La experiencia transnacional de un grupo de jóvenes coreanos de la Argentina

La experiencia transnacional de un grupo de jóvenes coreanos de la Argentina

Los flujos de inmigración coreana a nuestro país siguieron los vaivenes del devenir histórico argentino. Sin embargo, gracias a su formación bicultural, ciertos jóvenes coreanos crecidos y formados en la Argentina pudieron reinsertarse en otras ciudades y contextos, aminorando el impacto de una nueva migración.

| Por Carolina Mera |

Es moneda corriente escuchar sobre las características de un mundo transnacional y cada vez más hiperconectado a través de diferentes intensidades y tipos de redes. Si bien este transnacionalismo tiene una cara muy triste y costosa en lo que refiere a la emigración de personas de nuestro continente hacia los países del Norte, en condiciones de mucha precariedad material y de derechos, también aparecen casos como el de ciertos grupos que se benefician de estas movilidades gracias a recursos culturales adquiridos en experiencias migratorias previas. Así, observamos que las situaciones biculturales permiten a miembros de ciertos grupos migrantes desplazarse y tener ciertas ventajas respecto de otros, durante momentos de crisis; por ejemplo, esto puede observarse con algunos grupos de jóvenes coreanos crecidos en nuestro país.

La emergencia de corrientes migratorias modernas desde Corea del Sur comienza en la segunda mitad del siglo XX, desde un país con una urbanización e industrialización en crecimiento, que en muchos casos promovió la emigración a través de políticas planificadas, pero que también fue testigo de imaginarios que se ponían en funcionamiento a partir de procesos sociales complejos que tenían que ver con la modernización y el contacto más cercano con países occidentales, como fue el caso de las corrientes hacia Estados Unidos, de las cuales se desprenden también quienes vinieron a nuestro continente. En la actualidad, Corea tiene más de 6 millones de personas viviendo al exterior, de los cuales aproximadamente unos 120 mil viven en América latina.

Los primeros coreanos que llegaron al Cono Sur lo hicieron en 1956 y 1957. Era un grupo de soldados norcoreanos prisioneros de la Guerra de las dos Coreas. En aquel momento las fuerzas aliadas daban a los contingentes de soldados que habían quedado en manos de las tropas de la ONU la opción de volver a sus países de origen o emigrar hacia algún país neutral. Entre estos grupos hubo 57 coreanos que eligieron como destino la Argentina y Brasil.

Luego se inicia la migración por motivos relacionados al miedo a una posible guerra con Corea del Norte, mejores posibilidades de educación para los hijos, y en los ’90 por motivos económicos y de búsqueda de mejor calidad de vida.

La década de 1960 es el escenario de las políticas de emigración implementadas por el Estado coreano, íntimamente ligadas a los cambios que se producían en el país peninsular. Estos flujos migratorios contribuirán a consolidar las comunidades ya existentes y en otros casos a formar nuevas. En esta década comienza una migración planificada hacia América latina. Se dio una corriente migratoria de 30.000 coreanos hacia Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia. Estas comunidades se verán alimentadas con pequeños grupos en las décadas siguientes y finalmente con las familias que llegan a partir de 1985, cuando se promueve una migración de inversión hacia nuestro continente y especialmente hacia nuestro país.

En el caso de los desplazamientos hacia América latina de la década de 1960, el gobierno de Corea fomentó la “migración en grupo” de familias para establecerse en áreas rurales que se instalarían en Brasil, Argentina, Bolivia y Paraguay. Sin embargo estos grupos de asentamiento agrícola no prosperaron. La razón fue que la mayoría de los migrantes nunca antes había practicado actividades agrícolas, tampoco habían tenido experiencias rurales, y se trataba de regiones poco desarrolladas, con infraestructura precaria y pocos servicios educativos y sanitarios. Por estas razones terminaron movilizándose hacia las zonas urbanas y grandes ciudades como San Pablo en Brasil, Asunción en Paraguay y Buenos Aires en la Argentina, para dedicarse a actividades comerciales. Desde los primeros tiempos, esta migración se caracterizó por el desplazamiento por tierra entre estos países.

Si bien la inmigración coreana en la Argentina inicia oficialmente en 1965, ya desde 1962 el país había recibido ciudadanos coreanos que provenían de Bolivia y Paraguay por tierra. En la segunda mitad de los ’60 y la década del 1970 llegan flujos de familias de migrantes coreanos para establecerse en áreas rurales, pero al igual que en el resto de países del continente esos proyectos no prosperaron y terminaron instalándose en las grandes ciudades.

En 1985 se firma el Acta de Procedimiento para el ingreso de inmigrantes coreanos a la Argentina y hasta 1989 se autorizaron más de 11.000 permisos familiares de entrada al país. Las décadas de 1990 y 2000 no mostraron entrada de nuevos migrantes sino reemigración (expulsión) que alcanza su punto pico luego de la crisis del 2001. A medida que el país recompone su situación económica y social en general, comenzarán a volver. Actualmente se estima en alrededor 25.000 el número de residentes coreanos en la Argentina.

