Encuentros a oscuras

Encuentros a oscuras

La incorporación del lenguaje audiovisual pone en cuestión la hegemonía de la cultura letrada sobre la que se asentó la escuela desde sus comienzos. En las aulas, con los alumnos y los docentes, se propone aquí pensar al cine como motor de debates y movilizador de emociones y procesos creativos, antes que como simple representación de lo real.

| Por Alejandro Vagnenkos |

Una fría mañana de julio, antes de comenzar una charla sobre el cine en la escuela para equipos directivos, se me acerca un hombre de aproximadamente 55 años, alto, flaco, canoso, recordaba sus gestos, me extiende la mano y se presenta: “¿Cómo te va, Alejandro? Soy Carlos, el dire de la escuela 21 de Recoleta (había trabajado en ese barrio de la Capital Federal hacía más de diez años). ¿Te acordás de mí?”. Lo recordaba, un hombre muy serio, poco amable, con una visión muy estructurada de la escuela, de aquellos directores abonados a la nostalgia de un “tiempo pasado que fue mejor”, poco permeable a la lectura de los textos que formaban parte de la capacitación que participaba, y a poder pensarse de otra forma en la escuela. Intercambiamos un apretón de manos y me cuenta: “¿Te acordás de la película coreana que nos hiciste ver hace unos años? (se refería a un film coreano estrenado en el 2003, llamado Camino a casa, de la directora Lee Jeong-hyang)… Me provocó mucha angustia, es más, mi mujer me mandó a hacer terapia”, se ríe… “Después de un tiempo me di cuenta de que la angustia que me provocó esa peli tenía que ver con la relación con mi madre, una mujer que me crió en el campo como pudo. Desde que me vine hace 23 años a laburar a la ciudad, siempre me costó muchísimo relacionarme con ella… Cada tanto volvía, pero no me podía conectar y lo había dado por natural o mejor dicho por perdida esa relación. Pero algo me paso después de ver la peli y el debate que se armó con los colegas, y te lo quería agradecer. Pude armar otra historia con ella en estos últimos años de vida, no sabés lo que disfruto hoy de su compañía, cada día fui recuperando el tiempo perdido y te lo debo a vos y a la película… Ah, y de paso te cuento que también pude repensar mis propias prácticas en la escuela, je, je… también te lo debo”. Fin de la historia o principio de la misma.

“Usábamos” (término muy “usado” en educación) Camino a casa para debatir el rol de la tecnología en las aulas. Año 2004, los celulares y tantos otros dispositivos tecnológicos comenzaban a formar parte de nuestra cotidianeidad y, por supuesto, de la escuela, y Camino a casa nos ayudaba a pensar en esa relación entre generaciones. Pero a Carlos poco le importó el “uso” que le intentábamos dar. Fue por otros caminos: modificó su relación con su madre, pero seguramente podemos inferir que también lo hizo con los docentes que lo acompañaron en su gestión y con los alumnos que iban a su escuela, o por lo menos me gusta la idea de que algo así haya sucedido… Antes de irse, me miró y dijo: “Siempre usaste arito vos, te queda bien”. Carlos miraba diferente…

Alain Bergala (crítico, ensayista y director de cine francés), en su libro La hipótesis sobre el cine, dice: “En el cine, los encuentros importantes a menudo son los de las películas que van un poco por delante de la conciencia que tenemos de nosotros mismos y de nuestra relación con la vida. En el momento del encuentro, uno se contenta con recoger el enigma con asombro y acusar su golpe, su poder de conmoción. El tiempo de la elucidación vendrá después y podrá durar veinte años, treinta, o toda una vida. La película trabaja en sordina, su onda de expansión se extiende lentamente”. Carlos y yo sabemos que es así…

Trabajar con el lenguaje audiovisual en la escuela es una propuesta que implica correr riesgos, estar abiertos a que ocurra algo del orden de lo inesperado: desde los contenidos de los films hasta los cambios en los horarios y los módulos de las materias, pasando por la distribución de los espacios y la decisión sobre dónde mirar una película, la disposición de las sillas en una sala, o por la pregunta sobre quiénes son los docentes “autorizados” para pasar un film y cómo elegimos la película “apropiada” para este o aquel grupo de estudiantes y qué hacemos con aquello que sucede (o no) cuando termina la proyección. Tiempos, espacios y habitantes de la escuela son interpelados, y ello se convierte en una oportunidad para ampliar la experiencia escolar cotidiana.

Pensar en el cine como nuestro aliado, en la escuela como ámbito de producción y de confrontación de pensamiento, de debate; trabajar con aquello que nos provoca emoción. En una conferencia que dictó en nuestro país, el filósofo Philippe Meirieu se refería al trabajo específicamente pedagógico en estos términos: “Creo en la capacidad de conmover que tienen los relatos, esa conmoción de las personas implica poner en movimiento, no someter. Poner en movimiento es exactamente lo que significa la palabra ‘emoción’. La emoción no es detener a la gente donde está, sino poner en movimiento a la gente para permitirle ir hacia otro lugar. La función de conmover, de conmoción del relato, que tiene la historia también, es lo que hace al poder emancipador de los saberes. Debemos asumir entonces ese papel de la emoción: que la emoción ponga el pensamiento en movimiento”.

En un cuento de John Berger (pintor, ensayista, narrador y novelista), John encuentra a su madre sentada en una plaza de Lisboa. Ella lleva muerta más de diez años… Caminan juntos recordando imágenes de infancia: los viajes en tranvía, el cine… La madre le pregunta si prestó atención al elevador de la torre de Santa Justa. El elevador no va realmente a ningún sitio. Sube a la gente allí arriba y vuelve a bajar después de haber contemplado la vista desde la plataforma: “Pues fíjate, John, que las películas hacen lo mismo, te suben a algún sitio y luego te devuelven al lugar en que estabas; por eso, entre otras cosas, llora la gente en el cine”. Siguiendo a Berger podemos pensar al cine como un viaje que emprendemos, pero siempre con otros, y luego cada uno podrá contar qué viaje hizo. En la cercanía distante que produce, el cine nos permite sacar a pasear la mirada respecto de nosotros mismos: conversar con los fantasmas, con las propias inquietudes y preguntas, ver el propio lugar desde cierta extranjería.

Desde esta idea de “viaje “propongo partir para pensar las propuestas de incorporación del cine en la escuela secundaria, para luego crear espacios de debate con los jóvenes, frente a temas, situaciones y personajes que el cine nos devela.

1) Breve historia, personal, sobre la relación entre el sistema educativo y el cine

Entré al sistema educativo en 1970 y egresé en el 1996 como licenciado en Ciencias de la Comunicación Social. No recuerdo haber visto jamás una película en la escuela, solo dos en la universidad. Miraba bastante televisión, series y películas todos los días varias horas, iba al cine todos los fines de semana y luego, con la incorporación de la videocasetera en mi hogar, incrementé ese consumo.

Dos películas, en 26 años dentro del denominado sistema educativo. Decenas, cientos, me atrevería a decir miles de películas por fuera, algo habré aprendido en ese tiempo que llamamos “tiempo libre” pero, como dice la niña protagonista del film Stella (dirigido por Sylvie Verheyde), “hay algo de lo que me doy cuenta… Quizá no tengo el conocimiento necesario… Pero sé de fútbol… sé jugar al flipper… sé las reglas del billar… sé de naipes… Sé quién es sincero y quién miente. Sé cómo se hacen los niños. Sé de sexo. En lo demás soy pésima”. “Lo demás”, para Stella, es lo que intentan enseñarle en la escuela. Pongo en duda que la cuestión haya tenido que ver solo con los aspectos tecnológicos que no estaban “al alcance de la mano” (que claramente hoy nos benefician). Me parece más interesante poder discutir el “valor” que le otorgábamos a todo aquello que pertenecía al mundo fuera de los muros escolares y que representaba una amenaza para el formato escolar. La cultura letrada sobre la que se fundó la escuela excluyó durante muchos años los productos audiovisuales de la cultura de masas, acusando peligros morales para los jóvenes e identificando amenazas para las funciones tradicionales de la escuela.

