Ciencia, tecnología y progreso social

Ciencia, tecnología y progreso social

Los problemas sociales, económicos y ambientales demandan una respuesta urgente. El Estado debe brindar una solución a partir de las investigaciones desarrolladas con los recursos económicos y humanos disponibles en las universidades públicas.

| Por Juan Carlos Gottifredi* |

Reflexiones y generalidades

El tema propuesto merece algunas reflexiones previas. Condiciones sociales desfavorables tiene, en cuanto a ciencia y tecnología, una clara connotación. Significa el deber de trabajar para solucionar un problema real que, en la gran mayoría de los casos, no está bien definido. Más aún, muchas veces ni siquiera desde el Estado, incluyendo la totalidad de sus instituciones, hay clara conciencia de que se trata de buscar una solución integral de largo plazo y no un mero paliativo para eliminar el descontento que genera una demanda genuina. Usualmente no existe mercado definido ni empresa interesada en la solución de estos problemas. Pero, citando a E. Galeano, “donde hay un problema debe haber una solución”. Me permito agregar “al menos una”.

El paradigma imperante en el denominado mundo desarrollado exige la presencia de una demanda y una respuesta adecuada por parte del mercado. A partir del mismo se erigen los llamados sistemas de innovación que movilizan fuertemente al trípode empresas de base tecnológica, recursos estatales, mediante la intervención de diversas y variadas instituciones, y la creatividad de científicos capaces de actuar tanto en el ámbito de organismos públicos como privados. Aunque se trate casi de una obviedad, el personal altamente calificado capaz de acometer estos proyectos es usualmente formado por universidades o instituciones científicas que reciben fuerte apoyo del erario público. Las soluciones innovadoras de este sistema exigen la presencia de ciudadanos con suficiente capacidad de ingresos para adquirir los “nuevos productos” que proporcionarán beneficios económicos a las empresas, mayor creación de riqueza a la sociedad y mayores ingresos al erario público para poder hacer frente a las obligaciones del Estado para el sostenimiento de programas o políticas de gobierno.

Tal como lo explica de manera brillante y sencilla Renato Dagnino, este paradigma beneficia sólo a una parte de la sociedad de cada nación pero no al conjunto de sus ciudadanos. Mucho menos en países donde el índice de pobreza es alto y donde las necesidades insatisfechas de gran parte de la población no son de ningún modo objetivos atractivos para el “mercado innovador”. Desde este punto de vista comparto la propuesta de Dagnino de rediscutir el diseño y la organización de nuestras instituciones científicas y tecnológicas, construidas y valoradas a imagen y semejanza de las existentes en los países centrales, para adecuarlas a la necesidad de satisfacer las demandas sociales de vastos sectores de nuestras poblaciones.

Existe todavía una tendencia marcada en clasificar al trabajo científico como básico, aplicado o de desarrollo, en función de la proximidad entre un objetivo propuesto por la propia academia y un problema actual que debe resolverse por vía de la innovación. En realidad todo trabajo científico que se realice debe sostenerse sobre bases epistemológicas sólidas que acrediten su validez. Pero una cosa es investigar para acrecentar el conocimiento sobre un tema con absoluta libertad de plazos y métodos, y otro caso es investigar bajo condiciones que obligan a elaborar el conocimiento para dar respuestas, siempre más de una, en el contexto de aplicación. Se trata de la misma metodología pero para dar satisfacción a objetivos diferentes. En nuestro caso siempre se tratará de una demanda real, donde muchas veces ni siquiera es necesaria una gran dosis de creación de conocimiento, pero sí de una gran habilidad de aplicarlo en condiciones ambientales muy especiales.

