Introducción. La inflación argentina: causas, costos y soluciones posibles

Introducción. La inflación argentina: causas, costos y soluciones posibles

| Por Saúl N. Keifman |

La inflación es un flagelo que ha azotado a la sociedad argentina por más de seis décadas. La hemos conocido en todas sus formas: baja, moderada, alta e híper. En varias ocasiones, especialmente cuando se acelera, ha erosionado ahorros y desalentado la inversión, perjudicando el crecimiento, ha castigado los ingresos reales de asalariados, jubilados y pensionados, y ha deteriorado las finanzas públicas realimentando a su vez el fenómeno.

El diseño e implementación de estrategias de desarrollo consistentes se han visto dificultados por los problemas mencionados, la concentración de las energías de los gobiernos en la atención de las urgencias de la coyuntura y el uso frecuente de instrumentos que funcionan en el corto plazo para bajar la inflación pero comprometen las perspectivas de la economía en el largo plazo.

Gobiernos civiles y dictaduras militares, enfoques gradualistas y de shock, planes heterodoxos y ortodoxos, políticas integrales y parciales, han fracasado. La excepción confirma la regla porque la década de estabilidad de precios de la Convertibilidad generó un desempleo sin precedentes y se basó en un régimen insostenible que, herido por una sucesión de perturbaciones externas negativas, condujo a una depresión económica que culminó con su implosión. La notable recuperación económica luego de la traumática salida de la Convertibilidad se logró con baja inflación. Sin embargo, el flagelo no tardó en reaparecer.

El repaso de nuestra historia podría llevar al fatalismo. Sin embargo, tal visión no se justifica. Otros países de América latina que sufrieron procesos inflacionarios e hiperinflacionarios similares a los de la Argentina han logrado doblegarla. Nosotros mismos lo habíamos logrado. Sin duda, una estrategia antiinflacionaria requiere de consenso social y político para poder obtener un éxito perdurable, pero esta es una condición necesaria y no suficiente. Vale la pena entonces indagar en las causas de la reaparición de la inflación, estudiar sus consecuencias económicas y sociales, y debatir qué soluciones podrían aplicarse para dominarla. Es lo que nos proponemos en los textos reunidos en este número.

Comenzamos con una entrevista a Roberto Frenkel, académico de reconocimiento internacional, uno de los más importantes macroeconomistas de América latina, el mayor estudioso de la inflación argentina y uno de los cerebros detrás del Plan Austral. Frenkel empieza señalando los límites de la ciencia económica para hacer proyecciones en un mundo caracterizado por los cambios en la conducta de los trabajadores inducidos por la pandemia y traza un paralelismo con los que se dieron hace un siglo, después de la Primera Guerra Mundial y la gripe española, y que los llevaron a resistir la caída de sus salarios reales. Por tal razón, el entrevistado se nuestra escéptico respecto de la capacidad de los bancos centrales de combatir las presiones inflacionarias que dejó la pandemia y que fueron potenciadas por la guerra entre Rusia y Ucrania. A continuación relata cómo surgió su interés por el problema de la inflación cuando fue funcionario del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Las políticas fiscal y monetaria fuertemente expansivas combinadas con estrictos controles de precios crearon desabastecimientos generalizados y profundos desequilibrios que desembocaron en una explosión inflacionaria creando un terreno propicio para el sangriento golpe militar de Pinochet. Luego explica qué es un “régimen de alta inflación”, un concepto “sociológico” según sus palabras y una de sus contribuciones más importantes. Sigue después una rica discusión sobre la importancia del grado de sincronización de los contratos en el diseño de los planes de estabilización, y de las características de las experiencias de estabilización de Brasil, Chile y Colombia, que las distinguen de las estrategias de metas de inflación. Frenkel atribuye el regreso de la inflación en la Argentina al aumento de los precios internacionales de los alimentos y, especialmente, a aumentos salariales superiores a la suma del incremento de la productividad y la inflación pasada, que se dieron por la incertidumbre respecto de la inflación verdadera en el período de intervención del INDEC. Finalmente, plantea la gran dificultad de elaborar un plan de estabilización en la Argentina por la incertidumbre política actual que se refleja en la altísima prima de riesgo país, y enfatiza la necesidad de contar con un Banco Central independiente, plural e idóneo, y el imperativo de pensar un plan con amplio consenso que se adecue a características propias de nuestro país como el bimonetarismo y el sindicalismo.

