El desafío federal a la democracia

El desafío federal a la democracia

En lugar de la tradicional idea de un centro en Buenos Aires y de las provincias como el “interior” del país, el trabajo propone pensar en un federalismo que convoque a una perspectiva diferente para pensar en el desarrollo de cada provincia o región en particular, y de la Argentina en general.

| Por Alejandro Auat |

Como si no le faltaran desafíos, proponemos uno más para repensar nuestra democracia a cuarenta años: el federalismo. Recientemente enrostrado a los “pituquitos de Recoleta” por el cordobesismo triunfante, pero también elevado a argumento y demanda por los gobernadores del Norte Grande frente a la avivada macrista-larretista de sumarse unos puntos más de la coparticipación, provecho avalado por una Corte Suprema que, para no dejar dudas sobre su parcialidad, se puso a interpretar constituciones provinciales y a anular elecciones en entidades soberanas previas a la existencia de la Nación. 

Lejos estamos de haber dejado atrás el “antagonismo fundante de nuestra organización nacional”, como le llama Josefina Bolis (2023), herida abierta y ninguneada1 por nuestros políticos y politólogos: la fractura Interior-Buenos Aires, que atraviesa como un bajo continuo2 las otras hendiduras de nuestra historia social que, siguiendo la analogía musical, vendrían a ser las melodías que se oyen en nuestros debates.

Creo que hay que forzar la salida a la luz de esa fractura, quizás exagerándola o caricaturizándola para que muestre sus rasgos. Como en toda cuestión de cultura y de política, está en juego la intersubjetividad: cómo nos relacionamos con el otro y su mundo, cuál es el talante que predomina en esa relación. Una, entre otras características, sería señalar el cinismo y el escepticismo como los polos de esta tensión entre dos ethos. Si el escepticismo provinciano duda del otro y suspende su propia acción en la desconfianza, el cinismo porteño niega al otro e hiperactúa descaradamente poniéndose en el lugar de la Totalidad. Si uno peca a veces de demasiada localía, el otro lo hace de demasiada universalidad. Si uno se cierra en la impugnación de “lo foráneo”, el otro minimiza la diversidad de lenguas reduciéndola a “tonada”, invisibiliza la diversidad de mundos arrumbándolos en un folklorismo pintoresco, o simplificando la producción de política autónoma bajo perezosas adjetivaciones de “feudos” y “caudillos”. Incluso algunas saludables tendencias de la ciencia política argentina que comenzó a prestar atención a las politicidades provinciales manifiestan esta pereza intelectual cuando nos ubican en el nicho de los “estudios sub-nacionales” –suponiendo con ello que los problemas municipales de CABA o del AMBA son “nacionales”–, en donde el prefijo “sub” connota algo más que la escala de la mirada.

Dando por sentado que las culturas no son esencias atemporales ni identidades inmodificables de sujetos permanentes, ¿podemos entender el problema federal argentino –la tensión Buenos Aires-Interior– en términos de interculturalidad? Cuando hablamos de culturas hablamos de sujetos. De identidades más o menos flexibles pero ancladas en territorios y materialidades; abiertas a hibridaciones, mestizajes o superposiciones pero sedimentadas en la acentuación de algunos rasgos hegemónicos; históricas y contingentes pero también transmitidas como legados en el sentido de imperativos normativos que se naturalizan como atemporales. ¿Cuál es el sujeto hegemónico de nuestra cultura? ¿Qué alcances tiene el nosotros cuando hablamos de “nuestra” cultura? Seyla Benhabib nos invita a “considerar las culturas humanas como constantes creaciones, recreaciones y negociaciones de fronteras imaginarias entre ‘nosotros’ y el/los ‘otro(s)’” (Benhabib, 2006: 33). El problema de la cultura es constitutivamente político pues. De lo que se trata es de identidades en conflicto, de identidades que se definen en función de un “exterior constitutivo” o de un antagonismo (Schmitt, Mouffe).

La relación con la alteridad es el tema político. La organización de la convivencia en espacios limitados y posibilidades finitas requiere del poder como inherente a las sociedades humanas –según lo entendió la tradición Aristóteles/Tomás de Aquino/Vitoria/Suárez–, y no como un remedium peccati según la tradición del agustinismo político. Y si algo hemos aprendido experiencialmente en los últimos tiempos, es que el poder político es una relación que no reside en un solo polo ni en una sola sede (Vilas, 2013). Por lo que no alcanza con ganar elecciones para ocupar el polo relacional del mando: hay una compleja trama de relaciones en las que se pone en juego una lucha por hegemonizar la conducción y la direccionalidad del proyecto de convivencia. ¿Quién habla en nombre del “nosotros, los argentinos”? ¿Frente a cuáles otros? ¿A qué “otros” se incluye o se excluye del “nosotros”?

Nos hicimos estas preguntas en ocasión del bicentenario de la Declaración de la Independencia (Auat, 2016). ¿Qué sujeto se declara independiente en 1816 de España “y de toda otra dominación extranjera”?

No está de más recordar lo que se puso en juego en aquella decisión de 1816, pues la idea de lo que es la independencia y la soberanía dependerá, en cada caso, del quién/es, de la parte que se asuma como totalidad. En 1816, tuvo que ver con la separación del “poder despótico de los reyes de España” y se agregó “de toda otra dominación extranjera”, para descartar el proyecto de anexión a Inglaterra o a Portugal. Lo que motivaba la voluntad independentista era el rechazo del despotismo y de la dominación. Hay allí una incoada declaración democrática e igualitaria. La independencia no suponía aislamiento, sino más bien una opción por cómo y con quiénes estructurar las relaciones de interdependencia.

También estuvo presente el planteo de unidad continental, de la patria sudamericana: no solo por la asistencia de los diputados por Chiche, Mizque o Charcas, sino porque la Declaración alude a las “Provincias Unidas en Sud América”, no “del Río de la Plata” (el en y el del son significativos). Al achicar esta visión posteriormente, al pampeanizar la Argentina, ¿se habrá pensado que de esa manera volvíamos al “mundo”?

No menos importante, aquella decisión independentista fue posible porque se salió de Buenos Aires, fue posible desde el interior. Fue posible porque se miró al todo desde aquí, desde el interior profundo, abierto a la patria grande, en cuyo nombre se realizarían las campañas militares. La mirada estructura de maneras diferentes la disposición de las cosas, según desde dónde mire: eso es la situacionalidad.

Además, la reivindicación indígena: los debates antes y después de la Declaración estuvieron ocupados con la propuesta de restituir al inca su poder (al menos simbólico) en una monarquía moderada o constitucional, con capital en Cuzco. En una clara legitimación de las revueltas anticoloniales, se pensaba en el hermano de Túpac Amaru, preso en Ceuta.

Algunos de estos proyectos tuvieron éxito; otros, no. Ninguno se consolidó para siempre: las idas y vueltas de nuestra historia nos plantean el desafío de renovar el gesto de la independencia y de su sentido en cada momento. El desafío para cada generación es el de ganar el sentido de la independencia, de la soberanía y de la democracia, de quiénes somos los que nos declaramos independientes y qué tipo de democracia construimos.

Acudimos en aquel escrito a la noción ranceriana de “comunidad disensual” para dar cuenta de las tensiones y antagonismos que se hicieron nuevamente explícitos a partir del 2008 bajo el mediático término de “grieta”, pero que no hacía más que reeditar con nuevas figuras viejos y permanentes enfrentamientos muy bien presentados por Ernesto Semán (2021) en su Breve historia del antipopulismo. Pues de lo que se trata es precisamente de hegemonizar al sujeto político que habla en nombre de toda la comunidad: el Pueblo como populus excluyendo la plebs. Las figuras que representan a los sectores populares (plebs) a quienes se intenta siempre excluir o domesticar, la resume Semán en la secuencia “gaucho-compadrito-cabecita negra-choriplanero”. Hay allí una lucha propiamente política que excede la competencia electoral. Es una confrontación de mundos, de culturas. Puede ser este uno de los sentidos en que Rancière afirma que “la política no está hecha de relaciones de poder, sino de relaciones de mundos” (Rancière, 2010: 60). ¿Cómo hablar sin un mundo en común? ¿Desde qué lengua, sensibilidades, percepciones?

Si a estos mundos les ponemos historicidad, entonces la contradicción más o menos abstracta de distintos ethos se arraiga en geoculturas regionales en las que la afirmación del “nosotros” frente a los “otros” asume las figuras esquematizadas en la secuencia de Semán. Más otros significantes que nombran hermenéutica y axiológicamente al otro. Así: “porteño” pronunciado en el NOA no es simplemente la descripción de quien ha nacido en el Puerto. Sus connotaciones negativas son evidentes cuando se advierte un lugar de enunciación cargado de años de subalternización y expoliación. Así también “provinciano” no puede ser oído más que despectivamente por quienes somos englobados en una homogeneidad amorfa y oscura –como decía Canal Feijóo (1948)–: el Interior.

