Editorial: La ciudad de los otros
La ciudad de Buenos Aires no escapa a la lógica de las grandes urbes de nuestro planeta, es decir, al crecimiento acelerado que hace colapsar toda infraestructura existente.
Mientras hoy más de la mitad de la población mundial vive en ciudades, la tasa de urbanización en América latina es aún más alta, esperándose para 2025 que el 90% de las personas vivan en ciudades.
Este crecimiento hace necesario y urgente repensar todas las estructuras y sistemas que conforman la dinámica urbana. Desde el transporte hasta el acceso a la cultura, pasando por la energía, el agua potable, las cloacas, los residuos, los espacios verdes, la educación, la salud y la seguridad, deben ser pensados, analizados y modificados a través de políticas públicas que tiendan a crear un espacio donde la vida se desarrolle de manera digna.
En el caso de Buenos Aires, mientras la población total de la ciudad se mantiene estable desde hace décadas, la población en las villas tuvo un crecimiento del 156% en los últimos 15 años. Estos sectores, los más vulnerables, son los principales perjudicados de un proceso de abandono que sólo genera desigualdad.
Es mucho lo que hay por hacer para transformar las ciudades como espacios de producción y consumo. Actualmente en ellas se hacina la población, se malgasta la energía, se degrada el medio ambiente y se irrespetan derechos básicos de las personas.
Un párrafo aparte merece la cuestión arquitectónica y del patrimonio. Las construcciones que dieron origen a la ciudad, esa arquitectura colonial, está prácticamente desaparecida, fue reemplazada por edificios anodinos y anónimos. Buenos Aires parece una ciudad fundada en la segunda mitad del siglo XIX por inmigrantes europeos, con edificios públicos de los más diversos estilos, sin una identidad definida. Esta destrucción de la ciudad deja a la vista la desidia y el desinterés de las autoridades por la conservación del patrimonio.
Todo lo dicho nos lleva entonces a identificar como rasgo distintivo de la ciudad la “ajenidad de lo público”. Los ciudadanos se retiran de la “cosa pública” y dejan ese espacio de participación y resolución a las corporaciones privadas. Esto se refleja también en la relación entre ciudadanos y espacio público, el cual es vivido como ajeno, y del cual nadie se apropia, ni siquiera como espacio de recreación y ocio.
Esta idea de ajenidad reconoce también otros orígenes. La ciudad y el paisaje urbano son resultado de las acciones culturales de previos períodos de socialización no siempre acertados. No hay una identidad definida del habitante de Buenos Aires. Esa identidad que existía a comienzos del siglo XX hoy no está, sólo hay gente que viene y va por las calles sin sentir ninguna identificación con el suelo que pisa.
Con este escenario no es difícil entonces pensar a la ciudad como un ámbito de desigualdad. Alcanza con recorrer sus calles para observar las diferencias. Sectores de la población marginados, carentes de todo derecho básico, compartiendo las calles con sectores sociales acomodados que sienten amenazado su modo de vida por los excluidos del sistema.
Ahora bien, ¿es imposible revertir este proceso? No necesariamente. Será difícil sin dudas, pero no imposible. Todavía se puede soñar con la construcción de un entorno respetuoso del medio ambiente, con procesos participativos de planificación y toma de decisiones, con espacios que fomenten la creatividad para promover un trabajo y sustento dignos para las familias más vulnerables. Experiencias hay muchas, si bien incipientes, pero que muestran el camino a andar.
El desafío es la integración, es recomponer las relaciones sociales que se producen al interior de una ciudad y que son las encargadas de formar urbanidad. Sólo a través de esta recomposición es que podremos convertirla en un lugar habitable, sustentable, integrado, donde todas las personas puedan ejercer sin restricciones el derecho a la ciudad. Si se logra ese objetivo se habrá dado un gran paso para recuperar la identificación de los ciudadanos con su entorno, y se habrá avanzado mucho en acercarnos a ese ideal de una vida digna para todos los habitantes.
Autorxs
Abraham Leonardo Gak:
Director de Voces en el Fénix.