El manifiesto puntoComunista

El manifiesto puntoComunista

Proteger la propiedad de ideas requiere suprimir la tecnología libre y con ella la libertad de expresión. En tiempos de un avance irreversible de las tecnologías de la información, la disputa central es por la restitución del legado cultural arrebatado durante décadas bajo el argumento de la “propiedad intelectual”. En la búsqueda del desarrollo libre de cada uno se encuentra la condición para el desarrollo libre de todos.

| Por Eben Moglen |

Copyright 2003, Eben Moglen. Se permite la distribución y la copia literal de este artículo en su totalidad
y por cualquier medio siempre y cuando se conserve esta nota.
Traducción a cargo de Oscar Javier Palacios y Emiliano Ricci Azpiroz.
Obtenido de baseradix.com/Manifiesto.html

Un espectro está acechando al capitalismo multinacional: el espectro de la información libre. Todos los poderes del “globalismo” han concurrido en una alianza non sacra para exorcizarlo: Microsoft y Disney, la Organización Mundial de Comercio, el Congreso de los Estados Unidos y la Comisión Europea.

¿Dónde están los defensores de la libertad en la sociedad digital que no hayan sido señalados como piratas, anarquistas, comunistas? ¿Acaso no hemos visto que muchos de los que lanzaban los epítetos eran sólo ladrones en el poder, cuyo discurso de “propiedad intelectual” no era más que un intento para retener privilegios injustificables en una sociedad que se encuentra en un proceso de cambio irreversible? Todos los poderes del globalismo saben que el movimiento por la libertad es un poder en sí mismo, y es hora de que visibilicemos nuestras perspectivas ante los ojos del mundo para hacer frente al cuento de hadas del espectro de la información libre, con nuestro propio Manifiesto.

Dueños y creadores

Por todo el mundo el movimiento por la libertad de la información anuncia la llegada de una nueva estructura social, nacida de la transformación de la sociedad industrial burguesa mediante la tecnología digital de su propia invención.

La historia de todas las sociedades hasta ahora existentes revela una historia de luchas de clases.

Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y siervo, capataz y jornalero, burgués y proletario, imperialista y subalterno, en pocas palabras, opresor y oprimido, situándose en oposición constante entre sí, llevaron a cabo ininterrumpidamente, ora escondida, ora abierta, una lucha que frecuentemente ha concluido, ya sea en una re-constitución revolucionaria de toda la sociedad, o en la ruina común de las clases contendientes.

La sociedad industrial que brotó de la expansión global del poder europeo, que condujo a la modernidad, no sacó del panorama a los antagonismos de clase. Estableció sin embargo nuevas clases, así como nuevas formas de opresión, nuevos modos de lucha sustituyeron a los viejos. Aun así en la era burguesa se simplificaron los antagonismos de clase. La sociedad en su totalidad pareció dividida en dos campos hostiles inmensos, en dos enormes clases directamente enfrentadas la una con la otra: la Burguesía y el Proletariado.

Pero la revolución no ocurrió en general, y la “dictadura del proletariado”, allí en donde ocurrió, o en donde proclamó haber ocurrido, se mostró incapaz de instituir la libertad. En cambio, gracias a la tecnología, el capitalismo pudo conservar para sí mismo una medida de consenso. El trabajador moderno en las sociedades avanzadas surgió con el progreso industrial, en vez de hundirse cada vez más profundamente por debajo de las condiciones de existencia de su propia clase. La pauperización no creció más rápidamente que la población y la riqueza. La industria racionalizada al estilo de Ford no convirtió a los trabajadores industriales en un proletariado paupérrimo, sino en consumidores masivos de una producción masiva. Civilizar al proletariado se convirtió en parte del programa de autoprotección de la burguesía.