Pero la geocultura regional es, de hecho, una geopolítica interior. Es cada vez más claro e indiscutible que los discursos de identidad por los que se afirma un “nosotros” frente a un “ellos” están entrelazados con intereses y poderes muy materiales y muy concretos a la hora de las decisiones y de la configuración del espacio de convivencia. Y la Argentina –el espacio nacional de convivencia– se ve muy diferente desde Recoleta que desde el Barrio 8 de Abril en Santiago o el Alto Comedero en Jujuy; desde el microclima de desesperanza y odio generado por los medios hegemónicos “nacionales” que desde la radio comunitaria “Suri Manta” del MOCASE en Ojo de Agua; desde el miedo y desprecio al extranjero (que entre nosotros no distingue entre bolitas, paraguas, santiagueños o correntinos) que desde la militancia solidaria con los que más sufren la catástrofe neoliberal.

Como decíamos hace poco (Auat, 2023), “ser porteño no es ser nacido en el Puerto. Ser porteño no significa lo mismo en la enunciación descriptivo-geográfica que en la intersubjetividad histórico-cultural y política. Y mucho menos significa lo mismo pronunciado en Buenos Aires que dicho en Santiago del Estero. Ser porteño es un ethos, una situacionalidad, un modo de posicionarse. Esquivamos el problema si lo minimizamos diciendo que la mayoría de las políticas centralistas fueron impulsadas por provincianos, o que la ciudad de Buenos Aires alberga diversidades que no podrían reducirse al unitarismo. Ello es cierto. Sin embargo, lo porteño sigue sonando a otra cosa en las provincias. Hay modos porteños, hay decisiones porteñas, hay cautelares porteñas, hay ‘aporteñamiento’, independientemente si se nació en Santa Fe o en Buenos Aires”.

El federalismo político es el lugar desde donde se mira el país. La geopolítica es geoepistemología. Afirmar el federalismo hoy es cambiar de miraje, deconstruir nuestras miradas naturalizadas con las pupilas del centro para mirar desde las periferias.

Geoepistemología que es geopolítica que es geocultura. Pues si bien el lugar desde donde se mira es un lugar epistémico y político, la cultura es el arraigo donde los pies pisan. Como insistía Rodolfo Kusch (1978), lo geocultural está constituido por la tensión entre instalación y gravitación: la tierra, la lengua, los modos de relación “gravitan”, pesan, tiran para abajo, condicionan; pero nuestras opciones ético-políticas nos “instalan” en esos legados reconfigurándolos en función de nuevos proyectos y compromisos.

El problema de una democracia sustantiva en nuestro país –que incluya en su definición las condiciones de un desarrollo integral– alberga como dificultad esencial una tensión paralizante3: el problema federal, entendido paradigmáticamente como el de la contraposición Buenos Aires-Interior. No es una tensión creativa en la que los dos polos opuestos se estimulan para sacar lo mejor de sí. Es una tensión paralizante porque los dos polos se anulan en contraposición. Buenos Aires entiende que el problema es el interior, y el interior entiende que el problema es Buenos Aires: un cuerpo que no piensa y una cabeza que se piensa sin cuerpo. El “interior” no es un problema en sí mismo, es sobre todo un problema de percepción y de actitud frente al país, que afecta por igual –aunque de distinto modo– a porteños y provincianos, y consiste en un miraje que inhabilita la acción.

El “interior” es en verdad el “exterior” de la ciudad, y de la ciudad por antonomasia, Buenos Aires, pero se repite en cada provincia. Se lo percibe como un afuera, oscuro, amorfo, sin historia propia. Percepción que reproduce y repite el colonialismo moderno europeo, forma parte de la colonialidad de nuestro ser. Es un problema constitucional, tanto de la constitución real del país como de la constitución formal.

La propuesta es entender el federalismo como una perspectiva o “miraje” que busca pensar la totalidad desde abajo, desde las partes, desde la propia situación de cada provincia o región. Para lo cual, cada parte tiene que pensarse como autónoma desde las posibilidades de desarrollo, que no pasan necesariamente por las jurisdicciones formales sino por la integración en regiones económicas y culturales, estratégicas y no sustanciales, que sean la base material para la autonomía política.

La figura histórica con la que se expresó esta geopolítica es la de la contraposición Buenos Aires-Interior, de la que hemos intentado insinuar apenas sus múltiples sentidos y su plena vigencia actual. La relevancia del tema la destacaba en 1956 Francisco René Santucho:

“La alternativa del federalismo no es entre nosotros, no puede serlo nunca, un mero problema formal o técnico sobre organización estatal. Trae a cuestas algo más, está impregnada de dilucidaciones esenciales…

“Podríamos decir que tiene más o menos los mismos atributos que tuviera antes, cuando se la signó con penetrante imprecisión, como pugna entre civilización y barbarie. Solo que están en cierto modo más disimulados los términos de la polémica añeja y la conceptuación de hoy es distinta de la de entonces.

“Pero el sentido del planteamiento es idéntico. La mayor o menor vigencia del interior o del puerto en la definición de la personalidad argentina, o sea: somos nosotros mismos y nos sujetamos (en función de americanos) a un eje de propio desenvolvimiento o en su defecto, seguimos fluctuando en torno a un eje extraño, pendiente de la quilla de los barcos ultramarinos que arriban a nuestro puerto.

“El drama de la subordinación americana al Occidente se proyecta así peculiarmente dentro de la Argentina, a través del aludido dilema interior-Buenos Aires.

“Y la afirmación federalista tiene por ello una significación mucho más trascendente que la que habitualmente se le concede, desde que, en cierto modo, constituye una insurgencia contra la influencia pro-europea de la metrópoli”.

(Dimensión. Revista Bimestral de Cultura y Crítica, I (3), junio de 1956, Santiago del Estero).

El desafío del federalismo a la democracia consiste hoy en abrir un tiempo oportuno, un kairós, para discutir y decidir la constitución real y la constitución nominal de nuestro país. Es tiempo de poner el foco en las cuestiones de fondo –federalismo o unitarismo, centralización o descentralización, democracia o mafias, poder político o poderes salvajes–, y pensar un rediseño institucional acorde a los nuevos desafíos. Pensar y discutir desde la asunción de la propia situacionalidad, del propio lugar de enunciación que incluye nuestras opciones políticas y un desde-dónde geocultural. Un país justo, soberano, integrado, inclusivo, democrático, requiere ser pensado desde otro miraje respecto del que predominó hasta hoy.

Después de todo, para desprendernos del coloniaje, en 1816 tuvimos que sacar el lugar de las decisiones de Buenos Aires y llevarlo al NOA, a la región argentina más conectada con la gravitación de la América Profunda. El traslado de la capital es una herramienta. Lo importante es que la mirada política no esté cerca de –ni cercada por– las miradas no democráticas de los poderes fácticos. Esto es, necesitamos des-aporteñar la geopolítica nacional. En eso consiste el desafío federal de nuestra democracia a cuarenta años.

Bibliografía de referencia

Auat, Alejandro (2016), “El desafío de la independencia en una comunidad disensual”, XVII Jornadas de Filosofía del NOA, UNT, Tucumán, publicado en Auat, A., Situación y Mediaciones. Nuestra democracia: entre populismo y neoliberalismo, UNR/Ross/CEDeT, Rosario, 2021.
Auat, Alejandro (2023), “Ser porteño”, en Página 12, https://www.pagina12.com.ar/526834-ser-porteno.
Benhabib, Seyla (2006), Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Katz, Buenos Aires.
Bolis, Josefina (2023), “Federalismos, en plural”, en El Cohete a la Luna, 30/7/23. https://www.elcohetealaluna.com/federalismos-en-plural/.
Canal Feijóo, Bernardo (1948), De la estructura mediterránea argentina, Buenos Aires, reeditado en Ensayos sobre cultura y territorio, Prometeo/UNQ, Buenos Aires, 2010.
García Linera, Álvaro (2012), Las tensiones creativas de la revolución, Vicepresidencia del Estado, La Paz.
Kusch, Rodolfo (1978), Esbozo de una antropología filosófica americana, Castañeda, San Antonio de Padua (Buenos Aires).
Rancière, Jacques (2010), El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires.
Santucho, Francisco René (dir.) (2012 [1956]), Dimensión: Revista Bimestral de Cultura y Crítica, año I Nº 3, junio de 1956, Santiago del Estero. Edición facsimilar: Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Santiago del Estero; Biblioteca Nacional de la República Argentina.
Semán, Ernesto (2021), Breve historia del antipopulismo. Los intentos por domesticar a la Argentina plebeya, desde 1810 a Macri, Siglo XXI, Buenos Aires.
Seoane, María (1991), Todo o Nada. La historia secreta y la historia pública del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho, Planeta, Buenos Aires [3ª ed. 1992].
Vilas, Carlos María (2013), El poder y la política. Contrapunto entre razón y pasiones, Biblos, Buenos Aires.





Notas:

1) La minimización de esta tensión la vemos por ejemplo en la interpretación que hace María Seoane de un texto de Francisco Santucho (que ella atribuye también a su hermano Mario Roberto), al calificar como “conciencia primitiva” o “visión del siglo XIX” la cosmovisión que incluía la lucha del interior provinciano con la capital. Cf. Seoane 1991:39.
2) El bajo continuo es una técnica de composición y ejecución propia del período barroco –en la que destacaron, entre otros, Bach, Händel y Vivaldi– que consiste en la interpretación simultánea de un bajo y unos acordes.
3) La distinción entre tensiones creativas y tensiones paralizantes es de Álvaro García Linera (2012).

Autorxs


Alejandro Auat:

Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán. Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Santa Fe. Profesor titular regular de la Universidad Nacional de Santiago del Estero.