A cien años de la Reforma de 1918. La Reforma y otras cosas
En su momento, el movimiento emancipador universitario planteó problemáticas no resueltas entre el mundo académico y la participación popular. ¿Qué podemos tomar hoy como legado, en nuestra mirada hacia la salud de las comunidades?
Se cumple en este año el centenario de la Reforma Universitaria de 1918, y existe una amplia bibliografía sobre este hecho histórico singular iniciado en Córdoba y extendido en toda Latinoamérica. Por cierto, también es permanentemente rememorado su Manifiesto Liminar. Pero en estas anotaciones solo pretendemos interrogarnos sobre si hay algo vivo, vivo hoy, de este acontecimiento y su trayectoria, cuyo espíritu interpela a este presente.
Recordaremos palabras escritas en el origen y desde las barricadas. La orden del día del 23 de junio de 1918: “Las nuevas generaciones de Córdoba reunidas en plebiscito por invitación de la Federación Universitaria (FUC), considerando el nuevo ciclo de civilización que se inicia cuya sede radicará en América porque así lo determinan factores históricos innegables, exigen un cambio total de los valores humanos y una nueva orientación de los valores espirituales”. Esto planteaban los estudiantes cordobeses en el contexto configurado por la finalización de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa que prometía abrir un nuevo horizonte y, entre otros sucesos, el advenimiento al poder en el país de un movimiento popular. Hechos distantes que se harían próximos y estos, a su vez, se convertirían en continentales: la rebelión contra un mundo decadente y opresor primero estalló en la cerrada Universidad de Córdoba, con su pequeño universo clerical, luego en las otras, rompiendo con disciplinamientos dogmáticos de distinta especie, pugnando por abrir las puertas de las casas de estudios a la sociedad. Puertas de doble vía, téngase en cuenta. Inaugurando una democracia en la universidad con el estudiante como centralidad; proclamando la autonomía institucional con respecto a distintas corporaciones, y la libertad de cátedra.
Además, el movimiento articulaba con las luchas de trabajadores de la época y por lo tanto trascendía la cuestión pedagógica-académica, erigiéndose en una corriente social de signo emancipador.
Una nota de importancia en cuanto al estudio histórico de la Reforma es, sin dudas, su difusión latinoamericana. En corto tiempo despegó vasos comunicantes en la geografía cultural y política al sur del Río Bravo y contó como propagandistas, entre muchos, al primer Leopoldo Lugones, a Ricardo Rojas, José Ingenieros, Manuel Ugarte, Alfredo Palacios, Rubén Darío, Gómez Carillo, Vargas Vila, Amado Nervo, José Santos Chocano…
En 1920 se reúne la Primera Convención en Santiago de Chile: hay represión, y el reformismo tiene el primer mártir, el estudiante y poeta Domingo Gómez Rojas. Llega a Bolivia en 1919 y también en ese año es introducido en Perú, y sobre su ideario Víctor Haya de la Torre fundaría el APRA (Alianza Para la Revolución Americana), y José Carlos Mariátegui la estudiaría en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. En Centroamérica llega a Costa Rica, y en Cuba la lidera Antonio Mella. En 1921 se realiza en México el primer congreso de la Reforma.
Desde su comienzo cordobés, el movimiento adhirió a los postulados de la Unión Latinoamericana cuya programática era antiimperialista. En efecto, los principales mentores mediterráneos eran miembros de la filial Córdoba de esa institución: Deodoro Roca, Gregorio Bermann, Gumersindo Sayago, Ricardo Vizcaya, Guillermo Ahumada, Jorge Orgaz, Enrique Barros, Carlos Astrada Ponce y Saúl Alejandro Taborda.
Otro aspecto que merece ser señalado es la secuencia de las tomas de las universidades en esos días de 1918 en el territorio argentino: Córdoba, Santa Fe y luego Buenos Aires. Suena como un eco de afirmación federal en el seno dramático de la Patria Grande que puja por construirse en un agonismo con las fuerzas de la balcanización.
¿Qué pensamientos tenían los reformistas en la hora cero? En ellos se dibujaban diversas concepciones, no sistematizadas, abiertas, dialógicas entre sí: un liberalismo que seguramente no era el del mitrismo, un laicismo militante, un socialismo romántico, un definido antiimperialismo y diversas notas de un federalismo que se encuentran en los documentos de la gesta; y, siempre, la vocación de la unión latinoamericana.
Estas categorías y afectos, puestos en contacto con las realidades opresivas y retrógradas tanto de las universidades como de las sociedades del continente, se hicieron rebelión contra jerarquías y sistemas institucionales y de pensamiento que no pudieran justificar su existencia en la razón, en la experiencia y en la justicia. Es de allí que podemos formular que una de las características esenciales y de origen de la Reforma fue la producción de pensamiento (y acción) crítico.
Una lucha contra todo dogma o escolástica (celeste o terrestre), como también una perspectiva democrática radicalizada.
Siguiendo al historiador Roberto A. Ferrero, todo análisis de la Reforma debe tomar en cuenta dos componentes inexorables: el propiamente académico y el contenido de latinoamericanidad. Esto en cada momento histórico.
A lo largo de estos cien años, la Reforma transcurrió por una diversidad de estados, recibiendo la impronta y los remezones de la historia nacional y mundial. Hubo diferencias y divisiones dentro de la tradición reformista, como apropiamiento y cooptación por parte de políticas partidarias, dogmáticas y en parte desmovilizadoras. Ha defendido libertades y también se ha plegado a procesos regresivos que atentaban contra la ampliación de los derechos de las mayorías, encapsulándose en el reducto escolar.
Desde la fundación, la Reforma defendió la autonomía institucional y del pensamiento. Esto es una de sus virtudes. Pero, también, esa fundación fue apoyada y legitimada por un movimiento popular que cambió el perfil del país. Con sus claridades y oscuridades. Sin embargo, luego, otras oleadas del demos desafiante en las calles no fueron comprendidas por los reformistas, aunque la profundidad colectiva de esas multitudes presentía y buscaba, a su modo, la libertad y lograr unas vergüenzas menos. Tampoco le fue fácil al liderazgo popular comprender las razones y abstracciones reformistas. Por supuesto, siempre se puede contar con excepciones. El barro de la historia.
En 1958 aquel espíritu vuelve a tomar las universidades y las calles, para defender la educación pública; y en 1969, con el Cordobazo, alcanza uno de los puntos más altos con la rebelión amasada por lo que se llamó la unidad obrera-estudiantil.
Más tarde, en el período democrático, ese numen ha permanecido dentro de los límites de las universidades haciendo sus deberes, con una atrofia casi total del componente latinoamericanista, y la producción de un pensamiento crítico, plural, situado y emancipador. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que no es ajena a la verdadera tradición reformista la reciente y múltiple creación de universidades públicas y populares.
Transcurrimos un tiempo de oscuridad y destrucción, con las subjetividades colonizadas por una nueva escolástica que impone el neoliberalismo, con impacto en todos los planos de los saberes y de la vida. Teología que tiene sus teólogos que hegemonizan el discurso en la universidad y en toda la sociedad.
La Reforma del 18, concebida de manera íntegra, como potencia generadora de saberes libertarios, críticos y de dimensión continental, debe servir como inspiración para pisar la presente “hora americana”.
Este número está dedicado a la Epidemiología Comunitaria, y los autores participantes ilustran debidamente sobre el tema. Nosotros solo hemos intentado referirnos a un hecho histórico trascendente, subrayando algunos aspectos sobresalientes del mismo, y hacer notar que la propia EC contiene, en su dinámica, un vector poderoso para recuperar a la comunidad como productora de pensamiento/acción, de autoconciencia en el proceso salud/enfermedad, aportando un saber otro a la dimensión abstracta de la problemática, complejizando, reconfigurando y cuestionando paradigmas consagrados. En una palabra: enriqueciendo el pensamiento y los afectos. Y eso es liberador y es, de algún modo, colocarse en la línea de filiación de la Reforma del 18.
Autorxs
Héctor Seia:
Médico psicoterapeuta. Especialista en salud mental. Trabajó con numerosas publicaciones en diversos medios, tanto específicos como literarios. hectorseia@hotmail.com