De este modo, la educación universal y el final de la explotación de los niños en la industria dejó de ser el problema a resolver odiado por el proletariado revolucionario, para convertirse en un estándar de la moral social burguesa. Con la educación universal, los trabajadores adquirieron los conocimientos necesarios para mejor asimilar los diversos medios que los estimularían hacia un mayor consumo. El desarrollo de la grabación de sonidos, la telefonía, las imágenes en movimiento, la transmisión por televisión y radio, cambiaron la relación de los trabajadores hacia la cultura burguesa, mientras cambiaban profundamente a la cultura misma.

La música, por ejemplo, a lo largo de la historia humana era un bien no-material claramente perecedero, un proceso social, ocurriendo en un lugar y en un tiempo, consumida en donde era producida, por personas indistintamente diferenciadas como consumidores y como ejecutantes. Tras la adopción de la grabación, la música se convirtió en un bien material no-perecedero que podía ser trasladado grandes distancias y que estaba necesariamente separada de quienes la hacían. La música se convirtió, como un artículo de consumo, en una oportunidad para que sus nuevos “dueños” estimularan un mayor consumo, para crear deseos en la nueva clase de consumidores masivos, y para dirigir la demanda en una dirección beneficiosa a la propiedad. Así también con el medio totalmente nuevo de las imágenes en movimiento, que en algunas décadas reorientó la naturaleza de la cognición humana, capturando una fracción sustancial de la atención de cada día de los trabajadores para la recepción de mensajes que les ordenan un consumo aún mayor. Decenas de miles de estos mensajes comerciales pasaban frente a los ojos de todos los niños cada año, sometiendo a un nuevo tipo de servidumbre, precisamente a aquellos niños liberados de atender una máquina: estaban ahora voluntariamente enrolados en atender la maquinaria del consumo.

Por tanto las condiciones de la sociedad burguesa se hicieron menos estrechas, con mayores capacidades para asimilar la riqueza creada por ellos. Así se curó la epidemia recurrente y absurda de la sobreproducción. Ya no habría demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio.

Pero la burguesía no puede existir sin revolucionar los instrumentos de producción constantemente, y en consecuencia, también las relaciones productivas, y con ello todas las relaciones sociales. El constante revolucionamiento de la producción, la perturbación ininterrumpida de todas las condiciones sociales, la incertidumbre y la agitación eternas distinguen a la época burguesa de todas las precedentes. Todas las relaciones, fijas y permanentes, con su bagaje de prejuicios y opiniones ancestrales y venerables, son desplazadas, y las de reciente formación se vuelven anticuadas antes de lograr osificarse. Todo lo que es sólido se sublima.

Con la adopción de la tecnología digital, el sistema de producción de consumo en masa apoyado en una cultura de consumo masivo dio nacimiento a nuevas condiciones sociales de las cuales se precipita una nueva estructura de antagonismo de clases.

La burguesía, por conducto de la rápida mejora de todos los instrumentos de producción, y de unos medios de comunicación inmensamente facilitados, arrastra a todas las naciones, incluyendo a las más bárbaras, a la civilización. Los rebajados precios de sus bienes son la artillería pesada con la que derriba todas las murallas chinas, con la que constriñe al odio intensamente obstinado de los bárbaros a capitular. Fuerza a todas las naciones, so pena de extinguirse, a adoptar su cultura y sus principios de propiedad intelectual; las obliga a introducir a su esfera lo que ella llama civilización, esto es, a convertirse ellas mismas en burguesas. En pocas palabras, crea un mundo a su imagen. Pero los mismos instrumentos de su comunicación y su cultura establecen las modalidades de la resistencia que se vuelven contra ella misma.

