Salud mental: hacia una humanidad capaz de cuidados

Salud mental: hacia una humanidad capaz de cuidados

El artículo aborda los puntos de convergencia entre la salud mental, los derechos humanos y el cambio climático en el marco de una posible pospandemia.

| Por María de los Ángeles López Geist |

Hablar de salud mental en este momento histórico, saliendo de la cruel pandemia y atravesando una recesión mundial incalculable a la fecha, obliga a redimensionar la poética de las relaciones entre disciplinas, prácticas y saberes involucrados en un concepto de salud integral que abarca el ser humano, los animales y el medio ambiente.

Es indispensable anclar, fortalecer y abrazar conceptos desarrollados tanto por la Organización Mundial de la Salud: “la salud es una sola”, como por Naciones Unidas: “salud planetaria”; y conceptos más regionales como “salud colectiva” y “ecología de saberes” nacidos en América latina, de inusitado y esencial vigor.

Una dignidad incipiente

En el ámbito de la salud mental nos atañen importantes eventos y discursos que marcaron un salto abrupto en la concepción de las enfermedades mentales y de la dignidad humana en el siglo XX.

Recortaré tres: la diseminación por todo Occidente de las teorías del sujeto, incluyendo la del psicoanálisis; la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por Naciones Unidas en 1948, y la aparición de los primeros psicofármacos, clorpromazina y litio, en 1949, que revolucionaron los tratamientos de las psicosis que hasta entonces no podían ser abordadas ambulatoriamente.

Las tres cuestiones dieron fin a concepciones tradicionales: las personas con enfermedades mentales dejaron de ser objetos de estudio y aislamiento, pasaron a ser consideradas sujetos de derecho, y la psiquiatría ya no requirió recurrir inexorablemente a las internaciones para tratar los cuadros más graves, abriéndose a un amplio diálogo interdisciplinario.

En forma rizomática, los derechos humanos fueron ampliando su corpus hasta configurar la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (2007). En la Argentina, no solo la Ley Nacional de Salud Mental (26.657) incorporó los marcos internacionales sino que también el Código Civil y Comercial de la Nación en su última versión afianzó estos constructos.

El siglo XX terminó, sin embargo, sin que se pudiera cumplir el sueño de ver erradicadas las lógicas manicomiales sostenidas en diversos ámbitos incluso fuera de los hospitales, y las subjetividades de la época entrelazaron la discriminación y exclusión de las personas con padecimientos y enfermedades mentales con un sinnúmero de experiencias territoriales donde la salud mental comunitaria se hizo un lugar: variaciones de las políticas de la vulnerabilidad.

Nada de la evolución del concepto de enfermedad mental y del concepto de padecimiento en el imaginario social estuvo ni está ajeno a otras cuestiones que el siglo XXI puso sobre el tapete: los procesos de desubjetivación de la mano de la irrupción masiva de la tecnología comunicacional y de plataformas incluyendo la industria de la falsa información y el diseño político invisibilizado de los datos en el Big Data: los sistemas operan a partir de algoritmos y estos suelen reproducir los sesgos cognitivos y culturales de los programadores. También, este siglo nos trajo la hipermedicalización y patologización de la vida cotidiana, la hibridación acrítica de lo humano y lo tecnológico o biohacking, y una ciencia olvidadiza de su dimensión y función social, cada vez más al servicio de intereses ajenos al bien común.

Además, mientras asistimos a estos avances y a la aparición de nuevas cuestiones con riesgos potenciales, para dos tercios de la humanidad los avances de la industrialización no trajeron desarrollo. Peor aún, la ONU viene señalando cómo la industrialización sin control ha dañado grandes zonas del planeta ahora desertificadas, inundadas, dañando la salud mental y física de habitantes que deben convertirse en refugiados climáticos desplazándose de sus territorios. Errancias trágicas pauperizantes y estresantes. Millones de personas que padecen las penurias provocadas por el cambio climático migran a las ciudades en busca de oportunidades de sustento y terminan inevitablemente en barrios marginales donde se les niegan sus derechos básicos. Se destaca el hecho de que las personas más afectadas por el cambio climático son las que menos participación y representación tienen en los procesos políticos y de toma de decisiones.

“Todos los seres humanos dependemos del entorno en el que vivimos. Un entorno seguro, limpio, saludable y sostenible es parte integral del pleno disfrute de una amplia gama de derechos humanos, incluidos los derechos a la vida, la salud, la alimentación, el agua y el saneamiento. Sin un entorno saludable, no podemos cumplir con nuestras aspiraciones o incluso vivir a un nivel acorde con los estándares mínimos de dignidad humana. Al mismo tiempo, la protección de los derechos humanos ayuda a proteger el medio ambiente. Cuando las personas pueden aprender y participar en las decisiones que los afectan, pueden ayudar a garantizar que esas decisiones respeten su necesidad de un medio ambiente sostenible” (David R. Boyd, Relator especial de Cambio Climático de la ONU).

