La región: de los giros a la incertidumbre
Los autores se preguntan acerca de las consecuencias económicas y sociales que dejará la pandemia en el futuro, en relación, además, al devenir político en cada país de la región sudamericana y de esta como un conjunto.
| Por Nicolás Tereschuk y Mariano Fraschini |
¿Cómo será Sudamérica en el 2021? ¿Qué le depararán a la región las transformaciones económicas y sociales acaecidas durante la pandemia? ¿Cómo afectarán las respuestas dadas por los gobiernos al sistema político? ¿Estaremos asistiendo a una estabilidad política o continuaremos por el sendero de la inestabilidad? ¿Volverán los presidentes estables o los primeros mandatarios sudamericanos seguirán siendo inestables?
Desde el triunfo electoral de Mauricio Macri en noviembre de 2015 mucho se ha discutido en la región acerca de la existencia (o no) de un giro a la derecha. Las victorias sucesivas de Sebastián Piñera en Chile en 2017, de Iván Duque en Colombia y de Jair Bolsonaro en Brasil durante el 2018, y la descorreización de Lenin Moreno en Ecuador durante el ejercicio del poder, preanunciaban, para muchos, un abandono del giro a la izquierda sudamericano y el comienzo de una nueva etapa de estabilidad caracterizada por el achicamiento del Estado, la desregulación del mercado y el alineamiento con la política internacional de Estados Unidos.
Sin embargo, los pronósticos acerca del comienzo de un lapso histórico con características similares al neoliberalismo noventista no se vieron materializados en la práctica. La evidencia empírica revelaba que la consolidación de gobiernos de un signo antagónico a los de las décadas pasadas colisionaba contra una realidad que se negaba a encuadrarse en los formatos estables de antaño. Y en ese contexto, las dificultades del presidente chileno para consolidar las reformas orientadas al mercado en su país, como los aprietos sociales en los que se hundían Duque y Lenin Moreno exhibían la fragilidad del supuesto nuevo giro. Asimismo, la ratificación de Nicolás Maduro en Venezuela, sumado a las victorias de Andrés López Obrador en México y de Alberto Fernández en la Argentina pareció atenuar la avanzada ideológica neoliberal, y sus posibilidades de convertirse en un verdadero desplazamiento estable en la región.
Entonces, ¿en qué etapa histórica nos encontramos? ¿Qué trae como novedad el quinquenio 2015-2020? ¿Estamos asistiendo a una región en disputa de proyectos?
Antes de dar una respuesta a este conjunto de preguntas, debemos advertir que en nuestra región ya se ha convertido en un tópico hacerlo a través de etapas. La década de los ochenta fue definida como de “transición a la democracia”; la siguiente, en donde se despliegan las reformas orientadas al mercado, como “neoliberalismo”, mientras que la que se inicia en el siglo XXI nadie duda en denominar como “giro a la izquierda”. No solo porque implicó un giro concreto a las políticas económicas precedentes, sino porque también ha exhibido un grado de estabilidad sin parangón para los presidentes y las presidentas de nuestra región.
Comencemos por ir develando algunas cuestiones que entendemos centrales para comprender la dinámica política regional. Si miramos con atención la evidencia empírica, a excepción de los triunfos de Macri y de Piñera en el que las propuestas neoliberales superaron a las progresistas, en el resto de las elecciones la continuidad neoliberal fue la regla: Pedro P. Kuczynski por Ollanta Humala en Perú, Horacio Cartes por Mario Abdo en Paraguay, Juan Manuel Santos por Duque en Colombia, evidencian una persistencia de las victorias conservadoras.
La salida anticipada de Dilma Rousseff y el interregno de Michel Temer con la implementación de políticas pro-mercado que da la bienvenida a Bolsonaro, bien pueden sumarse a este grupo.
Por lo que el supuesto comienzo de un giro a la derecha hay que tomarlo con pinzas, ya que el recambio solo se desplegó en dos países con sistemas de partidos que, para la teoría del prestigioso politólogo Giovanni Sartori, bien pueden considerarse como moderados. Distinto es el caso del golpe de Estado en Bolivia, en donde uno de los principales exponentes del giro a la izquierda debió abandonar el gobierno luego del triunfo electoral en primera vuelta en noviembre del año pasado producto de una exigencia militar.
¿Qué tenemos entonces a la fecha en Sudamérica? ¿Qué elementos de análisis nos permiten afirmar que no se evidencia un giro en la región? Miremos un poco más de cerca, y con más detenimiento.
