Entrevista al Dr. Alberto Kornblihtt “Existe muy poco debate en la enseñanza universitaria”

Entrevista al Dr. Alberto Kornblihtt “Existe muy poco debate en la enseñanza universitaria”

En las páginas que siguen, el entrevistado nos da su visión acerca del rol de la investigación científica universitaria hoy en día, cuál es su aporte a la sociedad actual y cuáles serían los cambios necesarios para achicar la creciente brecha cultural entre generaciones.

| Por Alberto Kornblihtt |

Voces en el Fénix: –¿Cuáles son los principales obstáculos para la investigación científica universitaria en el capitalismo neoliberal?
Alberto Kornblihtt: –Creo que puedo extender la respuesta a la investigación científica estatal, lo cual incluye a la universitaria pero también a la del CONICET y otros organismos oficiales como el INTA, el INTI y la CONEA. No conozco la investigación científica en otro sistema que no sea el capitalista. No obstante hay diferencias fundamentales entre el capitalismo a secas y el neoconservadurismo fundamentalista de mercado, conocido como capitalismo neoliberal, al cual se refiere la pregunta. Experimentado por la Argentina en los años del menemato, del remate privatizador de las empresas estatales y de la reducción del Estado y de la educación pública, el neoconservadurismo fundamentalista de mercado desprecia consecuentemente la investigación científica. Los sectores dominantes de la economía no la consideran necesaria para transferir innovación tecnológica al sector productivo y de servicios, y el poder en general la considera peligrosa por su enorme capacidad de generar pensamiento crítico. Esto va de la mano de una propaganda de desprestigio de las universidades públicas con el único objetivo de fomentar el negocio y la ideología impartida en las privadas. Bajo una máscara que pretende “mejorar” la calidad de la investigación local, se implementaron políticas de ajuste y de excesivo disciplinamiento de las actividades de los investigadores científicos. El disciplinamiento, manifestado por exigencias burocráticas de niveles insospechados, creación de comisiones evaluadoras del nivel como la CONEAU donde se sientan a la misma mesa representantes de universidades públicas y privadas, buscó invertir la carga de la prueba, poniendo a los investigadores como culpables o responsables de la supuesta falta de calidad y eficiencia, en lugar de asumir que, de haber un problema, se trata de la falta de inversión estatal tanto en salarios como en recursos para investigar. Muchas de estas trabas y taras se han revertido total o parcialmente durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Se ha producido un cambio de paradigma y la ciencia y la tecnología pasaron a ser parte importante del discurso oficial, acompañado por medidas de aumento del número de plazas para becarios e investigadores, programas de equipamiento, repatriación y construcción de edificios, impulsado por el nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva. Algunas de estas medidas, como la jerarquización de los salarios, impulsada originalmente por el ministro de Educación Daniel Filmus, no han tenido continuidad en el tiempo. En el presente, los salarios de los investigadores han quedado postergados y su incremento anual relegado a una actualización incompleta respecto de la inflación.

En las áreas de las ciencias naturales, en los últimos diez años ha habido un conspicuo aumento de la calidad de la ciencia producida en la Argentina más allá del crecimiento vegetativo. No me cabe duda de que este mejoramiento es en gran medida consecuencia de las políticas implementadas desde 2003. No obstante, hubo otros factores importantes:
1. La explosión de Internet, e-mail y sistemas de acceso a bibliografía online ha acortado las distancias entre los centros de producción de conocimiento del Norte y los países con menores recursos, pero con tradiciones sólidas en educación y ciencia como el nuestro. Esto facilita las colaboraciones y agiliza los mecanismos de referato de los trabajos sometidos a consideración.
2. El tiempo transcurrido desde la vuelta de la democracia fortaleció el sistema de concursos abiertos para acceder a cargos universitarios, mayor transparencia en los mecanismos de evaluación de los actores y de sus proyectos, lo cual redundó en una disminución de la mediocridad en todos los niveles.
3. El aumento de calidad incipiente abre la posibilidad para los grupos de investigación locales de competir y acceder a subsidios internacionales. Esto genera un círculo virtuoso.

