Una relación turbulenta: el FMI y la Argentina

Una relación turbulenta: el FMI y la Argentina

En el artículo se realiza un recorrido histórico de la relación entre el FMI y la Argentina, desde 1944 hasta 2019, a partir de la premisa de que existe un estrecho vínculo entre los acuerdos firmados y la implementación de planes de ajuste y estabilización en el país.

| Por Mario Rapoport |

El presidente Perón se negó a participar en las instituciones creadas en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas y Asociadas de 1944, aparentemente cuando dos emisarios del FMI se lo solicitaron. Un informe secreto de Antonio Cafiero escrito en 1949, cuando era agregado financiero de la embajada en Washington, constituye el principal fundamento de la negativa de su gobierno. Allí señalaba que la distribución de cuotas a favor de Estados Unidos y las grandes potencias y las políticas que pretendía implementar ese organismo eran incompatibles con nuestro desarrollo económico. Agregaba que desde su funcionamiento el FMI había experimentado repetidos fracasos y que Estados Unidos tuvo que recurrir al Plan Marshall y no a las instituciones de Bretton Woods para ayudar a los países europeos en la recuperación de sus economías.

Recién en 1956, con la llamada “Revolución Libertadora”, la Argentina ingresó al FMI y al Banco Mundial. Desde ese ingreso hasta nuestros días existe un estrecho vínculo entre los acuerdos firmados y la implementación de planes de ajuste y estabilización, que contribuye a explicar los ciclos de crecimiento y depresión característicos de la economía argentina en la última mitad del siglo XX y el siglo actual, como explica Brenta en su libro Historia de las relaciones entre Argentina y el FMI. Esta dupla determinó en buena medida la lógica de acumulación de la Argentina y su modo de integración al proceso de globalización financiera y al nuevo orden económico internacional surgido a partir del fin de la Guerra Fría.

El impacto de los acuerdos sobre la economía local proporciona elementos claves para determinar la responsabilidad de la dirigencia nacional en las condiciones de negociación de los mismos. El país debió adaptar su conducta económica a las llamadas “condicionalidades” o medidas propuestas por el Fondo, todas ellas desmantelando diversos controles del Estado, y abriendo paulatina o completamente la economía al comercio y al capital extranjero. El FMI siempre aconsejó e impuso políticas de ajuste, recesivas y de neto corte neoliberal, para el desembolso de sus créditos. Esto llevó a situaciones traumáticas y crisis económicas que agravaron la economía del país, incorporando como un factor creciente en su balanza de pagos la deuda externa. Incluso con la circunstancia de que muchos fueron celebrados sin necesidad, solo para facilitar la toma de préstamos externos que engrosaron constantemente la deuda soberana.

A través de un renovado y activo rol de prestamista y auditor internacional, el FMI es representante de los intereses de la comunidad financiera mundial y de las empresas multinacionales. El eje central es que los países no emisores de moneda internacional deben financiar sus déficits fiscales solo con esta. Así, se cumple el objetivo de asegurar la demanda de un medio de pago nacional de uso mundial, el dólar –desde 1971 sin respaldo alguno–, garantizando las importaciones y las remuneraciones al capital transnacional.

En todos los planes de ajuste de la Argentina, la participación del Fondo se asoció con grandes devaluaciones de la moneda, fuertes procesos inflacionarios, caída de los salarios y las jubilaciones, una reestructuración de la función pública con despidos y reducción del sector estatal y un tratamiento favorable al capital extranjero.

El primer gran impulso al movimiento internacional de capitales hacia la periferia en la posguerra se produjo en los años 1970. Al debilitamiento del dólar por el exceso de gastos en la guerra de Vietnam y al flujo de inversiones norteamericanas en Europa, se sumaron la recuperación de los países europeos y, en 1973, el aumento de los precios del petróleo. Estados Unidos no pudo sostener más la demanda de conversión de dólares a oro y el gobierno de Nixon decretó el fin de la convertibilidad. Era hora de reciclar esas nuevas disponibilidades con dólares baratos en busca de mayores rentabilidades. El endeudamiento externo se convirtió en una herramienta sofisticada para ese fin de acuerdo a las necesidades de los países desarrollados. Esto hizo que el FMI tomara una posición más activa y ayudara al flujo de capitales especulativos hacia la periferia y especialmente hacia América latina.

La dictadura militar, con Martínez de Hoz al frente de la economía, firmó dos acuerdos, ligados a la más brutal represión política y física de la población, que básicamente consistían en desregular la economía en todas sus instancias. Pero no tuvo ningún éxito: el proceso inflacionario continuó siendo de tres dígitos sin ninguna señal de crecimiento económico ni mejoramiento del sector externo. En medio de movimientos especulativos se sostuvo un tipo de cambio atrasado y un sistema de devaluaciones previstas, que facilitaron la fuga de capitales. En 1981 se produjo una fuerte crisis financiera y una virtual cesación de pagos debido al incremento de la misma deuda y a los aumentos de las tasas de interés internacionales, mientras que la fuga había minado las reservas. Luego del conflicto de Malvinas nuevamente se recurrió al FMI, que exigió otro programa de ajuste para asegurar el cumplimiento de los compromisos de la deuda. Al mismo tiempo, el Banco Central nacionalizó la deuda de los sectores privados garantizándoles una tasa de cambio fija y asumiendo desde ese momento el Estado el aumento de los tipos de cambio. Posteriormente, un proceso judicial determinó la ilegitimidad de buena parte de la deuda externa en este período, que continuó aumentando en los años ochenta, la década perdida para el crecimiento, cuando la Argentina –y los otros países en vías de desarrollo endeudados en procesos similares– pagaba más de lo que recibía en concepto de préstamos de los organismos financieros y los bancos acreedores.

En la década de 1990 hubo otra sobreabundancia de liquidez en el Norte provocada por la expansión de los mercados especulativos y alimentada por la euforia que desató la caída del Muro de Berlín. En estos años, la Argentina intensificó sus relaciones con el FMI y los demás organismos financieros internacionales. Con la caída del bloque soviético, bajo el amparo de esos organismos y de las consignas del Consenso de Washington que establecían la desregulación y apertura total de las economías y especialmente de los movimientos de capital, la globalización financiera entró en una nueva etapa. En 1991 se implementó el plan de convertibilidad, en el que, curiosamente, una variable central como es el tipo de cambio quedaba fijo y equiparado en valor al dólar, pero fue respaldado por un acuerdo de derechos de giro aprobado por el FMI, obteniéndose otro de facilidades extendidas entre 1992 y 1994 con su ampliación en 1995. Con ellos, vinieron las llamadas reformas estructurales y las privatizaciones de activos del Estado, pero no se resolvió el problema de la deuda y se comprometió el manejo propio de la economía. En 1998 y 2000 se aprobaron nuevos acuerdos agregando a compromisos asumidos la caída de sueldos y jubilaciones y la flexibilización laboral en procura de una mejora de la competitividad. En noviembre de 2000, ante el fracaso de esas políticas, de la inminencia de una crisis interna insostenible y de un estado de insolvencia frente a la deuda, el FMI participó del llamado blindaje financiero por 40.000 millones de dólares, una gran parte de los cuales se fugó al exterior. Pero la crisis desatada en 2001-2002 constituyó el fin del apoyo de ese organismo, mientras el país iba hacia la cesación de pagos.

Este recorrido histórico revela, una vez más, que las recetas del FMI no generan crecimiento sostenido ni mejoran el bienestar de la población, sino que contribuyen a empeorarlo como sucedió en el marco de la crisis mundial de 2008. Desde entonces, salvo en algunos países como en Grecia, donde el FMI y el Banco Europeo siguieron dictando políticas de ajuste lamentables para su población como una repetida rebaja de sueldos y jubilaciones y el achicamiento de los gastos del Estado en sus prestaciones básicas de salud, educación y prestaciones sociales profundizando la pobreza y la desocupación.

Sus propósitos iniciales, después de la Segunda Guerra Mundial, pudieron haber sido loables, pero el curso de sus acciones tomó otra dirección. Su estrella comenzó a apagarse y sus consejos cayeron en el descrédito.

El FMI, en cuyas manos nos hallamos, fue fundado con fines distintos de los que puso en práctica luego y pasaron por su dirección pretendidos expertos económicos de dudosos antecedentes, algunos de ellos acusados de corrupción y hasta procesados y encarcelados por hechos delictivos. No parece un organismo adecuado para dirigir la economía de un país que ya tiene sus propios corruptos y delincuentes económicos. Por otra parte, es un organismo donde el grueso del financiamiento proviene de los Estados Unidos, que dominan con la mayoría de sus votos la estructura de la institución, estableciendo políticas favorables a sus intereses.

Su finalidad es la de dar una señal de alerta para impulsar un mayor endeudamiento de los capitales financieros internacionales, las inversiones externas que prometía Macri. Además, obligar, a través de las llamadas condicionalidades, a la implementación de programas de ajuste que garanticen el pago de la nueva deuda. Por esa razón Néstor Kirchner pagó en el 2006 toda la deuda existente con el FMI: 9.350 millones de dólares, mientras realizaba sus canjes con los acreedores privados. El país pudo desenvolverse por primera vez sin su tutela, un hecho poco común en su historia.

Esto permitió establecer márgenes de autonomía en la política económica, y a pesar de que pudo crear riesgos de financiamiento, los beneficios superaron los efectos negativos que el apoyo de esa institución, con la complicidad de sectores internos, ha ocasionado, como se refleja en diversos países. La Argentina estaba comenzando a desendeudarse y la restructuración de su deuda era un ejemplo negativo para naciones fuertemente endeudadas como Grecia, criticado desde Washington y Europa por la prensa internacional que sirve a los intereses de esos acreedores y del Fondo. El objetivo de los grupos financieros internacionales es vivir del pago de los servicios de esa deuda y desde el punto de vista geopolítico de los Estados Unidos contribuir a terminar de romper el bloque sudamericano, lo que en forma más prosaica y directa se hizo en Brasil, Ecuador –y transitoriamente en Bolivia, con los golpistas de 2019 a su vez desalojados en las elecciones en 2021–, evitando, a su vez, que en la guerra comercial con China este país extienda su influencia en el continente.

La posibilidad del pago a los fondos buitre fue negada con toda razón y con fundamentos económicos y jurídicos cuando asistí convocado como experto junto con otros economistas, en ambas cámaras del Congreso de la Nación. Como suponíamos, nuestros argumentos no sirvieron para mucho, Con el mismo libreto del gobierno que arregló el pago, los economistas del establishment fueron más convincentes, en los ’90 se habían perdido activos públicos importantes como YPF y redituables empresas privadas, con estas emisiones de deuda se pusieron en riesgo Vaca Muerta y nuestras tierras, minerales, recursos naturales, energéticos y acuíferos.

Este proceso de nueva vinculación con el FMI fue inverso a los que se acostumbraba en el pasado. Los planes de ajuste los realizó el gobierno, aun antes de recibir el stand by, para mostrar su buena voluntad al Fondo en vistas de garantizar el nuevo endeudamiento. No eligió sin duda un lugar equivocado, sino que ese era su objetivo, meter al país en una camisa de fuerza que pensaban aseguraría las elecciones. Esto resultó lo contrario por la resistencia popular cuyas fuerzas políticas y sindicales, no hablemos de las empresariales, son aquí mucho más poderosas que en Brasil. Por otra parte, luego de su actuación en la crisis del 2008, el FMI es una institución desprestigiada internacionalmente.

En este caso la combinación Macri-Fondo fue más allá de las costumbres tradicionales. Una parte sustancial del crédito se efectuó en solo 13 meses con el objetivo principal de que las políticas de ajuste impopulares del gobierno, a lo Hood Robin, mediante una fuerte redistribución regresiva del ingreso, pudieran cumplir también con el propósito de garantizar el creciente déficit fiscal. La llegada tan rápida de divisas, que solo implica para la Reserva Federal proveer los billetes apurando su emisión sin tener en cuenta las teorías de Friedman, porque emite divisas propias sin el engorro de usar tasas de cambio como los demás países, facilitó el monto del stand by. Con eso se procuró evitar nuevas corridas del dólar antes de las elecciones que pusieran en aprietos al gobierno de Cambiemos. Esto no tiene precedente ni siquiera en las normas del mencionado organismo internacional. Después buscaron apurar los montos de un nuevo préstamo para evitar la subida del dólar más allá de una franja cambiaria establecida y favorecer al gobierno en las elecciones de 2019.

Señalo tres hechos dentro de este cóctel explosivo.
El objetivo del Fondo fue siempre el de servir de garantía para la llegada de fondos privados internacionales, pero como señala Zaiat los bancos y fondos del exterior se alejan de un país en quiebra como la Argentina.

Mantener el dólar fijo con el juego de altas tasas de interés por un lado y la plena desregulación cambiaria, por otro, lleva enseguida a una gran fuga de capitales y al despilfarro de la ayuda obtenida. Lo que entra por una ventanilla se va por otra.

En tercer lugar, la gran mayoría de la población con este ajuste recesivo no necesitaba dólares sino pesos para sobrevivir. El problema de los argentinos, como decía el tango, era el de “dónde hay un mango, viejo Gómez”.

El verdadero propósito fue el de tirar humo en los ojos de los futuros electores que le dieron por poco el triunfo a Macri en 2015, y esta vez ya no se engañaron por un aparato mediático al servicio del gobierno. El otro propósito respecto de un gobierno de signo diferente que quisiera poner un freno a esta situación era tenerlo amarrado bajo las condiciones del Fondo, ya sin Macri. Un verdadero puzzle que muestra la naturaleza de estos organismos y de su riñón principal: los Estados Unidos amparados por su moneda universal.

Pero el gobierno actual tiene dos ejemplos históricos que debería seguir: el del ministro de Hacienda Juan José Romero bajo el gobierno de Luis Sáenz Peña, que ante la crisis de 1890 afirmó rotundamente que las deudas no se pagan con nuevas deudas y estableció un plan de pagos basado en las posibilidades reales del país, mediante una cuota anual fija y el aplazamiento del pago de una parte de los intereses y de las amortizaciones. Cierto que fue ayudado por el boom casi simultáneo de las exportaciones de granos. El otro ejemplo fue el de Kirchner, que tenemos más presente, aunque también aquí lo ayudó la mejora de los términos del intercambio.

El resultado del nuevo endeudamiento no nos hizo entrar en el círculo del financiamiento internacional como esperaba el gobierno, las pretendidas inversiones no llegaron y solo se aumentó a niveles altísimos la deuda existente. La solución del gobierno de Cambiemos fue recurrir al mal de siempre de las gestiones liberales o neoliberales: el FMI. Los planes de ajuste, muchos de los cuales fueron tomados antes de la intervención de ese organismo financiero, no dieron más resultado que empobrecer a la población con la congelación de los salarios, los tarifazos, la baja en las jubilaciones, el desempleo, la destrucción de las pequeñas y medianas empresas industriales y otras medidas similares, junto a corridas bancarias y la suba del dólar, resultado de una megadevaluación y la ausencia de todo tipo de regulaciones en los mercados monetarios y financieros. Se trató de impedir sin éxito cambios en el valor del dólar con el aumento de las tasas de interés bancarias, pero se convirtió en una nueva bicicleta financiera, parecida a las que existían en la época de Martínez de Hoz. El sector externo no mejoró con la anulación del control de las importaciones y de todas las restricciones al comercio exterior y el PIB cayó acompañando las caídas de la producción, el empleo y el consumo internos. El único propósito del gobierno con el préstamo del FMI era el de yugular el déficit fiscal, producto del endeudamiento anterior y del nuevo. Las reservas internacionales subieron, como consecuencia de esos préstamos, pero ese aumento se destinó únicamente al pago a los acreedores viejos y nuevos, y es imposible devolverlo en los tiempos acordados. La deuda externa se transformará como en el pasado en deuda eterna.

En un discurso que Joseph Stiglitz pronunció el 9 de noviembre de 2001 en el aula magna de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, en la que creo fue su primera visita a la Argentina, el premio Nobel norteamericano decía textualmente: “Los fundamentalistas de mercado creyeron que el libre mercado de por sí garantizaría no solamente resultados eficientes sino también avances en la justicia social como consecuencia de algunos procesos de derrame, y un crecimiento subsiguiente que beneficiaría a la sociedad”. Pero para Stiglitz este enfoque es errado y tan claramente falso, que es difícil concebir que la gente creyera en él durante tanto tiempo. El Consenso de Washington fue un ejemplo de ello, cuando a través de sus postulados se desprendía que la demanda iguala a la oferta en todos los mercados, incluso en el laboral, reproduciendo la conocida Ley de Say, que tanto Keynes como Marx destruyeron teóricamente. Por otro lado –sigue Stiglitz–, para la macroeconomía estándar con mercados abiertos no existen asimetrías de información, excepto en casos de esquizofrenia, pues la asimetría surge cuando una persona no quiere o no puede contactarse con las demás. ¿Qué podría esperarse así, se pregunta, de banqueros o financistas que admiten falsas teorías y son esquizofrénicos? Aunque a estos factores es preciso agregarles muchos otros que aclaran mejor el problema de la deuda externa y la responsabilidad de los acreedores y del FMI, que es más difícil de reconocer y admitir que la responsabilidad de los deudores, por cierto que en la Argentina es muy grande y fácil de explicar: de Martínez de Hoz, pasando por Cavallo, hasta Mauricio Macri, su raíz es una consecuencia de estructuras económicas que vienen de lejos y de la que estos economistas o políticos abrevan en defensa de intereses específicos.

De todos modos, resulta de interés para todos sacarnos de encima el ¿salvavidas? de plomo del Fondo. Un default argentino sería una mortaja dura de llevar para los organismos financieros internacionales y los países que los sostienen, ya lastimados en Grecia y en la crisis de 2008, y el gobierno de Alberto Fernández tomó esto en cuenta y sus negociaciones retoman el camino del desendeudamiento. Por ahora las negociaciones continúan en una partida complicada no solo para nosotros. La globalización neoliberal empujada por las políticas del FMI que han puesto la especulación financiera por sobre la producción y el empleo, facilitaron con los endeudamientos la minimización del rol de los Estados, permitieron los atentados contra la naturaleza y el medio ambiente, e incrementaron las desigualdades entre los países y dentro de ellos, es una de las verdaderas causantes de la pandemia del coronavirus que hoy pone en peligro a toda la humanidad.

El FMI ya se ha desprendido o cambiado de posición a todas las cabezas visibles que intervinieron para aprobar y desembolsar el acuerdo con Argentina de 2018, incluyendo a David Lipton, el segundo principal funcionario del FMI, que pasó por la puerta giratoria y ahora es funcionario de la Secretaría del Tesoro estadounidense. Pero la primera que tuvo que irse de ese organismo fue la misma Christine Lagarde, entonces directora gerente del FMI, que ya había manchado su nombre por negligencia en un caso de malversación de fondos públicos como ministra de Economía de Francia, y a quien se la salvó con un cargo similar en la Banca Europea. Cuando fue nombrada en 2011 al frente del FMI, al mismo tiempo que Lipton, ya la prensa norteamericana señalaba que sus antecedentes podían desestabilizar ese organismo. En los hechos fue lo que pasó. Ahora el FMI con su nueva presidenta, Kristalina Georgieva, lanzó un plan para facilitar nuevos financiamientos a los países con dificultades, pero sin incrementar sus deudas sobre la base de sus derechos de giro. El tiempo dirá si es una cara distinta del vapuleado organismo internacional o si se necesita crear un orden monetario o financiero totalmente diferente.

Autorxs


Mario Rapoport:

Licenciado en Economía Política, UBA. Doctor en Historia en la Universidad de París I-Sorbona. Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires y Profesor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan. Investigador Superior del CONICET.