso de nacionalización de empresas de servicios y recursos naturales, y además por una política que fomentaba el consumo.

Una de las posibles variables que puede llegar a explicar el comportamiento nacional del Ejército en determinado momento histórico es su composición. Según Alain Rouquié, los oficiales argentinos no procedían de las familias hidalgas, es decir, la prosapia nos puede llevar a pensar que no tienen un compromiso eterno con los sectores dominantes, no sólo los oficiales sino también los cuadros intermedios y sobre todo los sectores subalternos que eran los principales afectados por la política entreguista de la oligarquía.

La lectura histórica que tuvo el Ejército posibilitó que integrase el movimiento nacional y se vinculase a los sectores populares y así avanzar en un movimiento autoafirmativo de soberanía.

Hacia un Ejército Nacional Popular y Antiimperialista

A modo de cierre, más allá de la crítica frente al antimilitarismo abstracto de los sectores liberales, y con el fin de identificar a las Fuerzas Armadas como un sujeto activo en la realidad local, podemos mencionar que en muchas oportunidades nuestros ejércitos han procedido conforme a los intereses de las metrópolis imperialistas y salvaguardando los intereses de las oligarquías locales; la adhesión a la Doctrina de Seguridad Nacional ha sido un ejemplo de alianza con el imperialismo.

Sin embargo, la idea era romper con el sentido común liberal que sostenía que la profesionalización del Ejército implicaba que este no se convirtiese en un actor político. La discusión con el liberalismo era de fondo y filosófica, no pasaba por cuestionar si los militares debían o no ser parte de la vida política, sino discutir qué tipo de política practicaban, qué tipo de alianzas proponían, qué valores democráticos representaban y cuál era el vínculo con los sectores populares.

Fueron militares Pinochet, Videla y Massera, desestabilizadores, cercenadores de las libertades políticas y civiles, alfiles de la política del Departamento de Estado y del Pentágono, pero también fueron militares los generales Perón, Velazco Alvarado y Torrijos, quienes participaron en política. El Ejército no debe ser analizado como estructura monolítica ya que en esa institución se expresan las contradicciones de cualquier formación social, con tensiones entre posiciones progresivas y conservadoras, tensiones de las cuales el liberalismo no se animó a dar cuenta. De no considerar estas contradicciones internas y el origen emancipador de nuestros ejércitos, resultará muy difícil explicar, por ejemplo, la irrupción en la vida política venezolana del general Hugo Chávez y la idea del socialismo del siglo XXI.

Autorxs


Emmanuel Bonforti:

Sociólogo. Docente de Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano, UNLA.