Género y migraciones en el concierto de las desigualdades

Género y migraciones en el concierto de las desigualdades

Las mujeres migrantes constituyen el grupo más vulnerado por su condición de clase, étnica, de género y de extranjería. Es fundamental terminar con los distintos tipos de estatus y relaciones vinculadas al género, y avanzar en la construcción y regularización de condiciones de trabajo dignas para las y los migrantes.

| Por Carolina Rosas |

Durante una de las primeras entrevistas que hice a un varón migrante en Chicago, en el año 2001, expresó: “Si mi esposa me hubiera dicho que quería venirse primero ¿sabes qué le digo? Que yo me voy pa’l otro lado. Me voy yo, ella no. Ella ahí se queda… Si quiere vivir mejor, pues yo voy y trabajo… Pero eso de que dejara venir primero a mi mujer ¡no es posible!”. En cambio, uno de los primeros varones migrantes que entrevisté en Buenos Aires, en 2005, mencionó tajantemente: “Todos nos venimos por lo mismo; venimos porque acá nuestras mujeres tienen trabajo”. Otro entrevistado en Buenos Aires dijo, con cierta pesadumbre: “Ahora ella es un poco más exigente… mi esposa ha cambiado”.

Varias cuestiones resultan interesantes de las expresiones citadas. En primer lugar, puede parecer extraño comenzar una nota sobre género y migración citando a los varones, porque estamos acostumbrados a asociar a los estudios de género con las mujeres. En segundo lugar, las respuestas de los dos primeros varones sitúan a las mujeres, y a sí mismos, en lugares opuestos en cuanto al trabajo remunerado, a la migración y a la libertad de movimiento. Una mirada desatenta podría solamente interpretar que el primer entrevistado era más “machista” que el segundo, sin comprender la multiplicidad de factores que, junto al género, explican esas respuestas enfrentadas. En tercer lugar, los entrevistados aluden a distintos “momentos” de la trayectoria migratoria en donde el género suele cumplir diferentes papeles. Acerca de estos aspectos me detendré brevemente en los próximos párrafos, con el fin de hacer notar por qué incorporamos al género cuando procuramos comprender los procesos migratorios, y para qué sirve ese conocimiento.

El género somos todas y todos

El sistema de género es el más antiguo de todos los sistemas de diferenciación y dominación. Se basa en el conjunto de tradiciones y normas socioculturales que construimos y reproducimos en función de las diferencias sexuales anátomo-fisiológicas. Eso da lugar a distintos tipos de estatus y relaciones entre varones y mujeres; la mayoría de los cuales encierran desigualdades en perjuicio de las segundas1.

Sin embargo, reconocer que la situación de las mujeres es más sufrida (hay suficiente evidencia, comenzando por la de la violencia en el hogar y los feminicidios) no habilita a considerar que los varones están menos condicionados por el sistema de género. De hecho, los mayores perjuicios que sufren las mujeres se explican porque también los varones son, en palabras de Pierre Bourdieu, “prisioneros” de las tradiciones patriarcales. Entonces, no podemos equiparar el dolor de los varones con las formas sistemáticas de opresión sobre las mujeres, pero sí debemos reconocer que ellos también están condicionados por el sistema y que la vivencia de su masculinidad les representa diversos costos.

Un ejemplo de los costos que los varones asumen por el hecho de ser varones puede hallarse en el peligroso tránsito que los migrantes deben hacer por suelo mexicano y en el cruce de la frontera con Estados Unidos. El empobrecimiento extremo que sacude a muchos países centroamericanos, la consecuente necesidad de buscar empleos e ingresos, así como las políticas migratorias restrictivas y las condiciones de total desprotección que caracterizan el tránsito, constituyen terrenos fértiles para la proliferación de prácticas riesgosas y dañinas. No es casual que allí se expongan y mueran más varones que mujeres. El género, junto a la biología, convence y prepara los cuerpos de los varones para enfrentar grandes esfuerzos físicos, con el fin de cumplir con los mandatos de la masculinidad; en especial, sostener económicamente a la familia.

Este ejemplo sirve, finalmente, para mostrar la relevancia de incorporar a los varones en los estudios de género. En el tema que aquí nos ocupa, las migraciones, si bien la perspectiva de género ha sido muy útil para poner de relieve la importancia y complejidad de la experiencia femenina (aspecto que debe ser reconocido y del que deviene gran parte de su importancia), la presencia masculina ha sido pocas veces rescatada. No sólo se ha producido un vacío relativo en el conocimiento de la migración de varones desde esta perspectiva, sino que al excluirlos se cuenta con menos elementos para comprender la situación de las mujeres.

El género en la complejidad de los arreglos y de los resultados de las migraciones internacionales

En el ámbito familiar se toman decisiones fundamentales respecto de las migraciones de tipo laboral: sí o no migrar, quién lo hará, qué recursos y redes se destinarán a la migración, qué se espera de ella, entre otras cuestiones. Pero generalmente las negociaciones y decisiones acerca del movimiento no se realizan en condiciones de igualdad entre todos los miembros de la unidad familiar, ni se encuentran exentas de conflicto. Las jerarquías de poder dentro de la familia y la relativa autoridad de cada miembro, entre otros aspectos, suelen configurar la posibilidad de migrar de una forma diferente para varones y mujeres. Por eso muchos análisis, en especial los llevados adelante por los/las estudiosas de los países donde se originan las migraciones, se han interesado por comprender los elementos del género que intervienen en las múltiples restricciones y oportunidades de la movilidad femenina y masculina.

En algunos contextos las representaciones de género colaboran, junto a otros factores, promoviendo el movimiento pionero de los varones. Se encuentran ejemplos en los nuevos contextos emigratorios mexicanos en donde los varones adultos legitiman su migración no sólo en la crisis económica que los afecta y en las posibilidades que ofrece Estados Unidos, sino en la división sexual del trabajo en la que han sido socializados. A ellos la migración les permite cumplir y legitimarse como buenos proveedores de sus familias, sin necesidad de ceder al trabajo extradoméstico de sus cónyuges.

Un análisis incorrecto podría concluir que estos varones son más “machistas” que otros, y por eso llevan la delantera en la migración. Ese análisis desconocería, en primer lugar, que estos flujos de origen eminentemente rural tienen poca antigüedad, que las redes están inmaduras y que la información es escasa. En ese contexto de incertidumbre es poco probable que una mujer rural mexicana emprenda el movimiento antes que su esposo. En segundo lugar, hay que reconocer que el destino buscado, Estados Unidos, brinda posibilidades de inserción laboral a los varones. Hay otros destinos, como el argentino, en donde la inserción femenina es más rápida, lo cual alienta la migración pionera femenina. En tercer lugar, hay que recordar las políticas migratorias restrictivas, la militarización de la frontera y la alta peligrosidad del cruce. Esto último requiere de un esfuerzo corporal excepcional y presenta peligros específicos para las mujeres, tal como la mayor posibilidad de ser atacadas sexualmente y secuestradas por redes de trata. Por esto es que la oposición de los varones a la migración femenina no sólo puede ser considerada una forma de control hacia ellas, sino también de cuidado y protección.

Sin embargo, hay importantes flujos migratorios contemporáneos que no responden a la lógica que tiende a promover el movimiento pionero del varón. Varios de los originados en Sudamérica –tanto intrarregionales dirigidos a países del Cono Sur, como extrarregionales que se dirigen a Europa– han tenido a las mujeres como pioneras y continúan presentando una más alta proporción femenina. La emigración femenina en la región se da como respuesta, por un lado, a la profundización de la desigualdad social y del deterioro de los mercados de trabajo de los países de origen, producido por los procesos de reestructuración productiva y apertura económica, el resquebrajamiento del modelo de varón proveedor (exacerbado por los efectos negativos que los procesos mencionados tuvieron sobre los puestos de trabajo masculinos), y la cada vez mayor dependencia de las remesas. Por otro lado, desde los países de destino hay demanda de estas migraciones, en especial para el servicio doméstico y de cuidado. Aunque actualmente atenuada por los efectos de la crisis europea, dicha demanda está relacionada con la polarización de la estructura ocupacional que acompaña a la terciarización, el aumento de la participación económica de la mujer nativa, el envejecimiento de la población nativa, la tendencia a la dispersión geográfica de la familia y el favorecimiento de la inserción femenina migrante por constituir mano de obra barata y sumisa, entre otros factores.

En pocas palabras, el género contribuye a “organizar” las migraciones, en el marco de las transformaciones políticoeconómicas globales. Claro está que el carácter organizador del género se configura junto (en mutua implicación) a los efectos de otros sistemas, entre los que sobresalen el de clase y el étnico. Debe también agregarse que la generación y la etapa familiar transitada son dimensiones mediadoras que, entre otras, ayudan a explicar las motivaciones, decisiones y la participación en la migración. Atendiendo a las particularidades generacionales se ha podido establecer que las jovencitas constituyen el grupo sobre el cual más fácilmente otras personas deciden acerca de su escolaridad, su inserción laboral y su migración.

Otro tema sensible, en especial para las/los estudiosos de los países a los cuales se dirigen los flujos migratorios, es aquel interesado en comprender si el movimiento puede propiciar transformaciones en las desigualdades entre varones y mujeres, al interior de las familias.

La migración internacional tiene un carácter relativamente extraordinario, que permite considerarla capaz de afectar las prácticas y representaciones asociadas a la masculinidad y a la feminidad. Aun así, los efectos de la migración sobre las relaciones de género no son homogéneos ni unidireccionales, y por eso es importante no presuponer la ocurrencia de cambios, sino evaluarlos en cada grupo y en el marco del contexto mayor.

Conviene concebir en sentido amplio a las potenciales reconfiguraciones en las relaciones entre varones y mujeres, es decir, como cualquier transformación que se dé en ese ámbito, ya sea que beneficie o erosione la equidad entre ellos. Por un lado, debemos considerar que puede haber cambios de diversa índole en las distintas esferas de la vida de las personas, de modo que ciertas ganancias femeninas en el ámbito de la pareja pueden convivir con situaciones de sumisión, privación y explotación en otros ámbitos, como el laboral. Por otro lado, así como hay evidencias a favor de cierta autonomía y equidad ganada por las mujeres luego de la migración, también se ha mostrado en algunos contextos mexicanos que los varones suelen reestructurar importantes ámbitos de su masculinidad a través de la migración y, de esa manera, refuerzan su poder al interior del hogar. En otros contextos migratorios, donde los varones deben aceptar quedarse en los lugares de origen a cargo de sus hijos para que sus esposas lleven la delantera en la migración, pareciera que quedaran relegados a un segundo lugar. Pero también se ha mostrado que eso suele ser algo temporal y que muchos varones migrantes se sirven de las redes construidas por las mujeres para conseguir mejores trabajos que ellas en los lugares de destino, y así reposicionarse relativamente como autoridad del hogar. Es decir, en la distribución sexual de las oportunidades se tiende a privilegiar a los varones, o a crear las condiciones para que ellos retornen relativamente a ciertos privilegios.

Por último, quiero prestar atención a otra línea analítica importante, relacionada con la inserción laboral de las y los migrantes en los lugares de destino, porque pone de manifiesto la forma en que funcionan juntos diversos sistemas de clasificación y desigualdad.

Los y las migrantes irregulares provenientes de países pobres (en especial, aquellos con características fenotípicas no hegemónicas) se insertan en condiciones más desfavorables que los nativos o que los migrantes con mejores estándares socioeconómicos. Lo hacen en ocupaciones no calificadas, en las cuales reciben bajos salarios, sin beneficios sociales, y están expuestos a intensas jornadas laborales. No son pocos los casos en que se les quita su documentación, se los amenaza, se los encierra y se los hace trabajar en condiciones de esclavitud. Es decir, el sistema de clase y el étnico lubrican los engranajes que llevan a los varones migrantes pobres a insertarse en las ocupaciones masculinas menos favorables, y lo mismo hacen con las mujeres migrantes al interior de la población femenina económicamente activa.

Sin embargo, el sistema de género incluye importantes contrastes al interior de las clases sociales. Las mujeres, claro está, presentan situaciones laborales marcadamente más desfavorables que los varones. Las migrantes constituyen el grupo más vulnerado por su condición de clase, étnica, de género y de extranjería. Ellas son las que dejan a sus hijos para criar los hijos y limpiar las casas de las mujeres de sectores medios y altos de los países de destino; las que dejan a sus viejos para ir a cuidar viejos desconocidos; las que se ven involucradas en la industria del “entretenimiento” y en las redes de explotación sexual en las grandes metrópolis… Las mujeres migrantes pobres son las servidoras domésticas y las servidoras sexuales del mundo contemporáneo. Y es importante resaltar el término “servidora”, ya que estas ocupaciones no alcanzan el estatus de trabajo en la mayoría de las legislaciones nacionales.

Para un mejor conocimiento de las desigualdades y la acción política

Los elementos sintetizados revelan que las migraciones internacionales contemporáneas son productos y configuradoras del devenir global, y que a sus protagonistas les toca la peor parte, en especial a las mujeres. La incorporación del género en los estudios de migración, al igual que en otras áreas de estudio, supone una apertura hacia el mejor conocimiento de las desigualdades socioculturales. Supone también un salto cualitativo de tipo analítico ya que no sólo describimos y contrastamos los comportamientos de varones y mujeres, sino que el género nos ha dado herramientas comprensivas que nos permiten explicar esas diferencias. Claro está, resta mucho por conocer.

Este conocimiento debe servir para atacar las desigualdades existentes en el marco del respeto de las diferencias, y así propiciar mejores condiciones de vida, relaciones más equitativas, democráticas y libres de violencia. Debe servir, además, para visibilizar los resabios patriarcales que imperan en los mercados de trabajo y en las legislaciones, así como para diseñar mejores y más sensibles políticas públicas. Es fundamental que avancemos en la construcción y regularización de condiciones de trabajo dignas para las y los migrantes, en el marco de las leyes de contrato laboral, y con los mismos derechos que gozan el resto de trabajadores y trabajadoras. Definitivamente, el conocimiento que provee la incorporación de un enfoque de género contribuye a comprender las complejidades latentes en la experiencia de amplios sectores de la población mundial que se mueven buscando, legítimamente, mejores condiciones de vida.





Notas:
1) Quiero recordar que, más allá de los elementos comunes, existen diversas formas de ser varón o mujer, y que debe reconocerse una amplia gama de posibilidades de experimentar y recrear las masculinidades y las feminidades. Necesitamos, además, superar las visiones “heterosexistas” que han prevalecido en los estudios de género.

Autorxs


Carolina Rosas:

Socióloga. Dra. en Estudios de Población. Investigadora del CONICET y del Instituto de Investigaciones Gino Germani – UBA.