Evidentemente no todo es un jardín de rosas. En la actual coyuntura de devaluación, inflación y control riguroso de importaciones, se ha vuelto muy difícil la adquisición de insumos (reactivos) para la investigación experimental que en su mayoría son importados. Una de las razones de esta dificultad es que los subsidios para la investigación, otorgados en moneda nacional por ejemplo hace tres años, han perdido su capacidad de compra de insumos importados y no parece que puedan ser actualizados.

VF: –¿Es posible evadir las reglas del mercado y el predominio de la tecnocracia en la investigación universitaria?
AK: –Sí, es posible si se valora el poder transformador de la investigación básica y no se relega la actividad de investigación al mandato de aplicación o transferencia a corto plazo al sector productivo o al mercado. Reducir la actividad de investigación a la transferencia tecnológica sería tan grave como ignorar la necesidad de transferencia tecnológica. Son dos cosas paralelas que pueden converger pero que necesitan vida propia independiente. Debido a su tradición de universidades públicas de excelencia, gratuitas y abiertas en su base, sumado a los logros académicos en diversas disciplinas, la Argentina tiene una ventaja comparativa a nivel regional e incluso internacional para llevar adelante investigación básica de primer nivel, que no esté sujeta a las reglas del mercado. Una fuerte base de investigación básica original es la mejor garantía de que un porcentaje (estimado internacionalmente en no mayor al 10 por ciento) pueda resultar en transferencia al sector productivo o de servicios. Pero deben respetarse y apoyarse también aquellas investigaciones que se sabe que no pretenden resolver un problema social o económico en el corto plazo. Investigaciones donde el aporte cultural en la generación de conocimiento novedoso y en el descubrimiento de carácter general para una disciplina tiene un inmenso valor para nuestro país. Se conjugan en la actividad científica dos valores: el cultural y el de aplicación de lo encontrado. El cultural incluye la formación de nuevas generaciones de estudiantes, científicos y profesionales a través de la praxis de la investigación y no de la mera transmisión de conocimientos.

Lo cultural también incluye la ayuda a crear una opinión pública informada. Somos entonces los científicos los que podemos ayudar a entender y explicar con cierto rigor y fundamentación que reemplacen a explicaciones “chantas” problemas de interés de toda la sociedad como el calentamiento global, la minería a cielo abierto, los organismos genéticamente modificados, la fecundación asistida, el estatus del embrión, la identidad familiar de las víctimas de la dictadura, las enfermedades, la alimentación, el aprovechamiento de la energía, etc. Y por supuesto no me restrinjo a las ciencias naturales. Las ciencias sociales tienen un rol preponderante, sobre todo cuando se basan en datos y en hipótesis fundamentadas por observaciones o razonamientos lógicos encadenados y no en simples relatos difíciles de ser puestos a prueba.

VF: –¿Qué aportes de su disciplina impactan en términos éticos y políticos en la coyuntura actual?
AK: –Muchos de los temas relacionados con mi disciplina, la biología, tienen derivaciones éticas y políticas. La mayoría de ellos ha sido abordada rigurosamente por el Comité Nacional de Ética en Ciencia y Tecnología (CECTE) creado en 2001 por la Dra. Adriana Puiggrós y coordinado por la Dra. Otilia Vainstok. Entre ellos podemos nombrar los problemas de bioseguridad en la aplicación de biotecnología agropecuaria, la confidencialidad de los datos genéticos, la clonación humana reproductiva y terapéutica, las armas bacteriológicas y toxínicas, las investigaciones realizadas en instituciones científicas públicas financiadas por organismos de las fuerzas armadas de otros países y los conflictos de interés en comunidades científicas pequeñas. La transgénesis vegetal, por ejemplo, constituye un capítulo importantísimo de la biotecnología moderna, el cual ha despertado acalorados debates y medidas gubernamentales.

Las plantas transgénicas son organismos modificados genéticamente (OGM) y representan un desarrollo tecnológico cuya aceptación o rechazo entrañan tanto prejuicios como intereses económicos. Al igual que con cualquier variedad vegetal nueva, es imprescindible estudiar exhaustivamente la bioseguridad de cada variedad transgénica, esto es, comprobar que además del carácter beneficioso introducido (resistencia a virus, herbicidas, insectos, etc.) no presenta riesgos ni perjuicios comprobables para la salud humana y animal ni para el ecosistema. Es interesante destacar que el adjetivo “transgénico” sólo se refiere a la metodología por la cual se la obtuvo y no a sus propiedades; no califica de bueno ni de malo; no nos informa (aunque le pongamos una etiqueta al producto) de su seguridad o peligrosidad, ni de su “naturalidad” o artificialidad. Habrá transgénicos donde los beneficios superan a los perjuicios y viceversa, por lo cual no se los debe prohibir ni imponer en su conjunto, sino analizarlos individualmente, teniendo en cuenta los impactos biológicos, económicos y sociales de su empleo. Está muy lejos de mi ideología blanquear o convalidar prácticas inescrupulosas, monopólicas, destructoras de economías regionales o deformadoras de estructuras agropecuarias balanceadas causadas por el uso y/o abuso de OGM o de los herbicidas asociados. No obstante sería deshonesto para mí oponerme a los mismos basándome solamente en su supuesta artificialidad. Desde que el hombre se hizo sedentario hace aproximadamente 10.000 años ha venido aislando y cruzando individuos mutantes de poblaciones naturales de animales y plantas hasta crear las variedades hoy conocidas de plantas cultivadas y animales domésticos que claramente no existían “naturalmente” en la Tierra prehumana. El trigo, el maíz, el arroz, la vaca, la oveja y el cerdo son tan artificiales para la naturaleza de nuestro planeta como los OGM. El problema no está en su esencia sino en su uso, como en la mayoría de los productos de la mente humana.

VF: –¿Cómo influyen en la enseñanza universitaria?
AK: –Lamentablemente existe muy poco debate en la enseñanza universitaria sobre estos temas.

VF: –¿Cómo se manifiesta la brecha cultural entre las generaciones en su experiencia universitaria? ¿Cómo abordar el problema?
AK: –La brecha cultural es verificable. El deterioro de la educación secundaria (tanto pública como privada) se nota en la falta de una cultura general espacio-temporal (geografía e historia) en las jóvenes generaciones. También es cierto que en mi generación y la de mis padres nos preciábamos de tener una cultura enciclopedista y hoy… está Wikipedia, que honestamente me parece maravillosa. La forma en que está organizada Wikipedia es la mejor vacuna contra el neófito, contra el nacido ayer, porque hurga en el pasado, en los antecedentes del objeto o persona tratados. Dicho esto, aun cuando la brecha es grande, no la considero un obstáculo insalvable. La inteligencia y la capacidad de asombro de los jóvenes estudiantes persisten y se convierten en el mejor motor para el aprendizaje. Ahora bien, el maestro, el profesor, debe estar convencido de que le gusta aquello que enseña. Debe transmitir pasión genuina por el conocimiento que transmite. Debe desterrar el principio de autoridad y justificar sus afirmaciones con evidencias que las sostengan y no porque las dice tal o cual autoridad en la materia. Debe aprender a decir no sé. Si se dan estas condiciones, no hay brecha que moleste.

Autorxs


Alberto Kornblihtt:

Biólogo y Dr. en Química (FCEN-UBA). Profesor Titular Plenario en el Depto. de Fisiología, Biología Molecular y Celular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del CONICET en el IFIBYNE-UBA-CONICET.