Lo que se observa es que, a excepción de los mencionados triunfos de Maduro (reelección) y Abdo (mismo Partido Colorado), son las oposiciones los grandes emergentes de esta nueva etapa. Si sumamos el giro copernicano de Moreno en Ecuador, nos encontramos con que los gobiernos sudamericanos desde 2015 a la fecha han cambiado a una velocidad desconocida. Muy lejos de la permanencia de los liderazgos presidenciales de la primera década del siglo XXI, Hugo Chávez, Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, Lula, Dilma Rousseff, Tabaré Vázquez, Evo Morales y Rafael Correa, lo que hoy observamos es una rápida circulación de las elites políticas. Una notable insatisfacción frente a las ofertas oficialistas, y una importante movilización social en contra de los gobiernos de la región se han desplegado a lo largo de estos últimos años, en particular en la prepandemia. Las grandes movilizaciones en Ecuador, Perú, Colombia, Bolivia y Chile de finales del año pasado son el emergente de esta nueva realidad sudamericana. También lo es la presencia de los militares en la dinámica política en la mayoría de los países de la región. Como en espejo, observamos la importante presencia militar en Venezuela, Colombia y Brasil y la cada vez mayor influencia de las fuerzas armadas en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú a la hora de resolver conflictos sociales e institucionales.
El año 2020 le dio continuidad, electoralmente hablando, al lapso histórico que estamos analizando. Los recientes triunfos del MAS en Bolivia, del “Sí” a la reforma constitucional en Chile y de la “abstención” en Venezuela ratifican que las elites gubernamentales en nuestras latitudes se encuentran muy lejos de lograr estabilizar el mapa político institucional. La continuidad de las movilizaciones populares en Ecuador, Colombia y Perú durante los últimos meses ratifica la permanencia de la inestabilidad política. La cartografía sudamericana revela un importante grado de desequilibrio en su sistema político que debemos subrayar como un factor decisivo para dar cuenta de las nuevas dinámicas regionales. A esto debemos sumarle las consecuencias que traerá aparejada la pospandemia en cuanto a aumento de la pobreza, de la indigencia y de la desocupación en un contexto macroeconómico lesionado en su interior. El horizonte de 2021 emerge desafiante para los gobiernos sudamericanos, más allá de su color político, y augura un escenario conflictivo en lo social.
En ese marco, la Argentina atraviesa uno de sus más difíciles momentos en términos económico-sociales. A la gravísima crisis de balanza de pagos 2018-2019 que, en espejo, tuvo como correlato la decisión de Mauricio Macri de recurrir al mayor préstamo en la historia del Fondo Monetario Internacional, se sumó la pandemia. La gestión del líder del PRO dejó los peores indicadores en más de 15 años y a eso se sumó una pandemia que generó una de las recesiones más agudas de las que se tenga memoria.
La crisis que implicó la implosión del modelo de modernización excluyente y de financiarización económica que intentó llevar adelante la gestión de Cambiemos no resultó inocua para la sociedad ni para el Estado. Como bien sabemos desde Guillermo O’Donnell, este tipo de crisis acortan los horizontes de miras de los actores sociopolíticos haciendo más complicados los acuerdos. Por otra parte, así como son episodios que hieren al cuerpo social, debilitan a un Estado que se queda con cada vez menos resortes para diseñar e implementar políticas públicas medianamente eficaces. Es en este contexto en el que asumió el binomio Alberto Fernández-Cristina Kirchner y al poco de andar se topó con la mayor crisis económica para esta región en 100 años.
Las condiciones regionales y locales no podrían ser más desafiantes para la democracia argentina, que se dirige al cumplimiento de sus 40 años cuando el presidente Alberto Fernández finalice su mandato. No se trata solo de una situación social muy dura, sino también de la vigencia de un ámbito de debate público muchas veces intoxicado por un entorno de debates “polarizantes” en medios de comunicación y redes sociales.
Pero si la Argentina es un ejemplo de débil o baja institucionalización “de manual”, donde las reglas suelen variar según los vientos políticos o donde esas normas se aplican de manera intermitente y con discrecionalidad, en esta oportunidad son justamente un conjunto de mecanismos políticos e institucionales los que muestran fortaleza. Un cambio de signo político en paz, dirigencias políticas que despliegan acuerdos si no inter, al menos intrapartidarios conformando importantes coaliciones y la posibilidad de atravesar un año de la pandemia con una notoriamente baja conflictividad social son tres fotografías clave de una película regional muchísimo más turbulenta.
A esto debe agregarse la implementación de amplios programas de sostenimiento de los ingresos de las familias y de las empresas durante la pandemia, así como una serie de debates intensos pero no por ello menos profundos en el ámbito del Congreso, que funcionó a un ritmo históricamente fuerte.
El horizonte de la vacuna y una economía mundial en expansión si su efectividad se confirma puede ayudar a aliviar algunas tensiones locales y regionales. Pero siempre serán la política y, puntualmente, las acciones y estrategias que puedan desplegar cada uno de los líderes presidenciales, en vínculo con los distintos actores sociales, los elementos clave para definir el panorama del futuro.
Autorxs
Nicolás Tereschuk:
Magíster en Sociología Económica. Docente en las maestrías de Teoría Política y Social de la UBA y Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social de FLACSO, y en la carrera de Ciencia Política de la UBA.
Mariano Fraschini:
Doctor en Ciencia Política por la Escuela de Política y Gobierno de la UNSAM. Docente en el Doctorado en Ciencias Sociales de FLACSO; las maestrías de Teoría Política y Social de la UBA y Políticas Públicas para el Desarrollo con Inclusión Social de FLACSO, y en la carrera de Ciencia Política y el Ciclo Básico Común de la UBA.