La noción de que no hay desastres naturales sino naturalizados es joven en nuestro mundo. La perspectiva de una ética del cuidado hacia el otro y hacia el planeta, también.

La Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el 28 de julio de 2022 la resolución que avala que el derecho al medio ambiente sano sea reconocido a nivel mundial y “se convierta en garante de un planeta sano, seguro y resiliente dándole, de este modo, carácter de derecho humano universal”.

“No inunden el mundo hoy; no lo ahoguen mañana”; “Seguimos siendo adictos a los combustibles fósiles. Por el bien de la salud de nuestras sociedades y del planeta, tenemos que dejarlos, y dejarlos ya”, implora el Secretario General de la ONU, António Guterres, a los líderes mundiales para que aumenten sus esfuerzos en la lucha contra la crisis climática.

Buscando aprovechar la inteligencia colectiva de miles de personas de todo el mundo para hacer frente al cambio climático global, el MIT, Instituto de Tecnología de Massachusetts, creó la plataforma colaborativa Climate CoLab.

La pandemia sumó intensísimo dolor globalmente. Desarmó muchas redes comunitarias fundamentales para el sostén de una salud colectiva. Estas dos cuestiones, la trama social deteriorada y la recesión, son los condimentos esenciales para la escalada de las tasas de suicidio registradas en todas partes hoy. Ya antaño Durkheim describió bien este fenómeno, y en la crisis del 2008 se volvió a observar y estudiar. La prevención del suicidio es una prioridad internacional, como se refleja en la meta del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) de reducir la tasa de mortalidad por suicidio en un tercio para 2030.

La dignidad humana, quizá, no es solo el ejercicio de los derechos humanos sino la capacidad de ofrendar otra humanidad. Y en la práctica subjetivante de los equipos interdisciplinarios de salud mental urge la ampliación de interlocutores para una transformación profunda.

Transformar los espacios para dignificar la atención: la construcción de lugares adecuados para el alivio de los padeceres psíquicos, lejos tanto de las arquitecturas asilares como de los espacios estresados de los boxes sombríos de las guardias convencionales hospitalarias, implica diálogo inclusivo con diseñadores y arquitectos que estimulen formas de circulación dignas en la comunidad. Las viejas estructuras edilicias de los hospitales psiquiátricos convocan a los fantasmas de prácticas siniestras: dignificar la atención en salud mental requiere insertar en el seno de la comunidad recursos de pronto acceso, y esto depende de los recursos humanos disponibles a mano, y de las instalaciones necesarias para el encuentro entre quienes padecen y quienes pueden brindar alivio y acompañamiento tanto médico como psicosocial. La transformación del espacio en salud mental incluye el diseño del acceso a las instancias de desarrollo e inclusión necesarios, sean habitacionales, educacionales, laborales o recreacionales.

Adecuar la dimensión temporal para redignificar los vínculos terapéuticos: los procesos subjetivantes requieren tiempo. La configuración de alianzas terapéuticas no es posible sin el tiempo, la regularidad y la estabilidad adecuados para el encuentro entre terapeuta y paciente. Vínculos dignos. Esto implica descolonizar la cultura de la consulta de pocos minutos cada mes impuesta por los seguros privados de salud.

La OMS define la salud mental como “un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad”.

La salud mental pública adquiere hoy una relevancia inédita: por un lado una ardua tarea de reparación y atención de los cuadros que se han multiplicado exponencialmente en la pandemia y por otro una tarea de intervención psicosocial que permita una cohesión comunitaria, sostén a su vez de los más vulnerables. Reparar, reconstituir y recrear esa trama social requiere un acuerdo ampliado intersectorial, incluyendo a los medios. Es notoria la necesidad de articulación de espacios terapéuticos grupales para la elaboración colectiva de los traumas acaecidos durante la pandemia. Ahora más que nunca se hace evidente que las profundas vulneraciones de la equidad, la libertad y el contacto con los otros devienen en padecimientos psíquicos.

Los climas humanos

El cuidado del ambiente de los niños surgió en el ámbito de la salud mental de la mano de Winnicott, quien plasmó con claridad la necesidad del bebé de criarse en un entorno cuidado, con vínculos amorosos que lo sostienen, con objetos a su servicio que le permiten explorar el mundo. Los niños necesitan un clima de paz para desarrollarse y poder relacionarse con el conocimiento de un modo liberador. Necesitan ser durante un tramo de su vida, al menos, el centro de atención de los adultos para adquirir lo que se llama confianza básica, condición que los acercará a la posibilidad de experimentar sentimientos positivos. Un creciente adultocentrismo se ha instalado en las familias jóvenes arrasadas por las consecuencias de la pandemia. También los niveles de violencia doméstica han aumentado incidiendo directamente en el clima que rodea a los niños.

Si la trama social tiene la capacidad de contener a esos padres, hay un efecto reparador en los niños. De modo que también los padres requieren un clima de seguridad ontológica para sobrevivir al estrés de estos días. El clima de seguridad ontológica es una construcción entre todos los ciudadanos en todos los ámbitos. Es un tema de salud mental público, como la construcción de la paz. Sabemos mucho de la construcción de climas de guerra, pero bastante poco de la construcción e instalación de climas de paz.

El clima social puede devenir enajenante produciendo intensísimo padecimiento mental cuando todos se consideran víctimas y nadie victimario, cuando tenemos guerras, totalitarismos y discursos de odio desterrando la solidaridad y la ternura, cuando la ausencia del cultivo de la hospitalidad y la empatía se ha convertido en intolerancia rancia, cuando se desestima la memoria y lo histórico para analizar el presente. En síntesis, hay un imperativo ético de reconstrucción de lazos que nos interpela a todos. Cuidar el clima de las relaciones humanas puede ser imprescindible para aliviar los tiempos de dolor que aún tendremos.

Pero en este siglo también talla de modo cruel el cambio climático. Los bosques nos asombran con la sabiduría de sus árboles entrelazando sus raíces comunicadas a través de micorrizas para defenderse de depredadores, pero la nieve gris del Ártico y los glaciares cada vez más exiguos nos dan la pauta de la vulnerabilidad de la naturaleza que se ha vuelto par, deteriorable, finita. La Tierra implora cuidados.

Presos de una ansiedad particular por un futuro amenazante, son los jóvenes los que enarbolan las banderas del activismo ecológico, los que se relacionan entre miles y millones en las redes en un anticipo de lo que el futuro les demandará: acuerdos entre millones de habitantes del planeta para soluciones colectivas. Inteligencia colectiva.

Un estudio de la ONU en el que se entrevistó a 7.416 niños de 103 países reveló que el 88% de los niños piensan que el cambio climático y el daño al ambiente están amenazando a las generaciones futuras de niños. Estos niños ya tienen prevista una reducción de 2 años de esperanza de vida en relación a los adultos actuales.

Otra vez la ética del cuidado resulta imprescindible a veces incluso más allá de la ética de la justicia. Cuidado del clima intersubjetivo, familiar, intergeneracional, intergrupal, interinstitucional, interterritorial, intercultural y planetario. Hasta apropiarnos de la noción del planeta como hogar, noción que nos hermana con todos.

Contradicciones epocales

“La gran mayoría de la población mundial no es sujeto de derechos humanos sino el objeto de los discursos de derechos humanos” (De Sousa Santos).

Son muchos los autores que piensan críticamente la cuestión de los derechos humanos y plantean que el discurso de los mismos debe ser decolonizado y territorializado, que hay padecimientos que no se consideran tales desde una lectura eurocentrista. Así surgieron las epistemologías del Sur dando voz a las culturas silenciadas e invisibilizadas. El enunciado de los derechos humanos no alcanza para su consecución. Es necesario que la narrativa sobre la dignidad sea la del propio territorio.

Lo dice claramente Manuel Gándara: “Uno de los problemas del pensamiento crítico en América latina es el haber recibido modas intelectuales occidentales sin el necesario proceso de recepción creativa, que permitiera su adecuada apropiación y creara un discurso propio; en el pensamiento crítico latinoamericano hemos de reconocer la pervivencia de las huellas del sistema colonial. En este sentido es importante identificar aquellos aspectos en los que el discurso de derechos humanos sigue respondiendo a la matriz de colonialidad y a la vez buscar alternativas desde el pensamiento crítico que permitan superarlo”.

Estos entrecruzamientos entre salud mental, cuidados de los entornos humanos, derechos humanos, cambio climático y pensamiento crítico a la luz de la pandemia en vías de pospandemia, conforman una trama ineludible de dignidades a considerar que nos envuelve cotidianamente más allá de una plena conciencia sobre ella. Configuran una agenda de prioridades de valores que atravesarán nuestras conductas de igual modo que nos rodean los ya reconocidos: el hambre, el desempleo, la injusticia, la inequidad, la esclavitud en aumento, los femicidios. Todos ellos nos interpelan, y se incluyen en el ámbito del arrasamiento subjetivo.

Las políticas económicas de cuidado global incluyen la creación de un fondo internacional donde los países que generan devastación en otros por alteración antropogénica del clima asuman su responsabilidad. Una justicia ambiental puede sentar las bases de una seguridad ontológica en construcción.

Una economía política de la dignidad es posible si hay conciencia de la rentabilidad de la inversión en salud mental, si los presupuestos de los Estados superan de una vez por todas el escaso 2 por ciento generalizado que suelen asignar a la temática. Según estudios, por cada dólar invertido en salud mental hay un retorno de cuatro en mejora de la salud y capacidad de trabajo. Y también será posible la recuperación de la dignidad de las políticas si las vulnerabilidades dejan de ser medidas exclusivamente por los gastos y no por los resultados de la inversión en ellas.

Una micropolítica del cuidado comunitario abrazada por todos es posiblemente la medida más efectiva de prevención en salud mental, y el esbozo de un cuidado planetario colectivo y eficaz.

Autorxs


María de los Ángeles López Geist:

Médica psiquiatra. Cofundadora del grupo de trabajo Salud Mental Ambiental y Urbana de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).