Democracia e integración regional

Democracia e integración regional

En una región que se vio sacudida en los últimos 60 años por golpes de Estado de todo tipo, y donde parecen volver las peores prácticas contrarias a los intereses de los pueblos, solo los procesos de integración podrán iluminar el camino; porque ningún país puede solo. Más democracia será más integración. Más integración será más democracia.

| Por Hugo Varsky |

La compleja situación por la que atraviesa Brasil nos interroga acerca de si “Democracia” e “Integración” son, en nuestra región, dos rieles primarios por los que puede transitar el tren del desarrollo pleno.

Al mismo tiempo, partimos de una convicción ya expresada en otra oportunidad: en cualquier circunstancia, nadie puede solo; ningún país puede solo.

En este sentido, el presente artículo tal vez no sea más que una humilde insistencia en la necesidad de profundizar la articulación regional discerniendo adecuadamente entre lo principal y lo accesorio.

Son numerosos los caminos que cada país puede elegir democráticamente para fijar las pautas y orientaciones de su política nacional. Lo que con seguridad no son numerosas son las alternativas a la democracia y a la integración.

¿Puede haber integración regional sin democracia? ¿Puede consolidarse la democracia sin integración regional?

Repasar la historia para responder estas preguntas sencillas pero intensas es un camino ineludible, sabiendo que cuando las variables se modifican hay que apostar a la creatividad para intentar poner cada cosa en su lugar.

Democracia, integración y Mercosur

Integración regional y democracia suenan a la par en nuestra querida Latinoamérica.

No debe sorprender a nadie esta afirmación. Las oleadas dictatoriales cívico-militares que sufrió la región desalentaron toda idea de integración regional promoviendo hipótesis de conflicto, muchas veces realmente ridículas, entre países hermanados por una historia, una tradición, una cultura y hasta por una comunicación común.

Por el contrario, las oleadas de restauración democrática, especialmente la última y definitiva que vivimos los latinoamericanos en la década de los ’80, fueron capaces de justipreciar el valor de la integración regional como una herramienta fundamental en la consolidación de un espacio regional más justo y solidario, plural y pacífico, y fundamentalmente, democrático.

Las tendencias integracionistas de la región, si bien reconocen importantes antecedentes históricos previos, convergieron a fines de los ’80 en una serie de intentos por avanzar en procesos de integración comercial y física destinados a fortalecer las economías de cada país, tornarlas más competitivas y complementar las economías nacionales.

Uno de los procesos más destacados de este período fue, y es, el Mercosur.

El Mercosur prometía, junto a la joven democracia recuperada, la generación de un marco regional inédito para afrontar en forma mancomunada los desafíos de los nuevos tiempos que se avecinaban.

Vale la pena recordar sus orígenes.

Las últimas dictaduras nos dejaron a Brasil y Argentina con una profunda hipótesis de conflicto. La preparación para la guerra crecía.

Con la llegada de la democracia, los presidentes Sarney y Alfonsín pusieron en marcha un programa de cooperación económica e integración productiva que modificó sustancialmente aquella hipótesis y sentó las bases del futuro Mercosur.

A poco de andar, ya en los ’90, el Mercosur adoptó un fuerte sesgo comercialista que derivó en un significativo incremento del comercio intrazona que, al mismo tiempo, puso en evidencia los límites a los que había llegado la voluntad integracionista de los líderes democráticos de la región hacia fines del siglo XX.

Sin embargo, aun dentro de este contexto, en 1992 el Mercosur reconoció tempranamente que la plena vigencia de las instituciones democráticas es condición indispensable para su existencia y consolidación. Más aún, seis años después, con la firma del denominado Protocolo de Ushuaia, el Mercosur, conjuntamente con Chile y Bolivia, establece por primera vez –y con meridiana claridad– una serie de procedimientos a aplicar en forma conjunta ante la ruptura del orden democrático en cualquiera de los países signatarios del protocolo.

Con la extraordinaria confluencia de los nuevos liderazgos regionales de comienzos del siglo XXI –Néstor Kirchner, Lula Da Silva, Hugo Chávez, Tabaré Vázquez y Duarte Frutos–, la política de integración regional comenzó a enriquecerse con la incorporación a la agenda de temas vinculados a la integración de los pueblos, y también a la consolidación de la democracia en la región, entre otros.

Por un Mercosur productivo y social

Si durante los ’90 la integración transcurrió fundamentalmente por los andariveles comerciales y su vinculación con el orden democrático se limitaba a asegurar las formalidades procedimentales de este régimen de gobierno, es a partir de 2003 cuando la integración regional comienza a advertir la importancia de ampliar la definición de la fórmula democrática regional, incorporando cuestiones vinculadas a la inclusión social de sectores marginados del proceso económico y social en cada uno de los Estados parte.

Ahora, más allá de continuar con las discusiones arancelarias, el proceso de integración regional comenzaría a dar respuesta a las permanentes demandas de sectores sociales, económicos y productivos que, por las características adoptadas por el Mercosur en sus primeros años, habían quedado excluidos de participar del proceso de integración.

Esta idea iría madurando lentamente en la región y recién en 2006, en la ciudad de Córdoba, se pudo celebrar la primera cumbre de presidentes del bloque que, impulsada por la primera Cumbre Social del Mercosur “Por un Mercosur Productivo y Social”, declaró abiertamente su interés por:
1) Reafirmar la prioridad de definir una Agenda Social Integral y Productiva, orientada a desarrollar iniciativas y políticas activas, para reducir el déficit social, promover el desarrollo humano integral y la integración productiva.
2) Reafirmar la voluntad de avanzar hacia la integración productiva regional con desarrollo social con énfasis en la promoción de emprendimientos productivos regionales que incluyan redes integradas, especialmente por pymes y cooperativas.

Desde ese momento han pasado ya casi diez años, lo cual permite esbozar algún balance preliminar de aquella voluntad política orientada a fortalecer la idea de una democracia con inclusión social asociada estrechamente a un proceso de integración regional sustentable y sustentador de esta nueva y enriquecida visión integracionista.

Para ello hay que anticipar que aquí apoyamos una definición de democracia no solo como el apego a un conjunto de reglas de juego preestablecidas, sino también como la mejor forma de organizar políticamente a la sociedad y de asegurar su desarrollo y su inclusión social.

Integración y democracia

Acabamos de recordar con clara memoria el 40º aniversario del golpe cívico militar en la Argentina.

No obstante, fueron numerosos los intentos desestabilizadores de la democracia en la región con posterioridad a la culminación de las dictaduras cívico-militares de los años ’70 y ’80.

Frente a estos intentos, las respuestas del Mercosur, Unasur y el conjunto de la región han derivado, en la mayoría de los casos, en un respaldo serio y eficiente a la democracia como ocurrió en Bolivia, Ecuador, Colombia y Venezuela. Y, naturalmente, hubo fracasos que llevaron a definir sanciones por parte de los países defensores de la democracia.

Honduras: el presidente Zelaya sin vueltas

Acéptenme contarles un hecho que me tocó vivir directamente.

Efectivamente tuve la ocasión de conocer de cerca un fenómeno lamentable como el golpe de Estado en Honduras en el año 2009.

En marzo de ese año se cumplía el tercer aniversario de la asunción a la presidencia de don Manuel Zelaya, y fui invitado a efectuar la llamada “conferencia magistral” en esa circunstancia.

El tema central elegido fue el análisis del documento que en diciembre de 2008 acordaron en Brasil los 33 presidentes y representantes de los países de América latina y el Caribe, antecedente directo de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribeños (CELAC).

En un momento del desarrollo de las celebraciones, el presidente Zelaya me comenta algo así como: “Usted no sabe en la complejidad en que me encuentro: Estados Unidos no nos está comprando nuestros productos agrícolas. Las remesas de los hondureños que viven en Estados Unidos han disminuido sensiblemente; no tengo una gota de energía y decidí tomar dos medidas. Por un lado, en el marco de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (ALBA), acordé con Venezuela para que me envíe combustible a cambio de lo que no me compra Estados Unidos; y por otro, dado que me quedé sin mercado externo, decidí otorgar un importante aumento general de salarios para disponer de un mercado interno. ¡Los intereses tradicionales de adentro y de afuera me quieren matar! Hable con las altas cámaras empresarias y verá lo que le dicen…”.

Efectivamente la indignación por el aumento de sueldos resultó superior a lo que podía imaginar y a los tres meses se produjo el golpe de Estado conocido por todos.

Los dos rieles

Concluyendo, no parece osado intentar interpretar la interrelación dialéctica que se genera entre democracia e integración.

En nuestra región, más democracia será más integración. Más integración será más democracia. De lo contrario serán tiempos difíciles.

Hoy los esfuerzos debieran estar dirigidos a evaluar y activar el desarrollo de modo actualizado y creativo.

En ello ambos rieles son sustantivos.

Los sectores públicos, productivos, científico-tecnológicos, financieros y políticos tienen la ineludible responsabilidad social, en la región más desigual del planeta, de asumir postura frente a la idea primitiva, pero siempre actualizada, basada en la simple apertura de los mercados.

Autorxs


Hugo Varsky:

Presidente Fundación P.L.A.N.E.T.A. (Programa Latino Americano de Nuevas Estrategias en Tecnologías Avanzadas). www.fundacion-planeta.org