Invenciones, obstáculos y alianzas: algunas historias para pensar los feminismos
A partir del análisis de las últimas cuatro décadas en la Argentina, el artículo expone los hitos que han marcado el reconocimiento público de los planteos del movimiento feminista en nuestro país.
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Cuarenta. Cuarentena. Cuaresma. Cuatro décadas. Número clave, cuya redondez parece condensar no pocos peligros. Pero en este caso se trata de pensar unos cuarenta años de la democracia que, en cierto sentido, hoy está bajo amenaza. El pacto fundacional de 1983 –sintetizado en el Nunca más al terrorismo de Estado– cruje con la emergencia electoral del negacionismo desembozado y la primacía de figuras que hacen de la represión una promesa. Son tiempos difíciles: nuestra condición de sujetos políticos aparece atenazada por modificaciones profundas de los modos de vida. El individuo ensoñado del capitalismo, competitivo y solitario, se nos presenta en su costado punitivo. En El Salvador se lleva adelante la pesadilla de las nuevas sociedades de control: una extensa experiencia carcelaria que se publicita, se filma y se distribuye, como alimento para un oscuro goce frente al sufrimiento ajeno. También, como amparo para el miedo propio.
¿Cómo se movilizan otros afectos en estas sociedades del miedo? La pandemia no deja de tener efectos por abandonar su mención, más bien, esos efectos persisten, insisten, mientras más soterrada pretendamos dejarla. La pandemia fue enfrentada en la Argentina con un esfuerzo estatal complejo y exitoso, con recursos, vacunatorios, operativos de salud. Sin embargo, dejó el saldo de una desconfianza acentuada en la política, un antiestatismo agitado por quienes creen que siempre nos salvamos solos y quienes no lo hacen es porque no se esfuerzan lo suficiente. Eso es una zona de la vida social, una corriente de opinión, como decía un sociólogo fundador, que mueve la sensibilidad, rehace la lengua y organiza votaciones. Pero también hay otras, que persisten en afirmar enlaces, disposiciones, apuestas a lo común, a la política. Diría: a la democracia.
Los feminismos son hilos que se van enlazando con otras políticas, con otros movimientos, con nuevas y viejas institucionalidades. No un capítulo específico, sino un atravesamiento, una querella que se presenta una y otra vez. Cuando lo hace, agita la escena para revelar las libertades pendientes. En los últimos años fue parte de la escena más visible, incluso dándole un color particular a la coyuntura –que se hizo magenta con Ni Una Menos, violeta los 25 de noviembre en las luchas contra las violencias; verde, verdísima, en las peleas por la legalización del aborto–. Pero esa visibilidad no significa ausencia en los tramos anteriores sino otros modos de la presencia: en la construcción de colectivos, en la insistencia por la agenda de los partidos, en la tensión en las organizaciones sociales, en la incidencia legislativa, en el desarrollo de estudios de género y bibliografías feministas.
Hacer una historia es recuperar una pluralidad, un rumoreo por abajo de los hechos más notables. Contar una historia como prepararnos para un roce, una atención, una escucha. Quizás, armar estos relatos, para disponer un lugar desde donde pensar las cuatro décadas de democracia. Armarlos a partir de un puñado de pequeñas historias y de imágenes.
Laura
En el sitio digital Moléculas Malucas, Mabel Belluci escribe una historia de los compromisos de Laura Bonaparte con los feminismos, las luchas queer, los derechos humanos. Laura se exilió en México, luego de la desaparición de seis integrantes de su familia: sus hijxs –Aída, Víctor, Irene–, sus dos yernos, y su marido. Cuentan que cuando marchaba había que ayudarla a llevar los carteles con las fotos. Fue Madre de Plaza de Mayo y una voz fundamental en la construcción de las denuncias internacionales durante el terrorismo de Estado. En 1985 volvió a la Argentina y pocos años después integraba la comisión de lucha por el derecho al aborto legal. En una foto aparece, el 5 de marzo de 1992, en un acto en Plaza de Mayo, con un cartel con el nombre de Erica Videla, una lesbiana asesinada en Mendoza. A su lado, Mónica Santino, integrante de la CHA; Karina Urbina, de Transdevi, y dos militantes de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, el pastor Roberto González y Norberto D’Amico.
Lohana Berkins contó –en un homenaje hermoso que se hizo en la Biblioteca Nacional– que, unos años después, Laura Bonaparte se encadenaba en las rejas que protegían el Palacio de Tribunales, para acompañar el reclamo del fin de los edictos policiales con los que se perseguía y criminalizaba a las travestis. Esas escenas dicen mucho sobre Laura, sobre el modo de comprender los derechos humanos, o las luchas por esos derechos, no solo como una intervención sobre los crímenes del pasado, sino como una persistente actualidad. Se podría decir que ese fue el signo de las militancias de las Madres de Plaza de Mayo, pero en el caso de Laura la actualización de las demandas de justicia tenía una articulación claramente feminista.
Laura escribió: “Reclamamos el derecho a que se nos considere libres de toda esclavitud legal. Digo esclavitud. No digo deberes ciudadanos, de los que tenemos plena conciencia y fervor. Quiero decir que no queremos ser transformadas en lo que no somos, probetas bípedas, pedazos de cuerpos. Solo vientre. Y reclamamos además el derecho al goce”, en un documento, según cuenta Belluci, titulado “Derechos humanos” y retirado de circulación por pedido de otrxs militantes. Planteaba la clandestinidad del aborto como un modo del terrorismo de Estado.
El feminismo, en este hilo, es un anudamiento que radicaliza las luchas por los derechos humanos, amplía sus horizontes, y solicita alianzas imprevistas. Laura se mueve como pez en el agua entre las militancias del deseo, comprendiendo que la relación no es la de composición con una otredad, sino la asunción de que la lucha propia termina de desplegarse sólo con la incorporación de lo pensado, organizado, imaginado en otros grupos y activismos. El hilo que llamamos Laura viene de las insurgencias de los setenta, para tensarse en la experiencia del exilio y atar peleas contra el terrorismo de Estado y sus continuidades en términos de privación de las libertades.
El puente
El 26 de junio de 2002 fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kostecki, en la estación ferroviaria de Avellaneda. A sangre y fuego se intentaba cerrar el ciclo de ascenso de las luchas piqueteras, de un movimiento de desocupadxs que no solo modificaba el repertorio de luchas sino que escribía trazos de insurgencia fuera de los partidos tradicionales. Todos los meses, luego de los asesinatos, la Coordinadora Aníbal Verón cortaba el Puente Pueyrredón. En 2003, las mujeres de la organización se reunieron en la primera asamblea para tratar temas propios. Convocaron a la segunda con un volante que preguntaba, entre otras cosas, si la compañera representaba a la organización fuera del barrio. Una foto las muestra sentadas, en ronda, en el puente, con la bandera de la coordinadora detrás. Están serias, conversando. Rostros morenos, curtidos a la intemperie.
Nacía así un tipo de feminismo tan nuevo como el movimiento piquetero. Popular, tejido en los barrios, con discusiones diferentes. Incluso, con reticencia a nombrarse feminismo, porque veían esa palabra asociada a las prácticas liberales y a las clases medias. Ya había pasado con las organizaciones de mujeres dentro del peronismo y con la propia Eva, que expresaba su disgusto con esa identidad mientras practicaban –como escribió Horacio González– un feminismo estratégico desde la fundación que llevaba su nombre y el partido femenino.
El feminismo piquetero comenzó a ser parte de los Encuentros Nacionales de Mujeres y esa participación modificó tanto la agenda de los encuentros como la de los movimientos. Cuenta Zulema Aguirre, militante de Glew: “Fue muy interesante vernos a las compañeras cómo fuimos tomando tareas que antes parecían negadas. Tareas políticas dentro de la organización. Porque uno de los cuestionamientos que hacíamos era este: salimos de nuestras casas, pero dentro el movimiento reproducíamos exactamente lo que se hacía dentro de nuestros hogares. Nuestro rol seguía siendo doméstico dentro de la organización”.
Las discusiones sobre el trabajo, la relación entre espacio público y privado, la politización de lo doméstico, y la cuestión del poder, se tendían sobre el pavimento, en una huella no siempre vista y narrada pero tan activa que sería impensable comprender el policlasismo de feminismos masivos sin la tenaz organización de las feministas populares en los barrios.
Cupo y leyes
En la primera década del retorno democrático se dieron muy importantes cambios legislativos. En 1987, y a pesar de la resistencia de la iglesia católica, se legisló el divorcio vincular. Cuatro años después, la alianza transversal entre mujeres políticas radicales y peronistas lograba hacer votar, “entre gallos y medianoche”, la ley 24.012 que prescribía el cupo femenino del 30 por ciento. Las legisladoras que impulsaron la ley no fueron reelectas. Sin embargo, iniciaron un camino que modificaría la composición de las cámaras, que generaría una nueva institucionalidad y también un saber sobre las articulaciones políticas respecto de una agenda feminista.
Porque si es claro que el sujeto sexo-genérico “mujeres” no es sinónimo de la subjetivación política feminista, también lo es que en parte se superponen y coinciden. Las leyes de discriminación positiva, de cupos, paridad o cuotas, se despliegan como herramientas para interrumpir la tendencia a reproducir los sistemas de selección habituales y que responden a patrones sexo-genéricos patriarcales. Esa interrupción no garantiza que quienes son electas por sistemas de cuotas sean feministas o mujeres con trayectoria política autónoma, pero sí amplía el campo de oportunidades para que estas lleguen.
En un nuevo ciclo político, encabezado por el kirchnerismo y con cámaras mixtas, se aprobaría –a pesar de las resistencias conservadoras– una serie de leyes con claro sentido de ampliación de derechos civiles: en 2006 la ley de educación sexual integral; en 2009, la ley de prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres; en 2010 la ley de matrimonio igualitario y en 2012 la ley de identidad de género.
Pero la mayor de las batallas legislativas se dio sobre el fin de la década cuando los feminismos masivos articularon un escenario de disputa por sacar al aborto de la clandestinidad: movilizaciones masivas, politización de vastos contingentes juveniles, ampliación de la discusión pública, articulación entre mujeres políticas de distintos partidos, agitación periodística y cultural, se conjugaron en la llamada marea verde y en la obtención, a fines de 2020, de un derecho fundamental. Recién allí, las argentinas salíamos de la minoría de edad a la que una opresión legal condenaba. Una libertad más, una vergüenza menos.
Una plaza, unas calles
El 3 de junio de 2015, centenares de miles de personas se movilizaron en la ciudad de Buenos Aires y en treinta ciudades del país, bajo la consigna “Ni una menos”. Inesperada multitud, que hacía temblar la calle con su hastío y su furia. Resonó el “¡Basta!”. El hartazgo había encontrado su cauce. Y la preocupación, porque en esos meses una y otra joven aparecían asesinadas. En bolsas de basura, en contenedores, en baldíos, levantadas en boliches o salidas a buscar trabajo o volviendo a la casa. Muchachas cuyo brillo adolescente había sido castigado. No solo ellas, pero esas muertes hicieron visible un campo más amplio: el de los golpes y la violencia sexual, padecidos por generaciones de mujeres y cuerpos feminizados.
De algún modo, ese basta colectivo parió un sujeto político. La movilización no era una convocatoria feminista pero sí un grito común y una experiencia sobre la cual se irían a trazar los nuevos feminismos. La calle produjo una tonalidad nueva. Que no hubiera sido posible sin las tenacidades anteriores, sin la elaboración de leyes, teorías, escritos, imágenes, consignas, colectivos militantes. Todo eso alimentaba un hecho social que en superficie parecía inesperado, pero en el que latían muchísimas esperas.
Catalina Trebisacce analiza críticamente la primacía de la lengua del derecho en los feminismos contemporáneos. Y la asocia a un triple proceso: la cruenta derrota de los movimientos populares en la década del setenta y la aparición de los movimientos de derechos humanos como vía de politización en los ochenta, la articulación de consensos internacionales respecto de la violencia de género como cuestión central y la construcción de los feminismos masivos a partir de la denuncia de la violencia. Con todas las complejidades que eso supone, porque así como el movimiento de derechos humanos implicó poner en el centro la palabra de las víctimas como tales pero para problematizarlo poco tiempo después en la reivindicación de la militancia revolucionaria, los feminismos se hicieron masivos con la consigna “Ni una menos”, pero las movilizaciones y el sujeto político que se fue construyendo no limitaba la agenda a la lógica denuncia-juicio-castigo o a pedir por buenos efectores judiciales. La experiencia misma supone la profunda politización, y la reapertura de ese horizonte emancipatorio que nos permite nombrar como justicia algo más que una acción judicial.
El paro, la resistencia
El 19 de octubre de 2016 fue realizado el primer paro nacional de mujeres, en respuesta al femicidio de Lucía Pérez. Se trató de un hecho inaugural, por el tipo de debates y construcciones que se tejieron a su alrededor. Por un lado, el llamado a la huelga obligó a una pregunta: ¿quiénes pueden convocar a un paro? ¿Quiénes, que no sean los sindicatos en los que se nuclean lxs trabajadorxs? Esa pregunta, tan sencilla, abrió un campo de reflexión colectiva sobre cuándo y cómo somos trabajadorxs, construyendo un mapa de los trabajos en el que se hacían visibles el trabajo informal, el de la economía popular, el trabajo doméstico, en general impago, y el trabajo destinado al sostén de los ámbitos comunitarios.
Inaugural también, porque desde el año siguiente comenzaría la renovada articulación de los paros internacionales feministas, los 8 de marzo. Una fecha que por mucho tiempo era objeto de conmemoraciones de pequeños núcleos de activistas, se convirtió en ocasión de movilizaciones masivas. Esa elaboración fue colectiva, tramada en asambleas, discusiones y documentos, en los que complejos conceptos se hicieron carne en las travesías vitales de miles de personas.
Entre 2015 y 2019 los feminismos se constituyeron como un sujeto clave de las resistencias contra el gobierno neoliberal. Lo hicieron, organizados de modo transversal, capaces de componer alianzas desde la heterogeneidad de posiciones políticas, sectoriales, de clase y territorio. Era clave no solo por su capacidad de ocupar las calles, sino por el modo en que elaboró posiciones críticas y resistentes. Con vaivenes y tensiones: críticos al neoliberalismo necropolítico –¿acaso se pueden pensar los femicidios fuera de la lógica de producción de vidas desechables?–, en la lucha por el derecho al aborto la transversalidad incluyó sectores del gobierno que encarnaba y sostenía los principios neoliberales. Por eso, esa alianza por un derecho al propio cuerpo se volvía enemistad política cuando se trataba de la defensa de los derechos jubilatorios.
¿Dónde están las feministas?
No pocas veces, en las redes sociales, aparece la frase ¿qué dicen sobre x cuestión las feministas? O ¿dónde están las feministas? Frases que presumen de exigir declaraciones, en general condenatorias de algún suceso, por parte de un sujeto político prácticamente evanescente, porque no hay feminismo unívoco, con vocerías definidas y representaciones instaladas. La frase, arrojada como piedra, moviliza fantasmas y fantasías. Y, especialmente, da cuenta de la incomodidad que, para personas conservadoras, acarrea la presencia de los feminismos en el debate público, en la transformación de las prácticas sociales, en los vínculos afectivos, en los espacios de trabajo y en las organizaciones políticas. Feminismos es el nombre de querellas en todos los campos. Ninguna institución carece de la feminista aguafiestas que pone obstáculos a lo que parecían fáciles consensos. No porque el feminismo esté de moda, como dicen sus críticos, sino porque se extendió esa perspectiva en la crítica social y muchas prácticas y modos de hacer antes naturalizados muestran grietas y máculas.
El gobierno que asumió a fines de 2019 llevó adelante un proceso de institucionalización de las demandas feministas. La creación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad es el acto más notable de ese proceso, así como la legalización del aborto, lograda en 2020, se convirtió en una de las acciones más legitimantes para el propio gobierno. Si la articulación del movimiento –insisto: heterogéneo y transversal– con el Estado produjo innovaciones significativas en términos de derechos y de ampliación de políticas, a la vez coincidió con una retracción no menos importante de la movilización y una profundización de los ataques.
Los sectores más estrepitosos de las derechas prometen el fin de esa institucionalidad pero también el despliegue de un redisciplinamiento social que ponga en caja tantas voluntades díscolas y cuerpos subversivos. Son derechas represivas y negacionistas respecto de los crímenes del terrorismo de Estado. En este tembladeral en el que se conmemoran los cuarenta años continuados de la democracia en la Argentina, los feminismos son un nudo fundamental de la confrontación. De lengua secreta de confabuladas, a palabra que tiñe toda la discusión política. Palabra malversada, estigmatizada, encarnada. Si la lengua de los derechos humanos habló en los inicios de la democracia en los años ochenta del siglo XX, la de los feminismos es la que solicita más recurrencias –apologéticas o críticas– cuatro décadas después. Su presencia es un estado de querella, un lugar de pensamiento, un laboratorio crítico, un objeto del espectáculo, una modificación persistente y quizás ineluctable de las vidas.
Bibliografía de referencia
Bellucci Mabel (2014) Historia de una desobediencia: aborto y feminismo. Capital Intelectual. Buenos Aires.
Klein, Laura (2019) Más acá del bien y del mal: por un feminismo imposible. Red editorial. Buenos Aires.
López, María Pia. (2023) “Feminismos: la construcción de una crítica y una alternativa al neoliberalismo”, en Eduardo Rinesi y Andrés Tzeiman (ed.): Los lentes de Víctor Hugo. Transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente. Tomo III. La hora de la derecha. Ediciones UNGS.
Moreno, María (2019) Loquibambia (sexo e insurgencia). Universidad Diego Portales. Santiago de Chile.
Trebisacce, Catalina (2018) “Memorias feministas en disputa y puentes rotos entre los años setenta y los años ochenta”. Mora Vol. 24. Buenos Aires.
Autorxs
María Pia López:
Licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento y en la UBA.