La desigual relación entre Estados Unidos y el Gran Caribe

La desigual relación entre Estados Unidos y el Gran Caribe

Desde mediados del siglo XIX Estados Unidos tuvo y tiene bajo su control gran parte del Gran Caribe. Diversas fueron las estrategias utilizadas para alcanzar ese objetivo y mantener la dominación. Cuando fallaron los medios económicos y políticos o la ofensiva cultural, se utilizó la intervención militar. La dialéctica desarrollada desde entonces sigue generando cada vez más riqueza en un polo y más pobreza en el otro. Un repaso por una historia de dominación, lucha y resistencia.

| Por Marco A. Gandásegui (hijo) |

El Caribe insular tiene una relación muy antigua con Estados Unidos. Se remonta a principios del siglo XVII cuando Gran Bretaña fundó colonias en la costa oriental de Norteamérica. Las colonias inglesas prosperaron gracias a las riquezas de la economía esclavista recién creada en el Caribe que desarrolló una relación estrecha con la naciente industrialización de Inglaterra. El comercio marítimo triangular que unía Europa, África y el Caribe se convirtió en la ruta más próspera de su época. También estimuló la economía esclavista de Norteamérica (algodón), convirtiéndose en un polo de la acumulación primitiva capitalista.

Con el nacimiento de Estados Unidos a fines del siglo XVIII, la nueva república comenzó a ver el Caribe con nuevos ojos. Más que un socio comercial, las islas se convierten en un área codiciada para la anexión. Al mismo tiempo, a principios del siglo XIX, Estados Unidos inició su marcha hacia el Pacífico (narrada en su epopeya del Wild West), arrasando pueblos indígenas, comprando colonias francesas y apropiándose de casi la mitad de México. Durante la segunda mitad del siglo XIX exploró Centroamérica con intenciones de sumarla a su Unión. Colombia y Venezuela también eran vistas como candidatas para ser convertidas en territorios de EE.UU.

A principios del siglo XX Washington tenía bajo su control la totalidad del Golfo de México, el Caribe insular, Centroamérica y el istmo de Panamá, donde construyó el canal interoceánico. La expansión norteamericana le permitió convertir a la región en un área de explotación económica que arrojó enormes ganancias para sus empresas capitalistas. El canal de Panamá, a su vez, unió las dos costas de EE.UU. –tanto del Atlántico como la del Pacífico– generando un crecimiento industrial desconocido hasta esa época.

La relación entre ambas regiones transformó políticamente a EE.UU. y al mismo tiempo revolucionó las instituciones del Gran Caribe. Las repúblicas (antiguas colonias españolas) se convirtieron en el siglo XX en feudos de Washington respondiendo a sus demandas económicas. Las rutas comerciales de todos los países de la región adoptaron un solo destino: los puertos norteamericanos. Los regímenes políticos respondieron a la nueva realidad. La industrialización mediante la sustitución de importaciones, que surgió durante la Segunda Guerra Mundial, hizo los vínculos con EE.UU. aún más fuertes.

A partir de mediados del siglo pasado la “conquista” económica y política fue complementada por una ofensiva ideológica que pretendió homogenizar la región y subordinarla a los patrones culturales de EE.UU. Nuevas instituciones como las comunicaciones electrónicas, la educación popular y los deportes se convirtieron en instrumentos de penetración. A su vez, las viejas instituciones como la Iglesia, los partidos políticos y la familia fueron blancos de los ataques más feroces por parte de EE.UU.

Cuando fallaban los medios económicos y políticos de penetración o la ofensiva cultural, EE.UU. hacía uso de su última carta que era la intervención militar. Desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XXI, EE.UU. ha utilizado la fuerza armada constantemente para someter a los pueblos de la región del Gran Caribe.