En el caso de la investigación básica, los objetivos, metas, verificación del cumplimiento parcial de las etapas del problema, y hasta el problema mismo, son propuestos por el propio investigador y aceptados por el organismo público que financia ese trabajo. Casi siempre los objetivos se pueden satisfacer de manera autónoma, o en cooperación con otros grupos, pero dentro una misma disciplina. Tiene una importancia fundamental en cualquier nación, rica o pobre, porque se transforma, cuando es bien empleado, en la gallina que pone los huevos de oro. Efectivamente, es imprescindible para la formación de personal altamente calificado en todas las disciplinas, con capacidad de estudiar y aprender por cuenta propia cualquier tema de su especialidad y de dar respuestas sumamente creativas a nuevos problemas o para cambiar la interpretación de fenómenos conocidos. Las universidades, formadoras de los profesionales que necesita cualquier nación, deberían estar densamente pobladas de maestros con estas calificaciones en todas sus disciplinas. Maestros que enseñen a sus discípulos a aprender mucho más que lo que ellos saben. De esa manera se cumpliría una de las condiciones necesarias para asegurar la calidad formativa de futuros egresados. En efecto, el contexto de aplicación exige conductas y respuestas totalmente diferentes. El objetivo y las metas no son establecidos por la academia sino negociados con los representantes de la parte demandante. En algunos casos directivos de una o varias empresas; en otros, por sectores sociales representados por sus líderes y funcionarios de gobiernos locales o nacionales. A partir de esta premisa se originan ciertas diferencias entre la investigación básica y la investigación que se realiza en un contexto de aplicación, que merecen ser tenidas en cuenta en el diseño y la programación de políticas científicas, educativas, sociales y, como consecuencia, económicas.

En primer lugar, un problema real de envergadura no se puede resolver desde un enfoque monocular de una única disciplina. A modo de ejemplo: diseñar el alimento que necesita y que se debería disponer para una determinada población objetivo no puede ser realizado simplemente por tecnólogos, médicos o nutricionistas. Ni siquiera por un equipo integrado por todos ellos. Habrá que convocar además a sociólogos, maestros, enfermeros, expertos culinarios, líderes comunitarios y a la propia comunidad hacia donde debe ir destinado ese alimento. De alcanzarse un buen resultado, este no puede ser trasladado linealmente a otra población. Ni siquiera el mismo equipo podría asegurar resultados satisfactorios en otras localidades.

En segundo lugar, los plazos no los fijan los investigadores sino el problema que estamos enfrentando. Es preciso responder no sólo en buena forma sino en tiempos perentorios. Esto obliga a dejar de lado la búsqueda de ciertas respuestas que en la investigación básica serían la inspiración para nuevos desafíos. Obliga a comprender por qué ciertas propuestas, que nos parecen impecables desde nuestro enfoque disciplinar, no alcanzan a satisfacer el objetivo general. Y habrá que volver en plazos breves con otra aproximación al problema hurgando en el conocimiento propio y ajeno. Experimentos simples, sencillos, de corta duración, fáciles de monitorear e interpretar, serán necesarios.

En tercer lugar, casi siempre se parte de un problema que no está totalmente definido. A medida que se avanza aparecen nuevos condicionantes que no se habían previsto y que obligan a redefinir estrategias y objetivos. En esta parte ayuda muchísimo la actuación de los destinatarios de la solución del problema. El trabajo de campo del sociólogo, para facilitar el diálogo y la participación de la población, interesada y opinando, es decisiva para el diseño de estrategias aceptables, duraderas y permanentes.

En cuarto lugar, gran parte de esta tarea no tendrá reconocimiento a través de publicaciones científicas en revistas de prestigio internacional de alto impacto. Pero estos trabajos tienen la enorme virtud de incrementar la pertinencia social de todo el sistema científico de una nación por cuanto, con el correr de los tiempos, incrementarán el prestigio y la consideración de esas instituciones en todos los ámbitos, sean estos políticos o sociales. Desde otro punto de vista más ambicioso podría argumentarse que puede ser un excelente instrumento para reconciliar los intereses generales de la sociedad con los de las comunidades científicas. En el largo plazo, podría crear las bases para construir una sociedad del conocimiento en lugar de una sociedad de mercado.

Una propuesta

Nuestro país está en buenas condiciones para dar respuestas perdurables a muchas demandas sociales. Cooperativas, asociaciones vecinales, núcleos de población precariamente instalados, localidades periféricas y fronterizas, para mencionar algunos casos, reciben ayudas para subsistir pero no de soluciones que posibiliten un progreso sostenido en sus propios esfuerzos y recursos. Las universidades estatales, sufragadas con el esfuerzo de todos, tienen una enorme disponibilidad de recursos y personal calificado. Las instituciones científicas cuentan además con equipamiento suficiente para asegurar la validez de los resultados que sean necesarios y el personal para interpretar esas respuestas. Los gobiernos locales, más cercanos a la gente, cuentan con demandas concretas, que se suman con el correr del tiempo, y sólo pueden ofrecer paliativos.

Cada año se gradúan unos 45 mil a 50 mil profesionales en las universidades públicas. Casi todos los planes contemplan alguna clase de trabajo final de graduación como elemento integrador de los conocimientos previamente adquiridos. ¿Qué pasaría si se decide utilizar este verdadero potencial, con alta competencia profesional, en beneficio de la sociedad? Ello, sumado a la capacidad de dirección y organización de sus maestros, permitiría atacar de manera sostenida la gran mayoría de los problemas sociales, conseguir resultados concretos y elevar la calidad de las demandas con el transcurso del tiempo. Habría que flexibilizar los planes de estudio y la forma de evaluar la potencial capacidad profesional de los futuros egresados. Se trataría de una labor continuada mantenida viva por docentes/investigadores, con recambio de discípulos. Esta propuesta no es el voluntariado sino el vuelco de la totalidad del potencial en beneficio de los sectores que más necesitan transformarse para disfrutar de los beneficios del crecimiento de los indicadores económicos.

No se trata en este breve espacio de discutir las ventajas y desventajas de esta propuesta. Se entiende que no es fácil llevarla a cabo integralmente. Pero puede ir avanzando año tras año. Lo importante es el objetivo que conlleva la misma. Unir mediante un trabajo multicolor y comprometido a dos de las misiones más importantes de la universidad: Extensión e Investigación, que Dagnino definió con lucidez en un solo término: “exvestigación”.

Puede argumentarse que en nuestro país no existe todavía una conciencia empresaria que permita crear una demanda sostenida de innovación endógena para exportar productos de creciente valor agregado. Pero existe un Estado con enormes necesidades de innovar metodologías y procedimientos para lograr en un tiempo razonable la ruptura y penetración de esa “Cortina de Oro” que describe Buarque para caracterizar las sociedades actuales.

El poder de compra del Estado para la atención de programas de educación, salud, medio ambiente, generación de energía, organización social, administración de nuevos pequeños emprendimientos y control de calidad de la obra pública es más que suficiente para poner en marcha proyectos concretos de investigación, en contexto de aplicación, que demostrarán la capacidad creativa instalada para la innovación que albergamos en nuestras propias instituciones. A partir de estos resultados concretos los empresarios irán comprendiendo que la generación de innovaciones productivas por parte de nuestra gente es un negocio en el que vale la pena arriesgar e invertir.

Nada de lo expuesto constituye un aporte original. Al fin y al cabo, esto conversábamos en nuestras reuniones con Oscar Varsavsky y otros grandes amigos, en los años ’70, cuando decidió realizar una crítica constructiva a nuestro sistema científico que fue, muchas veces, rechazada de plano por grandes personalidades científicas. Lo único que me resta agregar es que cada vez tenemos menos tiempo para desbaratar la segregación que se está produciendo en nuestro tejido social y necesitamos claramente movilizar toda nuestra capacidad creativa porque las estrategias utilizadas por diferentes gobiernos, en este importante período democrático de nuestra historia, no han dado un resultado satisfactorio acorde con los esfuerzos y recursos destinados por la sociedad.





* Lic. en Química FCEyN, UBA. Doctor en Ciencias Químicas UBA. PhD Imperial College (U Londres). Ex director del CONICET. Ex Rector UNSalta. Ex secretario de Educación Superior. Prof. Emérito UNSa. Investigador Superior CONICET.