La ciencia y la tecnología en el marco de la economía ecológica

La ciencia y la tecnología en el marco de la economía ecológica

El actual modelo de desarrollo global es ambientalmente insostenible. La economía ecológica instala a la naturaleza y sus interacciones con la sociedad en el centro del análisis y aporta elementos para la evaluación de riesgos y beneficios de la incorporación de nuevas tecnologías.

| Por Walter Alberto Pengue* |

El gigantismo económico y la sobreexplotación de los recursos

La entrada al siglo XXI ha traído aparejada para la humanidad una serie de transformaciones sociales, tecnológicas, científicas y productivas que han facilitado el acceso del hombre a formas de explotación de los recursos naturales inéditas hasta hace poco más de dos décadas. Maquinarias, enormes equipos, procesos metabólicos globales, geoingeniería, bioingeniería, ponen en las manos del hombre una enorme cantidad de recursos naturales a los que previamente no había podido tener acceso.

La vorágine de esta demanda creciente deriva de una hasta ahora irrefrenable sed por recursos emanada de un gran cambio en los estilos de consumo globales, sumado a nuevos procesos productivos y la entrada al sistema capitalista de una enorme masa de nuevos demandantes provenientes de los países emergentes (China, India), pero también de las economías post industriales que no sólo pretenden seguir creciendo sino perpetuar y hacer crecer sus propias demandas.

El gigantismo económico y financiero de este nuevo orden global, en estos tiempos se percibe en la crisis económica, pero la expansión de este fenómeno se encuentra en todas partes del mundo económico, en el cambio de escalas, que superan a la humana, no sólo en el mundo del capital, sino en el mundo global empresarial (que no tiene límites a su vorágine), en el crecimiento expansivo de los grupos corporativos, en sus formas de apropiación del mundo, de sus gentes y de su naturaleza.

La contradicción entre el capitalismo y la sustentabilidad y estabilidad planetaria ha sido planteada por autores como Joel Kovel, en su libro The enemy of nature. The end of capitalism or the end of the world? (El enemigo de la naturaleza. ¿El fin del capitalismo o el fin del mundo?), de 2002, donde alerta sobre estas cuestiones.

Cuestiones clave de cara al milenio que acaba de iniciar, y que ni siquiera se han podido solucionar en parte, tienen vinculación directa con la sobreexplotación de los recursos naturales. Algunas de ellas son la subvaluación de estos (es decir, el no reconocimiento de su verdadero valor ambiental y no sólo desde el mercado), la presión desenfrenada sobre los ecosistemas, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, la distribución inequitativa de la riqueza y el hambre creciente en el mundo. Todo esto, bajo un escenario de cambio climático que nos es contemporáneo y cuyas secuelas se pueden apreciar en una recurrente suma de catástrofes naturales o antrópicas como sequías, inundaciones, pérdida de producciones de alimentos, etc., que recién comenzamos a dilucidar.

¿Ciclos de la naturaleza o de la economía?

No obstante e increíblemente, es aún sumamente paradójico que no se haya prestado la suficiente atención a situaciones clave que afectan la misma base del sistema capitalista, y que no se vislumbra en el dinero, sino en la importancia, hasta ahora muy relativizada, que se ha dado a la base de recursos de donde provienen todos los bienes: la naturaleza.

La economía ecológica viene a revisar con firmeza este supuesto, incorpora a la naturaleza en toda su magnitud, manifiesta la importancia de quebrar con la visión económica tradicional del circuito y los ciclos económicos y propone un flujo unidireccional de energía, cuya fuente original es el sol (que es el pilastre que da funcionamiento a la rueda económica) hasta una conversión final en energía no reutilizable o contaminación.

Muy diferentes, entonces, serán las argumentaciones, si en este sistema en lugar de percibir fluir solamente un flujo de materiales o dinero de forma circular, se mira al conjunto movilizado por un ingreso permanente de energía desde un contexto mayor, que es el que hace mover esa rueda, al igual que el agua de un río, que pasando de un punto al otro mueve a una noria. Si esta última (en el ejemplo, el agua) no estuviera presente, el sistema se detendría, se estancaría. Pero el agua que pasa sigue un flujo, unidireccional. No es la misma. Al igual que el ejemplo del agua con la noria, la energía que entra al sistema y lo hace mover no es la misma que sale del mismo, luego de su utilización. Esa energía por un lado se transforma y por el otro genera energía de otra calidad, cumpliéndose de esta manera en la economía los principios de la física, primero y segundo de la termodinámica.

