Comunicación y pandemia. La exacerbación de las desigualdades

Comunicación y pandemia. La exacerbación de las desigualdades

| Por Nadia Koziner, Natalia Aruguete y Esteban Zunino |

El conjunto de problemas que acarreó la pandemia por Covid-19 a nivel mundial no necesariamente inició una etapa nueva, sino que aceleró y profundizó un conjunto de desigualdades económicas, sociales, políticas y culturales previas. Particularmente en el ámbito comunicacional, ha dejado de manifiesto la confluencia de problemáticas y necesidades de distinto tipo.

Las medidas de aislamiento destinadas a mitigar la propagación de la enfermedad acrecentaron desde muy tempranamente el protagonismo del entorno digital en el desempeño de la vida cotidiana. Pablo Boczkowski y Eugenia Mitchelstein proponen cuatro características para pensar dicho entorno en relación con la pandemia: las personas experimentamos lo digital como un sistema total global en el que vivimos gran parte de nuestra vida; su estructura se presenta como externa al control de los individuos; actúa como dinamizador de conflictos y desigualdades y su futuro conserva una buena dosis de indeterminación. Aunque podamos imaginarlo, es difícil saber hacia dónde vamos.

Las inequidades en las condiciones en las que se produce, se emite y se recibe información consolidan la brecha social, cultural y digital; de allí la necesidad de regulaciones que garanticen el derecho a la comunicación, entendido como un derecho humano.

Quienes vienen promoviendo el debate en torno al ejercicio de derechos digitales tales como la conectividad a internet, el acceso a la información y la libertad de expresión, encontraron durante la pandemia un terreno propicio para hacer oír sus demandas. A partir de una situación inédita, los gobiernos, las empresas y diversos sectores de la sociedad civil procuraron respuestas paliativas y temporarias –según interpretan Ana Bizberge y Soledad Segura para los casos de Argentina, Brasil y México– aunque insuficientes para resolver inequidades históricas. Por el contrario, el saldo de la pandemia dejó al descubierto una profundización de esos problemas. Particularmente en la Argentina, Bernadette Califano destaca que la rápida reacción del gobierno para dar respuesta a las necesidades de conectividad y continuidad de servicios TIC contrastó con el espíritu reactivo y atenuante de las medidas que, además, presentaron problemas en la implementación.

Las desigualdades también se evidenciaron con mayor claridad en las redacciones de los medios digitales con mayores niveles de audiencia, tal como evidencia Lorena Retegui. Durante la primera etapa de la pandemia, los y las periodistas se percibían en riesgo frente al posible contagio, dado que su actividad quedó eximida de las medidas de aislamiento, por considerarse una actividad esencial. Pero, enseguida, la incertidumbre pasó a asociarse al desarrollo laboral a partir de la incorporación del trabajo remoto, el riesgo de perder la fuente laboral y “las diversas inseguridades laborales que operan en condiciones flexibles y precarias”. Como en otros ámbitos, el sector más vulnerable ha sido el de las mujeres, sobre quienes recaen las tareas de cuidado que, en pleno aislamiento, redoblaron la exigencia: “Hay un retroceso en materia de igualdad de género que (…) costará años revertir”.

En el escenario digital, los discursos tóxicos e intolerantes polarizan en extremo, rompen todo tipo de consensos y aumentan la percepción de riesgo. Las operaciones político-mediáticas se vuelven dominantes y dejan huellas en una agenda mediática oficial y poco plural.

Si bien al inicio de la pandemia las representaciones mediáticas pusieron en suspenso el hetero-patriarcalcentrismo, el porteñocentrismo y el etnocentrismo que las caracteriza, esa labor colectiva con un objetivo común pronto se diluyó y la matriz de enunciación mediática recuperó su configuración histórica. En efecto, de acuerdo con Mauro Vázquez, Lucrecia Gringauz, Bárbara Mastronardi, María Graciela Rodríguez y Sebastián Settanni, los relatos sobre la subalternidad, que durante la pandemia pusieron el foco en las dimensiones etno y porteñocéntrica, tienden a “sobrerrepresentar las diferencias culturales y a diluir en ellas la(s) desigualdad(es)”.

Estas son solo algunas de las vulnerabilidades que la pandemia puso de manifiesto, en un escenario de caos comunicacional, cultural y de saberes que generó la crisis de confianza en las instituciones, la confrontación de saberes y el conflicto de experticias. Esta crisis, sin dudas, excede lo sanitario y requiere definiciones que desborden la noción de “infodemia” para pensar, de manera comprensiva, la dimensión político-comunicacional de nuestra vida social. Como apunta Silvio Waisbord, esta confluencia “dificulta considerablemente la resolución de la pandemia, más allá de factores propiamente epidemiológicos y las vicisitudes impredecibles de la evolución del virus Covid-19”.

De la mano de las restricciones, en distintas latitudes parecería haberse pasado de un intento infructuoso y acotado por acercar posiciones ideológicas, previamente ubicadas a ambos lados de la polarización, a una ampliación de esa distancia percibida que ubicó a distintas comunidades de valores en las antípodas de un espectro ideológico que no tolera grises. De esta disputa virulenta por dar una definición que lograra explicar la pandemia, participan elites políticas, medios compitiendo entre sí y con las plataformas, y gente de a pie. Un esfuerzo infructuoso, porque la pandemia fue un fenómeno multidimensional que excede la preocupación sanitaria. De hecho, en los momentos álgidos de propagación del virus –cuando las críticas de la oposición política se enfocaron en las restricciones a la circulación y la eficacia de las campañas de vacunación– dos grandes interpretaciones contrapuestas encuadraron la respuesta sanitaria de los gobiernos. De este lado de la “grieta” se la definió como un esfuerzo para proteger a la población. Del otro, como una restricción a la libertad individual. Tales niveles de polarización social no solo se tradujeron en sentimientos de riesgo disímiles acordes con identidades partidarias –riesgo sanitario vs. riesgo económico– sino que, además, erosionaron la confianza depositada en la campaña de vacunación como solución para reducir la propagación del virus, insuflada por grupos extremistas alineados con los activistas antivacunas.

En este escenario, que tuvo resonancia en distintos países de la región, el diablo metió la cola. Algunas de las contribuciones de este dossier identifican intervenciones discursivas de salud pública realizadas por diversos actores –gubernamentales, elites políticas y medios– que afectaron el comportamiento de las ciudadanías.

En los países de la región con mayores niveles de polarización, como Estados Unidos, Brasil y México, el papel de las instituciones gubernamentales repercutió en altos niveles de cinismo ciudadano. En México, los efectos de la pandemia en los ámbitos sanitario, socioeducativo y laboral, por poner solo algunos casos, redundaron en una opinión regular o negativa sobre las respuestas del Estado, en altos porcentajes de la población, según relata Manuel Ortiz Marín.

En Brasil, el discurso político del mandatario Jair Bolsonaro tuvo efectos desestabilizadores. Sus apariciones públicas no hicieron más que aumentar la percepción de riesgo por parte de la ciudadanía, especialmente entre votantes opositores e independientes, tal como lo muestran Ernesto Calvo y Tiago Ventura en su estudio.

En Estados Unidos, apunta Gaye Tuchman, también los medios socavaron la confianza pública en la respuesta sanitaria. En particular, en un ecosistema mediático-digital donde la relevancia noticiosa se explica más por el nivel de consumo que por criterios editoriales. “En tales condiciones, los puntos de vista políticos se bifurcaron cada vez más (…)”, alterando el sentido mismo de las noticias, remarca Tuchman.

El desacople entre la estrategia comunicativa y la sanitaria fue uno de los problemas asociados con los altos niveles de contagio en el Perú. De acuerdo con Sandro Macassi, la falta de una acción discursiva intensa que dialogara con las creencias y percepciones de la ciudadanía obturó la posibilidad de desmontar un conjunto de narrativas variadas que, con una alta circulación en redes sociales y medios de comunicación, operan como barreras cognitivas para el cumplimiento de medidas preventivas. Entre ellas, la percepción de que cualquier norma resultaría infructuosa frente a la idiosincrasia peruana, la idea del bajo riesgo y la inmunidad individual o el supuesto de que las medidas de prevención no son realmente eficaces.

En la Argentina se observan desplazamientos en los temas que importan y en el enfoque que se da a las coberturas noticiosas, que se independizan de la evaluación sanitaria de expansión del virus. La sistematización que proponen Antonella Arcangeletti y Celeste Gómez Wagner evidencia el significativo incremento tanto en la atención mediática como en el consumo de información a comienzos del año 2020. Pero también advierte sobre los cambios en los enfoques promovidos por los grandes medios digitales en la Argentina, abocados a diagnosticar, responsabilizar y subrayar la dimensión conflictiva del asunto. La curva informativa sobre la pandemia mostró un comportamiento –con aumentos y caídas– que no se condijo con la evolución de la enfermedad en sí misma, apuntan. “Desde su irrupción, la pandemia de Covid-19 se convirtió en parte central del menú informativo propuesto por los medios, pero su tratamiento noticioso fue fluctuando con el paso del tiempo”.

En ese contexto, se destaca el trabajo de los medios audiovisuales comunitarios. Aunque el rol históricamente relegado que el sector no lucrativo ha tenido en el sistema de medios no se haya subsanado durante la pandemia, Silvana Iovanna Caissón pone en valor la rápida incorporación y uso de tecnologías y plataformas existentes que les permitieron sostener sus actividades sociales, la visibilización de narrativas ausentes de los grandes medios y la garantía del acceso al derecho a la cultura a partir de la propuesta de programación variada, que incluyera espacios de entretenimiento y distensión.

En efecto, la pandemia impactó también sobre los consumos informativos y culturales de la población. Durante los primeros meses de la cuarentena obligatoria, el radical aumento del tiempo de atención disponible sumado a la necesidad de orientación provocada por la incertidumbre de una situación tan extraordinaria, provocaron una explosión en el consumo de medios digitales: plataformas audiovisuales, redes sociales, streamings de audio y portales informativos crecieron a pasos agigantados y complementaron a los medios tradicionales, con la televisión a la cabeza. Con la vuelta a la presencialidad en los ámbitos laborales y educativos, algunas tendencias se consolidan y otras se han revertido. De acuerdo con Santiago Marino y Agustín Espada, ello da cuenta de que el consumo de algunos medios tradicionales –como la radio y la televisión abierta– se explica fundamentalmente por una disponibilidad tecnológica-situacional, más que por sus contenidos específicos. Por caso, la radio recuperó el nivel de encendido –en baja durante 2020– y superó, incluso, los valores de la prepandemia.

En definitiva, la pandemia de coronavirus no ha sido un problema epidemiológico, ni siquiera fundamentalmente sanitario. Más aún, en la región más desigual del planeta, asistimos a una crisis múltiple que alteró estructuras en apariencia estables y aceleró tendencias de larga data. Entre estas problemáticas, el ámbito comunicacional no puede soslayarse. Asumiendo que se lo ha analizado solo parcialmente y desde una óptica restrictiva, la apuesta de este dossier es, sin más, devolver una mirada comprensiva a un fenómeno multidimensional.

Autorxs


Nadia Koziner:

Directora del Departamento de Diseño, Comunicación e Innovación Tecnológica de la Universidad Nacional Scalabrini Ortiz (UNSO) e Investigadora asistente del CONICET. Doctora en Ciencias Sociales y magíster en Ciencias Sociales y Humanidades con mención en comunicación (UNQ). Posdoctorada en Ciencias Sociales (CEA-UNC). Es licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA), donde se desempeña como docente. Su investigación se centra en la intersección entre comunicación, política y medios.

Natalia Aruguete:
Investigadora del CONICET. Profesora de la UNQ y de la Universidad Austral, Argentina. Sus principales libros son Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales –en coautoría con Ernesto Calvo– (Siglo XXI, 2020); El poder de la agenda. Política, medios y público (Biblos, 2015); y Teorías de la opinión pública y de construcción de agenda (UNQ Editorial, 2012). Publicó alrededor de cincuenta artículos en revistas especializadas cuyas temáticas centrales giran en torno a la relación entre agendas políticas, mediáticas y públicas, teniendo en cuenta el diálogo que se establece entre los medios tradicionales y las redes sociales.

Esteban Zunino:
Doctor y Magister en Ciencias Sociales y Humanas (UNQ) y Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Posdoctorado en Ciencias Sociales (UNC) y Especialista en Derechos Humanos y Estudios Críticos del Derecho (CLACSO). Es investigador del CONICET y profesor regular efectivo de la Universidad Nacional de Cuyo. Dirige el Observatorio de Medios de la UNCuyo. Es director del Cono Sur de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS).