¿Qué papel juega la familia en la producción, sostenimiento y cuidados de las personas con padecimientos de salud mental?

¿Qué papel juega la familia en la producción, sostenimiento y cuidados de las personas con padecimientos de salud mental?

La autora da cuenta de los lazos familiares y afectivos como factores primordiales para la constitución de redes de contención interpersonales.

| Por Mercedes Paula González |

La familia es el primer agente de socialización y formación, en ella se aprenden roles, se generan dinámicas y vínculos importantes para el desarrollo de cada miembro, ya sea para fortalecer o debilitar conductas.

Desde la psiquiatría antropológica consideramos que la familia detenta un papel fundamental en el mantenimiento o en la resolución de los trastornos de la salud mental. Nos apoyaremos en el análisis de la familia de forma global y luego particular, para poder abarcar la dimensión de su función. Sin culpabilizar ni estigmatizar, lo que buscamos es la comprensión para la acción. Si podemos entender esa estructura familiar tanto en su evolución histórica como en su particularismo en el siglo XXI, podremos comprender la función mediadora de las familias en los procesos sociales y en la subjetivación de los individuos.

Los valores y normas que se reproducen o que han dejado de producirse son un dato más que relevante tanto en el abordaje de la patología en salud mental como en su posible resolución. Debemos pensar en acciones comunitarias que incluyan el abordaje familiar en los pacientes con problemas de salud mental para lograr un cambio realmente sustancial en su evolución y pronóstico.

El sistema familiar ha sido objeto de estudio fundamentalmente desde la teoría sistémica, y sus aportes nos ayudan a comprender e intentar romper el ciclo sintomático desde el interior de dichas familias. Pero para poder entender la familia de la posmodernidad hay que remitirnos a la concepción del parentesco, elemento estructurador en la antropología, y a su evolución histórica.

El análisis de la familia a comienzos del siglo XXI tiene un carácter hipotético aún. Sin embargo podemos ir delineando su cambio y su nueva impronta. Pero para proyectar debemos conocer. Y el conocimiento histórico-social y antropológico es una herramienta de suma utilidad.

En el concepto de familia del siglo XIX, al “descubrir” a la familia primitiva en el comienzo de la antropología como ciencia, el evolucionismo inventó una idea de promiscuidad y consideró que la familia modelo de aquel siglo había sido el punto final de una larga evolución de lo inferior a lo superior. Algunos antropólogos, y fundamentalmente antropólogas de comienzos del siglo XX, pudieron cambiar la orientación ideológica de la antropología y, con el trabajo de campo en la región de la Polinesia, modificaron parcialmente la concepción fundamentalista, racista y etnocida de aquellas teorías. Se pudo comprender que había distintos modelos de organización familiar y que no era legítimo hablar de evolución de la familia en el sentido de inferior a superior, sino que cada organización familiar debía ser considerada en su contexto incluyendo la estructura económica, la religión, etc., en que estaba inserta.

Históricamente la definición de familia ha cambiado desde lo estructural sin dudas y también desde la multiculturalidad. Para comprender mejor a la familia posmoderna no podemos dejar de entender los lazos históricos de la misma en cada geografía. Porque de todo ello se compone hoy aquel modelo al que recurrimos como bote salvavidas cuando ocurre un problema de salud mental en un individuo.

Desde nuestros antepasados más cercanos en la cultura occidental podemos enfatizar el funcionamiento de la familia grecolatina. Previa a ella, la organización familiar se puede encontrar en los modelos de la familia en Egipto o en la Mesopotamia. Estas culturas nos muestran rasgos de asociación de personas alrededor de lazos familiares más o menos sólidos que comienzan a resaltar con los primeros intentos de monoteísmo de Akenatón en Egipto donde las figuras familiares estaban destacadas en sus tumbas y en su producción pictórica. En la Mesopotamia solo se tiene registros de la situación familiar en el Código de Hammurabi (1750 a.C.), donde se encuentran referencias a la obligatoriedad por parte de los padres de atender a sus hijos, sobre todo desde el punto de vista económico.

