El inasible futuro de nuestros días. Localidad, medioambiente y experticia
Las luchas de los movimientos sociales vinculadas a cuestiones ambientales siguen siendo de las más dinámicas en nuestra región. Con el correr del tiempo y la democratización de la ciencia, la sociedad toma conciencia de que el riesgo nulo ya no existe y que hay eventos imposibles de catalogar como catástrofe natural. El rol de la ciencia como sustento de las prácticas de los grupos movilizados.
A fines de los años ’80, José Luis Coraggio se preguntaba, como experto de la cuestión regional, acerca de lo que habría que proponer en aras de la transformación social al servicio de las masas trabajadoras en América latina. Le inquietaba en su tiempo entregar guías de acción para movimientos contestatarios y planteaba la necesidad de proponer objetivos que sirviesen de guías para estos movimientos.
Si bien considero que el ejercicio de poner la pregunta acerca de la cuestión regional es importante, también concuerdo en que lo es el acto de atreverse a hacerlo, auscultando las propias habilidades, actitudes y comportamientos afines a ese ejercicio. Instalar la pregunta es verbo, acción y, por qué no, es práctica.
Así las cosas, si la inmersión en prácticas que irían contribuyendo a que el ejercicio reflexivo se enriquezca nos conduce a la subversión de una comarca, región o nación, esto seguiría encarrilándonos en la vía correcta: los futuros posibles e impensados. El territorio dibujado, planeado potencialmente controlado es territorio vivido, reflexivo y simbólico a la vez. La naturaleza como fin nos podría ayudar a reconocer cuán deseable resulta plantearse preguntas desde sitios irrigados y qué pertinente resulta instalarlas en nombre de aquellos territorios secos y devastados. Aunque no es menos cierto considerar cuán imprevistas y novedosas han demostrado ser las respuestas que grupos contestatarios han dado a la pregunta por lo territorial, hoy más reconocidas como las políticas escalares de los grupos de base.
Si situásemos a los expertos aquí y a los grupos contestatarios allá, no podría encontrarse mucho sentido a un plan seguro y controlable. La ilusión de un presente aquí y el futuro más allá controlado tampoco se mantiene. Pareciera que la aparente quietud del experto reflexionando sobre las condiciones de existencia de un grupo de seres y cosas, representados en modelos ordenados y funcionales del futuro, ha llegado a su fin, al menos por un tiempo. Más que modelos a representar son modos de comprender, experimentar y comunicar del lado de los activismos y las comunidades en su coexistencia problemática, desigual y marginal, lo que se afinca. Intelectuales orgánicos e inorgánicos se están imbricando en situaciones imprevistas con sentido.
Para quien se interese en los vínculos sociedad-naturaleza, cuán revelador podría resultarle escuchar, fortalecer y acompañar a los propios protagonistas de las acciones de defensa local y territorial, y aquí los animales y cosas también tienen su pódium. Sus formas han cambiado y sus acciones colectivas también. Más que la reacción frente a un Capital, es una lucha existencial, no compensable ni mitigable. Las luchas colectivas por el acceso al agua en Chile son un ejemplo flagrante. El acceso al agua significa en este país el acceso al mercado de los derechos de agua, tan lucrativo y especulativo donde los haya. Aquí pareciera que la pregunta de Coraggio sobre la cuestión regional no podría ser monocorde. Los grupos articulan sinfonías de objetivos, tantos como los apoyos de personas, grupos y alianzas posibles. El llamado de colectivos de distinta naturaleza es claro: reunir intenciones y esfuerzos porque la lucha del agua es, al decir de Rodrigo Mundaca, representante de la organización chilena Movimiento por la Defensa del Agua, Protección a la Tierra y Respeto al Medio Ambiente (MODATIMA), dentro de la lucha por los derechos sociales, derechos por la educación, por las pensiones de los trabajadores, una lucha mayor. Para este dirigente cambiar el orden de las cosas requiere de un encuentro mancomunado entre organizaciones de distinta naturaleza.
Por cierto, combates invisibilizados por los medios de prensa masivos. Si en Chile los grupos recuerdan que el “el agua es un derecho y no un privilegio” y en la Argentina se grafitea que “el agua vale más que el oro”, en Guatemala Thelma Quixtán, la reina indígena de She Lajuj Noj, reconoce que “fuimos abatidos y humillados, pero la raza jamás fue vencida”, mientras que en Panamá, frente al proyecto hidroeléctrico Barro Blanco, la cacica Silvia Carrera reconoce que la lucha no es por que se genere más o menos electricidad para el país, sino es una lucha por el “verdadero desarrollo para nuestra comarca, donde el pueblo Ngäbe-Buglé sea el que directamente decide sobre su futuro”.
Siguiendo las ranuras por donde se libera la energía de cada una de las resistencias podemos reconocer distintas reivindicaciones, cada lucha moviliza su acervo histórico cultural, sus propias dinámicas irreductibles, sus liderazgos. En territorios con lógicas estructurales socioeconómicas similares no necesariamente se encienden conflictos similares, en algunos ni siquiera se enciende nada. Las luchas son particulares y desde ellas se desbordan los supuestos estructurales previos, quizá dentro de ellas se aloja una energía que se resiste a su generalización. Si bien el agua, el territorio y la soberanía en general se funden con la lucha del pueblo latinoamericano en particular, también es cierto que cualquier arenga va teniendo sentido de la mano de acciones, acuerdos, logros, creaciones e incluso sorpresas específicas.
Una planificación no podría presentarse ex-ante como un manto territorial todo-abarcante que aterriza sobre los territorios vividos, los cuales deben ser ejecutados por los tomadores de decisión y políticos para que ellos los echen a andar. La planificación lineal tradicional da paso a una noción de planificación que se concibe como resultado, no como insumo, proveniente, por ejemplo, de un proceso donde las partes interesadas sean tenidas en cuenta, o sea, sus puntos de vista estén incorporados en los procesos de cambio territorial, productivo, y tecno-ambiental deseados. La planificación contemporánea se concibe como resultado de un proceso de apropiación territorial, el cual no puede hablar desde unas pocas voces lejanas.
Los argumentos para concretar planes y programas territoriales participativos son variados. Al tratarse los ecosistemas como una cuestión pública, normativamente se apela al enmarcado de derechos humanos, instrumentalmente se recurre a las perspectivas de la gestión apropiada de los bienes comunes, o al uso eficiente de los recursos naturales, así como también se recurre a la necesidad de aprendizajes institucionales a través de cosmopolíticas, donde humanos y no humanos coexisten híbridamente. Desde esta última arista la participación no sería exclusiva de las instituciones formales.
Ahora bien, si la atención sigue estando en la posibilidad de planificar, resta destacar que para las comunidades movilizadas resulta crucial que se cumplan los acuerdos pactados, su seguimiento y monitoreo van fundando las confianzas que mantienen lazos locales articulados con grupos globales de forma más o menos estabilizada.
Ahora no existe una regla de oro para ello, la mantención y cuidado de estas confianzas por más tiempo resulta una tarea compleja e inestable. Los grupos movilizados por cuestiones medioambientales no necesariamente comparten una identidad definida.
Como recuerdan Diani y Della Porta, los movimientos sociales han sido durante mucho tiempo identificados con el conflicto colectivo poco estructurado, a partir del cual se interconectan cientos de grupos y organizaciones, muchos de ellos de corta duración, espacialmente dispersos, careciendo de una comunicación directa, una sola organización, y un liderazgo común. Algunos grupos pueden episódicamente participar en muchos tipos diferentes de acción local colectiva. Eso sí, para el caso de los conflictos, resistencias y luchas medioambientales lo local va enmarcando fuertemente las acciones colectivas.