El número continúa con un recuadro integrado por un conjunto de citas que resumen las ideas principales sobre la inflación de Julio H.G. Olivera, uno de los economistas académicos más importantes que dio la Argentina, padre de la carrera de Economía en la Universidad de Buenos Aires, maestro de varias generaciones de economistas destacados y teórico internacionalmente reconocido de la inflación estructural.

Sigue el primer artículo propiamente dicho, escrito por Pablo Mira, que se concentra en explicar cuáles son los costos de los distintos tipos de inflación. Mira usa la metáfora de la rana hervida viva para mostrar cómo la complacencia con la inflación cuando tiene niveles bajos y costos ocultos va deslizando la economía hacia inflaciones mayores, con costos más evidentes y regresivos como el impuesto inflacionario, pero que ya resultan mucho más difíciles de erradicar.

Luis Blaum comienza descartando algunas antinomias teóricas para sostener que el estructuralismo no niega la ortodoxia sino que la complementa. Análogamente, plantea que la causalidad no monetaria de ciertas inflaciones no excluye el uso de la política monetaria. Blaum destaca que una de las consecuencias de la inflación, a medida que aquella se acelera, es la progresiva pérdida de funciones de la moneda nacional, lo cual termina minando la soberanía monetaria de un país. A continuación recorre rápidamente la historia de la política económica argentina bajo el hilo conductor del péndulo expansionista popular-liberal ortodoxo de Diamand para llegar a la disfuncional situación política actual. Finalmente, rescata la importancia de la política citando el subtítulo de un libro que escribió Michael Bruno (uno de los cerebros del plan israelí) sobre las estabilizaciones: Therapy by Consensus.

Ariel Dvoskin y Germán Feldman se preguntan inicialmente por qué América latina estabilizó y logró mantener niveles bajos de inflación mientras que nosotros volvimos a tener mayor inflación desde mediados de los 2000. La respuesta que proponen remite a dos características estructurales del sector externo argentino. La primera es la dependencia tecnológica por una industrialización incompleta que impone una restricción externa al crecimiento que desemboca recurrentemente en devaluaciones de la moneda. La segunda característica es la dependencia financiera que lleva a fugas de capital alimentadas por tasas de interés reales negativas y expectativas de devaluación. La alta correlación entre devaluación e inflación alimenta el conflicto distributivo vía la espiral salarios-tipo de cambio que adquiere inercia por la indexación. En materia de políticas proponen estabilidad cambiaria, política de ingresos y regulaciones cambiarias, y tasas de interés razonablemente altas. Pero la cuestión de fondo pasa por políticas productivas para aumentar las exportaciones y sustituir importaciones, lo cual lleva tiempo y trasciende a un gobierno. “No hay recetas mágicas”, concluyen.

Saúl Keifman propone que en el período 2003-2015 se dieron los tres tipos de inflación. Inicialmente, inflación estructural por el aumento de los precios internacionales de los alimentos; luego, inflación por puja distributiva, y finalmente, inflación de demanda por el gran aumento del déficit fiscal. El uso del tipo de cambio y las tarifas de servicios como ancla en este período incubó una nueva ronda de inflación estructural que se manifestó en los ajustes nominales implementados en 2015-2019 potenciados por la crisis de un innecesario endeudamiento público externo, que terminaron por elevar la inflación. El gran salto del déficit fiscal provocado por la pandemia y financiado con emisión por la falta de acceso al mercado, el impacto de la guerra y la crisis política interna, generaron alta inflación. La corrección del desequilibro fiscal es condición necesaria de la desinflación, pero debe combinarse con políticas de ingreso para evitar que la inercia la haga fracasar. El artículo discute finalmente las condiciones, ventajas y desventajas de los planes de estabilización de tipo shock y gradualistas.

