Chilenos en la Argentina: dinámicas y tensiones de una migración regional

Chilenos en la Argentina: dinámicas y tensiones de una migración regional

El proceso migratorio de Chile a la Argentina atravesó diferentes etapas con sus respectivas características particulares. A continuación, un recorrido histórico por la compleja y tensa relación entre dos países que comparten la tercera frontera terrestre más extensa del mundo.

| Por Brenda Matossian |

La migración de chilenos hacia la Argentina se caracteriza por estar conformada por desplazamientos enraizados en la historia social y económica de los territorios facilitados por la vecindad geográfica y la proximidad cultural. Estos movimientos han encontrado su destino principal en ciertas regiones del país con estructuras productivas más favorables para la generación de empleos, tanto en ámbitos rurales como urbanos. Además de responder a factores estructurales, la evolución de este patrón migratorio ha sido sensible a las coyunturas de expansión o retracción económica y a las contingencias de tipo sociopolítico. En particular, las rupturas y el restablecimiento de las formas democráticas de gobierno han repercutido en oleadas de exiliados hacia la Argentina, especialmente durante la dictadura de Augusto Pinochet entre 1973 y 1991. Se trata de una migración principalmente fronteriza y regional, cuya historia se entrelaza con los períodos de acercamiento y tensión entre ambos países.

La Argentina como destino de proximidad: temporalidades y espacialidades

Con el desplazamiento de la población viajan culturas, concepciones del mundo, del espacio, del tiempo, modos de concebir la realidad. Estas culturas son construcciones sociales fluidas y temporales, se hacen y rehacen a lo largo del tiempo. Por eso, la población llegada desde Chile, al igual que la mayoría de las corrientes migratorias demográficamente numerosas, presenta variadas particularidades de interés en cuanto a su espacialidad y temporalidad. Por lo tanto, debe ser entendida no como un conjunto homogéneo sino en su diversidad interna y gran complejidad. Basta con señalar la brecha que distingue a un migrante de Santiago de Chile que llega en el 2010 a la ciudad de Buenos Aires atraído por la oferta educativa pública, de calidad y gratuita, de un valdiviano exiliado político llegado a San Carlos de Bariloche por las persecuciones políticas de la violenta dictadura de Augusto Pinochet a partir del 11 de septiembre de 1973. Por ello se dará cuenta del devenir de este flujo tan particular.

La Argentina ha sido polo de atracción y destino principal de la migración chilena a lo largo de toda su historia como Estado-nación: a principios del siglo XXI, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, más de la mitad del conjunto de los chilenos que no residen en su país de origen.

Existen complejas relaciones y vínculos que han unido y distanciado a ambos países a lo largo de su historia como Estados-nación y como Estados vecinos, ambos comparten la tercera frontera terrestre más larga del mundo. En este sentido, la Cordillera de los Andes es protagonista de estas relaciones y debe considerarse especialmente dentro de este análisis.

La arqueología ha demostrado que, lejos de constituirse como una barrera, la cordillera ha sido un espacio de intercambios, testigo de fluidos contactos interétnicos previos al período colonial. Ya a fines del siglo XIX y principios del XX la circulación de personas, bienes y ganado se realizaba en particular en el área cordillerana correspondiente a la actual provincia del Neuquén y sur de Mendoza. En la región cuyana, estos flujos se produjeron además por los lazos comunes que tenían muchas familias debido a que la región formaba parte de la Capitanía de Chile.

Es claro que con la formación de la Argentina y Chile como Estados nación estos vínculos cambiaron, se constituyó la frontera como tal, mediante complejos y tensos procesos, y aquella población que circulaba de un lado a otro comenzó a ser definida según su flamante origen nacional: chilenos y argentinos.

Sin embargo, estos elementos no detuvieron los intercambios. Avanzado el siglo XX el flujo comienza a alcanzar nuevos espacios en los cuales se desarrollaron economías regionales, en especial en la Patagonia y provincia de Buenos Aires. Estas áreas ofrecían atractivas oportunidades laborales frente a las dificultades económicas en Chile, particularmente adversas en sus regiones meridionales. En Río Negro comienzan a cultivarse frutales en forma intensiva a partir de 1925 y buena parte de la necesidad de mano de obra fue cubierta por la población chilena. En la porción más austral de la región estos migrantes comenzaron a trabajar también en actividades vinculadas con el desarrollo de la ganadería ovina. En la ciudad de Buenos Aires las oportunidades laborales permitieron una mejor inserción laboral para las mujeres chilenas.

Avanzado el siglo XX, en la década de los setenta, la complicada situación política y económica en Chile produce un nuevo impulso en el flujo migratorio a raíz del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende en 1973 y del inicio del largo y violento período de dictadura bajo el mando de Augusto Pinochet. La masividad del exilio político de estos años ha marcado a fuego la historia de Chile. Además de la persecución política directa, el éxodo también se dio por motivos económico-sociales, en particular aquellas salidas originadas por el elevado índice del desempleo, disminución de los salarios y numerosas quiebras de empresas. La migración chilena hacia la Argentina, hasta entonces de carácter principalmente estacional y rural, adquirió en esta etapa una intensa connotación política orientada hacia destinos urbanos con mayor ímpetu. En estos duros años, la provincia de Mendoza recobra su protagonismo como área de destino.

