Colonización y caos institucional

Colonización y caos institucional

A 32 años de la vuelta de la democracia, debemos convencernos, de una buena vez, de la necesidad y urgencia de una profunda refundación institucional de la Nación, que ayude a evitar una situación de inestabilidad y extrema injusticia que vuelva permanente el caos y el capricho de la nueva hegemonía conservadora. Un problema no solo nacional, sino también regional.

| Por E. Raúl Zaffaroni |

1. El tardocolonialismo o fase avanzada

El poder es lo que se ejerce cuando alguien determina conductas ajenas. Como tal, reconoce muy diferentes niveles. Centrándonos en el ejercido sobre el mayor número de personas a lo largo de la historia, vemos que los humanos de una sociedad fueron extendiendo su poder a otras, hasta que llegaron a hacerlo planetario a partir de la Revolución Mercantil del siglo XV.

La sociedad dominante requiere una estructura dominadora que, por lo general, debe responder a una forma piramidal o de ejército, es decir, corporativa, con sus elites privilegiadas controlando fuertemente a sus tropas.

La planetarización originaria del poder europeo la extendieron las potencias ibéricas sobre nuestra región en el siglo XVI, mediante la ocupación policial territorial, cuya mano de obra eran los subalternos de la metrópoli (islámicos reconquistados).

La elite metropolitana sacralizó tanto la verticalidad de la sociedad ibérica, que no pudo adaptarse a las condiciones creadas por la Revolución Industrial del siglo XVIII y perdió el poder hegemónico, desplazado al norte europeo, en particular a Gran Bretaña. Esta crisis determinó el final del colonialismo originario en nuestra región, con las primeras luchas por el derecho al desarrollo humano o guerras de independencia.

El nuevo poder hegemónico planetario explotó a sus clases subalternas en fábricas y minas, nutridas por las materias primas de nuestras sociedades, no ocupadas directamente, sino mediante oligarquías locales proconsulares.

En la metrópoli fue el capitalismo explotador impiadoso, contra el que se alzaron los anarquistas y socialistas, y en la periferia se manifestó sobre nosotros como neocolonialismo (aunque actuó como el colonialismo originario en el África subsahariana, repartida en la conferencia de Berlín de 1885).

La forma mediata de la ocupación neocolonialista puede distinguirse en tres etapas: 1) la de las repúblicas oligárquicas; 2) la de larga resistencia de los movimientos que continuaron las luchas por el derecho al desarrollo humano de la Independencia (a partir de la Revolución Mexicana de 1910), que enfrentaron y desbarataron a las oligarquías proconsulares; 3) la última, que tuvo lugar cuando el neocolonialismo ya no pudo ejercerse mediante las oligarquías, y decidió hacerlo por medio de las fuerzas armadas de la región, para lo cual las alienó largamente, alucinando una guerra entre Oriente y Occidente.

En tanto se produjo un fenómeno de transformación en las metrópolis del poder planetario. La tradicional coincidencia entre el establishment y el poder político se desequilibró a medida que el capital dejó de estar en manos productivas y se fue concentrando en enormes corporaciones transnacionales manejadas por empleados, que acabaron reconociendo que el poder político no les era necesario. Los políticos dejaron de mediar entre fuerzas productivas, porque del lado del capital sólo quedaron burócratas de corporaciones con invariable mandato de obtención de más renta en menos tiempo.

La especulación financiera y las macroestafas fueron naturales resultados de la abundancia de petrodólares, de la fácil obtención de ganancias por medios especulativos y de los empleados cuya eficacia fue demoliendo obstáculos éticos y legales. Los bancos estafan y crean crisis en las que extorsionan a los débiles gobiernos de las metrópolis. Los mayores productos ilícitos (corrupción, criminalidad organizada, evasión fiscal) se encubren en oscuras gestiones de los propios bancos o en refugios fiscales que nadie desarma, pese a la alardeada lucha contra el reciclaje de dinero, que no es más que la garantía de su monopolización bancaria en el norte.

Efectos de estos cambios fueron la llamada crisis del Estado de bienestar en el centro, y la actual fase avanzada del colonialismo, que vivimos en nuestra región.

Pero el reforzamiento vertical autoritario y la concentración de riqueza en las metrópolis, tanto como el tardocolonialismo regional, tienen por marco mundial una distribución de la especie en el planeta, donde un tercio gasta lo que no necesita y dos tercios sufre carencias básicas (una parte de lo necesario para sobrevivir). Los inmensos focos de injusticia provocan resistencias, algunas racionales y otras criminales, como errores de conducta inherentes a toda situación de inestabilidad y extrema injusticia.

Los desesperados se precipitan hacia los centros, van quedando cadáveres en el camino y la xenofobia racista defiende los privilegios de quienes no quieren dejar de satisfacer las necesidades que les inventa la publicidad de las corporaciones.

Estas necesidades inventadas se satisfacen a costa del acelerado deterioro de las condiciones ambientales de habitabilidad humana del planeta, que va aniquilando la obra natural de millones de años y sigue quemando para energía los restos fósiles extraídos del cementerio de las especies extinguidas. Puede hablarse sin duda de una tercera guerra mundial no declarada, tal como lo señaló el Papa.

2. Nuestra situación actual

El colonialismo de esta fase avanzada no tiene las características anteriores: no nos ocupa territorialmente ni inmediata ni mediatamente, sino que nos controla cibernéticamente, mediante el poder transnacional de sus inmensas corporaciones.

Si nos limitamos a nuestro país, verificamos históricamente que nuestro Estado se fue armando al compás de las resistencias a las etapas anteriores del colonialismo. La Constitución de 1853-1860 sirvió para dar efectividad al voto popular en 1916. El neocolonialismo devolvió el golpe en 1930, para lo cual tuvo que quebrar la vigencia constitucional y fusilar por orden militar, dando lugar a una mancha que la oligarquía no pudo borrar nunca. En la etapa de lucha contra la oligarquía, Perón sancionó una Constitución social en 1949, para oponerla como obstáculo a una regresión, que llegó en 1955 y que se vio obligada a anularla por decreto, manchándose también en forma indeleble. En síntesis: esas regresiones neocolonialistas necesitaron, además de la fuerza, romper modelos jurídicos de Estado.

Su objetivo fue, en el caso de 1930, alinearnos como favorecidos por Gran Bretaña (el vicepresidente argentino dijo en Londres que para nosotros sería un honor pertenecer al Commonwealth). En 1955 se anuló la Constitución para incorporarnos al FMI y al sistema financiero mundial, como también para acabar con la propiedad estatal del subsuelo. El objetivo neocolonialista se logró en ambos casos, pero para eso debieron quebrar brutalmente la institucionalidad vigente.

El colonialismo avanzado es hijo de la Revolución Tecnológica de fines del siglo XX, y no de la Industrial del siglo XVIII, que había dado lugar al necolonialismo. Se ha hecho del poder absoluto ganando por pequeño margen un balotaje, sin ningún costo institucional. Su instrumento más poderoso fue el monopolio mediático, que impidió poner en vigencia la ley antimonopólica, demorada por años por presión sobre los jueces.

En todos los ámbitos se reconoce que el monopolio es un fenómeno que lesiona la libertad de mercado, pero en nuestra región el monopolio mediático es glorificado como un canto a la libertad. Por cierto que en las metrópolis colonialistas no lo toleran: se trata solo de un fenómeno regional latinoamericano. Suele decirse erróneamente que esos monopolios están al servicio de las corporaciones. No es verdad: si bien casi siempre respondieron a los intereses colonialistas en las anteriores etapas, en la actual la retribución de servicios les proporcionó un volumen tan enorme, que forman parte de un entramado inescindible con las corporaciones.

Son creadores de realidad –como es sabido conforme a lo elemental en las ciencias de la comunicación–, crean el mundo y determinan conductas, es decir, ejercen poder.

3. Algo positivo existe: un modo más sutil

Pero el mundo ha cambiado en varios sentidos, y no todos son negativos. Salvo algunos focos particulares, las masacres no se toleran tan abiertamente. El tardocolonialismo debe ser un poco más sutil. Algo funciona en el plano de los organismos internacionales, que no pueden mostrarse como completamente inútiles, porque de ese modo pondrían en riesgo su propia siesta burocrática.

Las resistencias institucionales al colonialismo no podrían ser hoy tan brutalmente destrozadas como otrora, porque su precio actual es algo mayor que el mero costo de una mancha histórica. Una masacre o una abierta torpeza institucional son actualmente un buen pretexto para imponer condiciones más leoninas en cualquier negociado tramado en los enrosques y contorsiones del tardocolonialismo, que no quiere mostrarse contaminado con las etapas colonialistas anteriores.

El objetivo colonialista sigue siendo el mismo: sumirnos en las redes del poder financiero mundial. En 1955 fue alinearnos con el FMI, en 1976 hacernos contraer una deuda sideral, hoy es volver a enredarnos en la deuda. Los créditos nunca se tradujeron en infraestructura para el desarrollo productivo, sino que fueron dilapidados en fugas de capital.

Pero los métodos son otros. Si observamos atentamente lo que está sucediendo en nuestro país, caeremos en la cuenta: a) Se fortalece el monopolio mediático. b) Se gobierna por decreto-ley. c) Se amenaza por resolución ministerial con negar el derecho de reunión. d) Se despide a miles de empleados públicos sin indemnización. e) Se desbaratan con eso los organismos de interés social. f) Se reforma la ley antimonopólica por decreto. g) Se proponen jueces de la Corte Suprema por decreto. h) Se amenaza a los gobernadores con restricciones en la coparticipación. i) Mediante esas coacciones se fuerza al Senado de la Nación a aprobar proyectos. j) Se viola la inmunidad de tránsito de una legisladora regional. k) Se quitan retenciones al agro por decreto. l) Se hace lo mismo con las retenciones a la minería. ll) Se amenaza a la Procuradora General con limitarle su mandato retroactivamente. m) Se advierte que hay demasiadas universidades. n) Se cancela en los medios oficiales toda voz disidente. ñ) Se presiona a los medios privados amenazándolos con retirarles la pauta publicitaria estatal.

Y, sobre todo, lo que más interesa al tardocolonialismo: o) Se negocia deuda injustamente reclamada en condiciones ventajosísimas para los acreedores. p) Con eso se deja expedito el camino para nuevos créditos mucho mayores. Se inicia un nuevo ciclo de endeudamiento internacional.

Es bastante claro que el colonialismo avanzado procede en la actualidad explotando las grietas y huecos de los sistemas institucionales, y, por cierto, pareciera que el nuestro no solo está agrietado, sino que le faltan paredes.

No se trata de una cuestión de personas, sino de fallas enormes en la ingeniería institucional. Cuando se proyecta una Constitución o una ley, no debe nunca presuponerse que todos somos buenos sino, por el contrario, que siempre hay uno malo y otro peor, e imaginar la hipótesis de que este aparezca y quiera hacer el máximo de daño, lo que invariablemente sucede.

Si alguna prueba faltaba para demostrar la pésima programación de nuestras instituciones, basta con echar una mirada a lo que está sucediendo. ¿Dónde están los controles judiciales? ¿Qué queda del Poder Legislativo? ¿Cómo se entiende que todo esto lo pueda hacer la voluntad de una persona, solo porque consiguió unos pocos votos más en el balotaje? ¿Hay algún monarca en el mundo con un poder semejante? ¿Qué clase de Constitución tenemos que permitió la neutralización de todos los controles y límites al poder de un Ejecutivo unipersonal omnipotente?

Decidir los destinos de todos por décadas, priva a la mayoría del derecho a cambiar de opinión en el tiempo y, por cierto, una democracia que procede de esa manera deja de ser tal, aunque algunos la denominen democracia plebiscitaria. Es obvio que sería aberrante considerar democráticos al nazismo o al fascismo, por mucho que los haya votado una mayoría.

Una Constitución es por esencia un código político que distribuye el poder, para que ningún sector pueda hegemonizarlo. Las declaraciones de derechos son puro lirismo cuando la estructura institucional falla y es incapaz de promover su realización social: no hay quien convierta el deber ser en ser.

Lo que vivimos hoy demuestra que la Constitución falla en su misma esencia institucional. Por cierto, es la única que tenemos, debemos usarla y tratar de cuidarla, pero no por eso debemos creer que es buena. Es decididamente mala: la realidad lo prueba. Sus enormes defectos han sido groseramente explotados por el tardocolonialismo que, a su amparo, nos endeudará por décadas.

4. Nuevo colonialismo: nuevos instrumentos defensivos

Es absurdo que si el oponente cambia de armas y dispone de una ametralladora, nosotros sigamos defendiéndonos con lanzas y palos. Nuestra historia de diástoles y sístoles de movimientos populares no nos permite abrigar duda alguna acerca de que la pulsión incluyente volverá a triunfar en algún momento, porque los pueblos no se quedan quietos, y menos el nuestro, que ha generado una fuerte tradición.

Pero para esa ocasión –que con toda seguridad se dará– debemos tener presente que nos enfrentamos a un colonialismo cuya principal arma es la explotación de nuestros defectos institucionales, de los que abusa burdamente y se burla de nosotros alardeando de democracia, mientras ejerce un poder absoluto, que hoy no tiene ningún monarca del mundo.

Debemos ponernos a la altura de nuestro oponente colonizador y convencernos, de una buena vez, de la necesidad y urgencia de una profunda refundación institucional de la Nación.

Desde ahora debemos discutir los temas, darle el carácter de idea-fuerza a la refundación institucional de la Nación, como el verdadero instrumento de lucha anticolonialista de nuestro siglo y de nuestra posición en el mundo. Hoy no son los ejércitos los que paran al colonialismo, sino las instituciones.

Las cuestiones son muchísimas y variadas, pero la complejidad no debe asustar a nadie, porque las respuestas no son patrimonio de ningún especialista, sino obra común de un pueblo que ha alcanzado un alto grado de instrucción y, sobre todo, de cultura.

¿Es nuestro sistema presidencialista el mejor? ¿No nos convencemos de que es importante poder cambiar un gobierno que pierde la mayoría sin necesidad de poner al sistema al borde de un abismo? ¿No creemos que es inadmisible que una crisis política se convierta en crisis de sistema? ¿No sabemos que con el presidencialismo es imposible hacer acuerdos políticos? ¿No hemos visto el fracaso de toda tentativa de alianza política? ¿No vimos lo que sucedió con Ortiz-Castillo y mucho después con De la Rúa-Álvarez? ¿Vamos a seguir pensando que necesitamos un gobierno fuerte, cuando sabemos que eso no depende del título que le demos? ¿Seguiremos afirmando la tontería de que nos gustan los líderes? ¿Creemos acaso que los líderes los crea una Constitución? ¿No sabemos que cuando surge un líder que empatiza con el pueblo, brilla en cualquier sistema? ¿Nos creemos con menos neuronas que los europeos?

Y podemos seguir preguntando: ¿Nos sentimos complacidos con una Corte Suprema de cinco jueces que resuelven en última instancia y en todas las materias? ¿No vemos que eso importa una concentración de poder muy poco republicana? ¿No sabemos por experiencia que nuestro control de constitucionalidad difuso y sin stare decisis sirve de muy poco? ¿No nos dice nada la experiencia de que el control difuso que permite a cada juez decidir lo que le parece en materia de constitucionalidad, no hace más que introducir el caos? ¿No hemos visto, acaso, a jueces que detienen la vigencia de una ley por años, cuando nadie tiene esa potestad constitucional en nuestro país? ¿No vemos que por la vía de una pretendida medida cautelar, cualquier juez sentencia antes de tiempo y en forma inapelable? ¿No sabemos que la Constitución no dice quién resuelve los conflictos de poderes? ¿Nos parece razonable que una misma ley que rige en todo el territorio pueda interpretarse de más de veinte maneras diferentes? ¿No sería preferible tener un tribunal constitucional en serio, cuya declaración haga caer la vigencia de la ley inconstitucional? ¿No sería mejor tener una corte de casación nacional que baje líneas de interpretación jurisprudencial?

Podemos seguir: ¿Sabemos qué es institucionalmente la Ciudad de Buenos Aires? ¿Alguien nos puede decir cómo se integra el Consejo de la Magistratura conforme a la Constitución? ¿Cómo se delimitan las atribuciones del Consejo de las del Poder Judicial? Y la que proviene de 1853, aún sin respuesta: ¿Nos parece correcto que el Poder Ejecutivo de turno sea quien distribuye como quiere los impuestos que paga todo el pueblo?

Y respecto de esos impuestos: ¿Nuestro sistema tributario es acaso el mejor? ¿Vamos a seguir tributando en base al consumo? ¿Es igualitario el impuesto que paga el gerente de trasnacional que el que paga el exempleado cesanteado cuando deba comprar medio kilo de fideos?

Y dado que hablamos de impuestos: ¿Nos parece justo que debamos pagar con nuestros impuestos, a lo largo de diez, veinte, treinta o más años, la deuda que decide contraer por sí y ante sí un ejecutivo que se va en cuatro años? ¿No tardamos ciento veinte años en pagar la deuda contraída por Rivadavia con su famosa enfiteusis? ¿Dejaremos que los Rivadavia se reproduzcan cada tanto? ¿No sería mejor que por lo menos lo decida una mayoría calificada de representantes del pueblo?

Y en cuanto a la calidad de nuestra democracia: ¿Nos gustan los monopolios mediáticos que no se toleran en ningún país desarrollado? ¿Queremos conservar esas piezas del subdesarrollo propias de Latinoamérica? ¿Es bueno que un monopolio en red con las corporaciones transnacionales nos cree la realidad y nos imponga un discurso único? ¿Su prohibición no debiera tener jerarquía constitucional?

5. Las respuestas no son patrimonio de “técnicos”

Podríamos seguir con las preguntas y ensayar muchas respuestas, que nada de esto se resuelve en opiniones al paso, sino que son todas materias a discutir, a explicar, a aprender todos de todos, porque nadie tiene el monopolio del saber, las discusiones no pueden limitarse a los juristas, dado que las respuestas no son simples y en su mayoría –por no decir todas– son políticas. El jurista, sin duda, debe dar forma a las respuestas, pero las decisiones deben ser políticamente discutidas, partiendo de la idea-fuerza que sale de esta triste verificación actual, que nos enfrenta a un colonialismo avanzado cuya contención requiere nuevas armas. Fundamentalmente necesitamos pensar, estudiar lo que nos ofrece el constitucionalismo comparado, lo que han inventado las democracias más avanzadas, imaginar nuestro modelo propio, en síntesis, usar las neuronas para refundar institucionalmente a la Nación.

Nuestro pueblo ha empezado a creer en el derecho en los últimos treinta y tantos años de vida constitucional. Sus reclamos demuestran claramente que distingue entre el derecho y el no derecho de rábulas convertidos en escribidores sofisticados, expertos en aprovechar las grietas de una institucionalización defectuosa.

Es necesario refundar institucionalmente a la Nación para consolidar la fe popular en el derecho, para reafirmar que lo que se vive no es el derecho, sino el no derecho en que cada quien usa su poder y lo manipula como quiere. Ese no es el camino del derecho sino del caos.

Autorxs


E. Raúl Zaffaroni:

Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires.