Las voces, más allá de las efemérides. O el pasado siempre presente

Las voces, más allá de las efemérides. O el pasado siempre presente

A lo largo de 34 años de democracia, los testimonios de los sobrevivientes al terrorismo de Estado ayudaron a construir un discurso que aboga por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Frente a un gobierno que busca desandar el camino recorrido, se impone la necesidad de reafirmar esta tarea, integrando cada vez más a los jóvenes.

| Por Emilce Moler |

Es interesante pensar cómo necesitamos de las efemérides para que nos devuelvan postales del pasado. Sin embargo, el ejercicio que todavía nos falta hacer como sociedad es poder pensarlo en base a las memorias que se despliegan en tantos relatos, como parte de las piezas de un rompecabezas que aún hoy seguimos armando. El desafío de estos tiempos es hacer presente ese pasado; todos los días, cuando tomamos decisiones como país, cuando legislamos, cuando elegimos hacia dónde queremos ir, queda en evidencia que el pasado no quedó atrás, es presente.

Cada 16 de septiembre se nos presenta, a quienes rememoramos el trágico hecho conocido como “La Noche de los Lápices”, una oportunidad para recrear experiencias, evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo, proyectar nuevos horizontes para el presente y, en especial, para el futuro.

La construcción de las efemérides

Llevamos 34 años de una democracia que, a pesar de muchos obstáculos, fue fortaleciéndose. Mucho de lo que pudimos andar fue en parte gracias al compromiso y la lucha de los ex detenidos, quienes, junto a todos los militantes de derechos humanos y ciudadanos comprometidos, desde los primeros momentos, decidimos hablar. Salir a contar lo que nos pasó, además de remover historias muy dolorosas para muchos, nos liberó de ese lugar donde los mismos represores habían decidido ponernos: en la clandestinidad, en la ilegalidad, allí donde nada parecía verdadero.

Después de muchos años de lucha, de relatar nuestras historias, las voces de los sobrevivientes se convirtieron en testimonios, los cuerpos de los desaparecidos permitieron reconstruir los lazos que faltaban, el silencio se hizo discurso, y la Memoria, la Verdad y la Justicia fueron políticas públicas.

Estas conquistas no han sido fáciles. Fueron tiempos de lucha en soledad, de encontrarnos con buena parte de una sociedad que no quería escuchar lo que teníamos para decir. Sin embargo, con el fuerte impulso de las políticas implementadas a partir de 2003 fuimos venciendo de a poco el silencio y el miedo que los dictadores y genocidas habían implantado como herramienta fundamental para la instauración de un modelo socioeconómico excluyente, apelando al adormecimiento de la sociedad y eliminando los canales de participación política de un Estado democrático.

Por eso es preocupante que hoy, a casi 18 meses de un nuevo gobierno, nos encontremos viviendo zozobras del devenir de estas luchas. Este escenario nos interpela a repensar nuevos escenarios y a trascender las conmemoraciones de las efemérides.

Quienes asumimos el compromiso de abrazar la lucha por los derechos humanos nos hemos planteado en forma permanente un sinfín de preguntas. ¿Cómo transmitir a las futuras generaciones la historia del horror? ¿Qué queremos exactamente transmitir? ¿Cómo lo hacemos? Y pese a que durante todos estos años fuimos encontrando respuestas –de acuerdo con las diferentes coyunturas políticas que atravesamos–, estos interrogantes siguen emergiendo y planteándonos nuevos desafíos para avanzar en el camino de la verdad y la justicia.

En lo personal, durante todos estos años he compartido cientos de charlas, entrevistas y encuentros con jóvenes, que me han ayudado a comprender las demandas de cada momento, así como también los diferentes obstáculos a vencer.

“Señora, ¿es cierto que torturaban?”, es la pregunta que he contestado cientos de veces durante los primeros años de la democracia. Fue el período en que los esfuerzos se centraban en vencer incredulidades, y en el que era importantísimo “intentar que nos crean”. Personalmente tuve que describir los horrores perpetrados por la dictadura, contando una y mil veces lo sucedido porque debía vencer el “aquí no pasó nada”, debía vencer el silencio.

A medida que nos iban creyendo comenzaban a surgir las preguntas que ponían en evidencia la impunidad: “Señora, ¿y dónde están los militares que hicieron todo eso?”. Ante tal interrogante había que contestar: “Caminando libremente por las calles”. Y allí describíamos las distintas estrategias que fuimos encontrando para que los hechos no quedaran impunes, producto de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, así como el indulto. Y pese a todos los logros –juicios en España, Juicios por la Verdad, juicios penales–, sabíamos que aún faltaba mucho y que, además, era una carrera contra el tiempo.

Siempre en las charlas surgía: “Señora, ¿qué es militancia o qué es militar?”. Y entonces había que poner en juego elementos didácticos para que se pudieran hacer alguna representación de estas actividades de participación política que, para esos años, década de los ’90, eran prácticas casi desconocidas o al menos bastante ajenas.

Las charlas se daban en grupos reducidos, en algún aula, en alguna escuela de adultos, y en horarios alternativos. Cuando la situación no estaba trabajada pedagógicamente y previamente, era un desgaste personal muy grande. Por eso ahora, cuando asisto a lugares donde ya trabajaron el tema, aprecio que las preguntas son distintas, interesantes de acuerdo con el contexto político que se vive, y entonces sí empieza a tener sentido mi presencia y es altamente gratificante gracias a los aportes de los jóvenes.

Un nuevo momento y una nueva oportunidad se nos presentó a partir de 2003 cuando el Estado, por primera vez, empezó a acompañarnos en nuestros reclamos. Un escenario promisorio se nos presentó con un gobierno que demostró, en reiteradas oportunidades, la voluntad política de hacer de los derechos humanos un tema central de su agenda política.

Nos dio la oportunidad de interpretar de otro modo la década de los ’70, que había sido reducida al horror de la dictadura, a cadáveres y desaparecidos. Permitió así que salieran a la luz historias y proyectos políticos de aquellos años que habían estado invisibilizados. El giro ocurrido en lo público, porque abrió la oportunidad de otra indagación del pasado reciente, permitió correr el velo de lo que nos impedía pensar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que significó el compromiso político para muchos jóvenes hasta ser alcanzados por la brutalidad del poder que terminó haciendo añicos ese impulso transformador. El concepto de militancia adquirió otra magnitud y, para muchos jóvenes, devino oportunidad de abrazar la política como herramienta de trasformación de la realidad.

Nuevas realidades, nuevos escenarios

Es en este punto donde volvemos a actualizar los cuestionamientos sobre cómo seguir para afianzar lo alcanzado y que no se convierta en un punto ciego.

Durante los últimos doce años se abordaron en forma permanente estas temáticas, tanto en las conceptualizaciones sobre la memoria como en las tensiones en que se inscriben y los conflictos que generan.

Hubo espacios donde se repensó cómo continuar en estas transmisiones. Y en este nuevo desafío los jóvenes fueron, y son, quienes vuelven a crear interrogantes que nos atraviesan. Permitir y promover que surjan estos conflictos naturales, estas contradicciones, es un paso no sólo necesario sino sumamente motivador para que ellos puedan apropiarse de la historia. Muchas veces, algunos docentes y padres se paralizan y se angustian frente a este tipo de dificultades; pero hay que tener en cuenta que, para los alumnos, las controversias y tensiones funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.

Si era una tarea compleja sostener estos relatos con un gobierno que lo propiciaba, la tarea que tenemos por delante ahora, con un gobierno que, sin decirlo, deshace todo lo hecho, es aún más compleja.

Se desfinanciaron programas educativos y de difusión, proyectos y políticas de pedagogía de la memoria, programas de inclusión educativa, de acciones vinculadas a los juicios por lesa humanidad. Hay sentencias que permiten que los genocidas vuelvan a sus casas, y cada vez más suenan voces de “justicia por mano propia” construyendo esto como el sentido común… Hay múltiples retrocesos históricos.

Pero la diferencia entre los albores de la democracia y estos tiempos es que no son sólo estas voces las que resuenan. A veces se sienten amplificadas por las radios y la televisión, pero en las plazas, en las calles, como en este histórico 24 de marzo de 2017, las otras voces, nuestras voces, se hicieron escuchar.

Las voces para las nuevas construcciones

Las voces de olvidar el pasado, de dar vuelta la página, son sofocadas por las risas, los cantos de los jóvenes en las plazas, en las marchas, con banderas, en los miles de actos que se realizan en las escuelas a lo largo del país para cada manifestación que lucha por sus derechos.

No hay más voces únicas. Eso fue lo que se logró, lo que logramos entre tantos. Y en las efemérides resuenan fuertes. Y al menos para mí, todo esto no es poco. El difícil desafío es que las voces se escuchen cada día, en cada momento, en cada decisión y no como susurro, sino fuertes, altas, como en las efemérides.

Autorxs


Emilce Moler:

Profesora en Matemática, Magister en Epistemología y Doctora en Bioingeniería. Es docente e investigadora de la Universidad Nacional de Mar del Plata, especializada en temas de Enseñanza de la Matemática, Procesamiento de Imágenes Médicas y de Antropología Forense. En su calidad de ex detenida desaparecida, sobreviviente del conocido hecho “La Noche de los Lápices”, fue miembro de la Comisión Provincial de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, y en forma permanente trabaja con distintos organismos de derechos humanos.