Editorial: El niño que domó el viento

Editorial: El niño que domó el viento

| Por Sergio Woyecheszen |

El mismo día que fue expulsado del colegio, cuando su familia no pudo afrontar el pago de la matrícula anual, Kamkwamba se puso a idear un molino que cambiaría la historia de su familia y de su pueblo, azotado por la corrupción y la desigualdad, por la sequía y el hambre. En el camino tuvo que enfrentar varios obstáculos, aunque quizás el más duro fue convencer a su padre sobre su descubrimiento: ¿cómo mostrar las ventajas de la energía eólica a alguien que solo entiende de labranza? ¿Cómo puede construirse una visión de futuro cuando alrededor no hay más que dolor y desesperanza?

Argentina no es Malawi, y héroes (y heroínas) como Kamkwamba hay miles, a lo largo y ancho del país, pero el que necesitamos no es individual, sino colectivo, capaz no solo de generar un proyecto defensivo frente a las formas neoliberales de Estado sino también uno ofensivo, donde se construya lo común, en común.

El punto de partida no es fácil, y más allá de que el fracaso de la política económica de Cambiemos haya exacerbado las debilidades estructurales sobre las que opera todo el sistema, lo cierto es que muchas de ellas se asientan en décadas de desencuentros, en las que costó conjugar políticas de crecimiento y desarrollo económico con la distribución de excedentes, en el marco de fuertes –y a veces muy violentas– tensiones de economía política.

La disputa por el contenido de esa síntesis mantiene plena vigencia en la actualidad, y se expresa a nivel de la superestructura entre aquellos que ven el problema en una sociedad que vive por encima de sus posibilidades (incluso cuando se acaba el flan) y los que entienden que el desajuste opera más bien al nivel del aparato productivo, dada la incapacidad creciente de ofrecer oportunidades de empleo e ingresos a niveles adecuados de productividad.

Disputa que, entendemos, debe canalizarse a través de un gran Pacto o Acuerdo Social, en tanto ámbito que logre llegar no a una posición única respecto de diversos temas, pero sí a contemplar las múltiples demandas y miradas que existen sobre los mismos, a partir de una hegemonía expansiva que logre unir minorías más o menos dispersas.

Un acuerdo que permita visualizar y conducir desacuerdos, pero que parta del entendimiento de que la economía política que define determinada dinámica distributiva no es independiente de aquella que sienta las bases para el cambio estructural, cuestiones ambas sobre las que hubo, hay y habrá conflictos. Y acá está el punto, no se trata de negar los conflictos, algo propio del neoliberalismo, sino de procesarlos de distinta manera.

Es en este sentido que avanza este número, marcando cómo múltiples desigualdades actúan como límites concretos a los procesos democráticos, al despojar muchas veces a distintos segmentos de la sociedad de la capacidad de construir una visión que pueda asumir un modelo propio de desarrollo, profundo pero también diverso, a partir de nuevos emergentes como el feminismo, la lucha ambientalista, la economía popular y las nuevas identidades de género.

Tenemos así la excusa perfecta para elevar el debate. Y para hacerlo horizontal al mismo tiempo. Es indispensable pensar cómo salir del péndulo eterno de la Argentina, que es económico pero también político, de economía política. Cómo hacer que las alianzas entre las clases populares y los sectores medios urbanos e industriales no sean solo para mitigar los efectos negativos de una crisis económica a corto plazo, sino también para apalancar el largo.

La etapa que se abre en nuestro país ofrece una nueva oportunidad en este sentido, para que en un gran acuerdo social logremos construir esta alianza ofensiva y diversa que, como el molino en Malawi, logre torcer la historia.

Autorxs


Sergio Woyecheszen:

Secretario de redacción de Voces en el Fénix.