Editorial: Vivir en un mundo en conflicto

Editorial: Vivir en un mundo en conflicto

| Por Abraham Leonardo Gak |

A lo largo de la historia los grandes imperios que han logrado trascender más allá de su propia existencia lo han hecho por haber dejado en los territorios sometidos un bagaje cultural que en algunos casos llega hasta nuestros días. Ejemplo de esto son los imperios romano, inca, azteca y, en alguna medida, Esparta y Atenas.

Esa herencia cultural, viva en costumbres, construcciones y hasta en cosmovisiones, es la verdadera marca de la existencia de un imperio.

Pero si esa dominación se basa únicamente en el poderío económico y militar difícilmente haya una cultura heredada por los pueblos sometidos.

Eso es lo que pasa hoy en día con la hasta ahora hegemonía estadounidense. Si bien con el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos se constituyó en el gran poder imperial y su expansión fue facilitada por una agresiva política económica desarrollada a partir de tratados de libre comercio abusivos respecto de los países que oficiaron de contrapartes, en los últimos años entró en una etapa de retroceso que parece inexorable, y que sólo se sostiene a partir del poder de fuego de sus fuerzas armadas.

El poder económico y militar ejercido deja como herencia miseria, dolor, resentimiento y grandes desigualdades entre países y al interior de los mismos.

Lo notable de esta época es que se suma a estas limitaciones la fuerza económica del sistema financiero internacional que no sólo no produce bienes, sino que mueve intereses tan significativos que capturan a países que pretenden ser potencias y los someten a sus dictados.

Ante un escenario de estas características, cuando el poder se empieza a diluir, y la cultura exportada e impuesta no logra hacer mella en los territorios conquistados, sólo queda el poder de las armas para sostener lo que la ilusión de un bienestar futuro ya no garantiza.

Como bien se señala en varios de los artículos de la presente edición, Estados Unidos se volvió potencia hegemónica después del fracaso de la experiencia del “socialismo real”. Apoyado en una narrativa que hacía hincapié en el discurso de la defensa de las libertades individuales, de la justicia y del bienestar colectivo y bajo la necesidad de mayor independencia en la disposición de bienes imprescindibles para su desarrollo, como por ejemplo los hidrocarburos, la potencia del norte dio un giro discursivo, adoptando el rol de garante de la democracia y la libertad a nivel planetario y convirtiéndose, en realidad, en un gigante guardián de sus propios intereses y so pretexto de la lucha contra el terrorismo, implantó la doctrina de la guerra preventiva bajo criterios de extraterritorialidad sin precedentes en la historia universal.

Desde luego, todo esto no hubiera sido posible sin un desarrollo formidable de la ciencia y la tecnología, elementos fundamentales para ejercer la dominación, y que fueron sumamente efectivos tanto al momento de elevar los niveles de producción de bienes como de ampliar las capacidades técnicas del conglomerado militar.

Hoy en todo el mundo surgen nuevos actores, nuevas potencias que le disputan la hegemonía y bajo valores diferentes a la pura dominación militar ponen en jaque la estructura unipolar del sistema internacional.

América latina, en particular Sudamérica, sufrió en carne propia el período de apropiación externa de sus riquezas y hoy comienza a buscar un camino propio e independiente frente a los grandes intereses en pugna en pos de corregir las tremendas desigualdades que el sistema legó a la región.

Lograrlo dependerá de la decisión política y la participación de los propios pueblos de Nuestra América. Sólo así será posible terminar con la desigualdad, la pobreza y la muerte que un sistema basado en las armas insiste en imponernos.

Autorxs


Abraham Leonardo Gak:

Director de Voces en el Fénix.