Sí recuerdo muy bien la primera vez que llevé una película al aula. Comencé a dar clase en 1992, en 5º año de una escuela secundaria. Llevé Brazil (de Terry Gilliam). La materia se llamaba “Teoría de la comunicación”; no recuerdo los motivos precisos por los que elegí esa película, pero funcionó. Era una peli que –creía y deseaba– iba a entretener a mis alumnos, un film “futurista” del que luego íbamos a poder discutir y debatir sobre el presente, el pasado y el futuro de la sociedad, de las nuevas tecnologías del trabajo, de la estética, del consumo. Me hubiera encantando tener a mano algún recurso didáctico; no lo tenía, lo fui inventando sobre la marcha.

En el presente nadie duda de que el cine es un dispositivo único y maravilloso para trabajar con los alumnos en el aula, el tema sin lugar a dudas pasa por el ¿cómo? Solo debemos trabajar con films en la escuela porque la época así lo determina. “Vivimos en la era de la imagen”, se escucha por allí; “pasemos una película que eso a los pibes los entretiene”; “si es corta mejor, si no se aburren, se dispersan”. También: “Hola, Alejandro, vos que sabés de cine… estoy dando la cosecha del algodón en Estados Unidos. ¿Tenés alguna película para recomendarme?”. Otra profe me para en un pasillo y dice: “Che, ¿tenés algo de bullying?”.

Varios de estos pedidos genuinos, sinceros y respetuosos me convocan a pensar cómo “usamos” el cine en la escuela. El cine entendido como mera representación de lo real: así matamos la esencia del trabajo con el cine en la escuela, antes de que ingrese al aula. Queremos películas “educativas” o queremos películas que nos ayuden a educar.

Han pasado casi 35 años de mi primera experiencia con el film Brazil y sigue siendo una película que utilizo en distintos espacios. Como dice el gran director de cine francés Jean Luc Godard: “Son los espectadores quienes completan los films”. Luego de cada encuentro desarmo las pautas para pensar y debatir el film y armo otras nuevas.

2) Los docentes como multiplicadores

¿Una institución como la Educación nacional puede hacerse cargo del arte (y del cine) como un bloque de alteridad? ¿Corresponde a la escuela hacer este trabajo? ¿Está bien situada para hacerlo? La escuela, tal como funciona, no está hecha para este trabajo, pero al mismo tiempo hoy en día es, para la gran mayoría de los niños, el único lugar donde este encuentro con el arte puede producirse. Así, pues, está obligada a hacerlo, aun a riesgo de que tambaleen un poco sus hábitos y su mentalidad, pues para la mayoría de los niños, la sociedad ya no propone más que mercancías culturales de rápido consumo, rápida caducidad y socialmente obligatorias. Si el encuentro con el cine no se produce en la escuela, hay muchos niños para quienes es muy probable que no se produzca jamás.

Alain Bergala, La hipótesis del cine.

Antes de ingresar con el cine a la escuela, debemos sin dudas comenzar por “convencer”, “persuadir” a los docentes. ¿Hay posibilidades de poder transmitir algo que no se conoce, que no se disfruta, ni en el ámbito público ni en el privado? La pregunta sobre el consumo cultural de los docentes es una pregunta difícil, que incomoda, pero válida a la hora de pensar la utilización de un artefacto cultural como lo es el cine en la escuela.

Casi siempre cuando llego apagan la luz, cierran las ventanas, oscurecen la sala y me miran… Como me han enseñado los muy buenos amigos y amigas pedagogos y pedagogas (y no lo digo en broma), antes de pasar la película debemos “enmarcarla”, “justificar” de alguna forma por qué vamos a “trabajar” con esta película. Los rostros me dicen lo contrario: “Dale, poné la peli, después charlamos”. Intuyo que lo queremos “enmarcar” poco importa, nos piden a gritos “dejame entrar” en ese mundo que traés en un VHS hace años, luego en un DVD y hoy en un pendrive. Lo intento pero no lo logro. Antes de pasar una peli me tomo mis quince minutos explicando el porqué de la elección, datos del director, referencias de películas anteriores, referencia bibliográfica… Pocos escuchan, se acomodan, se preparan unos mates, se relajan los cuerpos, pero la luz la apago yo.

Una docente de Roque Pérez (provincia de Buenos Aires), luego ver la peli Stella, ya sobre el cierre del debate, pide la palabra y dice: “Me di cuenta de que, sin quererlo, humillo a varios de mis alumnos. Creo que debo cambiar mis prácticas”… Tarea cumplida.

Otro de los temas a pensar es quiénes son los autorizados a pasar una película en la escuela, como si existiera un saber “experto” necesario a la hora de analizar un film. Lamento decir (a pesar de tener menos trabajo) que esto no es así; cualquier docente que esté dispuesto a trabajar con las emociones, las sensaciones y los humores que despierta una buena película habrá triunfado en su tarea y para eso sí que están preparados los docentes.

Mientras escribía este artículo, dando clases en una universidad para un grupo de profes que están estudiando la licenciatura en educación, cerramos la clase diez minutos pasadas las diez de la noche. Emprendo el regreso a mi hogar, veo a cuatro de ellos en el estacionamiento y me dicen: “Profe, nos vamos a comer una pizza y a seguir discutiendo la peli, no nos ponemos de acuerdo y la vamos a seguir ahora”. Vimos juntos La gran seducción (un film canadiense del director Jean-François Pouliot), la discutimos, les brindé algunas consignas para poder pensarla, logramos pocos acuerdos, la siguen en una pizzería, seguramente luego por alguna red social y el día de mañana en la escuela, espero y deseo que así sea. Llego a mi casa, pasadas las once, abro correos y veo un mail de la docente que me acompañó ayer con esta misma película en otra comisión:

Quería comentar que me pareció muy buena la clase de hoy, y muy enriquecedora la película La gran seducción. Pero quería aclarar por el foro, ya que en clase no pude terminar la idea, el tema que salió en discusión sobre el sentido de pertenencia de los estudiantes con la escuela…

Desde mi punto de vista existió un sentido de pertenencia en un pasado, en el contexto de la ley 1420. Donde el sistema educativo tenía un objetivo claro, alfabetizar a la población.

¿En ese momento, quién no quería aprender a leer y a escribir?

A mi parecer, fue una estrategia clave de seducción para llevar a cabo ese sentido de pertenencia.

Entiendo, también, que la idea de alfabetizar y universalizar un lenguaje llevó a tensiones. Pero leyendo aquel contexto, con la idea sarmientina de “Civilización o Barbarie”, se entiende que los pueblos al sentirse discriminados, excluidos y odiados por la sociedad, quisieron sentirse y comenzar a ser parte de la misma.

¿La escuela de hoy, seduce? ¿Por qué? ¿Cómo seduce/seduciría? ¿Qué transformaciones se darían en una escuela donde su comunidad educativa tiene un fuerte sentido de pertenencia con ella? ¿Qué herramientas tenemos, como docentes, para llevar eso a cabo?

Me imagino que luego del debate en la pizzería se armó un grupo de profes que se replanteó sus prácticas profesionales y organizó en la escuela un ciclo de películas y conferencias para abordar temas que a los jóvenes les preocupaban, y a partir del ciclo de cine entra a jugar su espacio la literatura, la novela hace su irrupción en la escuela, los alumnos consumen films y novelas, conocen el mundo a través de estas historias… Aunque seguramente encontrar una pizzería abierta en Hurlingham a esa hora habrá sido prácticamente imposible y luego de cinco cuadras de caminar juntos, desestimaron la idea y cada uno haya seguido su camino, a la escuela mañana se entra muy temprano, “hay que madrugar” dijo Luis y no dejó escapar el primer bondi que vio pasar.

3) Políticas públicas

Recibo este mail:

Deseo compartir lo que nos sucedió cuando llegó el Archivo Fílmico al cole. Al principio las películas estuvieron guardadas en su respectiva caja, pero de a poquito nos fuimos animando a utilizarlas. Mucho más cuando inicié este taller, el que me permitió charlar en la sala de profesores con los otros colegas cada una de las pelis que íbamos viendo juntos aquí.

Antes que llegara el Archivo, en las horas libres los chicos llevaban películas para ver y la propuesta fue que en lugar de ver esas pelis primero viesen y analizasen cada una de las 36.

Para una cuestión de organización habilitamos una grilla con el nombre de las pelis y columnas para cada curso en el que se hiciese una X por cada película ya vista. Esta hoja estaba guardada junto a las películas y la consigna final era que en un afiche se dejara un mensaje luego de haber trabajado con las fichas. Habilitamos para eso una pared para exponerlos. Fue sumamente enriquecedor porque en algunos casos hasta complementaban con dibujos o grafitis.

(Relato de una docente de Escobar, provincia de Buenos Aires).

En el año 2013, desde el Ministerio de Educación de la Nación pensamos en desarrollar una política pública de trabajo con el lenguaje audiovisual en la escuela secundaria. En los fundamentos de la propuesta decíamos: “Poner a disposición de la comunidad educativa películas que permitan la emergencia de otros modos de afectación en el espacio escolar; la posibilidad de mantener la incertidumbre ante la mirada propia y la ajena, de vivenciar otras sensibilidades, de construir colectivamente reflexiones derivadas del acto de ver con otros”.

Inscribimos la propuesta en una iniciativa que llamamos “Programa Imágenes, Jóvenes y Escuelas”. El fin era desarrollar el trabajo pedagógico con imágenes en las comunidades educativas del país, y consistió en la provisión de una colección de películas de alta calidad narrativa, expresiva y estética. El Archivo Fílmico Pedagógico “Jóvenes y Escuelas” puso a disposición de las 9.000 escuelas secundarias de gestión pública dos cinematecas idénticas con 36 películas cada una, la primera para uso exclusivo dentro de la escuela y la otra para que los filmes circularan entre docentes y estudiantes, a fin de que pudieran compartirlos con sus familias y amigos. Las películas incluidas eran de 16 nacionalidades diferentes, habían sido realizadas en el período comprendido entre 1996 y 2013 y abordaban temas y problemas presentes transversalmente en las políticas del Ministerio de Educación de la Nación (la ampliación de los derechos democráticos; la consideración de jóvenes como sujetos de derecho; la educación sexual integral; la memoria de nuestro pasado reciente; las nuevas tecnologías; las relaciones intergeneracionales). A esta colección se le sumó, en el caso de los Institutos Superiores de Formación Docente, un kit con 5 películas más (41 en total), que abordaban específicamente problemas del rol docente en la época contemporánea.

Junto a las dos cinematecas distribuidas en cada escuela secundaria de gestión pública, el archivo fílmico pedagógico incluyó la entrega de tres libros con 36 fichas de autor sobre las películas, escritas por especialistas y personalidades del campo cultural. Estos ensayos contribuyeron a explicitar el sentido de la inclusión de cada film en la colección, tanto en relación con la trama didáctica como con el contexto de transformaciones y retos que debe afrontar la escuela contemporánea.

La segunda línea de trabajo del Programa Imágenes, Jóvenes y Escuelas fue el ofrecimiento de instancias complementarias de formación docente respecto de las problemáticas de la imagen y la mirada.

El 30 de noviembre del 2015 Ariel Bensayag, un docente mendocino que trabajaba en el proyecto, me reenvía:

Estimados: Comparto con ustedes el relato audiovisual de Soledad –que está participando del Taller de Experiencias– sobre la llegada de Archivo Fílmico a la Escuela de Educación Secundaria Nº 4, Ingeniero Maschwitz, Distrito Escobar.

Es a quien le pedimos las fotografías la semana pasada, tras su relato en el foro. Decidió contarlo de este modo: https://www.youtube.com/watch? v=j-oI2xAQxxw&feature=youtu.be

Otra caricia en estos días inciertos, tras el sueño y el esfuerzo realizado, cierra el mail.

El camino está en marcha y en construcción, una política pública y de alcance nacional brindará la posibilidad de continuar desarrollando estrategias para la incorporación del cine en la escuela. En esta película la última placa negra no dice “fin”, dice “continuará…”.

Autorxs


Alejandro Vagnenkos:

Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social de la UBA, diplomado en Gestión de las Instituciones Educativas de FLACSO. Realizador integral de cine y televisión. Profesor en UNAHUR. Diseñó y coordinó los proyectos “Archivo Fílmico Pedagógico, Jóvenes y Escuelas” y el libro Presente – Retratos de la educación argentina para el Ministerio de Educación de la Nación.