¿Víctimas de quién? Medios de comunicación, sectores vulnerables y usos de las agendas de miedo

¿Víctimas de quién? Medios de comunicación, sectores vulnerables y usos de las agendas de miedo

Los medios de comunicación instalan el miedo a través de la creación de estereotipos de grupos peligrosos centrados en muchachos de sectores vulnerables. Para terminar con esta lógica y reducir el temor, es necesario intervenir en las culturas mediática, política y social, generando las herramientas que nos permitan dejar de pensarnos como víctimas y victimarios.

| Por Mercedes Calzado |

“Lo primero que el señor Cantor buscaba en el Newark News (…) eran las noticias sobre la campaña del ejército estadounidense en Francia. Luego leía el recuadro en primera plana del News titulado ‘Boletín diario de la polio’, que aparecía bajo una reproducción de un cartel de cuarentena. (…) El impacto de las cifras era, naturalmente, descorazonador, aterrador y fatigoso. (…) Eran los números aterradores que reflejaban el progreso de la horrible enfermedad. (…) Aquella también era una guerra de verdad, una guerra de matanza, ruina, desolación y perdición, una guerra con los estragos de la guerra: una guerra contra los niños de Newark”. Con estas palabras Philip Roth recrea en Némesis los dilemas y las emociones que genera la epidemia de polio a un joven llamado Bucky Cantor, responsable de las actividades al aire libre de una escuela de Nueva Jersey durante la Segunda Guerra Mundial.

La epidemia es un ejemplo de cómo los pánicos morales son diseminados por los medios de comunicación a través de la creación de estereotipos de grupos peligrosos centrados en muchachos de sectores vulnerables. Medios, miedos, jóvenes… una tríada que vale la pena repensar. Durante la Segunda Guerra, en Estados Unidos la polio pulula por los barrios periféricos de algunas grandes ciudades. Las víctimas se producen como tales en los medios y el miedo se encarna en un responsable: los muchachos de origen italiano que acechan al norteamericano medio, figura del mal que parece buscar el contagio de los jóvenes locales. El modo de procesar la guerra en la década de los cuarenta en Estados Unidos es representado por Roth a través de una epidemia que el sentido común de la época la vincula con la inmigración italiana; una máscara que encarna a la vez el totalitarismo contra el que estaba luchando la “democracia” norteamericana en territorio europeo.

La alegoría de la amenaza sanitaria recuerda el papel de los medios de comunicación en la configuración de estados de ánimo, de inseguridad y de disposición de estereotipos de miedo. ¿La prensa y la tevé poseen un rol fundamental? Sin dudas que sí. No obstante, el devenir de los discursos periodísticos debe ser comprendido de forma articulada con otros espacios de producción de sentido, como las agencias de control social, especialmente la policial, el campo político, entre otros. De allí que para complejizar el análisis es preciso abandonar el determinismo mediático. Los medios son centrales, pero funcionan en un entramado mayor que debe ser reconstruido en un tiempo histórico y en un espacio social.

El discurso diseminado desde los medios acentúa la percepción de que la amenaza no es trivial, sino un peligro contra el orden social. Pero es necesario que los sentidos alrededor del pánico surjan en un contexto determinado, no en un vacío social. Es decir, para el análisis se requiere tomar en cuenta las circunstancias sociales que posibilitan la amplificación de los significados del miedo. Lejos de ser hechos y personajes construidos por la prensa, el evento debe tener un origen material sobre el que sea posible ubicar los ornamentos visuales y verbales que amplíen el margen de temor de las violencias urbanas construidas a la vez como una epidemia sanitaria.

La noción de pánico moral hoy parece ser parte de un sentido común que ubica a los medios como responsables centrales de la percepción de miedo. Pero el concepto no es nuevo, fue acuñado por el criminólogo inglés Yock Young en 1971 en medio de una ola de preocupación social y mediática por el consumo juvenil de drogas. Young demostró cómo los medios estereotipaban a los jóvenes de sectores populares y el efecto espiral que producían sobre la opinión pública y las políticas de control social. De allí que en momentos en que un grupo social percibe algún tipo de incertidumbre sobre sí y sus intereses, el problema del desorden y del miedo permita gestionar algunas de las tensiones culturales y políticas del contexto. Es parte de una reacción frente a un proceso de fragmentación. Pocos años después, el culturalista inglés Stuart Hall recordó en la misma línea cómo se manifiestan las crisis de hegemonía a través de una dicotomía entre el bien y el mal que legitima prácticas represivas sobre sectores vulnerables. Ciertos aislados se encadenan dando un sentido público a los problemas como escaladas, como amenazas potenciales que aumentan a cada minuto, a cada renglón escrito en la prensa y palabra vertida en la tevé.

Según esta perspectiva, los estereotipos de miedo se producen históricamente de forma mancomunada entre las agencias policiales, judiciales, penitenciarias, el discurso político y los medios como aparatos ideológicos capaces de procurar la rearticulación de consensos que parecen perdidos. De allí que el pánico y sus responsables (en general jóvenes de sectores populares) lejos estén de ser la falsa ilusión del público sobre las noticias generadas por los medios. Se trata de espirales de significación que se van entramando entre grupos con intereses inmediatos posiblemente diferenciales.

Las noticias sobre violencia urbana y el protagonismo otorgado a las víctimas de la “inseguridad” han copado las pantallas y páginas de periódicos en las últimas dos décadas en la Argentina. El mapa concentrado de medios y la aparición de los canales de noticias ayudaron a una nueva configuración de los contenidos policiales. La topografía política también se nutrió de una novedosa forma de construir y utilizar la información publicada tanto en la prensa seria como en la amarilla bajo el cintillo común de “inseguridad”.

Esta tendencia hacia la hegemonía de contenidos alrededor del tópico inseguridad urbana, especialmente en la televisión, se observa en los datos arrojados por el informe sobre la cobertura en noticieros de aire desarrollado por la Defensoría del Público de la Nación. La mayor parte de la información en 2014 se desenvolvió alrededor de hechos policiales. Tanto es así que representa el tópico prevalente sobre cantidad total de noticias con el 17%, lejanamente seguido por el 10,9% de contenidos de información general. Ahora, además de ser el tópico más tratado, es el que tiene más tiempo de duración en la pantalla con el 23,3% de tiempo total utilizado en los noticieros de aire transmitidos desde la ciudad de Buenos Aires.

Pero hay otra cifra interesante en este informe: la juventud se presenta a la vez en los noticieros centrales básicamente como un grupo social riesgoso. Según la Defensoría, sólo el cinco por ciento de las noticias están protagonizadas por niños y adolescentes, es decir, en principio se trata de un tópico marginal. No obstante, el 61,5 por ciento de este pequeño guarismo es información alrededor del tópico policial y de inseguridad. De esta forma, dos de cada tres noticias sobre jóvenes y niños se vinculan con prácticas ilegales, en las cuales el estereotipo de peligro se refuerza a cada minuto sin que exista prácticamente una voz que explique las causas y azares de los hechos contados por la información periodística.

Estos datos revelan el modo en que el tratamiento mediático marca a los jóvenes como un sector en riesgo y riesgoso. La selectividad que imprime el sistema penal sobre determinados grupos sociales corre en paralelo a la selectividad del sistema mediático. En pocos casos, las noticias sobre niños, niñas y jóvenes son protagonizadas por personas de clase media y alta. Cuando eso sucede suelen aparecer como consumidores de alcohol y drogas, como individuos irresponsables y riesgosos, sobre todo para sí mismos. Pero en general, los arquetipos de la juventud amenazante suelen ser siluetas que pertenecen a clases populares.

En estos relatos periodísticos los victimarios parecen estar al acecho permanente de víctimas inocentes. En la dicotomía informativa entre el bien y el mal, las noticias sobre la inseguridad se cuentan con tonos emotivos. Sin dudas, el melodrama es un rasgo de los géneros populares en general, y del policial en particular. Pero cuando el acento del relato se ubica en la víctima, este mecanismo tradicional se despliega con un particular dinamismo. El analista colombiano Jesús Martín Barbero recuerda que el melodrama se estructura a partir de cuatro personajes: el traidor, la víctima, el justiciero y el bobo. El traidor es el protagonista que encarna el mal, el vicio y además produce miedo. Es el otro criminal, en muchos casos asociado a los sectores vulnerables, y en las noticias policiales contemporáneas a jóvenes de sectores bajos. La víctima, figura de la inocencia y la virtud, se personifica en los niños y las mujeres: sujetos cuya debilidad reclama protección. El justiciero es capaz de salvar a la víctima y solicitar castigo para el traidor. Justicieros pueden ser los familiares de la víctima y los medios, en tanto acompañan con sus narrativas a los que sufren. A través de su figura la verdad resplandece. Y en cuanto al rol del bobo, quizás en los relatos mediáticos esté personificado por el Estado por su incapacidad de intervenir frente al contexto de riesgo.

Algunos casos pueden reflejar este modo de construcción y las tensiones que despierta. Una es la crónica del asesinato del camionero y vecino de Lanús Daniel Capristo en 2009. Los medios informaron con velocidad cómo el responsable, un muchacho de 14 años, asesinó a Capristo al intentar robarle el auto en la puerta de su casa. También mostraron cómo los vecinos agredían a funcionarios municipales y judiciales en medio de una supuesta espontánea manifestación de reclamo de seguridad y penas más duras contra los delincuentes menores de edad. Los editoriales tomando partido no se hicieron esperar. “El asesinato del camionero Daniel Capristo –aseguraban desde las páginas de opinión de Clarín– desató una comprensible ola de indignación entre sus vecinos y en la ciudadanía en general y reactualizó el problemático tema de los jóvenes delincuentes y los déficits de los sistemas judicial y penal”. La mayor parte de la prensa se inclinó por asegurar que el modo de resolver la violencia era bajar la edad de imputabilidad. El gobernador de la provincia de Buenos Aires acompañó la ola punitiva planteando también la necesidad de modificar el régimen penal juvenil. Lo que el campo mediático y político tendieron a silenciar fue que el tiroteo fue iniciado por Capristo al ver que el joven intentaba robarle el vehículo; tampoco buscaron aclarar si el arma de la víctima estaba o no en regla. Si el muerto hubiera sido el muchacho, habríamos estado como lectores y espectadores ante un caso de legítima justicia por mano propia.

También el asesinato de David Moreira en Rosario privilegió la constitución de un estereotipo de un joven criminal de sectores bajos. Así se legitimó el “linchamiento” ocurrido el 22 de marzo de 2014 como el final anunciado de ese y todos los jóvenes que se corren de los márgenes de la ley. La “reacción de la gente” se justificó por la ausencia del Estado. Ante un Estado representado como bobo, los vecinos se transforman de víctimas en justiciero, y el traidor (el joven criminal) parece ser asesinado en su ley.

Pero estas cadenas de significación no dejan de tener tensiones. El relato del robo y el ataque con un arma de fuego en 2009 al ex jugador de Boca Juniors Fernando Cáceres ejemplifica la arena de disputa discursiva. Cáceres fue herido de gravedad y los responsables, dos jóvenes menores de 18 años, fueron detenidos de inmediato. Por un largo período el caso se instaló en los medios como un modo de legitimar mayores penas contra los adolescentes en conflicto con la ley penal. El relato mediático inicial resaltó cómo la víctima y los victimarios, si bien supieron pertenecer a un sector social vulnerable, tomaron caminos diferentes. Mientras Cáceres se iba convirtiendo en un jugador profesional pese a su pobreza, su victimario se iba preparando para el crimen y, asegura Clarín, “dormía con una pistola debajo de la almohada”.

Algún tiempo después la tensión en el discurso quedó instalada a partir de las declaraciones de la víctima. En 2012, recuperado del ataque pero sin poder volver a jugar al fútbol, Cáceres declaró: “La delincuencia existe en todos lados, no sólo en los sectores marginados. Pero se les apunta a los pobres porque son quienes tienen menos recursos para defenderse. La delincuencia, en muchos casos, tiene que ver con la falta de trabajo que los afecta directa o indirectamente. La justicia pienso que debería medir a todos por igual. El día que así sea estará para cosas verdaderamente importantes. Mientras tanto le seguirán apuntando a las villas o a los barrios carenciados porque sin dudas es mucho más fácil”. “Mi castigo hoy es la silla de ruedas, pero en tres o cuatro meses la podré vender o regalar. En cambio ellos, los chicos que me asaltaron, están castigados de por vida”, recalcó el jugador en La Nación.

Las disputas, vale la pena recordar, se producen al interior de los discursos mediáticos, incluso de los hegemónicos. Por su parte, el periodismo no hegemónico tiene el papel fundamental de insertar voces y temas en la agenda del miedo. De allí que el rol de los medios de comunicación es central, pero debe ser analizado de forma articulada con las cadenas de sentido que se producen junto a otras agencias y actores sociales. El receptor es víctima de los discursos dominantes del miedo. Si bien los medios tienen un papel fundamental en la instalación de tópicos noticiosos, no hay que olvidar que las audiencias también son actores activos en la configuración de sentido.

En este escenario cobra sentido el rol del analista crítico en tanto debe mostrar las características de las voces hegemónicas en los medios de comunicación y los modos de ubicar determinados estereotipos sociales como chivos expiatorios. Cadenas significantes que recurren al delito y al temor como modo de gobierno. En última instancia lo que se encuentra en disputa son modos de entender la seguridad o bien desde el populismo penal centrado en el policiamiento callejero, o bien desde una visión de política pública democrática amplia que apunte más que a la desviación individual clásica a la criminalidad del negocio organizado.

La sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y los mecanismos que la norma pone en marcha, como el rol de la Defensoría del Público de la Nación, permiten avanzar sobre dispositivos de observación y denuncia de los contenidos redundantes producidos por la prensa y la tevé. Para que los receptores no se construyan como víctimas tanto de la violencia como de la desinformación de los medios de comunicación es preciso ampliar las tensiones en las cadenas significantes dominantes acerca de las causas y los victimarios de los escenarios inseguros. Herramientas, las actuales, que buscan profundizar los derechos de las audiencias y de los sectores estereotipados por los medios a no ser víctimas de la hegemonía de ciertas fuentes a la hora de contar relatos sobre la violencia urbana, sus causas, efectos y protagonistas.

El analista de medios puede hacer uso de estos mecanismos, y a la vez debe azuzar su mirada crítica frente a la configuración de sentidos sociales alrededor de víctimas y victimarios de la violencia. Volvamos, para finalizar, a la novela de Roth. Su protagonista se pregunta si habría que cerrar el centro de deportes para que los jóvenes no asistan y así frenar el miedo a la epidemia de polio que circula incesante por los medios de comunicación. El interrogante se lo hace al médico más reconocido de la zona, que le responde: “¿Qué harán los niños si no pudieran ir al centro? ¿Quedarse en casa? No, jugarían al softball en algún otro lugar (…). Es importante que la vida del barrio prosiga como de costumbre (…). La alternativa no es encerrarlos en sus casas y llenarlos de temor. Estoy en contra de que se asuste a los niños (…). Cuanto menos miedo, mejor. El miedo nos castra. El miedo nos degrada. Contribuir a reducir el miedo: esa es tu tarea y es la mía”. Intervenir en las culturas (mediáticas, políticas y sociales) del miedo y ubicarlas en el entramado amplio del que son parte, esa es nuestra tarea como analistas sociales. Desde allí podemos dejar de pensarnos como víctimas (de los medios o de la violencia) y contribuir a solidificar herramientas de seguimiento y cambio de las agendas mediáticas de temor y gobernabilidad sobre los sectores vulnerables.

Autorxs


Mercedes Calzado:

Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del CONICET y docente de la Carrera de Comunicación de la UBA.