Las comunidades coreanas en Buenos Aires y en otras ciudades donde se instalaron organizaron sus iglesias, centros educativos y asociaciones, con la voluntad de transmitir y mantener la cultura coreana entre las nuevas generaciones. Así, estas asociaciones se volvieron instituciones multidimensionales que involucran prácticas religiosas, étnicas, políticas, económicas, culturales y sus respectivas combinaciones.

A su vez, las redes familiares permitieron el crecimiento en lo económico, concentrándose en la actividad textil. La red de solidaridad étnica muy fuerte desde los inicios favoreció la instalación en las nuevas ciudades gracias a la construcción de estas redes de sociabilidad. Además y fundamentalmente esto ha posibilitado a los residentes coreanos un éxito considerable en cuanto a la inserción en las estructuras educativas, culturales y sociales en general. En los espacios étnicos se readaptan las antiguas normas y valores, se negocia su identidad planteando una nueva y sui generis existencia transnacional; mientras que en los espacios educativos formales incorporan los códigos y conocimientos de los grupos locales. Así, la identidad transnacional se conjuga con la experiencia local. La comunidad coreana de Buenos Aires, pero también la de Asunción y San Pablo, articulan el plano transnacional con el anclaje local en todos los aspectos de la vida social: en el familiar, en el religioso, en la actividad económica o profesional, pero sobre todo en los procesos de construcción identitarios que son condicionados por las dinámicas de las propias comunidades en sus contextos locales. Esta dimensión transnacional se fortalece con el fenómeno ya mencionado de la reemigración entre países del continente.

Las redes de sociabilidad que funcionan a nivel internacional y que incorporan nuevas dimensiones a la identidad migrante, crean la posibilidad de hablar de coreanos-argentinos en Nueva York o en México D.F., de coreanos brasileños en Corea, de coreaguayos (de Paraguay) en la Argentina, Estados Unidos o Corea, y así de tantos otros múltiples juegos de identidades que, como veremos, juegan un rol fundamental en ciertas coyunturas críticas.

Los grupos coreanos se instalan en las ciudades a partir de la formación de barrios, conformando espacios urbanos marcados por el particularismo cultural, donde tienden a recrear realidades biculturales; invierten gran cantidad de energía grupal en mantener las características de origen y en recrear una identidad étnica asociada a Corea. Es así que la ciudad y el barrio se vuelven partes fundamentales del proceso transnacional, en tanto espacios donde se producen las experiencias biculturales que caracterizan a muchos de los jóvenes producto de este proceso migratorio transnacional.

Podemos observar las implicancias que este fenómeno tuvo durante la emigración de jóvenes a partir de la crisis económica, política e institucional que sufrió nuestro país y culminó en los hechos de diciembre de 2001. Como es sabido, esta crisis tuvo un fuerte impacto negativo en la vida de la sociedad en general y de los jóvenes en particular que buscaron la emigración como una salida posible. También ocurrió esto con la comunidad coreana de Buenos Aires, al punto que en el 2003 había sólo 15.000 coreanos mientras que 10 años antes residían en Buenos Aires unos 45.000.

Pero lo que nos interesa destacar aquí es la característica del proceso de reemigración de jóvenes coreanos que, gracias a su formación bicultural, pudieron reinsertarse en otras ciudades y contextos, aminorando el choque que produce una migración casi forzada como la de ese momento.

Sin duda, la crisis acentuó la tendencia a la reemigración, y produjo cambios cualitativos en la vida de las personas. Durante las ya casi cinco décadas que las comunidades coreanas llevan en la Argentina y en América latina, nuestro país experimentó varias crisis económicas, políticas e institucionales. La comunidad coreana sufrió esta inestabilidad de diferentes maneras: a través de los desplazamientos urbanos forzados durante el gobierno militar de 1976, de las reemigraciones a causa de las hiperinflaciones, y los sucesivos empobrecimientos producto de las repetidas recesiones económicas. A pesar de estos avatares, los residentes coreanos experimentaron un proceso de integración relativamente rápido y exitoso en la vida económica, especialmente en el área textil, en la pequeña y mediana industria, así como en el comercio minorista y mayorista. Sin embargo, la última crisis producto del agotamiento del modelo neoliberal tuvo un nuevo impacto. Por un lado disminuyó la llegada de personas provenientes de Corea y aumentó la emigración hacia otros países, en general hacia los Estados Unidos de América, Canadá y México. Este fenómeno se explica a partir de un doble movimiento: 1) interno: la agudización de la recesión económica en la Argentina y el Cono Sur, y planes de ajuste cada vez más extremos que perjudicaron a las clases medias y a los pequeños comerciantes; 2) externo: la tendencia de los ciudadanos de Corea de trasladarse hacia otros destinos migratorios como China y Asia en general. Por otro lado, ante la situación de profunda crisis, los residentes coreanos en la Argentina despliegan nuevas respuestas a los procesos de deterioro social, político y económico. Desde el 2000 constatamos salidas múltiples: 1) de familias que reemigran hacia México, Guatemala, Australia, Estados Unidos o Corea; y 2) de jóvenes universitarios, y de otros sin diplomas hacia Estados Unidos o Corea. En general, en ambos casos cuentan con familiares, amigos y colegas que brindan casa, comida e información durante los inicios de la instalación.

Son jóvenes que manejan los códigos de ambas culturas y han incorporado los dos idiomas (coreano, español, coreano-brasileño y en muchos casos también inglés). En el sistema educativo formal adquirieron los códigos de la sociedad hegemónica, pero también han internalizado en sus hogares e instituciones comunitarias valores que promueven la adhesión étnica.

La experiencia en América latina los aproxima y aleja de sus padres y abuelos pero en todos los casos hay una continuidad en la adhesión étnica, por su participación en las redes, asociaciones e iglesias, pero también a través de los casamientos y relaciones de sociabilidad. Si las mujeres de la primera generación sufrían de estrés por tener que enfrentarse a nuevos códigos que las distanciaban de sus hijos porque no conocían las reglas del sistema educativo, las jóvenes madres de las nuevas generaciones deben enfrentarse a nuevos problemas como la transmisión de la lengua y cultura coreana a sus hijos. En cuanto al mundo del trabajo, los coreanos de la primera generación se dedicaron y dedican enteramente a la confección y comercio textil, sin embargo, no quieren que sus hijos continúen en esas actividades. Por esta razón invirtieron en educación, viajes y en todo lo que pudiera contribuir a este objetivo, entre otras cosas también al financiamiento de la reemigración de sus hijos graduados. La mayoría de los jóvenes no graduados trabaja en el área textil junto a sus padres y familiares. En cuanto a los profesionales universitarios que trabajan de su profesión, muchos lo hacen en consultorios y estudios particulares para la comunidad, solos o con colegas locales, tienen sus propias redes de información y métodos informales para darse a conocer, tener clientes o pacientes.

Sin embargo, como ya hemos mencionado, la profundización de la crisis económica tuvo un impacto muy fuerte sobre estos jóvenes que, frente a posibilidades de trabajo precario y una visión negativa del futuro, tanto en el mercado étnico como en el de la sociedad mayor, optaron por la reemigración como una opción viable. Muchos líderes comerciantes y profesionales, que de alguna manera ocupaban posiciones de intermediación y diálogo cultural en sus espacios de vida, fueron quienes desplegaron mayores competencias para el nuevo desplazamiento.

Y entre ellos, como ya hemos mencionado, muchos jóvenes harán despliegue de sus múltiples competencias socioculturales en los nuevos escenarios. Por ejemplo, podemos observarlos en Los Angeles trabajando en empresas coreanas o internacionales donde ponen en práctica las tres lenguas y toda la experiencia de América latina –del negocio textil familiar, de trato con proveedores locales, de trato social en general–. En Los Angeles es muy común la siguiente figura: trabajar para patrones coreanos, tener a su cargo trabajadores latinoamericanos e intermediar con los proveedores norteamericanos. Otros profesionales, médicos u odontólogos, se instalan también en Los Angeles, abarcando pacientes coreanos y latinos al mismo tiempo. Lo mismo en México o en Corea, donde encontramos restaurantes de coreanos de la Argentina donde se reúnen otros coreanos de países del Cono Sur, incluyendo Brasil.

La clave del fenómeno es el tipo de instalación y de modelo de diálogo cultural que plantean estas comunidades: se integran en el país receptor sin asimilarse, conservando una fuerte pertenencia identitaria referenciada a Corea y basada en una intensa vida asociativa, siempre en tensión con el mundo local. El capital social comunitario brinda las redes que garantizan el desplazamiento y los primeros pasos de la instalación, el capital cultural –a través de los títulos obtenidos, y manejo del español/portugués– les brinda condiciones de inserción en nichos económicos que garantizan cierto éxito. Esta característica nos permite afirmar que para algunos migrantes las redes transnacionales y las competencias biculturales promueven la movilidad en búsqueda de mejores situaciones de inserción profesional y laboral, logrando a su vez mayor eficiencia en el comienzo de las actividades en otra ciudad.

Finalmente, sea que se perciben como coreanos-argentinos o argentinos de padres coreanos viviendo en Estados Unidos, la mayoría manifiesta nostalgia por la tierra en la que crecieron y en todos los casos visitaron más veces la Argentina que Corea durante los años que llevan de residencia en Estados Unidos. Como dice un joven nacido en Corea, crecido y escolarizado en Buenos Aires, que ahora vive en Los Angeles: “Volver a Buenos Aires es siempre volver a mi verdadera casa en todo sentido; volver a mis afectos, amistades, a mi espacio”. Y sin embargo, como tantos otros jóvenes de diversos orígenes, fueron obligados a optar por la emigración como forma de ver un mejor futuro.

Autorxs


Carolina Mera:

Doctora en Antropología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Paris. Doctora en Ciencias Sociales – UBA. Licenciada en Sociología – UBA. Investigadora CONICET – IIGG – F.Soc. – UBA. Profesora de la Carrera de Ciencia Política – F.Soc. – UBA. Coordinadora del Área de Relaciones Internacionales de CLACSO.