Pensar entonces el sistema de una u otra manera, tiene consecuencias sumamente importantes sobre nuestro medio natural. Verlo en la primera instancia es lo que permite impulsar su degradación y hasta su agotamiento por aceleramiento de los ciclos económicos, con escasa consideración socioambiental. Seguir los fundamentos del segundo diagrama hará reconsiderar muchas de las formas de apropiación de la naturaleza, su capacidad de reciclaje, identificar cuellos de botella energéticos, su capacidad de sustentación e incluso una búsqueda de la desaceleración de ciclos económicos “sostenibles” económica o financieramente pero imposibles de sustentar en términos ecológicos.

Hoy en día, podemos ver que en su relación con la naturaleza tanto el capitalismo como el comunismo han fracasado. No existe el “capitalismo a perpetuidad” como tan brillantemente lo documenta James O’Connor en su artículo “Es posible el capitalismo sostenible”, en el libro Ecología Política, Naturaleza, Sociedad y Utopía. Pero que también por sobre estos se ha erigido una fuerza aún más poderosa que está ensombreciendo más la seguridad ambiental del planeta y por lo tanto de la humanidad: el consumismo.

El consumo y el crecimiento económico sin fin es el paradigma de una nueva religión, donde el aumento del consumo es una forma de vida necesaria para mantener la actividad económica y el empleo. El consumo de bienes y servicios, por supuesto, es imprescindible para satisfacer las necesidades humanas, pero cuando se supera cierto umbral, se transforma en consumismo.

“Las principales causas de que continúe deteriorándose el medio ambiente mundial son las modalidades insostenibles de consumo y producción, particularmente en los países industrializados”, dice la Agenda 21.

De los 6.600 millones de habitantes que tenemos en el mundo, la privilegiada sociedad de consumo la integran 1.728 millones de personas, el 28% de la población mundial: 242 millones viven en Estados Unidos (el 84% de su población), 349 millones en Europa occidental (el 89% de la población), 120 millones en Japón (95%), 240 millones en China (apenas el 19% de su población), 122 millones en la India (12%), 61 millones en Rusia (43%), 58 millones en Brasil (33%) y sólo 34 millones en el África subsahariana (el 5% de la población).

En total en los países industrializados viven 816 millones de consumidores (el 80% de la población) y 912 millones en los países en desarrollo (sólo el 17% de la población del Tercer Mundo).

El 15% de la población mundial que vive en los países de altos ingresos es responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más pobre, en los países de bajos ingresos, se acredita solamente el 11% del consumo. Pese a que hoy día la mayoría de la gente consume más –debido a la expansión de la economía mundial en el decenio de 1990 y al mejoramiento del nivel de vida en muchos países–, el consumo del hogar africano medio es un 20% inferior al de hace 25 años.

Pero el consumo sostenible no se refiere sólo al uso equitativo de los recursos. Si toda la población del mundo viviera como un habitante medio de los países de altos ingresos, necesitaríamos otros 2,6 planetas para el sostén de todos, según la medida de la sostenibilidad del espacio productivo, medición independiente basada en las estadísticas de las Naciones Unidas.

Las externalidades

Muchos de los desarrollos científicos y tecnológicos de ayer y hoy no fueron acompañados en profundidad por reflexiones vinculadas a sus impactos. Algunos han hablado y defendido a ultranza a la “civilización del automóvil”, como si este fuera el único camino posible del pasado siglo pero también del futuro. Hemos calculado sus externalidades. En demandas de agua, materiales, recursos, transporte… y en vidas humanas. Investigue y calcule. Está publicado. La civilización del futuro, no obstante, no necesariamente tendrá al automóvil en su centro. Posiblemente nuevas instancias de logística, transporte, desplazamiento, avancen mucho más cercanos a medios de transportes colectivos y sostenibles que a uno de los ejes más distorsionantes y degradantes del medio como los autos. Pero igualmente, para la industria automotriz o el usuario del automóvil, la visión de las externalidades (costos no incluidos en los gastos) no ha sido contemplada. La externalidad más grande vinculada a ello es el aporte que la civilización del automóvil, sumada a la civilización industrial, ha generado en términos de emisiones de gases de efecto invernadero y, por ende, de su contribución al cambio climático global.

El transporte de cargas ha hecho otro resto y contribuye ya con otro valor importante, más del 14% de las emisiones.

Otro aportante y contribuyente relevante a las emisiones tiene que ver nuevamente con el consumo y crecimiento de la demanda mundial de carne. Las emisiones de gases (metano especialmente) del ganado mundial son otro elemento crucial en esta cuestión que ameritará una discusión sobre las dietas y los cambios de hábitos en el consumo mundial. Por ello la importancia de empezar a incluir estos costos y nuevos ajustes.

Cuestiones como las externalidades, los costos y beneficios sociales y privados, la contaminación y la degradación de los recursos naturales –erosión, salinización, pérdidas de la capacidad productiva de los suelos, pérdidas de biodiversidad–, el aumento de la pobreza, el desempleo y la regionalización del mundo en áreas avanzadas y estancadas, no han sido abordadas eficientemente por la economía ortodoxa.

Una externalidad es un costo no incluido en las cuentas de una empresa, o de un país o de una región. La colocación de las externalidades, entre empresas y hasta entre países, trae aparejada una discusión que es más de la ecología política que de la propia economía, incluida la ambiental, y se refiere al mecanismo de dónde y bajo qué precios se coloca este daño. Dice W. Sachs: “Es así que la nueva distribución del poder económico viene aparejada de un cambio en la distribución geográfica de los impactos sobre el medio ambiente. Si desde el punto de vista ecológico se define al poder como la capacidad de internalizar ventajas ambientales y externalizar los costos ambientales, bien puede suponerse que el alargamiento de las cadenas económicas dé origen a un proceso de concentración de las ventajas en los extremos superior y las desventajas en el extremo inferior”. Un economista jefe del Banco Mundial (todos conocen el caso de L. Summers) recomendaba hace pocos años, filtrado y publicado en The Economist, depositar el pasivo ambiental (la externalidad) en aquellos territorios donde el resarcimiento económico producido por la pérdida de vidas o enfermedades, consecuencia de los impactos de empresas foráneas contaminantes, implicase el costo marginal más bajo.

El primero y segundo principio de la termodinámica

La termodinámica es el estudio de las transformaciones de la energía. La primera ley de la termodinámica establece que la energía no puede crearse ni destruirse. Sólo puede transformarse de una forma a otra. Esta ley es una ley de conservación; según esta, la energía se conserva.

La primera ley, entonces, se relaciona con la cantidad de energía. La segunda ley trata sobre la calidad de la energía. Se ha dicho que la primera ley de la termodinámica establece que no se puede obtener algo a cambio de nada, mientras que la segunda ley establece que, de cualquier forma, siempre se paga de más. Es decir, según la primera ley, la energía no se puede crear, sólo se puede transformar de una forma en otra.

En relación con la segunda ley, esta tiene claramente implicaciones ecológicas y económicas. Lo que se destaca es que cualquier conservación implica pérdidas. Eso parece contradecir lo dicho en la primera ley, pero no es así. La pérdida no se da en términos de cantidad de energía sino de calidad de energía. Todos los procesos de transformación de la energía comprenden una cierta degradación de la calidad de la energía.

Decía nuevamente Roegen: “No existe tal cosa, como eso de una Comida Gratis. En la economía los números siempre cuadran: por cada desembolso debe haber un ingreso equivalente. En la ecología: los números nunca cuadran. No se llevan en dólares, sino en términos de materia-energía, y en estos términos siempre terminan en un déficit. De hecho, cada trabajo, hecho por un organismo vivo, se obtiene a un costo mayor del que ese trabajo representa en los mismos términos”.

Los servicios ambientales

Los servicios ambientales son los enormes beneficios que obtiene el ser humano como resultado de las funciones de los ecosistemas. Entre ellos se encuentran el mantenimiento de la composición gaseosa de la atmósfera; el control del clima; el control del ciclo hidrológico, que provee el agua dulce; la eliminación de desechos y reciclaje de nutrientes; la conservación de cuencas hidrológicas, la generación y preservación de suelos y el mantenimiento de su fertilidad; el control de organismos nocivos que atacan a los cultivos y transmiten enfermedades humanas; la polinización de cultivos, y el mantenimiento de un enorme acervo genético del cual la humanidad ya ha sacado elementos que forman la base de su desarrollo tales como cultivos, animales domésticos, medicinas y productos industriales.

Los ecosistemas son autoorganizaciones que requieren de un mínimo de diversidad de especies para capturar energía solar y desarrollar las relaciones cíclicas que ligan y sostienen a productores, consumidores y descomponedores, responsables del mantenimiento de la productividad biológica.

Existe en el ecosistema una diversidad mínima de especies indispensable para que los ecosistemas soporten las perturbaciones a las que los someten los factores externos.

La economía ecológica

La economía ecológica no es una rama fértil ni un apéndice más o menos independiente de la teoría económica, sino que es un campo de estudios transdisciplinar. Puede definirse como la ciencia de la gestión de la sostenibilidad y, como tal, estudia las interacciones entre la sociedad y la naturaleza, muy por encima de los limitados abordajes tanto de la economía como de la ecología, ciencias con las que se relaciona, al igual que con otras que estudian con firmeza la problemática ambiental compleja como la ecología política, la agroecología, sociología, ecología de paisajes o ecología urbana. Disciplinas que desde los conflictos sociedad/naturaleza se hacen incluso más palpables o focos directos del interés de investigación.

La economía ecológica adopta la teoría de sistemas para la comprensión de los fenómenos ecológicos y los integra a los estudios de los límites físicos y biológicos debidos al crecimiento económico.

Estudia a las sociedades como organismos vivos que tienen funciones como las de captación de la energía, utilización de los recursos y energía de la naturaleza y eliminación de sus residuos (metabolismo social). Este metabolismo, urbano, rural, industrial, funciona de distintas maneras en diferentes etapas desde la captación de la energía hasta su eliminación.

Llamativamente, los precursores intelectuales de la disciplina no eran economistas sino físicos, químicos, biólogos, urbanistas, ecólogos como Carnot, Clausius, Pfaundler, Geddes, Podolinsky, Popper-Lynbeus, Soddy, Lotka u Odum. De hecho, sus teorías fueron desestimadas por los economistas convencionales, como sucedió por ejemplo con los escritos de Podolinsky, rechazados de plano por Engels e indirectamente por Marx.

Alfred Lotka planteaba básicamente las diferencias entre el consumo endosomático y el consumo exosomático. El primero, propio de las demandas metabólicas de la especie humana, es, de hecho, muy similar para cada uno de nosotros. Este es el más democrático de los consumos, donde todos los requerimientos prácticamente son similares.

Siempre que podamos por lo menos comer. Pues entonces ¿dónde está la diferencia? En el consumo exosomático, es decir, en la búsqueda de la satisfacción de requerimientos extracorporales, y allí sí existe un abismo en términos de las demandas energéticas (para transporte, vestimenta, bienes superfluos) de los ciudadanos del norte y del sur.

Todo esto exige un conocimiento profundo de la estructura y funcionamiento de los ecosistemas naturales, que son la base de la vida humana y de las sociedades, conocimiento que marca los límites, tanto físicos como conceptuales, a los que debe ajustarse la actividad humana y por lo tanto la economía. Comprender los ecosistemas como sistemas complejos, dentro de los cuales la especie humana es una más y no el centro de transformación y expoliación de la naturaleza, por lo menos, a perpetuidad.

Cuando la sociedad asuma con una nueva mirada de racionalidad ambiental que ya no le es posible seguir sobreexplotando los recursos naturales y que se camina directamente a su extinción si no produce cambios en sus hábitos de consumo y producción. Cuando, al poner en riesgo los recursos naturales se pierdan los servicios ambientales mínimos, la sociedad comprenderá también que no se puede comer el dinero, o que con todo este junto no es posible volver atrás a los graves impactos naturales de escala global.

Resumiendo entonces, la economía ecológica entiende que la actividad económica no es una actividad que sólo utilice bienes ambientales o recursos naturales de manera aislada, sino que es una actividad económica que está precisamente centrada en la utilización de los ecosistemas.

Las nuevas tecnologías constituyen un claro objeto de análisis de la nueva ciencia, que pone especial consideración en la evaluación de riesgos y beneficios. La falta de conocimientos sobre efectos potenciales en el largo plazo hace que se ponga especial énfasis en los criterios de incertidumbre y prudencia. Esta también es una función indelegable de los nuevos aportes de una nueva ciencia y tecnología, pensadas de manera sostenible.





* ProECO / GEPAMA FADU, UBA. Área de Ecología, UNGS. Panel de los Recursos de Naciones Unidas.