Los avances de EE.UU. en la región no han sido parejos a lo largo de la historia. La Revolución Cubana marco un hito en 1959. Los primeros años del siglo XXI inauguran un nuevo período de resistencia. La Revolución Cubana tiene, en la actualidad, una aliada en la Revolución Bolivariana de Venezuela. En Centroamérica, dos gobiernos frentistas –de antiguas guerrillas revolucionarias– están en el poder en Nicaragua y El Salvador, respectivamente. En el caso de Colombia y México es cada vez más difícil para EE.UU. dominar las agudas contradicciones sociales que caracterizan a esas naciones. Para muchos países del Caribe insular, Venezuela se ha convertido en el socio comercial más importante.

A partir de 1990, el Gran Caribe comenzó a cuestionar la hegemonía de EE.UU. de manera creciente. Washington se percató del cambio en la correlación de fuerzas y está buscando una alternativa para enfrentar el nuevo bloque histórico que se está consolidando. Los planes globales de EE.UU. no le dan a América latina prioridad. Más bien EE.UU. privilegia el Oriente asiático, el Medio Oriente y, como siempre, Europa.

A pesar de ello, entre 2005 y 2015, EE.UU. se mantiene muy activo desestabilizando la región y desarrollando una política divisionista.

EE.UU. considera que su carta principal para conservar su dominio en América latina es la militar. En cambio, es consciente que se está debilitando en el campo económico y político. Examinaremos los cambios que ha experimentado la economía norteamericana y su relación con el Gran Caribe. También buscaremos las claves que explican los cambios políticos que caracterizan las relaciones entre las dos regiones. A su vez, se verá cómo se ha resquebrado parcialmente la hegemonía cultural construida durante un siglo y medio en la región por parte de EE.UU. Por último, ante la situación cambiante en lo económico y político, Washington ha recurrido al arma que aún sigue siendo su as: la carta militar.

La acumulación capitalista

Concluida la guerra civil norteamericana (1860-1865), hasta fines del siglo XX el crecimiento económico de EE.UU. fue constante. Se pueden considerar las grandes recesiones capitalistas de 1870 y 1929 como crisis de reacomodo de la forma de acumulación. De una pequeña potencia en aquella época hace siglo y medio, se convirtió en la potencia capitalista hegemónica en el siglo XX.

Este salto lo dio sobre la base de la explotación de una masa laboral concentrada en un país continental que logró subyugar al resto del mundo que le proporcionaba materias primas y la mano de obra que requería su crecimiento industrial. Al mismo tiempo logró construir un imperio financiero que tenía tentáculos en todos los continentes.

Para acumular las riquezas generadas por una creciente clase obrera, EE.UU. se lanzó en primera instancia –siglo XIX– a la conquista de México y el Gran Caribe. Los territorios mexicanos anexados a la Unión y las riquezas mineras del país azteca alimentaron la industria norteamericana. El Caribe y Centroamérica fueron generosos en proporcionar alimentos para los trabajadores industriales del norte. Al mismo tiempo, Panamá abrió su angosto istmo para que el pujante “Este” norteamericano se uniera al “Oeste”. A partir de la década de 1920 –hace 90 años–, Venezuela abrió sus entrañas para enviar un chorro continuo de petróleo al poder del norte.

La industrialización norteamericana parecía incansable e insaciable. EE.UU. no sólo se apropió de los recursos naturales y riquezas, también neutralizó y destruyó todo esfuerzo por las clases productivas del Gran Caribe (incluyendo México, Colombia y Venezuela) para impulsar su propio desarrollo y surgir como competidores. Los grandes industriales norteamericanos invertían en la región, con financiamiento de Wall Street y bajo la protección militar del gobierno de Washington. Mientras EE.UU. acumulaba sobre la base de la explotación de los obreros norteamericanos y la superexplotación de los trabajadores caribeños, los países de la región se hacían más dependientes. La dialéctica generaba cada vez más riqueza en un polo y más pobreza en el otro.