A partir de allí nos remitimos a la concepción de familia en Grecia, con diferencias entre el pueblo ateniense y el espartano, por ejemplo, pero siempre con especial dedicación a la formación en los primeros años del futuro polites. Ser polites en Grecia era ser ciudadano de una comunidad. La comunidad no estaba separada del Estado. La comunidad era la que significaba al polites mientras que la familia solo cumplía un papel al inicio de su formación. La responsable fundamental de la educación familiar era la madre. También había nodrizas o ayas y en la clase aristocrática existía la figura del paidagogos, un esclavo que supervisaba la educación que se realizaba posteriormente fuera de la familia.

En la Edad Media se debe considerar a la familia en el marco de un entorno socioeconómico agrícola y de un grupo en el que convivían varias generaciones, lo que se denomina familia extensa. La infancia no poseía el valor afectivo que ahora detenta, entre otras cosas por las altas tasas de mortandad infantil, que eran más frecuentes entre las clases desfavorecidas. La crianza adecuada de un niño dependía de si iba a convertirse en una fuerza productiva para la familia extensa en la que nacía. Según se desprende del trabajo de McLaughlin (1974), la calidad de la crianza familiar durante la Edad Media dependía de las presiones materiales de una sociedad que vivía al borde de la subsistencia y que se veía obligada a practicar el infanticidio o el aborto. En este contexto solo se puede hablar de crianza en las familias acomodadas pertenecientes a la nobleza.

Durante el Renacimiento resurge el interés del hombre por sí mismo y la recuperación del humanismo clásico aparece como un adecuado caldo de cultivo para el desarrollo de un alto interés por la crianza infantil.

Hasta ese momento no existía la locura como entidad. Sí el sufrimiento pero no la locura que comienza cuando el residuo incorregible de la sociedad se encierra en el manicomio. Desde la antigüedad las personas con problemas mentales convivían con sus familias o en la comunidad y, dependiendo de la cultura, eran rechazadas o permanecían en las calles a sus anchas. Podían ser considerados como divinidades o como una conexión con el más allá. Cuando la locura comienza a no caber en la institución familiar se crean lugares estatales de reclusión. La creación del primer lugar de encierro data del siglo XV, con un origen religioso, pero es en el siglo XIX cuando se crean los hospitales específicos para los locos. En el siglo XX se intenta fomentar un tratamiento más humanizador y luego de la introducción de los primeros medicamentos antipsicóticos comienza a considerarse el tratamiento por fuera de estos establecimientos. En este paradigma es que el tratamiento en conjunto con la familia comienza a tener relevancia.

La familia fue parte en la modernidad de los tres ejes de institucionalización de la locura. Los otros dos eran el Estado y, como decíamos, los centros de reclusión o manicomios. Para el Estado nacional, representativo de un país hasta la década de los noventa del siglo pasado, era fundamental excluir la locura. Este Estado nacional utilizaba los manicomios como centros de exclusión de la locura. Pero en la actualidad y con un tipo de Estado técnico administrativo, no solo la locura se excluye sino que los nuevos mecanismos se basan en la expulsión tanto de los locos como de los marginados. Pero este es un tema sustantivo que deberíamos revisar en otro momento.

En los tiempos actuales, manejados solo por los flujos del capital, la locura ya es un problema de los locos y no del Estado y desde esa concepción cae la institución manicomio, con residuos nefastos que aún hoy nos persiguen en algunos rincones de nuestro país.

En la posmodernidad la salud mental como paradigma se ocupa de los padecimientos más que en la prevención de los mismos (o tal vez solo en la teoría podríamos decir que previene). A esto se suma la pérdida de lazos familiares, único recurso con el que podemos contar como sostenedor de nuestro trabajo.

Entonces, ¿con qué nos encontramos en la actualidad, bajo la globalización y bajo el paradigma de la posmodernidad? La familia no es la misma que aquella que definimos bajo el Estado nacional en la modernidad como una institución a la que se le encargaba la producción de ciudadanos donde se inscribía tempranamente la ley. Posteriormente ese mismo Estado, sobre esa marca, aplicaba distintas reglamentaciones. El padre era el que detentaba los derechos y las limitaciones a dichos derechos eran atribuidas por el Estado. La familia con sus rituales y rutinas, con la delimitación de lo exterior y de lo interior, determinaba una organización de la convivencia. La mujer, la madre, constituía el hogar como núcleo de pertenencia. Y esta funcionalidad estaba sostenida además por el discurso médico. Así el interior se consideraba vigilado y controlado.

Los vínculos familiares se saturaban de funciones y llevaban implícitas la normalidad pero también la patología. Es por eso que no es nuestra intención considerar a este tipo de familia el modelo arquetípico perdido (muchos de nosotros llevamos inscrita esa marca). Pero en la posmodernidad, luego de la globalización y de la pérdida de la función del Estado como metainstitución totalizadora de las subjetividades, la familia adquirió características totalmente diferentes en su mayoría. Así la organización familiar se atomiza y se desmembra de su función delegada y comienza una nueva concepción familiar que encierra distintas posibilidades que hacen más rico el análisis pero también producen un desafío al momento de convocarla como soporte subjetivo en el padecimiento mental.

¿Qué es hoy la familia? Como dijimos, dejó de ser el soporte subjetivo del Estado y este Estado (o mejor dicho este nuevo Estado técnico sin función instituyente) dejó de otorgarle una función constitutiva. Al caer el paradigma de aquel Estado, globalización mediante, las características de las familias también cambiaron. No podemos decir si son mejores o peores, pero sí podemos explicar la diferencia. Familias ligadas a la individualidad, la emoción y lo privado, con desintegración de los lazos primarios de parentesco. El parentesco considerado como forma particular de memoria, como construcción de la identidad del grupo social y la explicación de las acciones del presente desde el pasado. Hoy en día, nuestros modelos familiares son multiculturales, de familias ensambladas en su multidiversidad, familias desmembradas con, por lo menos, un miembro en el extranjero, familias uniparentales, que se convierten en un desafío pero no por eso en algo desechable cuando de trastornos mentales se refiere. Todas ellas cumplen un papel fundamental en la salud mental. También están las llamadas nuevas familias modificadas por las técnicas de reproducción asistida (TRA) y aparece la sobrevaloración nuevamente del concepto biológico.

Desde Spencer y su máxima de que la sangre era más espesa que el agua ha pasado mucha historia y cambios en lo referente a este concepto. En la actualidad vemos revalorizarse lo genético y biológico sobre los lazos. Este hecho ha deteriorado a la familia en su función de cuidado y contención. No es lo mismo un paciente con esquizofrenia en África o en la India que en Estados Unidos, tanto desde el punto de vista de su evolución como desde su aceptación familiar.

Sin hacer juicios de valor, al tener que trabajar y convocar a estas familias, nos encontramos con una diversidad que nos desorienta. La familia actual es más libre, tal vez más compleja o caótica, pero al transcurrir fuera de la institucionalización estatal nos enfrenta a desafíos más complejos a la hora de convocarla para la elaboración de estrategias con los pacientes. La familia se considera hoy más bien una dispersión de vínculos que una organización de parentesco elemental como nos enseñaron desde la antropología con Levi-Strauss a la cabeza. Debemos constituir la red familiar como posible vehículo de lazo. Si ese lazo no existe como posibilidad constitutiva, debemos continuar en la búsqueda de alternativas en la red como ser los vínculos sociales, laborales, vecinales para no perder el andamiaje para el sostenimiento de la salud mental. Si es necesario traer a la mascota al consultorio, debemos hacerlo. Nuestra función es no contribuir al desmembramiento sino conseguir una salud mental basada en la creación y sustentación de lazos sociales y familiares (sea la familia que sea) para lograr la recuperación en un mundo regido por el individualismo.

Autorxs


Mercedes Paula González:

Médica psiquiatra del Hospital J.M. Ramos Mejía. Vicepresidenta del Capítulo Psiquiatría Antropológica de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA).