Siglo XXI: las transformaciones en el sistema internacional. Unipolarismo o multipolarismo

Siglo XXI: las transformaciones en el sistema internacional. Unipolarismo o multipolarismo

El artículo analiza distintos sucesos de la historia reciente que podrían demostrar la existencia de un cambio de época en lo que se refiere a las relaciones internacionales. En este escenario, el autor se pregunta por el lugar que les cabe a los países emergentes, y específicamente a los que se insertan en el Sur Global.

| Por José Miguel Amiune |

Consideramos que los cambios fundamentales que experimenta en nuestro tiempo el sistema internacional tienen que ver con la lucha por la hegemonía, entre el unipolarismo que intenta perpetuar Occidente y el multipolarismo que tratan de construir los países del Sur Global. Esta es la premisa básica que trata de probar este trabajo. Veamos si podemos fundarla consistentemente.

El siglo XXI comenzó traumáticamente. El país más poderoso de la tierra sufrió el 11/9/2001 un ataque, con sus propios aviones y en su territorio, que apuntó al plexo de su poder financiero, militar y político: Wall Street, el Pentágono y el Capitolio. Antes de que concluyera la primera década, la crisis financiera de 2008 (comparable a la de 1929), que estalló en Wall Street, no solo hizo crujir los cimientos de su sistema financiero, sino que se expandió rápidamente a los mercados europeos, asiáticos y del resto del mundo. A fines de 2019, la primera pandemia global: el Covid-19 asoló al mundo, registrándose un récord de víctimas y una caída de la economía mundial que ni los países más desarrollados pudieron evitar. Al comenzar la tercera década, el conflicto bélico que estalló en febrero de 2022 y empezó librándose entre Rusia y Ucrania se convirtió -rápidamente- en un conflicto global entre los Estados Unidos de América y la OTAN contra Rusia, en el que están involucradas cuatro potencias atómicas que son, al mismo tiempo, miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, el órgano encargado de preservar la paz y la seguridad internacional. En octubre de 2023, la incursión de Hamás en territorio israelí y la sangrienta toma de rehenes desataron una gigantesca represalia de Israel, que hizo desaparecer del primer plano internacional el conflicto ruso-ucraniano. Todo ello, a una velocidad supersónica, sin que nadie entienda a dónde se quiere llegar y tampoco se descarte una guerra global.

¿Qué es lo que está en juego detrás de estos sucesos? Un cambio de época, una transformación del sistema internacional. La etapa que se extiende, aproximadamente, del siglo XVI al siglo XX, que podemos llamar “la época de la occidentalización del mundo”, comienza a declinar. Ella consistió, además de las brutales conquistas militares y el saqueo de las riquezas de los pueblos originarios, en la constitución de un amplio orden de todas las cosas, asegurado por relatos sobre la configuración, jerarquía y organización del mundo, de los cuales se derivaron conocimientos, formas de conocer teológicas, políticas, económicas, científicas y filosóficas. En suma, la “constitución” de un orden político y social hijo del Iluminismo y la Modernidad, por lo tanto, profundamente ideológico, que se ha naturalizado y “confundido con la realidad”, con los criterios de verdad “ligados a una idea establecida de realidad”. Ahora bien, para construir la idea de realidad que logró la occidentalización del mundo, se necesitó “destituir” todo otro orden de conocimientos, de creencias, de filosofías y de formas de vida. Tal proceso de destitución comenzó en 1492 con el descubrimiento de América y se extendió hasta el siglo XX.

Pero las cosas comenzaron a cambiar y los cambios fueron generados por la propia constitución del orden occidental del mundo. Porque destituir el orden anterior generó conflictos y contradicciones. Tales enfrentamientos comenzaron a ser difíciles de contener a comienzos del siglo XXI. Subrayo el verbo contener porque es precisamente el verbo que el Atlántico Norte (en actores como la OTAN, EE.UU. y la Unión Europea) emplea con respecto a Rusia y China. El argumento para contenerlos es que representan una “amenaza” para el orden constituido. Y en verdad así es. Pero no porque ataquen al orden constituido sino, al contrario, porque Rusia, China y la India y otros países emergentes están en un proceso de reconstitución de lo que la colonización occidental destituyó.

Este es el punto sin retorno en la confrontación de la OTAN y Rusia en Ucrania, y el tema siempre irresuelto del derecho de Palestina a ser reconocida como una nación. La reconstitución de lo destituido implica la des-occidentalización, es decir la desobediencia del orden occidentalizante. Dos pilares del orden occidental son la “universalidad” del conocer y del conocimiento y, por lo tanto, de los criterios de verdad y la “unipolaridad” del orden interestatal planetario. La des-occidentalización pone ambos pilares en cuestión. Aboga por la “multipolaridad” en el orden interestatal y la “pluriversalidad” en el conocer y en las formas del conocimiento. La respuesta a la des-occidentalización y la pluriversalidad es la re-occidentalización u “otanización” del mundo, consistente en mantener, a toda costa, los privilegios alcanzados durante cinco siglos de occidentalización. Los vocablos “contener” y “amenaza” son reveladores: es necesario contener algo que se ha escapado de las manos, pero que la occidentalización misma generó, como la veloz emergencia de China, Rusia e India y otros países de la periferia.

La declinación de Europa y el eurocentrismo

Por primera vez, luego de cinco siglos, Europa no ocupará la centralidad de la Historia Universal. Desde el descubrimiento y conquista de América en 1492, pasando por el Renacimiento, el Iluminismo, la Modernidad, el Positivismo hasta la era Científica y la Posmodernidad del siglo XX, Europa fue el escenario de las guerras que se denominaron mundiales. También Europa inventó la Historia Universal, la Filosofía –desde Grecia hasta el idealismo y el materialismo europeo se etiquetaron como universales–. Así podríamos seguir con todas las disciplinas y las corrientes del arte, la literatura, la psicología, la economía y las ciencias sociales. Todo el saber universal era de cuño europeo.

Sin embargo, la geografía demuestra todo lo contrario: Europa no es un continente siquiera, sino una península del Asia. Queda claro, entonces, que la diferenciación de Europa como continente se basa fundamentalmente en elementos culturales más que geográficos. Sin embargo, incluso esta diferenciación contiene sus puntos débiles ya que, durante la historia, las diversas realidades culturales han coexistido y se han influenciado mutuamente. ¿Por qué considerar a Europa como eje central de todo el proceso histórico? Por el triunfo y la imposición del “eurocentrismo” en la guerra cultural librada desde el siglo XVI al siglo XX.

El “eurocentrismo” es una construcción ideológica que sitúa el continente europeo y su cultura como el eje de la civilización universal, tanto a nivel histórico, antropológico, económico, social y cultural. Europa se establece como eje central a partir de donde se organiza el resto del mundo. Ello es una forma de etnocentrismo. Una etnia, cultura o sociedad se sitúa como el lugar desde donde interpretar y juzgar al resto de la humanidad. Lo que implica una actitud de discriminación de los demás. En todo ello ha tenido mucho que ver el establecimiento y la expansión del capitalismo a través de la conquista y colonización de América, Asia y África.

El eurocentrismo se presenta a sí mismo como el modelo universal de desarrollo, que propone a todos su reproducción como única solución a los desafíos del desarrollo histórico. Dicho de otro modo, solo siguiendo el modelo europeo el resto de las sociedades del mundo pueden salir de la propia barbarie e ingresar al mundo civilizado. Esos momentos históricos de imposición colonial del modelo coinciden con las expansiones colonialistas europeas, ya sea hacia la América del siglo XV, hacia el Asia en el siglo XVI y hacia el África durante tres siglos XVIII, XIX y parte del XX.

El eurocentrismo afirma su supuesta superioridad en base a varios aspectos. El primero, la afirmación de que el capitalismo es la cúspide evolutiva de las sociedades y supone, según esta teoría, la mejor manera de construir una sociedad. Y el segundo, la universalidad de su cultura y su pensamiento, basada en la presunción de una continuidad histórica con antiguas culturas mesopotámicas y babilónicas, que es inexistente.

Como decíamos al principio de este apartado, en el siglo XXI, Europa no es el escenario, la trama ni el actor central de la Historia. En suma, el destino del siglo XXI se dirimirá según evolucione la correlación de fuerzas entre EE.UU. y China. Por primera vez, luego de cinco siglos, Europa no será el escenario ni el actor principal de la Historia. Hoy Europa se ha convertido en un actor secundario del atlantismo del Norte, sirviendo a los intereses geopolíticos globales de EE.UU.

Esta potencia se expande instrumentando la “otanización” del mundo, mientras China lo hace a través de los países emergentes de Asia, África y América Latina. No mediante un órgano militar de seguridad colectiva como la OTAN, sino por medio de la cooperación en infraestructura, económica, comercial, crediticia y tecnológica, establecida con los BRICS y el resto de los países emergentes. La “otanización” intenta mantener la unipolaridad occidental, los BRICS tratan de construir un mundo multipolar. Los primeros se apoyan en su neta superioridad militar, con bases en casi todo el mundo y el control de todos los océanos. Los segundos se apoyan en su competitividad económica, la rápida expansión de sus economías y la conquista de nuevos mercados. Podemos sintetizar que la disputa por la hegemonía entre EE.UU. y China se disputa en siete campos: 1) la guerra comercial; 2) los temas de la defensa y el equilibrio militar y geopolítico; 3) la competencia en la generación y control de la tecnología que asegure la primacía en la Cuarta Revolución Industrial; 4) la guerra monetaria que desafía la supremacía del dólar como divisa de reserva y de cambio internacional; 5) la disputa entre unipolaridad y multipolaridad; 6) la primacía entre globalización o soberanismo, y 7) la carrera espacial.

¿Des-occidentalización u “otanización” del mundo?

En el presente siglo, se acentúa el ocaso del sistema liberal de relaciones internacionales, establecido en la Conferencia de Versalles (1919) que crea la Sociedad de las Naciones y la de San Francisco (1945) que crea la Organización de las Naciones Unidas. La crisis de la ONU, evidenciada en la proliferación de grupos que no integran su sistema: el G7, G20, los BRICS; en su incapacidad para prevenir, evitar o cesar las guerras y mantener y fortalecer la seguridad internacional; en la existencia de diferentes esquemas de integración o bloques regionales; en la crisis del multilateralismo y el retorno de la geopolítica y los avances de la geoeconomía. Todas ellas expresiones de la desarticulación del sistema creado en Versalles y reformulado en San Francisco.

Sus consecuencias se hacen patentes en un conflicto aparentemente bilateral y limitado, en su comienzo, que se convierte en un conflicto global rápidamente. Me refiero al conflicto entre Rusia y Ucrania, que se transforma en una guerra globalizada entre EE.UU. y la Unión Europea (a través de la expansión de la OTAN) contra Rusia. En rigor, se trata de una confrontación entre EUA y Rusia que se localiza en Ucrania. Se trata de una guerra de desgaste de Occidente contra Rusia, que apunta a debilitar al principal adversario de EE.UU., China. Porque lo que está en disputa no es solo la región del Donbás, sino establecer un antecedente para internacionalizar el conflicto entre China y Taiwán. Ello explica la expansión de la OTAN que –aceleradamente– le ha puesto un cerco a todo lo largo de su frontera a Rusia y que proyecta expandirse al Asia Pacífico, a través de Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia, para ponerle un cerco a China.

Como respuesta a ese despliegue geopolítico de la OTAN, los países emergentes de Asia, África y América Latina, reunidos en los BRICS, amplían su membresía incorporando a seis nuevos miembros: Argentina, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e Irán. Antes de esta incorporación, los BRICS superaban ampliamente al G7, expresión económica de la OTAN, en población y extensión territorial. Luego de estas incorporaciones igualarán (o tal vez superen) el PBI del G7. Además, tienen una larga lista de espera de países emergentes en la fila, para ingresar a los BRICS.

¿Qué significa des-occidentalización?

Des-occidentalización es una categoría analítica creada por el diplomático e historiador de Singapur Kishore Mahbubani en su libro El nuevo hemisferio asiático. El irresistible desplazamiento del poder global hacia el Oriente (2014). Además de Mahbubani han tratado este tema autores ya citados como Samir Amín y Enrique Dussel, así como el notable sociólogo peruano Aníbal Quijano, autor de Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. En esta obra, Quijano argumenta que la globalización es un proceso que comienza con la consumación del saqueo de América, cuyas riquezas en oro, plata, minerales, pieles y otros bienes posibilitan la acumulación primitiva que da origen al capitalismo colonial/moderno y eurocéntrico, como un nuevo patrón de poder mundial. Otro importante autor que aborda los temas de esta corriente intelectual es el politólogo germano-brasileño Oliver Stuenkel, autor de Mundo post-occidental: cómo las potencias emergentes están rehaciendo el orden global (2016), Los BRICS y el futuro del orden global (2015), entre otros.

La des-occidentalización es el camino hacia la multipolaridad. Ya no se trata de una nueva Guerra Fría. Aquella era una guerra entre dos ideologías moderno-occidentales (liberalismo económico o marxismo económico). Hoy la economía de acumulación, desposesión, explotación e inversión del excedente del capitalismo es global. Todos son capitalistas, en unos el proceso lo orienta el mercado y en otros el Estado. El conflicto que se plantea deberá dirimirse entre la declinación de la occidentalización unipolar del planeta o el ascenso hacia una era multipolar. El orden multipolar aparenta ser irreversible. Está frente a nosotros. Occidente ya no puede decidir por sí solo, unilateralmente, el destino del planeta. El dilema, entonces, es determinar si un orden mundial multipolar favorece más el bienestar global que un orden unipolar o fin de la historia. Lo que es evidente es que un orden unipolar tiende a la concentración del poder en un hegemón universal a diferencia de la multipolaridad que asegura la redistribución y el equilibrio de poderes en el sistema internacional. Ucrania es un barómetro que nos indicará si la balanza se inclina hacia la re-occidentalización unipolar o si es un paso más hacia la des-occidentalización y la multipolaridad.

Hacia un “no alineamiento activo” como camino para América Latina

Más de medio siglo después de la creación del Movimiento de Países no Alineados (MPNA), en la Conferencia de Bandung, Indonesia, de 1955, el mundo ha cambiado dramáticamente. En esta tercera década del siglo XXI se requiere una renovación conceptual de la idea de “no alineamiento”, que le sirva a América Latina, en esta nueva etapa caracterizada por la disputa hegemónica entre EE.UU. y China.

Ese vacío conceptual ha venido a ser cubierto por un libro: El no alineamiento activo y América Latina: una doctrina para el nuevo siglo. Los compiladores y autores de esta obra, Carlos Fortin, Jorge Heine y Carlos Ominami, plantearon una cuestión crucial: ¿estaría América Latina, de diversas formas, condenada a jugar el juego de los poderosos en el siglo XXI? Para responder ese interrogante convocaron a excancilleres, diplomáticos y académicos, entre ellos Celso Amorim, Jorge Taiana, José Miguel Insulza, Jorge Castañeda, Ruy de Almeida Silva, Alicia Bárcena, Roberto Savio y Oliver Stuenkel. Entre los académicos se cuentan varios argentinos como Juan Gabriel Tokatlian, Diana Tussie, Andrés Serbin, Esteban Actis y Nicolás Creus, entre otros destacados internacionalistas.