La Revolución Cubana en 1959 fue el primer signo de rebelión frente a esta lógica perversa. Como castigo, EE.UU. bloqueó el acceso de la economía cubana al mercado mundial. La política neoliberal (financiación de la economía norteamericana) a partir de la década de 1970 tuvo efectos desastrosos para la región. La llamada “década perdida” de 1980 golpeó a la región que intentaba acomodarse sin éxito a los cambios de modelo de acumulación de EE.UU. En la década de 1990 la nueva política neoliberal les dio oxígeno a las economías capitalistas latinoamericanas iniciando un proceso de traspaso de las riquezas ahorradas por los trabajadores (90 por ciento de la población) a una pequeña minoría formada por las oligarquías y sus socios.

El modelo sustentado sobre la flexibilización del trabajo, la desregulación y la privatización logró producir un boom que duró cinco años, en algunos casos diez. Sin embargo, rápidamente se desinfló y provocó reflujos en todos los países. Donde más se sintió el latigazo fue en países como Honduras, Nicaragua, El Salvador y Venezuela. Gobiernos populistas (alianzas obrero-burguesas) llegaron al poder y descubrieron que EE.UU. no representaba una salida para la crisis económica que habían heredado de los neoliberales. En alianza con Cuba se formó el ALBA bajo el liderazgo de Fidel Castro y Hugo Chávez.

La dominación política

EE.UU. logró someter a los países del Gran Caribe sobre la base de una estrategia que ponía a un sector de la oligarquía a luchar contra la otra. Cuando era conveniente a sus intereses movilizaba a las fuerzas populares: artesanos, campesinos, obreros y/o capas medias. Los conservadores con la Iglesia Católica como aliada se enfrentaban a los liberales y sus cuadros masones, mientras que EE.UU. consolidaba posiciones dentro de la estructura política. Cuando Washington les daba prioridad a sus intereses mineros se aliaba a los liberales enemigos de los terratenientes conservadores.

La resistencia a los planes de dominación norteamericana por parte de los pueblos del Gran Caribe –a fines del siglo XIX y durante el siglo XX– obligó a EE.UU. a imponer dictaduras militares para continuar extrayendo ganancias extraordinarias de la región. Cuba fue el único país latinoamericano en el siglo XX que logró liberarse del yugo político de las grandes corporaciones norteamericanas y los militares locales.

El colapso de los gobiernos “desarrollistas” y la nueva política “neoliberal” vio nacer una nueva oligarquía financiera. La alianza política, encabezada por la fracción financiera, se apoderó del Estado y de los partidos políticos, tanto de derecha como los de izquierda. El PRI (México), PRD (Panamá), MLN (Costa Rica), PLN (Rep. Dominicana), y otros, asumieron el proyecto neoliberal como solución única a los problemas de la región. Este cuadro fue resquebrajado cuando apareció, en el marco del vacío creado por la vieja “izquierda”, la Nueva República/PSUV (Venezuela) encabezada por el comandante Hugo Chávez. Igualmente, los frentes militares de liberación nacional de las décadas de 1970 y 1980 –FSLN y FMLN– llegaron al poder mediante elecciones a principios del siglo XXI.

Los países del ALBA (Cuba, Venezuela, Nicaragua y varias islas del Caribe insular) han logrado mantener, a pesar de los ataques de EE.UU., un frente común con mucha autonomía. En cambio, las otras izquierdas en el poder tuvieron que negociar con Washington para conservar los espacios necesarios para seguir gobernando.

EE.UU. no abandonó sus tácticas golpistas. En 2002 organizó un golpe militar-corporativo contra el presidente Hugo Chávez que fue frustrado en Venezuela. En 2007 derrocó al presidente Mel Zelaya en Honduras. En la actualidad mantiene una política de desestabilización permanente contra los gobiernos frentistas de Nicaragua y El Salvador. En México la “guerra contra las drogas” ha cobrado 70 mil víctimas. En Colombia no ha podido cercar a las insurrecciones lideradas por las FARC y el ELN. En la actualidad, ha declarado a Venezuela una amenaza a su seguridad nacional y prepara nuevos golpes contra el presidente Nicolás Maduro.

La fuerza militar

La coyuntura nos presenta un mundo capitalista convulsionado, con la potencia hegemónica agonizando –pero dominante– y un Gran Caribe insurreccional. Poderío militar que ha dejado de tener una base social capaz de reproducirse. Los ideólogos norteamericanos tienden a descartar el cambio radical que vive el mundo y el papel de EE.UU. No lo ven a la luz de la declinación económica de EE.UU. Reducen la cuestión al poderío militar, a la producción de armas y a la conquista de fuentes energéticas (para bloquear su libre acceso por parte de sus competidores). Estas fuentes no están distribuidas al azar: Medio Oriente, Rusia y el Gran Caribe (Venezuela y México).

38 bases militares de EE.UU. en Centroamérica y el Caribe

EE.UU. tiene en la actualidad un total de 761 “lugares” militares más allá de sus fronteras. En el Gran Caribe cuenta con 38 bases militares conocidas, sin incluir las que operan en Puerto Rico.

En el Caribe insular que fueron colonias no-españolas cuenta con 10 bases militares. Por un lado, la base aérea “Reina Beatriz” en Aruba que está a pocos kilómetros de las costas de Venezuela. En Curazao cuenta con una base aérea en Hato Rey. En Guadalupe tiene dos bases aéreas y navales comandadas en el marco de la OTAN (en conjunto con Francia). A sólo 600 kilómetros al norte de Venezuela se encuentra el 41º Batallón francés de la Infantería de Marina.

En Martinica también tiene dos bases en conjunto con la OTAN. El caso de Martinica es similar al de Guadalupe, con por lo menos dos bases francesas (OTAN). En el lugar el ejército francés cuenta con más de 1.000 efectivos permanentes, incluyendo el 33º Regimiento de Infantería con sede en la capital Fort de France. Allí además se encuentra estacionada la Marina de Guerra con 500 efectivos. Junto con Guadalupe, Martinica fue una escala durante la guerra de las Malvinas y la invasión de Granada.

En Haití hay una base aérea y naval, además de la presencia militar norteamericana, coordina las 20 mil tropas de las fuerzas ocupantes de las Naciones Unidas.

En el Caribe suramericano, EE.UU. cuenta con ocho bases militares en Colombia. La base aérea de Apiay, en el Departamento del Meta. La base aérea de Malambo, ubicada en el área metropolitana de Barranquilla. La base aérea de Palanquero, situada en Puerto Salgar, en Cundinamarca (cuenta con una pista de aterrizaje de 3.500 metros). La base aérea de Tolemaida, Tolima (considerado el fuerte militar más grande de Latinoamérica con una fuerza de despliegue rápido). La base naval de Bahía Málaga, en el Pacífico colombiano, cerca de Buenaventura. Por último, la base naval de Cartagena, en la costa del mar Caribe.

A estos emplazamientos se suman la base aérea de Tres Esquinas ubicada en el Departamento de Caquetá. La base aérea Larandia, en el mismo departamento. Además, el puerto de Turbo (muy cercano a la frontera con Panamá) se utiliza para el aprovisionamiento de la IV Flota.

En Centroamérica, EE.UU. tiene bases en El Salvador, Honduras, Costa Rica y Panamá.

En Costa Rica, EE.UU. tiene dos bases militares. Por un lado, la base aérea y naval en el área de Liberia. En 2010 el Congreso nacional autorizó el desembarco de miles de soldados norteamericanos en medio de un conflicto entre Costa Rica y Nicaragua. Por el otro, la base naval en la localidad de Caldera. El subcomandante del Ejército Sur norteamericano, Paul Trivelli, informó sobre la inversión de 15 millones de dólares en Caldera, provincia de Puntarenas. Allí funcionará, además, una escuela para el adiestramiento de oficiales de guardacostas.

En El Salvador, EE.UU. tiene una base aérea en Comalapa, muy próxima al aeropuerto internacional de San Salvador, que opera desde los tiempos de la insurrección popular en la década de 1980.

No hay información sobre bases militares extranjeras en Guatemala. Sin embargo, hay evidencias de que se ha extendido a este país la estrategia norteamericana de la guerra contra las drogas.

En Honduras, EE.UU. tiene la base más grande de la región en Soto Cano, Palmerola, con una pista de 2.600 metros. Otra base aérea está en Puerto Lempira, sobre la laguna Caratasca, en el Departamento Gracias a Dios, próxima a la costa del mar Caribe. También tiene una base aérea en Guanaja, en el departamento Islas de la Bahía, en el Caribe.

En Panamá, EE.UU. tiene 12 bases aeronavales en ambas costas. Sobre el Caribe está la base aérea y naval Sherman, sobre la salida norte del canal de Panamá, en la provincia de Colón. La base aérea y naval El Porvenir, en la comarca Kuna. También, la base aérea y naval Puerto Obaldía, en la frontera con Colombia. Además, la base aérea y naval San Vicente, en Metetí, provincia de Darién, cercana a la frontera con Colombia. Por último, la base aérea y naval Rambala, en Bocas del Toro.

Sobre el Pacífico, EE.UU. tiene bases aeronavales en Chapera, Puerto Piña (en Darién), Piedra (en Chiriquí), Punta Coco (Archipiélago de las Perlas), Isla Galera, Mensabé (en Los Santos) y en la isla de Coiba (en Veraguas).

En México, EE.UU. tiene dos bases conocidas. La militarización de la lucha antidrogas, con la intervención directa de EE.UU., ha dejado en los últimos años decenas de miles de muertos. La Iniciativa Mérida, según los acuerdos firmados, incluye entrenamiento de fuerzas militares mexicanas, la venta del armamento y el sobrevuelo sobre todo el territorio de aviones espía no tripulados y la injerencia de tropas de Washington en la seguridad interna de México.

En mayo de 2011 se crearon dos bases militares en la frontera con Guatemala. Las dos bases militares están situadas en Chiquimosuelo y Jiquipilas. Esto complementa la presencia de catorce mil militares en el estado de Chiapas, y asegura que México está “ocupada” por los organismos de seguridad de EE.UU.

En República Dominicana hay una base naval patrocinada por EE.UU. en la isla de Saona, en el extremo sureste del país.

Puerto Rico es considerado por EE.UU. como un “Estado Libre Asociado”. La isla fue ocupada militarmente en 1898 como “botín de guerra” después de la guerra de independencia de Cuba.

Ventas de armas de EE.UU. a América latina 2005-2010

Entre 2005 y 2010 la venta de armas de EE.UU. a América latina casi se duplicó. En 2005 EE.UU. vendía a los países de la región mil millones de dólares en armas. En 2010 la suma llegó a 1,7 mil millones de dólares. En el período de cinco años, EE.UU. vendió armamento por un total de 9,2 mil millones de dólares a América latina. Cifras extraoficiales colocan las ventas de armas de EE.UU. a los países latinoamericanos entre 2011 y 2014 en otros 15 mil millones. Aún no se tiene la información.

En la región del Gran Caribe se encuentran los dos países más comprometidos con compras de armas a EE.UU. México compró en el período 2005-2010 por 3,2 mil millones de dólares. Colombia siguió con 2 mil millones de dólares. Sólo estos dos países representan más de la mitad de las compras de la región a EE.UU.

República Dominicana adquirió armas por un total de 150 millones de dólares. Costa Rica (88 millones), Panamá (65,8 millones) y Venezuela (65,2 millones) fueron los países que siguieron en la lista de países del Gran Caribe que adquirieron armas en EE.UU.

A pesar de que en Costa Rica y Panamá no tienen ejércitos según establecen sus Constituciones políticas, compraron armas por un total de –entre ambos países– 153 millones de dólares entre 2005 y 2010.

Autorxs


Marco A. Gandásegui (hijo):

Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA.