Ciudad actual: réquiem & alabanza
Un programa urbano en gestación permanente llamado Hábitat, dentro de la estructura de la Organización de Naciones Unidas, se propone hacer frente a la antinaturalidad creciente de las mega-metrópolis actuales: así se incuba la intención revitalizadora de ciudadanos centrados en actos de convivencia sustentable… y solidaria.
La tendencia multitudinaria luce irreversible: según la División Población Mundial de la ONU, hoy el 54% de los pobladores del globo reside en áreas urbanas y se prevé que hacia 2050 alcanzará el 66%. La entidad destaca que el crecimiento de la población urbana seguirá alentado por dos factores: la persistente preferencia de la gente de mudarse de áreas rurales a otras urbanas y el crecimiento de la población durante los próximos 35 años. Ambos factores combinados añadirán 2.500 millones de personas a la población urbana hacia 2050. Y casi el 90 por ciento de este incremento se producirá en Asia y África.
Caracterizadas por sus dimensiones expansivas a fuerza de cemento, asfalto, acero y acrílico, más la concentración de actividad económica que se acumula sobre ellas, en nuestro planeta hay 28 megalópolis que albergan en conjunto una población de 453 millones de personas. Por tales características, Tokio es la ciudad más grande del mundo, con 38 millones de habitantes, según el documento “Perspectivas urbanas mundiales”, publicado por la ONU. Con 25 millones de ciudadanos, Nueva Delhi es otra megaciudad. Se estima que su población alcanzará 36 millones de personas en 2030. La ciudad de Shanghái, en China, también alberga una población cercana a los 23 millones de personas, más del triple de habitantes que poseía en 1990.
Ciudad de México es la ciudad más poblada de América latina: tiene más de 20 millones de habitantes y según el cálculo de la ONU, se calcula que en 2030 sumaría otros 4 millones de ciudadanos. En Sudamérica, San Pablo (Brasil) tiene una población que supera los 20 millones de personas, cifra muy próxima a la de Ciudad de México. En 1990, sus habitantes totales sumaban un poco más de 14,5 millones. Bombay, en la India, congrega a 20,7 millones de pobladores. En 2030, su población será la cuarta más alta en el mundo, cuando crezca en 7 millones. La ciudad japonesa de Osaka pasó a ser la segunda más poblada del país en 1990 con una población de 18 millones. Ahora, sus habitantes son más de 20 millones. Con 19,5 millones de ciudadanos, Beijing (China) tiene una de las poblaciones más altas de Asia. En 2030, alcanzaría los 27,7 millones de residentes.
La ciudad estadounidense de Nueva York posee un poco más de 18,5 millones de habitantes. En 1990 aparecía como la tercera ciudad más poblada en el globo con 16 millones de personas. El Cairo (Egipto) tiene alrededor de 18,4 millones de habitantes, el doble de hace 24 años. Según la ONU, se prevé que su población sumaría 24,5 millones de personas en 2030. Con 15 millones de habitantes, el Área Metropolitana de Buenos Aires aparece entre las macrociudades, a la par de Los Ángeles y Río de Janeiro.
Este fenómeno es considerado hace años como preocupante. Por ello, cada dos decenios la ONU lleva a cabo un cónclave mundial para evaluar las tendencias e imaginar políticas que eviten la consolidación de colmenas humanas explosivas. Lo que hoy se conoce como Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos empezó como Fundación Hábitat, órgano que estaba vinculado al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Comenzaba la década de los ’70. En 1976 se realizó en Vancouver, Canadá, la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos (Hábitat I). Durante dicho evento la Fundación Hábitat cambió de nombre y se convirtió en el Centro de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (CNUAH), con sede en Nairobi (Kenia).
Veinte años después se realizó la segunda Conferencia de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (Hábitat II), en Estambul, Turquía. En octubre de ese año la Oficina Regional para América Latina y el Caribe (ROLAC) comenzó sus operaciones en la región desde Río de Janeiro, Brasil. En 2002, por decisión de la Asamblea General de la ONU, el CNUAH pasó a ser el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, ONU-Hábitat, con sede principal en Nairobi. A partir de ese año, como Oficina Regional abrió representaciones nacionales en México, Colombia, Ecuador, Cuba y Costa Rica. Recientemente el trabajo de la agencia ha llegado a Bolivia, Guatemala y El Salvador.
El año próximo Hábitat III será la Conferencia de la ONU sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible. Tendrá lugar en Quito (Ecuador), del 17 al 20 de octubre. La resolución de la Asamblea General enfatizó la necesidad de crear una pauta de desarrollo urbano enfocado en nuevos modelos de ciudad, ajustados a reglas y regulaciones, planeamiento y diseño, y financiación municipal.
Megaciudades – macrocalamidades
Los expertos destacan que el 80% de las ciudades más grandes del globo son vulnerables a severos impactos de terremotos, el 60% podría enfrentar potentes huracanes y tsunamis, en tanto todas poseen fragilidades amenazadas por los expansivos cambios climáticos. Sólo en 2011 se estimó en 380 mil millones de dólares el costo de los daños por desastres urbanos con severos impactos en Christchurch (Nueva Zelanda), Sendai (Japón) y Bangkok (Tailandia).
Cinco años después de Hábitat II la Asamblea General de la ONU (junio 2001) emitió una “Declaración sobre las ciudades y otros asentamientos humanos en el nuevo milenio” donde puntualizaba que:
“2. Deseamos enfatizar que este es un momento especial en el desarrollo de los asentamientos humanos, ya que pronto la mitad de los 6.000 millones de habitantes del mundo vivirá en ciudades y el mundo hace frente a un crecimiento sin precedentes de la población urbana, principalmente en los países en desarrollo. Las decisiones que adoptamos ahora tendrán consecuencias trascendentales. Observamos con gran preocupación que una cuarta parte de la población mundial de las zonas urbanas vive por debajo del umbral de la pobreza. Muchas ciudades, con problemas ambientales, un crecimiento rápido y un desarrollo económico lento, no han logrado generar suficiente empleo, proporcionar vivienda adecuada ni satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos;
“3. Hacemos nuevamente hincapié en que las zonas rurales y las urbanas son recíprocamente dependientes en lo económico, social y ambiental y que las ciudades y los pueblos son motores del crecimiento que contribuyen al desarrollo de los asentamientos tanto rurales como urbanos. La mitad de los habitantes del mundo vive en asentamientos rurales y en África y Asia la población de las zonas rurales constituye la mayoría. Es fundamental que en todas las naciones se haga una planificación física integrada y se preste igual atención a las condiciones de vida en las zonas rurales y las urbanas. Se deben aprovechar al máximo los vínculos entre las zonas rurales y las urbanas y las contribuciones complementarias que puede hacer cada una teniendo debidamente en cuenta sus diferentes necesidades económicas, sociales y ambientales. Al mismo tiempo que se lucha contra la pobreza urbana, es también preciso erradicar la pobreza en las zonas rurales y mejorar las condiciones de vida allí, así como crear oportunidades de empleo y de educación en los asentamientos rurales, en las ciudades pequeñas y medianas y en los poblados de las zonas rurales”.
Hoy, con más de 7.300 millones de habitantes, y 9.000 millones estimados hacia el año 2050, múltiples reflexiones emanan de los dilemas imperantes en esta única Tierra que tenemos. ¿Son las megaciudades los dinosaurios de la cultura posmoderna? ¿Albergan semillas de destrucción o serán bastiones de supervivencia amurallada?
El paisaje natural y el paisaje urbano, en sus versiones tradicionales, atraviesan un ciclo de crisis acentuada. La mayoría de la población mundial se confina más y más en metrópolis cuya capacidad de carga es sobrepasada por las necesidades de multitudes que dejan de ser “ciudadanas” y pasan a codearse con estados constantes de emergencia.
Los suministros de alimentos (desde espacios rurales acosados por cambios climáticos), de agua, de combustibles y de materias primas cada vez más onerosos, convierten el antiguo confort en privilegio de minorías, mientras las mayorías (con predominio de ex pobladores rurales) se acumulan en habitáculos de índole precaria, cuna de potenciales brotes de violencia sectorial, narco-delincuencia y descomposición del acto de convivir. Los establecimientos de “salud pública” lucen colapsados, el espacio público se deteriora sin cesar, y la tolerancia se esfuma con celeridad a la par del incremento vandálico.
La ciudad y el paisaje urbano son resultado de las acciones culturales de previos períodos de socialización humana no siempre acertados. Hoy, la aglomeración y la ausencia de convivencialidad imponen una distorsión aguda de los referenciales del espacio y del tiempo.
La obsolescencia edilicia, la especulación inmobiliaria, la gente en situación de calle y el flujo de “refugiados” rurales preanuncian momentos de ardua confrontación entre segmentos sociales favorecidos y desfavorecidos, en ausencia de políticas regulatorias aplicadas a la reconstrucción del espíritu colectivo.
¿Qué ciudad futura deseamos? ¿Cómo podría restaurarse la virtud convivencial? ¿Hasta cuándo el mundo rural seguirá absorbiendo los detritos de la urbe y generando alimentos suficientes para poblaciones que crecen con celeridad? ¿Qué modelo cultural urge diseñar para no desbarrancarse en un “sálvese quien pueda” en el hormiguero masivo?
¿Descentralizando las metrópolis? ¿Ecologizando los campos abandonados? ¿Inventando un modelo de agro-ciudad cibernética? Las cartas han sido echadas hace tiempo. Las incógnitas se vuelven candentes.
En un mar de protestas sociales crecientes, simultáneamente en el mundo tecnológicamente avanzado y en las naciones de ambicioso crecimiento económico, el programa Hábitat intenta impulsar un área de reflexión responsable, antes de la conferencia prevista para 2016 en Quito. Una de tales iniciativas se titula “Manifiesto por las ciudades”, donde se expresa que:
“Nosotros, representantes de los asociados del Programa de Hábitat, reunidos en Nápoles (2012) en ocasión del sexto período de sesiones del Foro Urbano Mundial, instamos a la comunidad internacional y a todos los agentes públicos, privados y sociales a hacer patente su compromiso de cumplir los objetivos de un programa urbano mundial para garantizar un futuro sostenible para todos. Este programa urbano será nuestra contribución a la Tercera Conferencia sobre los Asentamientos Humanos (Hábitat III) y así como uno de sus resultados prácticos. El mundo al que aspiramos entrañará la promesa de un mundo mejor. La ciudad que pretendemos crear será un experimento humanizante que generará justicia, conocimientos y felicidad. Aprovechará el poder de la inteligencia, la audacia, la sabiduría de los encargados de adoptar decisiones, los hombres y las mujeres, los jóvenes y los ancianos, y se basará en una mejor comprensión de nuestros paisajes y ecosistemas, nuestras historias y nuestras culturas”.
Sobre algo existe unanimidad: la urbanización terrestre es inevitable. Se trata de una situación expansiva donde los contrastes materiales existentes invitan tanto a la redacción de un réquiem fatalista como al esbozo de alabanzas tecnológicas espectaculares. Entretanto, el abastecimiento de alimentos confiables, el agua potable, el aire puro, los combustibles renovables, la vivienda decente, el trabajo justamente remunerado y demás premisas de la existencia plena.
El mundo atraviesa los umbrales de una nueva era urbana donde las ciudades han pasado a ocupar un lugar primordial modelando sólidamente el futuro colectivo. La urbanización es la fuerza motriz del desarrollo social y las ciudades son un inequívoco eje de la civilización humana. Con ritmo hiperacelerado.
Durante todo el siglo XX la población urbana del mundo creció de 220 millones a 2.800 millones. Se calcula que el crecimiento urbano del siglo XXI será mucho mayor: hacia el año 2050, ocho de cada diez personas del globo vivirán en ciudades. Esta veloz urbanización está alterando radicalmente el paisaje social, ecológico, económico y financiero del planeta. Se trata de un desafío y una oportunidad ambivalente. Pero lo más serio es que la ciudad va perdiendo la dimensión humana. Hábitat proclama: “La batalla por un futuro más sostenible se ganará o se perderá en las ciudades”.
Siete son los puntos de referencia establecidos por los propulsores de esta percepción para elaborar un nuevo programa urbano mundial:
1. Suelo, infraestructura, servicios, movilidad, viviendas accesibles.
2. Desarrollo que fomente la inclusión social (sensible al género) de modo saludable y seguro.
3. Un entorno construido respetuoso del medio ambiente y de bajo consumo de carbono.
4. Procesos participativos de planificación y tomas de decisiones.
5. Economías locales vibrantes, creativas y competitivas que promuevan un trabajo y un sustento dignos.
6. Garantías de no discriminación y derechos equitativos para la ciudad.
7. Facultar a las ciudades y las comunidades para que planifiquen y gestionen de modo eficaz la adversidad y los cambios.
Los expertos del Programa Hábitat no ocultan su preocupación de que uno de los obstáculos principales a la ejecución del mismo es la discrepancia entre los compromisos asumidos en Estambul y la voluntad política de cumplirlos. También reconocen como impedimentos las deficiencias existentes en las actividades de información pública y de concientización. Asimismo, destacan que las graves limitaciones financieras originan serios problemas en relación con una vivienda adecuada, la disponibilidad de vivienda y los asentamientos humanos en los países que reciben corrientes de refugiados que huyen de países vecinos a causa de conflictos, desastres naturales o causados por el ser humano, y otras calamidades.
Igualmente, resaltan las deficiencias en las políticas urbanas y de vivienda que han limitado las posibilidades de participación y asociación y han dificultado la transformación de las mejores prácticas en buenas políticas. Resaltan que están profundamente preocupados por el hecho de que muchas mujeres todavía no participan plenamente, en condiciones de igualdad, en todas las esferas sociales, y al mismo tiempo padecen en mayor medida los efectos de la pobreza.
No pasan por alto que en todo el mundo el proceso de urbanización ha dado por resultado concentraciones metropolitanas que sobrepasan los límites administrativos de las ciudades originales, abarcan dos o más unidades administrativas, tienen autoridades locales con capacidad y prioridades diferentes, y carecen de coordinación. Enfatizan asimismo que grandes obstáculos impiden el funcionamiento eficaz de los mercados inmobiliarios y de bienes raíces para garantizar una oferta adecuada de vivienda. Finalmente, los promotores del programa han determinado un número apreciable de obstáculos relacionados con las limitaciones de la capacidad económica, tecnológica e institucional a todos los niveles de gobierno, especialmente en los países en desarrollo y los países menos adelantados. Destacan enfáticamente la falta de políticas globales e integrales para las instituciones encargadas de fomentar la capacidad y la coordinación entre ellas.
Jonathan Foley, en la edición de mayo de 2014 de la revista National Geographic, aportó un factor de análoga complejidad: “Cuando hablamos de amenazas para el medio ambiente, solemos pensar en coches y chimeneas, pero nunca en la comida. Sin embargo, nuestra necesidad de alimentarnos es una de las mayores presiones que pesan sobre el planeta”. Y añadía:
“Las actividades agropecuarias se cuentan entre uno de los factores que más contribuyen al cambio climático, ya que emiten más gases de efecto invernadero que todos los coches, camiones, trenes y aviones juntos, principalmente por el metano que desprenden el ganado y los arrozales, el óxido nitroso de los cultivos fertilizados y el dióxido de carbono derivado de talar bosques para cultivar la tierra o criar ganado. Asimismo son las principales consumidoras de nuestras valiosas reservas de agua dulce y una importante fuente de contaminación, ya que los fertilizantes y el estiércol transportados por la escorrentía alteran el frágil ecosistema de lagos, ríos y costas en todo el mundo. Además, la agricultura y la ganadería aceleran la pérdida de biodiversidad. Cuando despejamos praderas o talamos bosques para destinar el suelo a usos agropecuarios, perdemos hábitats de vital importancia”.
La ciudad y el campo son dos caras de una misma moneda. Al mismo tiempo que la metrópolis se satura de gente consumidora y la necesidad de alimentos se vuelve más intensiva, las alteraciones medioambientales causadas por el sector agropecuario no hacen más que crecer en todo el planeta. Pero esta no es la única razón por la que hará falta más comida. La difusión de la prosperidad en todo el globo, especialmente en China y la India, está impulsando una mayor demanda de carne, huevos y lácteos, lo que a su vez incrementa la presión para producir más maíz y soja destinados a raciones para el ganado vacuno, porcino y avícola.
Entre la cumbre y el abismo, estamos todos.
Autorxs
Miguel Grinberg:
Educador ecologista, especializado en acciones sociales de vanguardia e iniciativas de transformación espiritual, colectiva e individual.