Hacia fines de esta década, el flujo se encuentra marcado por los conflictivos contextos políticos en ambos países y por las tensas relaciones geopolíticas entre ellos que casi alcanzan el conflicto bélico en 1978 por la cuestión del Canal de Beagle.

Esta tensión se reflejó en políticas de fronteras y de migraciones vinculadas con el paradigma de la seguridad territorial. Así, las autoridades argentinas resolvieron adoptar criterios restrictivos en el otorgamiento de radicaciones definitivas a chilenos. Este panorama se profundizó en 1981 cuando se promulgó la Ley General de Migraciones y Fomento de la Inmigración Nº 22.439, conocida como “Ley Videla”, durante el último gobierno militar de la Argentina (1976-1983). Esta ley estaba influida por los lineamientos imperantes en el ámbito internacional acerca del control migratorio-policial. Aun así, estas normas no lograron impedir la llegada de migrantes, el resultado de las mismas fue una gran cantidad de chilenos residiendo en la Argentina de manera irregular en cuanto a su documentación. Esto se comprobó años más tarde con la amnistía de 1984 para regularizar la situación migratoria de todos los extranjeros de diversas nacionalidades con residencias precarias o de hecho. Para esta amnistía más de la mitad del conjunto de extranjeros regularizados eran chilenos.

Durante la década de los ochenta los chilenos en la Argentina mantuvieron una presencia significativa en la Patagonia, tanto en asentamientos del espacio fronterizo como en ciudades y pueblos del resto de la región, también se destacaron en la ciudad de Mendoza, en el Área Metropolitana de Buenos Aires y en Bahía Blanca. Esta distribución se ha mantenido de modo bastante permanente hasta la actualidad.

El retorno a la democracia, el 11 de marzo de 1990, constituyó un hito en la historia de Chile. La migración hacia la Argentina disminuyó a partir de esos años pues las condiciones políticas y socioeconómicas se habían tornado más favorables, haciendo que los antiguos motivos para emigrar fuesen superados. En los últimos años se registra una nueva etapa en la que la llegada de los migrantes chilenos es cuantitativamente menor pero con la particularidad y novedad de ser una migración de búsquedas culturales, en especial educativas. Esta nueva corriente se ha instalado especialmente en la ciudad de Buenos Aires.

Región de origen

El flujo migratorio chileno hacia la Argentina se produjo desde distintas regiones. En rasgos generales, las regiones chilenas de origen han sido especialmente las meridionales. Estas han poseído tradicionalmente poco peso demográfico y una escasa participación en el producto bruto interno chileno. Se ha destacado hasta 1947 el archipiélago de Chiloé como mayor expulsor de población, por otro lado la región de la Araucanía aportó tempranamente inmigrantes a Norpatagonia.

Recientemente, las áreas chilenas de procedencia han sido la VIII Región del Biobio, IX Región de la Araucanía, X Región de los Lagos, XII Región de Magallanes y de la Antártica Chilena y XIII Región Metropolitana de Santiago.

Chilenos en la Patagonia, protagonistas de su poblamiento

La distribución dentro del país de la migración chilena ha configurado un carácter regional marcado, en la región cuyana y muy especialmente con la Patagonia. La Región Metropolitana de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires también han recibido parte importante de esta población pero en una proporción menor. Este rasgo la distingue de aquellas corrientes provenientes de los otros países vecinos, en particular Paraguay y Bolivia, cuyas poblaciones han mostrado una tendencia hacia la concentración en la gran metrópolis argentina.

El protagonismo de la Patagonia como región receptora de migración chilena a lo largo del tiempo radica no sólo en los significativos valores absolutos sino en su peso sobre el total de la población que reside en las provincias y departamentos patagónicos.

En particular en la Norpatagonia, las áreas de origen y de destino, así como también los pasos, concentran una dinámica regional singular. Se destacan los sectores del Alto Valle del Río Negro y Neuquén, Comodoro Rivadavia y San Carlos de Bariloche. La fundación y crecimiento de la gran mayoría de las localidades patagónicas es resultado de un complejo y dinámico proceso de poblamiento alimentado por vínculos transcordilleranos remotos. En este sentido, las poblaciones en localidades de frontera en la Patagonia andina eran mayoritariamente de origen trasandino. Desde el Este eran pocos los aportes, por lo cual no se pueden encontrar explicaciones en claves metropolitanas o transnacionales; aquí se destacan las lógicas regionales-comarcales y transfronterizas como marcos necesarios.

Desde 1980 hasta la actualidad los departamentos de la Patagonia muestran las mayores proporciones de migrantes chilenos en la Argentina. Las primeras ciudades como el conglomerado Neuquén-Plottier-Centenario, Comodoro Rivadavia, General Roca, San Carlos de Bariloche y Río Gallegos, entre otras, son los ámbitos urbanos con concentraciones más altas. Por su parte, en ámbitos rurales, los departamentos con escasa población (especialmente los de Santa Cruz) ostentan altos porcentajes de chilenos sobre el total de los habitantes.

Frontera y percepción del “otro” chileno

Como ya se ha mencionado, la condición fronteriza de esta migración y el peso demográfico que ha tenido históricamente, más aún en la Patagonia, buscó potenciar, desde discursos hegemónicos, la idea del chileno como “amenaza”.

Esta tensión se ha producido en ambos sentidos en períodos de tensión cuando tanto desde la Argentina como desde Chile se desprendían discursos que registraban al vecino como expansionista, agresivo y oportunista, el país propio como la “víctima ingenua”; el otro, el “astuto victimario”. Estas imágenes han mantenido durante algún tiempo latente el conflicto y se enraízan en mitos conspirativos orientados de manera sistemática a la Patagonia, escenario en el pasado de encuentros y desencuentros entre Chile y la Argentina.

Esta idea de “amenaza chilena” tuvo un componente demográfico de peso en algunas de sus justificaciones. Por ejemplo, en la década del treinta en la Norpatagonia andina, el superior peso poblacional de las ciudades chilenas constituyó uno de los argumentos para sostener la idea de la necesidad de “argentinizar” la frontera. La conformación de Parques Nacionales fue una de las estrategias utilizadas por los poderes hegemónicos con miras a “neutralizar” estos espacios fronterizos.

La idea de proximidad de una diferencia competitiva reforzaba las tensiones por parte de los Estados. Los mecanismos de control se materializaron con limitaciones a la radicación migratoria o con la imposición de normas jurídicas restrictivas en la política de frontera, entre otras. Las restricciones “desde arriba” que se intentaron imponer, especialmente durante los setenta, no consiguieron, como se mencionó, frenar la llegada de chilenos migrantes. Hacia fines de esa década, desde los poderes nacionales y desde ciertos discursos académicos, políticos y mediáticos, se reforzó la visión de la frontera con Chile como escenario de tensiones y conflictos, justificando así la militarización de los controles y las prácticas violentas. Por el contrario, estas visiones y restricciones contribuyeron a situaciones de irregularidad y tensión vivenciadas principalmente “desde abajo” por los migrantes que residían y trabajaban en la Argentina.

Estas dificultades tampoco deben verse de modo inocente y lineal, los conflictos no se reprodujeron sólo desde las instituciones nacionales, también existieron fuertes tensiones al interior de la colectividad y situaciones de abuso y maltrato entre los mismos connacionales. Algunos aprovechaban el contexto de anticonstitucionalidad y la falta de documentos en regla de algunos migrantes para obtener beneficios propios.

Fue lento el proceso por el cual las fronteras viraron hacia un esquema de complementariedad, como áreas de encuentro, de intercambios, de proyectos y estrategias compartidas, de desarrollo solidario. El cambio en la política de fronteras en 1996, debido particularmente a la desaparición de la Superintendencia Nacional de Fronteras, constituye un indicador de las transformaciones en proceso.

El trayecto a recorrer desde la norma a la práctica fue complejo y lento. Sin embargo, más complejo es el desafío de incorporar estas nociones “desde abajo” cuando muchas de las concepciones de conflicto y tensión reforzadas hace décadas aún se mantienen sedimentadas en el imaginario social y urbano de ciertos sectores de la sociedad argentina. Esta construcción de sentidos ha tenido momentos de mayor o menor intensidad según distintos contextos. En períodos de gobiernos dictatoriales, grandes incrementos demográficos, tensiones geopolíticas y/o crisis económicas se retomaba el imaginario en el cual la presencia chilena era considerada como un elemento ajeno que podía afectar negativamente.

En síntesis

El flujo de chilenos hacia la Argentina fue cambiando en su papel. De una migración fronteriza de demandas locales antes de los setenta, se convirtió en una migración política forzada a partir de 1973. Luego se tornó mayormente de carácter laboral hacia la década del ochenta, y finalmente el flujo se detuvo casi por completo en los noventa para tener un nuevo impulso de carácter educativo-cultural, aunque más leve en términos demográficos.

Los períodos de conflicto a lo largo de 200 años de historia compartida han dejado tensiones más o menos latentes. Se trata, en gran parte, de elementos que han sedimentado en el sentido común respecto de la percepción que se tiene desde ambos lados de la cordillera con respecto al país vecino.

En la Patagonia, región que alberga a la mayoría de estos migrantes, se da cuenta de un proceso de construcción, con mayor o menor fuerza, de un imaginario social y urbano que ha considerado al elemento chileno no sólo como ajeno, aun habiendo sido parte constitutiva de su población, sino también como parte a esconder en la imagen idealizada y “europea” de Patagonia. Se ha buscado reproducir una historia hegemónica que niega elementos de conflicto. Sin embargo, en las últimas décadas también se evidencian numerosas tendencias hacia la cohesión social producto, entre otros factores, de las décadas de presencia en la región.

Autorxs


Brenda Matossian:

Doctora en Geografía – Becaria Posdoctoral IMHICIHU CONICET.