Con lo local no nos estaríamos refiriendo a un ámbito exclusivo jurisdiccional o geográfico territorial, sino a todo aquello que estaría contribuyendo a que personas, cosas, grupos, redes den respuesta a la pregunta por lo que está pasando aquí. Se trataría más bien de un esquema de interpretaciones que estaría actuando como incentivo para enlistarse en acciones colectivas. Desde muchos lugares se demandan modos locales de producción, se interpela a las instituciones por la preservación de especies únicas, se generan alianzas por salvar culturas para mantener la biodiversidad y la autodeterminación. El encuadre hacia lo local viene legitimando luchas contra proyectos hidroeléctricos de represas, planes mineros y de integración al estilo de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA), donde puertos, viaductos, gasoductos o torres de alta tensión proyectan las dianas hacia las cuales las organizaciones apuntan.
Retomando las preguntas de Coraggio, más necesario que formular objetivos novedosos para reavivar resistencias y grupos organizados, parece oportuno robustecer los esfuerzos que las localidades están articulando para politizarlos en la arena pública. Aquí, volvemos a Nicolo Gligo, quien dentro de su actualización sobre los estilos de desarrollo enfatiza la necesidad de concretar vínculos entre disciplinas distintas como una de las tareas pendientes. Los científicos y expertos conservacionistas están actuando como interlocutores y traductores del mundo natural, atmosférico, global. Del lado de los activistas, los científicos, expertos y sabedores sacan la voz de aquellos que no están en los parlamentos para defenderse, tales como especies en extinción, comunidades indígenas aisladas e indeterminaciones no consideradas. La democratización de la ciencia está socavando los supuestos que antaño servían a los tomadores de decisión para acallar a los grupos concernidos. El riesgo nulo ya no existe.
La inquietud de la ciudadanía es tan grande que las desconfianzas marcan la pauta de lo que está resultando imposible de catalogar como catástrofe natural. Todo está dentro del mundo de los riesgos, de aquello que se tomó y se desechó en el proceso de toma de decisiones, por ejemplo, para que una situación catastrófica ocurriese. La naturaleza es parte de la cultura de los riesgos ante desastres. Es la era del antropoceno. Si bien ya no hay sitio intocable de la naturaleza, todavía hay mucho de ella que no sabemos y ante la cual parece ilusorio plantear seguridad absoluta. Es así como nociones como la de ciencia posnormal demuestran que las incertidumbres que se presentan están vinculadas a la magnitud de lo que está en juego. La ciudadanía desconfía de verdades monolíticas. Saber y poder se entremezclan problemáticamente en nuestros tiempos.
Personas de la academia, provenientes de centros de investigación confiables para las localidades, conocedores de los territorios, equipados con artefactos, sistemas de telemetraje, análisis de muestras provenientes de laboratorios prestigiosos, modelos de simulación, todos juntos sirven como ensamblajes de conocimientos, saberes y personas capaces de modificar las posiciones en las cuales los grupos se encuentran en un conflicto particular en una etapa específica. Las prácticas científicas partidarias y disidentes pueden actuar como prácticas detonadoras de acciones contenciosas sorpresivas en la arena pública. En otras palabras, pueden ayudar en la política escalar de los grupos movilizados. Desde muchos sitios se defiende y reivindica lo local.
Con todo esto, las preguntas de Coraggio se actualizan en direcciones distintas, tales como situarse del lado de los grupos movilizados para fortalecer sus objetivos y enmarcados locales articulando guías de acción interdisciplinares. Estas ideas podrían de algún modo proyectar futuros, que aún siendo inasibles, se afirman en un pasado-presente contencioso. Aquí los Estados-Nación de la región siguen interpelados, no sólo ante las reivindicaciones de los grupos de base, sino ante la sed de aquellos países capaces de adueñarse de la soberanía de los recursos naturales en lógicas glocales subrepticias.
Autorxs
Gloria Baigorrotegui:
Académica Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.