Los BRICS se expanden a medio oriente: determinantes e implicaciones
A partir de una exposición sobre las nuevas incorporaciones que tuvieron lugar en el marco de los BRICS y del vínculo que Estados Unidos ha tenido a través del tiempo con el conjunto de estos países que fueron sus aliados estratégicos en Medio Oriente, el trabajo analiza los efectos que esta nueva situación presenta en aquella región y a nivel global.
El grupo de los BRICS, que celebró su cumbre número 15 en Johannesburgo del 22 al 24 de agosto de 2023, ha ido adquiriendo más relevancia a lo largo de los años a medida que aumentaba su peso en el comercio y la economía global. El contexto internacional de guerra entre Rusia y Ucrania (apoyada por la OTAN), de proliferación de sanciones contra Rusia de parte del “Occidente colectivo”, y de aumento de las tensiones políticas y económicas entre Estados Unidos y China, le confirió a la cumbre de Johannesburgo una relevancia todavía mayor, confirmada por el deseo de más de 40 países en desarrollo de sumarse al bloque. En palabras del presidente Alberto Fernández, los BRICS se transformaron “en un referente geopolítico y financiero importante (…) para el mundo en desarrollo”. (“Mensaje a la Nación sobre la incorporación de Argentina a la alianza de los BRICS” del 24 de agosto de 2023).
Un tema central de la cumbre de Johannesburgo fue la expansión de los BRICS que decidieron invitar a seis países a unirse al bloque a partir del 1º de enero de 2024. Estos son Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Otro tema central fue el fomento del uso de monedas locales en el comercio internacional y en las transacciones financieras entre los BRICS y sus socios comerciales para la reducción de la dependencia del dólar estadounidense.
De los seis nuevos integrantes de los BRICS, cuatro son países de Medio Oriente, y tres de ellos son países árabes fieles aliados de Estados Unidos desde hace varias décadas. Hasta ahora, el grupo de los BRICS no tenía entre sus miembros a ningún país de Medio Oriente. Este artículo reflexiona sobre las causas y las posibles implicancias de esta ampliación de los BRICS a esa región.
Los determinantes: desafíos a la influencia de Estados Unidos en Medio Oriente
La región de Medio Oriente, que concentra importantes recursos energéticos y donde Estados Unidos ha ejercido un predominio hegemónico desde el fin de la Guerra Fría, es considerada por este país como vital para sus intereses estratégicos. La incorporación a los BRICS de un país como Arabia Saudita no es un hecho anodino. Esto es porque el grupo de los BRICS aboga por la multipolaridad y el fin de la hegemonía del dólar, mientras que Arabia Saudita es la figura emblemática de las alianzas que Estados Unidos ha forjado con los países árabes. El origen de esta alianza se encuentra en el acuerdo firmado entre Franklin Delano Roosevelt e Ibn Saud el 15 de febrero de 1945, que ha sido una de las piedras angulares de la política mediooriental de Estados Unidos (la otra es la alianza con Israel). Esta alianza tiene diferentes ejes: energético, económico, militar y geoestratégico.
Tampoco es sorprendente que se incorpore un país como Egipto, el más poblado del mundo árabe, que controla el paso entre el mar Rojo y el mar Mediterráneo y que dio un gran giro en 1978 cuando firmó la paz con Israel y sustituyó a la Unión Soviética por los Estados Unidos como aliado estratégico. Por su parte, la entrada de Irán a los BRICS constituye un serio revés para la política de Estados Unidos que busca aislar a este país desde el triunfo de la revolución islámica en 1979, política que se exacerbó en los últimos años con la aplicación de “sanciones paralizantes” contra Irán.