Alejandro Vanoli y Nicolás Vanoli comparan inicialmente el Plan Austral, la Convertibilidad y la política económica de Lavagna, experiencias que combinaron ortodoxia y heterodoxia, identificando fortalezas y debilidades. Luego de años de crecimiento retorna la restricción externa en 2010 por la suba de las importaciones de energía, la posterior caída de las exportaciones y las restricciones por los fondos buitres, que llevan a restricciones cambiarias. Actualmente, entramos a un régimen de alta inflación por la caída de reservas, las expectativas de devaluación, la falta de credibilidad en un plan económico consistente, y la suba de precios internacionales. Para bajar la inflación se requiere un plan integral que ataque todas las causas simultáneamente, las ortodoxas y las heterodoxas; de carácter gradual mientras se acomodan los precios relativos, con un acuerdo político, económico y social. Concluyen que se debe generar un consenso de que el crecimiento sostenible exige evitar la acumulación de desequilibrios externos y fiscales, pese a los costos de corto plazo.

Andrés Asiain comienza señalando los problemas que genera la indexación, tales como la inercia inflacionaria, el acortamiento de los contratos y la incertidumbre. El fracaso de las políticas antiinflacionarias ortodoxas (emisión cero y drástico ajuste fiscal) de Macri y heterodoxas (planchar tipo de cambio y tarifas, anclaje de paritarias) se debe a que no atacaron la inercia. Propone en consecuencia un congelamiento temporal de los principales precios (tipo de cambio, alquileres y tarifas) en los meses de negociación de las paritarias para reducir el componente inercial.

Alberto Müller y Haroldo Montagu expresan inicialmente que lo fiscal, lo cambiario, la estructura productiva y de ingresos, y no solo lo monetario, han operado en la determinación de la inflación argentina. Agregan que la dolarización de las carteras también ha influido. Destacan que los factores no monetarios como la puja distributiva, la rigidez a la baja de los precios y las expectativas autorrealizadas no son fáciles de manejar desde el punto vista de la formulación de políticas. Señalan que para controlar la inflación el sendero de los precios clave de la economía (salarios, tipo de cambio, tasa de interés, precios regulados) debe ser sustentable y consistente con el crecimiento económico, lo cual no puede quedar librado a los mercados. Advierten que el Estado debe intervenir para evitar que la corrección de ciertos precios clave perjudique a los sectores de menores ingresos. Concluyen afirmando que combatir la inflación no monetaria demanda un Estado fuerte con solvencia fiscal y externa, y un abordaje integral.

Gabriel Palazzo, Martín Rapetti y Joaquín Waldman resumen un trabajo de investigación basado en el análisis de 50 planes de estabilización implementados en América latina desde 1970 hasta 2020. La alta inflación es perjudicial para el crecimiento económico y se requiere un plan de estabilización para ir a un régimen de baja inflación. Los principales hechos estilizados que surgen del estudio son los siguientes. Primero, estabilizar es difícil, la mayoría de los planes fracasan. Segundo, el orden fiscal es indispensable pero no es condición suficiente; el anuncio de anclas y políticas de ingreso son importantes. Tercero, la probabilidad de éxito aumenta con cuentas externas más robustas. El éxito inicial va acompañado de apreciación real de la moneda, aunque no se use el tipo de cambio como ancla nominal, lo cual deteriora la cuenta corriente. Los casos exitosos partieron de superávit en la cuenta corriente evitando crisis cambiarias que terminaran con el plan. Reducir gastos no es seductor desde el punto de vista electoral, pero se estabiliza para crecer. Los países que estabilizan estaban estancados y luego lograron volver a crecer.

Autorxs


Saúl N. Keifman:

Licenciado en Economía (UBA). Doctor en Economía (Universidad de California en Berkeley). Profesor Regular Titular de Crecimiento Económico en la Universidad de Buenos Aires, Investigador del IIEP-UBA-CONICET y del CIDED-UNTREF.