Del crisol de razas al horizonte pluricultural

Del crisol de razas al horizonte pluricultural

Aunque la historia nacional tendió a definirla a partir de sus carencias, la región nordestina puede ser repensada desde su enorme diversidad cultural y lingüística. Distintas manifestaciones del arte revitalizadas en los últimos tiempos tanto desde las políticas públicas como desde las comunidades corren el riesgo de debilitarse en el presente contexto.

| Por Francisco Tete Romero |

¿Qué es la cultura? ¿Qué es el nordeste? ¿Qué sería un estado de la cultura del nordeste? Tres interrogantes para abordar el tema de este artículo sobre “El estado de la cultura en el NEA”.

Somos coetáneos de una transformación del concepto de cultura. Sin embargo, el viejo paradigma de la cultura como las “bellas artes” todavía persiste, así como también su noción de quiénes son los sujetos productores de cultura y quiénes no lo son. Por eso mismo, nombrar a la cultura en plural como las culturas y reconocerle su dimensión de derecho humano fundamental –los llamados de cuarta generación– produce una ruptura epistemológica en relación con la visión de mundo que la sitúa en un centro, en una tradición, en puntos aislados de un mapa citadino desde el que se los piensa como excepción y privilegio.

1. El nordeste como espacio argentino del Gran Chaco Americano

“A propósito del Nordeste Argentino, cabría decir además que acaso una característica notable de esta región, y que le da unidad, es el hecho de ser probablemente una de las regiones más desconocidas del planeta e incluso bastante ignorada en nuestro país: la región guaranítica o Gran Chaco, junto con las viejas misiones jesuíticas, abarca el este de Bolivia, toda la República del Paraguay, el sureste del Brasil y el nordeste de la Argentina (hasta el norte de Santa Fe)”. Así escribe Mempo Giardinelli en su prólogo del libro Pertenencia, Cuentos y Relatos del Nordeste Argentino.

“¿Qué entendemos cuando hablamos del Gran Chaco americano?”, continúa Giardinelli. “El espacio interior de Sudamérica, la vasta región chaquense entendida como el corazón geográfico de la América del Sud”.

Región más desconocida, periferia, también “desierto verde” y a fines de los noventa UGI (Unidad Geoeconómica Inviable), tal como la definían los informes de fundaciones de economistas ortodoxos. Palabras para definir nuestro lugar desde su pobreza y carencia. Frente a ellas, la apertura de otro horizonte de sentido: corazón geográfico sudamericano.

2. Estado de las culturas nordestinas
Hacia otro paradigma cultural

La tragedia que nos aconteció en 2001 significó un parteaguas en nuestra conciencia para pensar la Nación y pensarnos nosotros como nordestinos. Representó un quiebre de un modo de concebirnos no ya como región pobre –culpable de su pobreza– sino como provincias empobrecidas por políticas económicas y matrices culturales.

La primera tarea que debimos emprender para descolonizar nuestras ideas, nuestros sentimientos y lenguajes de los paradigmas colonizadores, fue desenterrar los orígenes extraviados de nuestro nombre, porque no designa solo a una provincia sino a la génesis cultural vedada de una región que abarca cuatro países sudamericanos.

Había –y hay– que emanciparse del imaginario cultural del “crisol de razas”, porque este supone una olla en la que se funden todos los elementos y al fundirse pierden sus atributos distintivos. Y los pierden porque si no hay reconocimiento del aporte de cada una de las culturas que nos conforma, no hay respeto, y si no lo hay, lo que se funde y extravía de nuestra memoria son sus raíces históricas y culturales.

Por eso hay que repensar al Gran Chaco desde la diversidad cultural y lingüística que nos constituye, como nuestra mejor riqueza y no como carencia, como ocurrió en la mayor parte de nuestra historia nacional, como aún nos sucede.

Su origen etimológico nos remite a las voces de las dos grandes culturas andinas: la aymará y la quechua, esta última de gran gravitación en nuestras tierras. En el idioma runa-simi, la palabra Chacú, nos explica Ramón de las Mercedes Tissera en su libro Chaco, Historia General, significaba coto de caza, lugar donde se practicaba la gran cacería, y designaba al sistema de caza institucionalizado por el imperio Inca. Se trata de una voz exótica pero profundamente resignificada por la tradición nativa de nuestros pueblos originarios, que le atribuye una acepción sustantivamente distinta: “junta o encuentro de naciones”.

En Misiones y en Corrientes se produjo además la recuperación del pensamiento artiguista bajo la reivindicación de su lugarteniente el guaraní Andrés Guazurarí, el Comandante Andresito, quien fuera gobernador interino de la segunda y jefe político militar de la primera, en la que llevaría a cabo la única reforma agraria que conoce hasta hoy nuestro país.

El emplazamiento de dos grandes esculturas de Andresito en sitios visibles de las costaneras de Posadas y Corrientes capital, frente al río Paraná, generó arduos debates políticos, en especial entre los correntinos, pero en realidad lo que se discutía –y discute– es desde qué visión o paradigma cultural revisitamos la historia –nuestra política de la memoria–, es decir, si la seguimos rescribiendo en los viejos términos de civilización y barbarie, o si en cambio indagamos, por ejemplo, como lo hicieron y están haciendo algunos historiadores, artistas populares y organizaciones sociales en esas dos provincias, en la clase de proyecto de país que Artigas presentó junto a las provincias del Congreso de los Pueblos Libres, entre 1813 y 1815, el de una confederación federal cuyo modelo eran los Estados Unidos de Norteamérica, pero situada según las necesidades de desarrollo de Sudamérica. Porque lo hacen no desde la nostalgia, sino desde el redescubrimiento de la vigencia de aquel proyecto inconcluso, tal como escribe el historiador misionero Pedro Camogli y filma el cineasta correntino Camilo Gómez Montero o lo sostiene la CTA de esa provincia.

El estado de desarrollo y promoción de nuestras diversidades – La dimensión institucional

El período comprendido entre 2003 y 2015 representó para la cultura argentina un notable avance en la creación y desarrollo de políticas públicas culturales tanto nacional como provinciales. Por un lado, esto se puso de manifiesto en una nueva legislación –en mejor financiamiento de la existente, como, por ejemplo, la del Instituto Nacional de Teatro o el INCAA–, y por ende, en una más sólida institucionalidad, en un incremento exponencial de la infraestructura cultural en todo el país, en una renovada puesta en valor de su patrimonio y en un incremento de sus presupuestos. Por otro lado, se pensó y debatió nacionalmente qué clase de políticas públicas y qué proyecto cultural necesitábamos para un proyecto nacional soberano. Pensemos por caso que el Primer Congreso de Cultura que tuvimos en 201 años de historia se realizó en Mar del Plata en el 2006. Luego vinieron el de Tucumán en 2008, el de San Juan en 2010 y el de Chaco en 2013. Lo mismo podemos decir de los congresos provinciales y regionales, casi sin antecedentes antes del 2003.

Ahora bien, si concebimos a la cultura de forma holística, integramos a lo ya expuesto un aporte sustantivo desde el Ministerio de Educación, cuyo incremento presupuestario en relación al PBI nacional –pasó de 3,2 por ciento al 6,5– permitió, entre otras cuestiones, la provisión de 96 millones de libros en doce años, con una cuidada selección bibliográfica de temas, autores y geografías, de la que participaron equipos académicos de todo el país (26 millones de libros para las cuatro provincias del nordeste), y 5 millones de netbooks (más de 600 mil para el NEA). Vale la pena destacar además las creaciones de los canales Encuentro y Paka Paka, que contribuyeron a democratizar y federalizar nuestra mirada para pensar la Argentina y el mundo desde los paradigmas de la complejidad y diversidad. Pero sin dudas fue la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual el acontecimiento cultural nacional que produjo una ruptura en las relaciones entre comunicación, cultura y democracia. Porque si bien muchos de sus enunciados y propósitos no fueron cumplidos, se generaron condiciones de posibilidad para la producción de contenidos audiovisuales que dieran cuenta de nuestra compleja diversidad.

Lo que sucedió en el nordeste no fue la excepción. Se produjo, por ejemplo, la jerarquización institucional de las áreas de cultura, con la creación de dos institutos de Cultura provinciales, uno en Chaco, otro en Corrientes, el mejoramiento sustantivo de los presupuestos provinciales destinados a su financiamiento –en el caso de la del Chaco, la ley establece el 1 por ciento del presupuesto provincial, tal como lo recomienda la UNESCO–, la creación de consejos provinciales de Cultura y leyes específicas de fomento y desarrollo, que permitieron un mayor despliegue de las posibilidades de desarrollo cultural.

Sin embargo, no fue posible la sanción de una Ley Federal de las Culturas –el anteproyecto llegó hasta la Comisión de Cultura de Diputados en agosto de 2015–, que fijara un presupuesto digno, un alcance federal para el desarrollo de políticas públicas en el marco de un proyecto cultural de Nación, que permitan el cumplimiento de los derechos culturales de los habitantes del suelo nacional y la participación de los sectores de las culturas en la gestión de tales políticas, tal como lo pidieron quienes participaron de los más de 50 foros de debate realizados.

En cuanto a lo que existe, el grado de cumplimiento de las legislaciones es parcial, asimétrico, poco federal, y guarda estrecha relación con la dificultad que tiene la política argentina para valorizar el rol que tiene la cultura para el desarrollo humano, a la hora de otorgar o cumplir presupuestariamente lo que dice la ley o lo que se enuncia en discursos.

El surgimiento de nuevas narrativas, estéticas y poéticas culturales

En las últimas tres décadas el nordeste crea, reencuentra o profundiza tendencias culturales que estaban en sus orígenes.

Pienso en la dinámica cultural independiente que caracteriza a Resistencia desde sus inicios. La expresan, por ejemplo, “La Bienal de Esculturas”, llevada adelante por la Fundación Urunday –con apoyo de los Estados provincial y municipal, pero surgida y organizada desde una iniciativa particular–, un evento a cielo abierto en donde escultores venidos de todo el mundo van creando sus obras que una vez finalizadas pasarán a integrar el paisaje urbano, rodeados de un público multitudinario, así como también se suceden en esos días encuentros de esculturas de los pueblos originarios y de los estudiantes de Bellas Artes de toda la Argentina. Este hecho hunde sus raíces en una tradición que arranca en la década de los cuarenta y que tiene su efecto principal en que desde hace unos años Resistencia se define como la ciudad de las esculturas. Actualmente hay certámenes de esculturas en las ciudades de San Martín y Castelli.

Pienso en el Foro por el Fomento del Libro y la Lectura, que hace más de 20 años lleva a cabo en Resistencia la Fundación Mempo Giardinelli, ante un público numerosísimo, que reúne a escritores, académicos e intelectuales preocupados y ocupados en la promoción de la lectura y el libro y que ha producido en nuestro país la renovación en pedagogía de la lectura.

Pienso en el Centro Cultural Alternativo (Cecual) como espacio joven de gestión y producción cultural independiente y comunitaria. En las editoriales y colecciones de libros que vinculan los textos tradicionales a recuperar con las nuevas poéticas (Colección Mulita, por ejemplo). En el magisterio singular de la escritura de Mempo Giardinelli, en la poesía de Claudia Masin y en Miguel Ángel Molfino, Mariano Quirós y Carlos Busqued.

Pienso en el Festival Nacional de Artesanía en Quitilipi, que reúne todos los años en una localidad chaqueña lo mejor de las tradiciones de las artesanías ancestrales y modernas.

Pienso en el festival de cine de las Tres Fronteras, que vincula a tres países hermanos, el nuestro (en Misiones, Puerto Iguazú), Paraguay y Brasil, en el que es posible ver la rica y variada producción de nuevos relatos audiovisuales de jóvenes realizadores del nordeste, en los que se destacan las temáticas de la frontera y los cruces de culturas y lenguas con toda su carga de tensiones y significaciones posibles.

Pienso en la música de Ramón Ayala, en su creación “el gualambao”, en su modo de permanecer siempre innovando. En el Chango Spasiuk, cuyo chamamé suena distinto porque es fruto de mixturas estéticas.

Pienso en el Festival Nacional del Chamamé en Corrientes, en su riquísima tradición musical, en sus renovaciones y continuidades, en el legado guaraní y en aquella bella definición de sapucay que nos enseñó el maestro Pocho Roch: “Le quema el sonido en los ojos”.

Pienso en esa maravilla que es la música de Raúl Barboza –el Piazzolla del chamamé–, en los Imaguaré, en Amandayé, en Rudi y Niní Flores. En Coqui Ortiz, en Resistencia, en Lucas Segovia, y sobre todo en su padre, Zitto Segovia, el recreador de la charanda, otra variante creativa del chamamé.

Pienso en la tradición de los festivales de teatro y música en Formosa, en la puesta en valor de su patrimonio cultural. En el notable narrador que es Orlando Van Bredam y en Humberto Hauff. En la narrativa de Gabriel José Ceballos y en la poesía de Rodrigo Galarza, en Corrientes. En el arte popular de Milo Lockett, en los dibujos de Luciano Acosta y en la tradición del muralismo que viene caracterizando al arte público nordestino.

Pienso, sobre todo, en la vigencia de la tradición narradora oral de los pueblos originarios: en las Madres Cuidadoras del Relato Qom, en Pampa del Indio y en el Coro Toba Cheelalapí (bandada de zorzales, en lengua qom); en el acontecimiento político cultural del 16 de enero de 2008, cuando Coqui Capitanich, gobernador del Chaco, pidió perdón a la abuela Melitona Enrique –quien ese día cumplía 107 años– por la Masacre de Napalpí (acaecida el 19 de julio de 1924), de la cual era una de sus dos últimas víctimas sobrevivientes –el otro fue el abuelo mocoi Pedro Valquinta– y por el genocidio y la opresión de los pueblos indígenas. Pienso en ese hecho del que tuve el privilegio de participar como otro parteaguas en nuestra historia reciente. De ese acontecimiento es tributaria la escritura de Juan Chico, excelente investigador y escritor qom de textos bilingües imprescindibles como Las voces de Napalpí, así como también gestor cultural de una colección de textos pluriculturales y de un Encuentro de Escritores de Pueblos Indígenas. Y de ese hecho abrevan también como fuentes la oficialización de las lenguas qom, wichí y mocoi en el Chaco y la Ley de Educación Indígena.

Pienso en las nuevas manifestaciones culturales comunitarias, en los puntos de cultura como experiencias sociales cotidianas que se proponen en diversos lugares del nordeste pensarse como sujetos productores de cultura. Una experiencia de radio escolar protagonizada por jóvenes wichí en el Impenetrable, una cooperativa de artesanas en Formosa o en Misiones, o las batallas de rap adolescente en una plaza resistenciana. Modos de tejer, retejer –cultivar o recultivar– los vínculos de lo social roto o fragmentado. Y de ampliar nuestra noción de territorio.

Sé, desde luego, que esta enumeración es incompleta y por supuesto provisoria. Intenta ser una primera aproximación a la problemática que motiva la escritura de este texto.

3. Ante la emergencia cultural nacional y regional

Escribía unas líneas atrás que la historia es la política de la memoria. Escribo ahora, como sostiene Eric Hobsbawm, que la política es la historia del presente, pero la cultura, agrego, es la zona simbólica de disputa del sentido común que organiza nuestra visión sobre nuestros modos de vida social.

Ambos territorios culturales, la memoria y la escritura del sentido común, están hoy en disputa y en serio peligro, es decir, en estado de emergencia, así como todos nuestros derechos políticos, civiles, económicos y culturales, porque dicha escritura del presente se ha vuelto desde el Estado nacional unívoca y monocorde, dado que busca restaurar las definiciones de realidad, las condiciones de posibilidad para imponer, como lo están haciendo, la más formidable regresión de la redistribución de la riqueza material y simbólica que hayamos conocido luego de la dictadura cívico-militar del ’76.

Volvemos a ser entonces, como en la larga década infame de los ’90, los inviables del nordeste, los que moramos a la deriva en un desierto verde que debe ser reconquistado por la pedagogía del elogio del egoísmo y del individualismo antisocial. Porque se acabó la leche de la clemencia para la legión de cuerpos y corazones loser.

¿Decidiremos escribir la historia de nuestro presente?

En eso estamos, intentando pensar y producir culturalmente, para desnaturalizar la incesante creación de subjetividades colonizadas desde las usinas digitales de sentido común, para responder con nuestros cerebros, corazones y acciones a este interrogante vital de cuya resolución dependerá el horizonte cerrado o abierto de nuestras vidas.

Autorxs


Francisco Tete Romero:

Escritor y docente. Profesor en Letras. Director académico del Instituto de Educación Superior de la Fundación Mempo Giardinelli. Narrador y ensayista. Su última novela es “La próxima lluvia” (2016). Director de la editorial Contexto. Coordinador en Chaco de la Diplomatura en Gestión y Promoción de los Derechos Culturales (UBA) y el Observatorio de Políticas Culturales del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Ministro de Educación del Chaco (2009-2013).