Lo que señala la entrada de estos países a los BRICS es la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región de Medio Oriente aunque este país sigue teniendo allí un poder incomparable. Esto es consecuencia del giro abiertamente belicoso que tomó su política después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 pero que no logró los resultados esperados. Estados Unidos había aplicado tradicionalmente en Medio Oriente la política de statu quo que consiste en desactivar todo proyecto político que busque la modificación sustancial del equilibrio de poder vigente. Esto se terminó en el 2001 con la invasión de Afganistán que marcó el inicio de una nueva política que buscaba forjar un “Nuevo Medio Oriente” conformado por países alineados con Estados Unidos. Este espacio incluye a Medio Oriente, Asia Central y el Norte de África, es decir a todo el mundo árabe y a la mayoría del mundo musulmán.
Los regímenes que no cooperen se verán sometidos a invasiones o, en su defecto, a una combinación de sanciones y de apoyo a movimientos opositores para forzar un cambio de régimen. Con ese propósito, Estados Unidos reinstaló a los marines en la Península Arábiga, ocupó Afganistán e Irak, apoyó a Israel en su guerra contra el Líbano en 2006, apoyó la oposición interna y los islamistas extranjeros en la larga guerra para derrocar al presidente sirio, bombardeó Libia, apoyó la invasión de Yemen por Arabia Saudita, ocupó la zona del nordeste de Siria rica en recursos naturales, y aplicó sanciones muy severas contra Siria e Irán.
Esta política se inscribe en el proyecto global del “Nuevo Siglo Americano”, que los neoconservadores habían elaborado luego de la implosión de la Unión Soviética, y que se empezó a implementar primero en Europa del Este con la división de Yugoslavia en seis nuevas repúblicas en 1992. Tal política continuó con la inclusión en la OTAN de varios países de Europa del Este, empezando por Polonia, Hungría y la República Checa en 1999, y siguiendo con varios otros países.
Los primeros obstáculos que enfrenta este proyecto surgieron en Medio Oriente, donde fue y sigue siendo resistido por fuerzas adversas como Irán, Siria, grupos armado iraquíes, el Hezbollah libanés y los rebeldes Huthíes en Yemen. A partir de 2015, y a pedido del gobierno sirio, Rusia se implicó militarmente para impedir el derrocamiento del presidente sirio a manos de grupos islámicos, cuyos combatientes eran cada vez menos sirios y más extranjeros.
Lejos de llevar a un “Nuevo Medio Oriente” conformado y consolidado por una mayoría de países aliados, la política belicosa de Estados Unidos abrió una caja de pandora que desestabilizó a Medio Oriente y terminó debilitando a sus aliados en la región. Estos empezaron no solo a dudar de la capacidad de esta gran potencia para pacificar la región bajo su poder hegemónico y para protegerlos, sino que también comenzaron a temer que terminara negociando con sus adversarios regionales a sus espaldas. Es lo que pasó con las negociaciones nucleares entre Estados Unidos e Irán para el gran disgusto de Arabia Saudita; este país terminó por acercarse a Irán bajo el paraguas chino.
El acuerdo nuclear con Irán ha sido la principal fuente de desconfianza saudí, pero no es la única. La renuencia de Estados Unidos a intervenir militarmente para defender a Arabia Saudita llevó a este país a dudar de la vigencia de la alianza que se forjó entre ambos países al terminar la Segunda Guerra Mundial y que se extendió luego a todos los países árabes del Golfo Pérsico. Esta alianza se basa en un pacto en el que los exportadores de petróleo actúan como proveedores confiables de energía mundial mientras Washington les proporciona protección contra sus enemigos tanto externos como internos.
Es así como los ataques reiterados de los rebeldes Huthíes de Yemen con drones y misiles al territorio saudí –en particular a instalaciones petroleras que en 2019 causaron la interrupción de la mitad de la producción de crudo– pusieron en duda la efectividad de la protección de Estados Unidos aun contra un adversario tan pobre y débil como Yemen, pero aliado de Irán. Arabia Saudita y Estados Unidos acusaron a Irán (que los desmintió) de estar detrás de los ataques, pero el presidente Donald Trump dijo que no quería ir a la guerra y solo aplicó nuevas sanciones contra Irán. Estos ataques demostraron la vulnerabilidad de Arabia Saudita y cambiaron muchos de sus cálculos regionales.
En mayo de 2023, los Emiratos Árabes Unidos se retiraron de la coalición marítima internacional liderada por Estados Unidos en el mar Rojo y el Golfo Pérsico, luego de que Irán se apoderara de dos petroleros internacionales a finales de abril y principios de mayo en el estrecho de Ormuz. Estos episodios eran los últimos de una serie de ataques y contraataques que fue iniciada por la administración de Donald Trump contra petroleros transportando petróleo iraní. Reflejan una política estadounidense unilateral de tratar de impedir las exportaciones de petróleo de este país. Al retirarse de la coalición, los Emiratos Árabes Unidos dijeron que estaban comprometidos con el diálogo y los esfuerzos diplomáticos para promover la seguridad y la estabilidad regionales y garantizar la seguridad de la navegación cerca de sus costas de acuerdo con el derecho internacional.
El callejón sin salida al que llegó la política de Estados Unidos en Medio Oriente se está poniendo de manifiesto desde que estalló, el 7 de octubre de 2023, el último episodio del conflicto palestino-israelí que lleva más de un siglo. Estados Unidos se había impuesto como el único mediador entre las partes de este conflicto, especialmente desde que Egipto firmó la paz con Israel en 1978 en Camp David. En realidad, más que mediador, Estados Unidos se ha comportado como si fuera parte de la disputa, dando un apoyo irrestricto a Israel. Esto resultó en la pérdida de su capacidad y legitimidad para encontrar una solución política a este enfrentamiento. Este amenaza con extenderse a toda la región y hasta con convertirse en un conflicto mundial.
El revés diplomático de Estados Unidos quedó en evidencia cuándo tres líderes árabes –el presidente de Egipto, el rey de Jordania y el presidente de la Autoridad Palestina– anularon una reunión prevista en Jordania con el presidente Joe Biden, que viajó a la región para mostrar su apoyo a Israel después del ataque de Hamás. Estos tres líderes –que se cuentan entre los más cercanos a Estados Unidos en la región– no tenían expectativas de que la reunión sirviera para algo. Sobre todo, no querían ser presionados para hacer lo que no quieren hacer, que es abrir sus fronteras para permitir el desplazamiento de los palestinos a Egipto y Jordania con el aval de la Autoridad Palestina. El hecho de que estos líderes árabes básicamente le hayan cerrado la puerta en la cara a Biden evidencia el debilitamiento de la influencia de Estados Unidos en el mundo árabe.
Las implicaciones: geopolíticas y geoeconómicas
Algunos analistas (generalmente con sesgo prooccidental) le quitan trascendencia a esta ampliación de los BRICS. Alegan que no es más que un club de once miembros; que se trata de países heterogéneos, con intereses contradictorios, sin objetivos y principios comunes y que arrastran arraigados conflictos entre sí (ej. China e India, Arabia Saudita e Irán, Egipto y Etiopía). Otros observadores estiman, al contrario, que se trata de un importante cambio geoeconómico, geopolítico y geoestratégico, en el camino hacia un mundo multipolar.
Es todavía prematuro realizar una evaluación certera de los límites y potencialidades de los BRICS en un contexto internacional en plena transformación, que no termina de encontrar su nuevo punto de equilibrio. El incremento de las tensiones geopolíticas tuvo su violenta expresión primero en el conflicto Rusia-Ucrania, y luego en la guerra Israel-Palestina. Sin embargo, más allá de las operaciones militares, lo que está en juego es la reorganización de los bloques políticos y la creación de una nueva configuración de poder mundial. La ampliación de los BRICS puede ser interpretada como parte de maniobras que buscan ofrecer alternativas al mundo unipolar.
La falta de resultados de la “mediación” de Estados Unidos en el conflicto Israel-Palestina dejó un vacío que están llenando China y Rusia. Estos dos países están intensificando su actividad diplomática, en particular con los países de Oriente Medio que integrarán el grupo de los BRICS el 1º de enero de 2024. Buscan poner sobre la mesa una iniciativa de paz, que vuelva a revivir la solución de los dos Estados que Estados Unidos e Israel estaban reemplazando por los “Acuerdos de Abraham”. Estos acuerdos son bilaterales y buscan “normalizar” las relaciones entre Israel y los países árabes, excluyendo a los palestinos. La entrada de los países de Medio Oriente a los BRICS aumenta el peso diplomático de este grupo en Medio Oriente y le confiere mayor legitimidad para participar en la definición de soluciones que pueden ser determinantes para el futuro geopolítico de esta región.
La ampliación de los BRICS a países de Medio Oriente tiene también importantes implicaciones geoeconómicas. En primer lugar, aumenta el dominio energético del grupo, especialmente en lo que se refiere a petróleo y gas. En la actualidad, los miembros de los BRICS representan alrededor del 19% de la producción mundial de petróleo y 23% de la de gas natural. Con la incorporación de los nuevos países, el grupo representaría casi el 38% de la producción mundial de crudo y 36% de la de gas natural.
Pero más importante aún, la entrada de Arabia Saudita a los BRICS podría dar un importante respaldo a los esfuerzos por poner fin a la hegemonía del dólar. Debe recordarse que cuando a principios de los años 1970 entró en crisis el sistema de Bretton Woods, que colocaba de manera formal al dólar en el centro del sistema monetario internacional, un acuerdo entre Estados Unidos y Arabia Saudita contribuyó a que el dólar siguiera operando de facto como la moneda internacional.
En ese acuerdo de 1974, Estados Unidos prometió asegurar la supervivencia de la monarquía saudí garantizando solvencia económica y proporcionando ayuda militar. A cambio, los saudíes aceptaron vender su petróleo exclusivamente en dólares estadounidenses, que posteriormente reinvertirían en la economía estadounidense, incluso a través de la compra de los bonos del Tesoro. Bajo la presión saudita, toda la OPEP seguiría poco después al Reino vendiendo petróleo por dólares. Estados Unidos, que había desacoplado en 1971 el dólar del oro cuyo suministro es finito, logró vincularlo en lugar de ello a un suministro aparentemente infinito de petróleo. Es así como nació el petrodólar.
Conclusión
La ampliación del grupo de los BRICS a países de Medio Oriente vino a ratificar una realidad en la cual los países de la región perciben cada vez más a China y Rusia como un contrapeso al poder errático y desestabilizador de Estados Unidos. Esta ampliación le da al grupo un mayor peso económico y geopolítico.
Los BRICS son un foro que carece de reglas internas y de una institucionalidad fuerte como tienen la OCDE, la OTAN y la Unión Europea. Es más bien una instancia de coordinación política entre países en desarrollo que, aunque tengan diferencias o conflictos entre sí, comparten un interés común en modificar el actual funcionamiento de la economía y la geopolítica globales. La relevancia que pueden llegar a tener depende de las acciones que tomen como grupo. El reforzamiento de los BRICS puede dar más sustento a las ambiciones de este grupo en su búsqueda por conformar un orden multipolar. Le abre la posibilidad de jugar un rol importante en un mundo en donde las viejas hegemonías entraron en crisis y el orden internacional se ve cuestionado.
La participación de la Argentina en el grupo de los BRICS representa una oportunidad para desarrollar y fortalecer vínculos económicos, políticos y culturales con potencias emergentes de lo que antes se llamaba Tercer Mundo y ahora se conoce como Sur Global. Esto ofrece una valiosa ocasión de construir una autonomía estratégica que permita mejorar la defensa de los intereses nacionales.
Autorxs
Nicole Moussa:
Master en Economía por la University of Paris I-Panthéon Sorbonne y Doctora en Economía de l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS). Exfuncionaria de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).