Migrantes peruanos en la ciudad de Buenos Aires: construcción de lugares y visibilidad

Migrantes peruanos en la ciudad de Buenos Aires: construcción de lugares y visibilidad

La ciudad de Buenos Aires viene cambiando su paisaje al ritmo de las migraciones. Las nuevas formas de habitar se visibilizan en distintos lugares como reflejo de tensiones institucionales y culturales. El territorio deja de ser un espacio anónimo y se convierte en un espacio de todos, por todos construido.

| Por Marina Laura Lapenda |

La ciudad de Buenos Aires se reviste con nuevas marcas. Desde hace unos años algunas de sus calles ostentan carteles con vocablos andinos y de fulgurantes coloridos que animan a sus habitantes a romper con el ritmo cotidiano. Así se invita a pasar “una noche bien peruana”, a disfrutar danzando una marinera, un tondero o un huayno, o a saborear cebiche y otras exquisiteces de la gastronomía del Perú. Aunque estas expresiones comunicativas –estampadas en recortes de lata o de cartón y colocadas en marquesinas de comercios o en atriles en las veredas– pareciera que se yerguen fríamente, están cargadas de sentidos, de historias y sentires de cientos de peruanos que hoy habitan la Argentina.

Los años ochenta marcaron el comienzo de su diáspora. En búsqueda de nuevos destinos que posibilitaran mejorar su calidad de vida, hombres, mujeres y niños iniciaron la partida desde su tierra natal. Desalentados por la pobreza, la falta de oportunidades laborales y de formación profesional en su país, tomaron la decisión de iniciar y alentar la migración hacia otros destinos. Desde los departamentos de Lima, La Libertad, Ancash, Callao, Junín, Arequipa, Lambayeque, principalmente, cientos de familias han enviado a sus seres queridos como mensajeros hacia otras tierras de promisión: Estados Unidos, España y la Argentina como tercer país de residencia, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática del Perú, OIM y DIGEMIN en diciembre de 2010.

A partir del momento en que se piensa la partida, el espacio global es representado en un mapa mental que cada persona construye desde su historia de vida, sus aspiraciones, las sugerencias y experiencias de los connacionales. Regiones, culturas y posibilidades de inserción en espacios desconocidos, a explorar y luego conquistar, originan el diagrama de cada trayectoria migratoria. Ya no serán solamente peruanos, sino que deberán asumirse como migrantes.

En la Argentina la ciudad Buenos Aires es el destino preferencial, y también la urbe que concentra el mayor porcentaje de migrantes peruanos a escala mundial, según el informe citado anteriormente. La década de los noventa estuvo signada por un flujo sostenido de este colectivo, que comenzó a transitar sus calles y a configurar sus espacios de pertenencia desde el área central hacia la periferia.

La apropiación del espacio se distingue en algunos barrios, y en cada uno de ellos las estrategias de asentamiento y configuración de “lugares peruanos” manifiestan el sentido otorgado a los mismos, su carácter funcional, como también la intención de manifestación identitaria. Así se observan “lugares” residenciales y de servicios en los que se advierten elementos de diferenciación social y estructural: la migración distingue sus áreas según su origen (de la costa o de la sierra, principalmente) y polemiza con sus connacionales en las estrategias de apropiación espacial configurando una miscelánea. Así destacan Balvanera (área del Abasto), La Boca y el sur de la ciudad como referencia para la propia migración; Palermo y Belgrano para la sociedad receptora por el crecimiento de restaurantes de carácter internacional.

Se evidencia entonces un proceso de territorialización que da cuenta de cómo se logra la posesión del espacio, instituido desde los ritos, las creencias, la percepción del entorno. A cada paso se dejan marcas que visibilizan las formas del habitar, de realizar actividades cotidianas, de interactuar con el área por la que se transita, de entablar relaciones vinculares (amistosas o conflictivas). En ese proceso se anidan esperanzas y se enfrenta el desafío de conquistar la ciudad populosa, vertiginosa y multicultural que tiende a dejar a los desconocidos en el anonimato. Desde el corazón migrante brota la pregunta sobre cómo vencer la exclusión y la indiferencia de los nativos; cómo dejar de ser “el otro” para pasar a ser “con otros”. Y eso no es tarea fácil, pues muchas veces operan mecanismos de separación –incluso generados por los mismos Estados– que conducen a la población a vivir en áreas malsanas, incomunicadas, lejos de las posibilidades de crecimiento, hasta incluso afectar la dignidad humana.

En Buenos Aires se advierte dicha fragmentación social. Citamos los barrios del norte, con altos niveles de equipamiento, y los del sur de la ciudad caracterizados por asentamientos y villas de emergencia de migrantes en el área del Bajo Flores (ej. villa 1-11-14). También en el centro los contrastes son marcados, como se observa entre el barrio de Puerto Madero (de alto valor inmobiliario) y el de Retiro (villa 31 y 31 bis).

De la misma manera sucede en el Abasto, área del imaginario urbano conformada por los barrios de Balvanera y Almagro, y que guarda un valor histórico-cultural y turístico asociado principalmente a la figura de Carlos Gardel. La misma ha sido referencial para la migración durante la primera etapa de asentamiento; en cambio para la sociedad receptora es espacio de conflicto e inseguridad desde que llegaron los peruanos, a los que se etiqueta como personas de malvivir, que alteran la tranquilidad de los antiguos residentes. Ocurre que viejos caserones y viviendas precarias se han convertido en casas tomadas plurifamiliares, próximas al emplazamiento del Abasto Shopping, algunas de las cuales ofician de inquilinatos y hoteles-pensiones habitados por población de bajos recursos. El origen de las mismas se asocia con la clausura del antiguo Mercado de Abasto a mediados de los años ochenta, cuando comenzó un proceso de ocupaciones ilegales en viviendas abandonadas.

En el Abasto la concentración de lugares de servicios para los connacionales acompañó el asentamiento de los primeros años. Locutorios, agencias de envíos, agencias de viajes y consultorios odontológicos se localizaban sobre la avenida Corrientes y calles aledañas. Destacaban los restaurantes, orientados a la colectividad, que en la actualidad constituyen lo más significativo de la presencia peruana en el área.

A medida que la migración se consolida se fortalecen mecanismos de asociación o rechazo, y el espacio habitado puede ser reflejo de tensiones institucionales y culturales. Así se han observado transformaciones en la configuración territorial del Abasto que dan cuenta de otras estrategias implementadas por los migrantes para lograr su aceptación (o evitar la confrontación): concentraron los primeros comercios en los llamados “paseos de compras” y han borrado toda alusión al origen andino. Estos “paseos” pueden considerarse como espacios de cohabitación entre colectividades, locales de estructura alargada donde peruanos y bolivianos venden ropa, preferentemente. No obstante los únicos que claramente se distinguen, aunque renovados, son los restaurantes. Frecuentados por comensales peruanos, consideran su oferta de comidas como abundante y de bajo costo. En los últimos años también otros barrios se incorporaron en el listado gastronómico para la colectividad: Liniers, Monserrat, Constitución y Nueva Pompeya, entre otros.

En el barrio de Palermo los restaurantes se desarrollaron con el crecimiento de un arte culinario de carácter internacional. Orientados a los argentinos y al turismo, la comida se prepara y presenta según los requisitos de una haute cuisine también denominada “novoandina”. Cuentan con páginas web en las que se refieren tradiciones regionales y tipo de servicio ofrecido a los clientes. Este crecimiento muestra un carácter de apertura o “puerta de entrada” hacia la sociedad receptora, a partir de los cuales los migrantes visibilizan su identidad de origen y la ponen en juego en el diálogo y entrecruzamiento de experiencias y sensaciones entre ambos pueblos.

La conquista y permanencia en el destino se edifica también con las redes sociales comunitarias que posibilitan atenuar el peso de las ausencias y la incertidumbre sobre el sentido de la partida. Constituyen un andamiaje que sostiene y acompaña la trayectoria migratoria al desarrollar asociaciones, emprendimientos e intervenciones de carácter jurídico-administrativo que facilitan la integración y acompañan a sus paisanos en el derrotero por nuevas tierras. Las redes enlazan eslabones entre los migrantes dispersos por el mundo y configuran el universo “transmigrante”.

Tal es el caso de Rosalinda (51 años), que partió de su Lima natal en 1998 y llegó a la Argentina por una sobrina que hacía dos años trabajaba en el país como empleada doméstica. Durante el primer tiempo compartió con otras dos amigas una habitación, pues no conocía a nadie. A través de su sobrina consiguió trabajo en una casa de familia de una localidad del conurbano, y en un taller textil de la ciudad de Buenos Aires. Durante el primer año sus dos hijas menores también llegaron; al cabo de dos años una de ellas mudó a Chile atraída por ofertas laborales de amigos que allí residían. En la capital de Santiago formó su familia y optó por establecer residencia.

Rosalinda logró nuevas amistades con connacionales en la Argentina. Con ellas disfruta del descanso los fines de semana en una casita con espacio verde que sus amigas compraron en Glew; allí soy muy feliz, expresa. Estas conexiones le otorgaron una “bocanada de aire fresco” al penoso proceso de dejar su trabajo en el Perú, y a sus dos hijos mayores actualmente casados. Los retornos a su país fueron pocos: al principio luego de cuatro años, y en el año 2010, luego de siete. Siente que el retorno definitivo tal vez no se produzca, pero ha trazado su estructura familiar a través de las fronteras. Su familia se amplía espacialmente, pero a la vez tiene que aceptar la fragmentación dolorosa. ¿Cómo alimentar este lazo a pesar de la lejanía?; preguntas y más preguntas se acoplan al trajinar diario de su realidad migratoria.