Latinoamérica navega en la incertidumbre por la gravedad de la crisis actual. Agobiada por las deudas; la pandemia del Covid-19 y sus secuelas económicas, políticas y sociales; la guerra en Ucrania, su impacto en la geopolítica mundial y en la economía; las crisis energética y alimentaria, a lo que se añade la disputa hegemónica entre China y EE.UU. El no alineamiento activo intenta poner fin a la creciente marginalidad de la región que amenaza convertirse en irrelevancia e incapacidad para conducir su propio destino y no someterse a los designios de las potencias dominantes. Para ello, América Latina debe unificar su voz y orientar sus acciones según sus intereses nacionales y regionales.

Se trata de construir una visión del mundo contemporáneo como un sistema internacional en transformación, con un poder hegemónico en declinación, nuevos actores, nuevas alianzas y rivalidades, así como nuevas agendas y desafíos. En ese contexto, Latinoamérica necesita desplegar una política exterior que enfrente los desafíos contemporáneos de manera integral y coherente. Esa política debe incluir la negativa a tomar partido en las disputas derivadas de las luchas hegemónicas por el poder global. Es la única manera de no pasar de la periferia a la marginalidad internacional.

Esta idea de la no alineación activa que nació en la reunión de Puebla de 2019 y se conceptualizó en un artículo aparecido en Foreign Affairs Latinoamérica, en julio de 2020 (vol. 21, núm. 3), concluye plasmándose en una agenda para el no alineamiento activo que propone: 1) mantener una posición equidistante de coordinación entre ambas potencias en pugna en los temas mundiales; 2) fortalecer las instancias regionales; 3) comprometerse con el multilateralismo; 4) coordinar una gobernanza económica internacional; 5) reorientar y coordinar la política exterior y las cancillerías de los países de la región; 6) redefinir las nociones obsoletas de seguridad nacional; 7) incorporar las nuevas instituciones financieras internacionales; 8) trazar un plan acción contra el cambio climático; 9) hacer un esfuerzo persistente por garantizar la igualdad de género y el equilibrio de las relaciones laborales, y 10) establecer un centro regional de control de enfermedades.

Este año se cumplen 200 años de la Doctrina Monroe y hay intereses en Washington de resucitarla. Este afán de retrotraer la historia al siglo XIX es inaceptable. De igual manera, la relación con China debe ser objeto de una política que anteponga nuestras preferencias nacionales y regionales. La paradoja de la presencia china en la región es que por una parte disminuye la dependencia tradicional de EE.UU. y Europa. Pero la forma de inserción internacional, resultante de los vínculos comerciales con China, no es sustancialmente distinta de la clásica relación centro-periferia. Ello reproduce un patrón de comercio basado en exportaciones de materias primas de la región y la importación de productos manufacturados chinos, continuando las clásicas formas de dominación.

Finalmente, para completar esta nueva visión de la proyección internacional de la región, debemos asumir que, en el nuevo milenio, el concepto de Sur Global viene a reemplazar el de Tercer Mundo que había dominado el discurso de los países en desarrollo desde 1955. Surgen nuevas plataformas institucionales, que se suman a las tradicionales (el Movimiento de los Países No Alineados y el Grupo de los 77 en la ONU). La más importante de ellas es el grupo BRICS+6. Aprovechando el dinamismo económico de los países emergentes surge la idea de movilizar recursos financieros colectivos, de lo que es un ejemplo emblemático el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, con sede en Shanghai. En el área de comercio, se extiende la percepción de que el libre intercambio puede ser una palanca de desarrollo. En la medida que coexista con la salvaguarda de los intereses de las sociedades nacionales. Estas bases materiales son la condición de posibilidad de un no alineamiento activo para un nuevo orden multipolar internacional.

Autorxs


José Miguel Amiune:

Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Tufts. Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral. Exdecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Rosario. Exembajador. Exviceministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación. Miembro del Plan Fénix.