La tecnología digital transforma la economía burguesa. Las mercancías predominantes en el sistema de producción –los artículos de consumo cultural que son tanto los bienes vendidos como las instrucciones al trabajador sobre qué y cómo comprar– así como todas las demás formas de cultura y conocimiento tienen ahora un costo marginal igual a cero. Todos y cualquiera pueden tener el beneficio de todos los trabajos de la cultura: música, arte, literatura, información técnica, ciencia, y todas las demás formas de conocimiento. Las barreras de la desigualdad social y el aislamiento geográfico se disuelven. En vez de la vieja exclusión y autosuficiencia local y nacional, ahora tenemos intercambios en todas las direcciones, y la interdependencia universal de las personas. De igual manera que con la material, sucede también en la producción intelectual. Las creaciones intelectuales de individuos se convierten en propiedad común. La sociedad burguesa moderna con sus relaciones de producción, de intercambios y de propiedad, una sociedad que ha conjurado medios de producción e intercambio tan enormes, es como un aprendiz de brujo, que ya no es capaz de controlar los poderes del inframundo que invocó con sus encantos.

Con este cambio, el hombre está por fin obligado a encarar con un sentido sobrio sus condiciones reales de vida, y las relaciones con sus semejantes. La sociedad se enfrenta al simple hecho de que cuando todos pueden poseer todos los trabajos intelectuales de utilidad y belleza –cosechando todo el valor humano de cada incremento en el conocimiento– al mismo costo que cualquier persona puede poseerlos, ya no resulta moral excluir. Si Roma hubiera tenido el poder de alimentar a todos ampliamente a un costo no mayor que el de la misma mesa de César, el que alguno fuera abandonado a la inanición justificaría que el pueblo derribara violentamente al César. Pero el sistema burgués de propiedad demanda que el conocimiento y la cultura sean racionadas según la capacidad para pagarlas. Los modelos tradicionales y alternativos, viables nuevamente gracias a la tecnología de la interconexión, entre los cuales se encuentran las asociaciones voluntarias entre quienes crean y quienes respaldan, se ven necesariamente obligados a una competencia desigual contra los abrumadoramente poderosos sistemas de comunicación masiva privados. Esos sistemas de comunicación masiva están a su vez basados en la apropiación de los derechos comunes de la gente con respecto al espectro electromagnético. Por toda la sociedad digital, las clases de trabajadores del conocimiento –artistas, músicos, escritores, estudiantes, tecnólogos y otros tratando de mejorar sus condiciones de vida copiando y modificando información– están radicalizadas por el conflicto entre lo que saben que es posible y lo que la ideología de la burguesía les compele a aceptar. De esta discordancia emerge la conciencia de una nueva clase, y con el surgimiento de esta conciencia comienza la caída de la propiedad.

El avance de la sociedad digital, cuyo promotor involuntario es la burguesía, reemplaza el aislamiento de los creadores, derivado de la competencia, con la combinación revolucionaria de los mismos, derivada de la asociación. Los creadores del conocimiento, la tecnología y la cultura descubren que ya no requieren de la estructura de producción basada en la propiedad ni en la estructura de distribución basada en la imposición del pago. La asociación, y su modelo anarquista de producción sin propiedad, hacen posible la creación del software libre, a través del cual los creadores toman control de la tecnología para la producción subsecuente. La Red en sí misma, liberada del control de emisores y otros propietarios de ancho de banda, se convierte en el nexo de un nuevo sistema de distribución, basado en la asociación entre pares sin control jerárquico, que reemplaza el sistema coercitivo de distribución para toda la música, video, y otros bienes ligeros. Las universidades, las bibliotecas y las instituciones relacionadas se convierten en aliados de la nueva clase, que interpreta su rol histórico de distribuidora de conocimiento para requerirles que ofrezcan a toda la gente un acceso cada vez más completo y libre al conocimiento que les ha sido encomendado. Liberar a la información del control de la propiedad, libera al trabajador de su rol impuesto como guardián de la máquina. La información libre permite al trabajador invertir su tiempo no en el consumo de la cultura burguesa, con sus cada vez más urgentes invitaciones a un consumo estéril, sino en el cultivo de su mente y de sus habilidades. Cada vez más consciente de sus poderes de creación, el trabajador deja de ser un participante pasivo en los sistemas de producción y de consumo en los que la sociedad burguesa lo atrapó.

Pero la burguesía, siempre y en donde sea que ha tenido la ventaja, ha acabado con toda relación feudal, patriarcal, idílica. Ha deshecho inmisericordemente los variados lazos feudales que unían al hombre con sus “superiores naturales”, y no ha dejado ningún otro nexo entre hombre y hombre que un desnudo interés propio, que un frívolo “pago en efectivo”. Ha ahogado los éxtasis más celestiales del fervor religioso, del entusiasmo caballeroso, de sentimentalismo filisteo, en las gélidas aguas del cálculo egoísta. Ha rebajado el valor personal a un valor mercantil. Y en el lugar de las innumerables libertades implementables, ha impuesto una sola y despreocupada libertad –la del Libre Comercio–. En una palabra, la explotación, disimulada con ilusiones políticas y religiosas, por una explotación desnuda, desvergonzada, directa, brutal.

Contra la venidera y profunda liberación de las clases trabajadoras, cuyo acceso al conocimiento y la información ahora trasciende su previo y estrecho rol como consumidores de la cultura de masas, el sistema de propiedad burguesa contenderá, por lo tanto y necesariamente, hasta el final. Con su instrumento preferido, el Libre Comercio, intenta provocar la misma crisis de sobreproducción que alguna vez temió. Desesperada por atrapar a los creadores en su rol de consumidores asalariados, la propiedad burguesa intenta convertir la privación material en algunas partes del mundo en una fuente de bienes baratos con los que corromper hacia una pasividad cultural no ya a los bárbaros, sino a su más preciada posesión –los trabajadores tecnológicos educados de las sociedades más avanzadas–.

En el estado actual, los trabajadores y los creadores forman una masa incoherente dispersa por todo el mundo, y continúan divididos por su competencia mutua. De vez en cuando los creadores son victoriosos, pero sólo por un tiempo. El fruto verdadero de sus batallas yace, no en el resultado inmediato, sino en la progresiva y creciente unión. Esta unión es ayudada por los medios mejorados de comunicación que son creados por la industria moderna y que colocan a los trabajadores y a los creadores de diferentes localidades en contacto el uno con el otro. Era este contacto justamente lo que se necesitaba para centralizar las numerosas luchas locales, todas del mismo carácter, hacia una lucha nacional entre clases. Pero cada lucha de clases es una lucha política. Y esa unión, que hubiera tomado siglos conseguir a los burgueses del Medioevo con sus míseros caminos, los trabajadores modernos del conocimiento, gracias a la red, pueden conseguirla en unos pocos años.

Libertad y creación

No sólo ha forjado la burguesía las armas que le traen su propia muerte; también ha invocado la existencia de los hombres que han de blandir esas mismas armas –la clase trabajadora digital–, los creadores. En posesión de las habilidades y el conocimiento que crean tanto valor social como de intercambio, resistiendo ser rebajados al estatus de artículos de consumo, capaces colectivamente de producir las tecnologías de la libertad, estos trabajadores no pueden ser reducidos a ser simples apéndices de la máquina. Allí en donde antes lazos de ignorancia y de aislamiento geográfico encadenaban al proletario al ejército industrial del que formaba un componente indistinto y sacrificable, los creadores, que esgrimen un poder colectivo sobre la red de comunicaciones humanas, retienen su individualidad, y ofrecen la riqueza de su trabajo intelectual a través de una variedad de disposiciones más favorables para su economía, y para su libertad, de lo que el sistema de propiedad burguesa jamás les concedió.

Pero, en precisa proporción al éxito de los creadores en establecer la economía genuinamente libre, la burguesía debe reforzar su estructura impositiva de producción y distribución disimulada por su supuesta preferencia por el “Libre Mercado” y el “Libre Comercio”. Aunque en última instancia está preparada a defender por la fuerza disposiciones que dependen de la fuerza, cuan disfrazada, la burguesía en primera instancia intenta la reimposición de su coerción a través de su instrumento de compulsión preferido, las instituciones de su ley. Así como el ancien régime de Francia, que creía que la propiedad feudal podía mantenerse por la fuerza conservadora de la ley a pesar de la modernización de la sociedad, ahora los propietarios de la cultura burguesa esperan que su ley de la propiedad haga las veces de una muralla mágica contra las fuerzas que ellos mismos han desatado.

En un cierto punto del desarrollo de los medios de producción e intercambio, las condiciones bajo las cuales producía e intercambiaba la sociedad feudal, la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, se volvieron incompatibles con las ya desarrolladas fuerzas productivas; se convirtieron en otras tantas cadenas. Debían desaparecer; desaparecieron.

Su lugar lo ocupó la Libre Competencia, acompañada por una constitución política y social adaptada a ella, y por la inercia económica y política de la clase burguesa. Pero la “Libre Competencia” nunca fue nada más que una aspiración de la sociedad burguesa, que constantemente experimentaba la preferencia intrínseca de los capitalistas por el monopolio. La propiedad burguesa fue ejemplo del concepto de monopolio, negando en el nivel de las disposiciones prácticas el dogma de libertad que la ley burguesa de manera inconsistente proclamaba. Así, mientras en la nueva sociedad digital los creadores establecen formas de actividad económica genuinamente libres, el dogma de la propiedad burguesa entra en conflicto con el dogma de la libertad burguesa. Proteger la propiedad de ideas requiere suprimir la tecnología libre, lo que conlleva la supresión de la libertad de expresión. El poder del Estado se emplea para prohibir la creación libre. A científicos, artistas, ingenieros y estudiantes se les impide crear o compartir conocimiento, con el argumento de que sus ideas vulneran la propiedad de los dueños del sistema de producción y distribución cultural. Es en los juzgados de los propietarios en donde los creadores encuentran claramente su identidad de clase, y es allí, consecuentemente, en donde comienza el conflicto.

Pero la ley de la propiedad burguesa no es un amuleto mágico contra las consecuencias de la tecnología burguesa: la escoba del aprendiz de brujo seguirá barriendo, y el agua seguirá subiendo. Es en el campo de la tecnología en que la derrota de la propiedad ocurre finalmente, cuando los nuevos modos de producción y distribución revientan las cadenas de la ley obsoleta.

Todas las clases precedentes que se hicieron del poder buscaron fortificar su estatus recientemente adquirido sujetando a la mayor parte de la sociedad a sus condiciones de apropiación. Los trabajadores del conocimiento no pueden convertirse en los amos de las fuerzas productivas de la sociedad, excepto si abolieren su particular modo de apropiación previo, y por tanto, también cualquier otro modo anterior de apropiación. La suya es una dedicación revolucionaria a la libertad: a la abolición de la propiedad de las ideas, a una libre circulación del conocimiento, y a la restauración de la cultura como un bien comunitario simbólico que compartimos todos los seres humanos.

A los propietarios de la cultura, les decimos: Ustedes están horrorizados por nuestras intenciones de acabar con la propiedad privada de las ideas. Pero en vuestra sociedad existente, la propiedad privada ya ha sido aniquilada por nueve décimos de la población. Sus empleadores acaparan inmediatamente lo que ellos crean, reclamando el fruto intelectual a través de la ley de patentes, de copyright, de secretos comerciales y otras formas de “propiedad intelectual”. El derecho natural en el espectro electromagnético, que les puede permitir a todas las personas que se comuniquen y que aprendan los unos de los otros, libremente, con una capacidad casi inagotable, por un costo nominal, les ha sido arrebatado por la burguesía, y les es devuelta como artículos de consumo –cultura teletransmitida y servicios de telecomunicaciones– por los que pagan muy caro.

Su creatividad no tiene salida: su música, su arte, sus historias son asfixiadas por los accesorios de la cultura capitalista, amplificados con todo el poder del oligopolio de las teletransmisoras, ante las que se supone deben permanecer pasivos, consumiendo en vez de creando. En pocas palabras, la propiedad que ustedes detentan es el producto del robo: su existencia para unos pocos es meramente debida a su no-existencia para todos los demás. Nos reprochan, por tanto, nuestros intentos por eliminar una forma de propiedad, cuya existencia está condicionada necesariamente por la no-existencia de la misma para la inmensa mayoría de la sociedad.

Se ha argumentado que con la abolición de la propiedad privada en las ideas y en la cultura, todo trabajo creativo cesará por falta de “incentivos”, y que nos sumiremos en una pereza universal.

De acuerdo con eso, no debió de haber existido la música, el arte, la tecnología o el aprendizaje antes del advenimiento de la burguesía, pues solamente ella sujetó todo conocimiento y toda cultura al nexo del dinero. Enfrentado con el advenimiento de la producción libre y la tecnología libre, con el software libre, y con el subsecuente desarrollo de tecnología de distribución libre, este argumento sencillamente niega los hechos visibles e incontestables. El hecho se subordina al dogma, en el cual se dice que las disposiciones que brevemente caracterizaron la producción intelectual y la distribución cultural durante la corta hegemonía de la burguesía, a pesar de la evidencia tanto del pasado como del presente, son las únicas estructuras posibles.

Así, nosotros les decimos a los propietarios: La falsa idea que les induce a transformar en leyes eternas de la naturaleza y de la razón las formas sociales resultantes de su actual modelo de producción y forma de propiedad –relaciones históricas que aparecen y desaparecen con el progreso de la producción–, esta falsa idea la comparten con cada clase dominante que les ha precedido. Aquello que ven claramente en el caso de la propiedad antigua, lo que admiten en el caso de la propiedad feudal, tienen por supuesto prohibido reconocerlo en el caso de su propia forma burguesa de propiedad.

Nuestras conclusiones teóricas no se basan en ningún modo en ideas o principios que han sido inventados, o descubiertos, por este o aquel probable reformador universal. Expresan meramente, y en términos generales, relaciones presentes derivadas de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico acaeciendo ante nuestros propios ojos.

Cuando la gente habla de ideas que revolucionan a la sociedad, sólo expresa un hecho, que desde el interior de la vieja sociedad se crearon los elementos de una nueva, y que la disolución de las viejas ideas avanza en forma paralela con la disolución de las condiciones anteriores de existencia.

Nosotros, los creadores de la sociedad de la libre información, pensamos arrebatarle a la burguesía, gradualmente, el patrimonio compartido de la humanidad. Nuestro fin es la restitución del legado cultural que nos fue robado bajo el engaño de la “propiedad intelectual”, así como del medio de transmisión electromagnético. Estamos involucrados en la pugna por la libertad de expresión, por el libre conocimiento, y por la tecnología libre. Las medidas por las cuales avancemos en esa lucha serán por supuesto diferentes en países diferentes, pero lo siguiente será aplicable en niveles más o menos generales:

• La abolición de todas las formas de propiedad privada sobre las ideas.
• La rescisión de todas las licencias, los privilegios y los derechos de uso del espectro electromagnético. Nulificación de toda forma de títulos permanentes sobre frecuencias electromagnéticas.
• El desarrollo de infraestructura de espectro electromagnético que implemente el derecho igualitario de cada persona de comunicarse.
• El desarrollo social comunitario de programas de computadora y todas las demás expresiones de software, incluyendo a la información genética, como bienes públicos.
• El respeto total por la libertad de expresión, lo que incluye todas las modalidades del discurso técnico.
• La protección para la integridad de los trabajos creativos.
• El acceso libre e igualitario a toda la información producida públicamente y a todo el material educativo utilizado en todas las ramas del sistema de educación público.

Por estos y otros medios, nos comprometemos en la revolución por liberar la mente humana. Al derribar el sistema de propiedad privada de la ideas, traemos al mundo una sociedad verdaderamente justa, en la cual el desarrollo libre de cada uno es la condición para el desarrollo libre de todos.

Autorxs


Eben Moglen:

Profesor de Leyes de la Columbia University Law School.