En la casa en la que trabaja como doméstica se siente integrada a la familia, con la que aprendió las tareas hogareñas. Participó de la crianza de los niños y frecuentemente cocina con las recetas de la cocina peruana, a la que sus patrones valoran por “muy sabrosa”. Su vida transcurre entre “el aquí y el allá”, y entre distintos países; su identidad peruana se dinamiza y realimenta en el intercambio con otras culturas.

Rosalinda fue construyendo poco a poco su propio universo como ciudadana, ya que en el año 2006 obtuvo su documento argentino por la implementación del Programa Nacional de Normalización Documentaria Migratoria Patria Grande, que posibilitó la regularización de cientos de nativos de los Estados parte del Mercosur y sus asociados. Desde entonces ha dejado de ser una indocumentada, puede aspirar a otros trabajos y ser una persona de derechos en la patria de destino.

Rosalinda construye su mundo como transmigrante. A través de las fronteras establece lazos afectivos y comunicacionales creando un mapa “activo” entre los lugares de destino –el suyo y el de sus familiares– y su distante Perú, donde también viven seres queridos. Sus tradiciones se recrean en la fluidez de intercambio con sus paisanos y la sociedad de acogida, y en esa corriente se ponen en acción elementos identitarios.

Así como Rosalinda, también otros migrantes tiñen a Buenos Aires con otros ritmos, colores y vocablos: bolivianos, paraguayos, coreanos, colombianos, ecuatorianos, españoles, italianos, brasileños, chilenos, uruguayos, senegaleses… En distintos momentos históricos, desde diversas regiones, se perpetúa un crisol urbano con la sociedad nativa. El paisaje citadino se rediseña día tras día, y cobra nuevos sentidos en los recorridos de sus habitantes. La metrópoli es territorio en acción, a la vez que pertenencia y exclusión. El territorio deja de ser un espacio anónimo para entretejer sentidos; es el espacio de todos, por todos construido.

Al dinamismo de la ciudad de Buenos Aires se suman las prácticas de otros pueblos. Así las fiestas son expresiones culturales que reviven el pasado y actualizan el presente. Para los peruanos, la del Señor de los Milagros reúne la historia de su patria y de sincretismo religioso. Los orígenes de la devoción se remontan a los siglos XVII y XVIII, cuando la ciudad de Lima fue afectada por tres terremotos que no dejaron nada en pie, salvo una imagen de Cristo en la zona de Pachacamilla pintada por un esclavo angoleño.

La celebración central ocurre a fines de octubre:

Señor de los Milagros, a Ti venimos en procesión
tus fieles devotos, a implorar tu bendición

Con paso firme de buen cristiano, hagamos grande nuestro Perú,
y unidos todos como una fuerza, te suplicamos nos des tu luz.
(Fragmento del Himno al Señor de los Milagros. Folleto de la Hermandad).

Con el paso de la procesión, los tonos morados y blancos de los atuendos de los fieles, las flores multicolores y los cánticos andinos trasladan a la ciudad hasta el corazón mismo del Perú. Cantoras, sahumadoras, cargadores de las andas del Cristo Morado, niños repartiendo estampitas y la banda de músicos acompañando el paso, transforman un sector del barrio de San Nicolás en territorio peruano. Culturas visibles en las expresiones de fe, oraciones, cantos y platos tradicionales que se venden en puestos ambulantes durante la celebración: un encuentro entre la sociedad receptora y la población migrante que anima a saborear ceviche, brochets de carne en lonja, turrón de Dona Pepa, anticuchos, chicha morada. También se dan situaciones de malestar e indiferencia cuando la peregrinación avanza sobre las calles de la ciudad que la sociedad receptora identifica como propias.

Los habitantes de Buenos Aires están aprendiendo a vivirse como pueblo, plural por su composición de naciones, espeso por el contenido de sus orígenes y dinámico por la sumatoria de realidades. En ese escenario los migrantes construyen sus lugares de pertenencia a pesar de la dualidad que experimentan, entre la aceptación y el rechazo. Con el recuerdo y la vivencia de sus espacios de origen, la ciudad se transforma y manifiesta como el entrecruzamiento de identidades visibles y compartidas, creando un paisaje variopinto de materialidades, símbolos, desplazamientos, expresiones polifónicas.

Por la manifestación de sus tradiciones, la conformación de asociaciones, expresiones discursivas, la migración peruana revela que se percibe como un pueblo errante, con ciudadanos del mundo sin fronteras, como mensajeros del camino de los incas, del grito de los Andes y el canto del río Rimac; entre otros de sus tesoros, los poemas de Chabuca Granda, la riqueza de alimentos de su tierra, la geografía contrastante y rica en ecosistemas de sus tres regiones peruanas.

Autorxs


Marina Laura Lapenda:

Geógrafa e investigadora sobre la temática de las migraciones. Docente UNCPBA.