Pasado y futuro del desarrollo argentino desde el pensamiento de Aldo Ferrer

Pasado y futuro del desarrollo argentino desde el pensamiento de Aldo Ferrer

El bicentenario de la Revolución de Mayo resultó una ocasión propicia para que Aldo Ferrer ofreciera una visión de conjunto sobre el desarrollo de la economía argentina a lo largo de su historia. Su reflexión se materializó en el ensayo titulado “El futuro de nuestro pasado. La economía argentina en su segundo centenario”, publicado por Fondo de Cultura Económica en Buenos Aires en el año 2010.

| Por Matías Kulfas |

El marco conceptual-analítico de Aldo Ferrer

La obra de Aldo Ferrer se inscribe dentro de la corriente estructuralista latinoamericana, de la cual fue uno de sus grandes exponentes y el último gran referente que ha dejado la Argentina. A lo largo de su extensa trayectoria, Ferrer ha mantenido una extraordinaria coherencia respecto de las categorías de análisis económico y una mirada integral que incluye elementos del marco institucional, político e intelectual (que Ferrer denomina “densidad nacional”). En toda su obra está presente la interacción entre el escenario económico nacional, sus limitantes estructurales y las tendencias de la economía internacional, de manera tal de interpretar adecuadamente las trayectorias y cambios como la resultante de ese complejo conjunto de interacciones. De allí que Ferrer plantee que la inserción internacional en tiempos de globalización no resulte ni de las tendencias ineludibles de los cambios internacionales ni del imposible aislamiento de las economías nacionales.

El papel que ocupa la Argentina en el marco internacional, repite Ferrer hasta el hartazgo, se construye desde adentro hacia afuera, o, dicho en otras palabras que ya se han transformado en un clásico: cada país tiene la globalización que se merece en virtud de la consistencia de su densidad nacional.

A partir de estos elementos, no sorprende que este libro tome como punto de partida las transformaciones y tendencias internacionales, para ir luego analizando los diferentes desafíos que implicaron para la Argentina y la manera en que la estructura productiva y los actores políticos, económicos y sociales procesaron esos cambios. Para Ferrer, el desarrollo capitalista es gestión del conocimiento, progreso técnico y apropiación de dichos frutos. Los procesos de desarrollo entendidos de esta manera, aun en instancias de globalización, tienen lugar en territorios específicos bajo tutela de Estados nacionales, de modo que la administración exitosa de estos procesos depende de la densidad nacional, la que a su vez abarca “la cohesión social, la calidad de los liderazgos, la estabilidad institucional y política, la existencia de un pensamiento crítico y propio sobre la interpretación de la realidad y, como culminación, políticas propicias al desarrollo económico”. Ferrer se aboca entonces en la primera parte su libro a analizar las diferentes modalidades en que se manifestaron esos cambios en la producción y gestión del conocimiento desde la revolución industrial hasta el presente para interpretar los límites y pautas que impone la condición periférica.

200 años, obstáculos y desafíos

Ferrer considera que la Argentina afronta el doble desafío de no solo tener que afrontar los dilemas del futuro sino también, y a la vez, remover los obstáculos históricos que han dificultado la construcción de la densidad nacional. El diálogo entre pasado y futuro es una constante en esta obra.

Los orígenes históricos de la Argentina remiten a un territorio marginal dentro del imperio español. Las anheladas riquezas minerales no existían en estas tierras y no se constituyeron las economías esclavistas que caracterizaron a la conquista ibérica. Durante todo el período colonial y hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, dos terceras partes del territorio permanecieron en manos de pueblos originarios o despobladas. El devenir del siglo XIX argentino quedaría marcado por dos acontecimientos: en el ámbito internacional, la revolución industrial y la nueva división internacional del trabajo; en el ámbito local, la apropiación del territorio.

Si la ausencia de riquezas minerales convertía a estas regiones del extremo sur en un territorio inútil, el impacto de los cambios registrados desde mediados del siglo XIX, dados por el incremento de la demanda de alimentos de las naciones industriales, la rebaja del costo de los fletes y las comunicaciones en tiempo real, los transformaron en un punto de relevancia para el nuevo orden mundial. De allí el interés en los territorios y las campañas para su apropiación. Las tierras más fértiles y próximas al puerto tenían dueños, de modo que los inmigrantes europeos no accedieron a la propiedad de la tierra. La riqueza y el ingreso quedaron concentrados en pocas manos y el sistema político hizo simbiosis con los intereses dominantes. La densidad nacional de la nueva república quedó marcada por estas insuficiencias: desigualdad social, exclusión de mayorías e inestabilidad institucional y política.

La renta agraria y la complementariedad con Gran Bretaña, el principal centro industrial mundial, consolidó la coalición de intereses entre la potencia dominante y la oligarquía terrateniente, la cual se expresó a su vez en la adopción de la ideología del librecambio. Así, mientras en esos tiempos Estados Unidos, Canadá y Australia aplicaban barreras proteccionistas, estimulando por este y otros medios su temprana industrialización, la Argentina del primer centenario se desentendía de este proceso e incluso aplicaba “protección negativa”, con mayores aranceles para las materias primas que para los bienes terminados.

El paradigma liberal no soportó las consecuencias de la crisis mundial de 1930. La estructura productiva experimentó grandes transformaciones, la industria manufacturera ganó participación en el producto, creció el mercado interno y la presencia del capital extranjero quedó cristalizada en los parámetros de la década de 1920. Señala Ferrer que el país comenzó a vivir más con lo suyo, pero lejos aún de un sistema autocentrado, dinámico y con una inserción internacional no subordinada.

Ferrer indica que entre 1929 y 1945 comienza a abrirse la brecha en el ingreso por habitante argentino respecto de Australia y Canadá. Mientras la Argentina mantuvo un nivel relativamente estancado, los mencionados países verificaron un aumento del 30% y 40%, respectivamente. Ferrer atribuye ese rezago a la debilidad relativa de su estructura productiva y, en definitiva, de su densidad nacional.

A comienzos de la década de 1940, los dilemas y conflictividades planteaban desafíos muy claros: o se volvía al pasado del régimen pastoril o se lanzaba la construcción de una economía industrializada capaz de gestionar el conocimiento y acumular. El primer peronismo expresa, con toda su complejidad, la búsqueda del segundo camino. Para Ferrer existió un problema de origen que debilitó la densidad nacional: “El hecho de que el caudillo surgiera de un gobierno de facto, autoritario y sospechado de simpatías con las potencias del Eje, dividió mal las aguas, mezclando, en el campo opositor, a los representantes del régimen oligárquico con sectores populares que compartían la protesta social. Las falsas antinomias se repitieron incesantemente y constituyen, hasta la actualidad, un obstáculo fundamental a la construcción de coaliciones para sostener el proceso de transformación”.

Los desafíos que abría el escenario internacional eran muy importantes. Los cambios en la física teórica culminaron con el dominio del átomo y el descubrimiento de las propiedades electromagnéticas de cristales imperfectos, fundamentos clave de la revolución de la microelectrónica e informática. El comercio internacional duplicaría las tasas de crecimiento del PIB mundial y las manufacturas portadoras de esas nuevas tecnologías ocuparían el centro del intercambio comercial. En este marco, las corporaciones transnacionales conformarían cadenas de valor de alcance planetario.

El peronismo asumiría parte de los desafíos del nuevo tiempo. Los avances fueron notables en materia de inclusión social. El fortalecimiento de los sindicatos, el aumento del empleo y los salarios reales contribuyeron, desde la óptica de Ferrer, a reparar agravios del pasado. Desde lo productivo, se implementaron ambiciosos programas en la frontera tecnológica, como el desarrollo nuclear y la industria aeronáutica. El abandono de la subordinación a la vieja potencia hegemónica trajo una renovación en el mundo de las ideas.

Las críticas de Ferrer al primer peronismo radican, por un lado, en haber prolongado el protagonismo del Estado cuando eran necesarias otras políticas para profundizar la industrialización. En segundo término, a políticas macroeconómicas que no pudieron evitar el deterioro de la solvencia fiscal y externa. El crecimiento y transformación productiva durante esa etapa fueron muy importantes, de hecho el PIB por habitante creció a un ritmo similar al de Canadá y Australia; “pero el sistema soportaba la debilidad de la densidad nacional y fue acumulando desequilibrios que se manifestaron en crecientes presiones inflacionarias”. En resumidas cuentas, no se establecieron las condiciones necesarias para consolidar las transformaciones en marcha, de modo que la acumulación de tensiones políticas reavivó la violencia política que derivó en el golpe de Estado de 1955.

Hacia fines de esa década la Argentina enfrentaba nuevos desafíos con una débil densidad nacional. Tanto el viejo modelo primario exportador como el relativo aislamiento de posguerra habían dejado de ser viables como modelos de desarrollo. Nuevas transformaciones tuvieron lugar y las filiales de empresas transnacionales comenzaron a ganar espacio, desalentando la acumulación de poder económico en el empresariado nacional. No obstante ello, se registraron algunos avances tecnológicos significativos en biociencias y biotecnología.

El largo proceso de industrialización iniciado en la década de 1930 y consolidado durante la Segunda Guerra Mundial y el peronismo comenzó a dar sus frutos. La industria argentina alcanzó cierto grado de madurez y capacidad competitiva, al tiempo que comenzaba el repunte de la actividad agropecuaria. Sin embargo, la conflictividad política y social plantearía desafíos que ni el regreso de Perón podría resolver. Se iniciaría un proceso signado por el terrorismo de Estado al cual Ferrer denomina como la “demolición de la densidad nacional”.

La política económica de la última dictadura privilegiaría la especulación financiera y llevaría a una caída del PIB por habitante del 5%, la reducción del 20% en los salarios industriales y la cuadruplicación de la deuda externa. La política monetaria y cambiaria arrasaría con la competitividad de la industria argentina, incluyendo empresas eficientes que operaban en la frontera del conocimiento, tales como las firmas electrónicas. En aquel entonces, recuerda Ferrer, esa industria estaba tan avanzada como las de Corea o Taiwán. El sistema nacional de ciencia y tecnología fue agraviado con la persecución de científicos e investigadores. Y el deterioro del posicionamiento internacional fue gigantesco: la Argentina ganó credenciales como un país bárbaro cuyo Estado era capaz de violar los derechos fundamentales de sus ciudadanos. (Nótese el contraste entre el foco que pone Ferrer respecto del credo liberal, para quienes el posicionamiento internacional depende de la amigabilidad de la política económica hacia el mercado).

Ferrer celebra la restauración democrática iniciada en 1983, pero no deja de señalar su fracaso económico. Por una parte, la herencia recibida incluía un enorme deterioro económico. Por otro, el escenario internacional coincidía con la crisis de la deuda latinoamericana. La vuelta a la democracia permitió normalizar la educación y la actividad universitaria, junto con el desarrollo del sistema nacional de ciencia y tecnología, todo ello en un escenario de escasez de recursos no obstante el cual Ferrer considera como un logro importante el reinicio de la capacidad de acumulación en la gestión del conocimiento.

El gobierno de Alfonsín finalizaría en una parálisis debido a la imposibilidad de arbitrar entre los intereses sectoriales y políticos enfrentados. Con el Plan de Convertibilidad, en 1991, Menem adhirió masivamente al planteo liberal, con el respaldo del mayor partido popular y de la opinión ortodoxa. Se formó, de este modo, una coalición inédita y extraordinaria. El “populismo neoliberal”, fundado en la ilusión del dólar barato y el acceso a viajes al exterior y bienes importados, sedujo a sectores amplios de la clase media. Las fracturas sociales y la desigualdad distributiva subsistían pero el conflicto quedó aplacado en esa fase del gobierno de Menem.

Las políticas neoliberales se llevaron adelante hasta sus últimas consecuencias, más aún que en otros países de América latina. A modo de ejemplo, Ferrer cita que la Argentina fue el único país de la región que extranjerizó la empresa petrolera estatal. Los desarrollos tecnológicos de vanguardia en energía nuclear, industria aeronáutica y misilística para fines pacíficos fueron paralizados, vendidos o desmantelados, como ocurrió con el proyecto misilístico Cóndor. El impulso privatista y extranjerizador casi no dejó nada importante por vender: si algo no se vendió, como las plantas nucleares, fue porque no hubo interesados. Las actividades privadas de investigación y desarrollo desaparecieron. Con la venta de YPF se desmanteló el acervo tecnológico acumulado, en sentido contrario a la experiencia de Petrobras, que se convirtió en titular de tecnologías de punta en producción offshore. Algo similar ocurrió con la extranjerización de la fábrica de aviones de Córdoba, mientras Brasil ponía en marcha Embraer, hoy tercera productora de aeronaves del mundo. Misma suerte sufrieron los astilleros y la industria naval. Se trató de un ataque sistemático a la ciencia y la tecnología nacional consistente con el mandato de que “los científicos fueran a lavar los platos”. “En resumen, el Estado y sus empresas (que debían ser reformadas, con un espacio importante para la presencia privada, en condiciones de eficiencia y transparencia) fueron puestas al servicio de la especulación y el saqueo del patrimonio público”.

Finalmente, la última década del segundo centenario es definida por Ferrer como un período extraordinario, iniciado con la peor crisis de la historia económica argentina, a la cual sucedió el sexenio de más rápido crecimiento del PIB desde que existen registros y culmina con interrogantes de cuya resolución depende “que volvamos a las frustraciones del pasado o iniciemos, de una buena vez, un proceso de desarrollo sustentable y equitativo de largo plazo”.

El futuro

Ferrer finaliza su ensayo planteando los dilemas del porvenir que, en última instancia, se expresan en las antinomias entre un modelo neoliberal y otro de raíz nacional desarrollista. El autor es crítico con quienes plantean el énfasis en el desarrollo basado en recursos naturales, no porque piense que el campo no tenga un papel para jugar sino, fundamentalmente, porque con el campo no alcanza para conformar una economía próspera de pleno empleo y bienestar. Antes que ver al campo como un apéndice del mercado mundial de alimentos, debe ser incorporado como una pieza del desarrollo nacional.

El modelo nacional desarrollista contrapone los supuestos del modelo neoliberal con otros más realistas. La tasa de ahorro interno es una fuente fundamental para la acumulación de capital y sustento de una elevada tasa de desarrollo, contrariando la hipótesis neoliberal que enfatiza la necesidad de captar elevadas dosis de ahorro externo. Los referentes técnicos y profesionales, la fuerza laboral y emprendedores argentinos han demostrado capacidad de gestionar conocimiento y aplicarlo en la cadena de valor agropecuaria y en áreas de frontera de la industria. “Lo que falta en la Argentina no es talento sino condiciones propicias de largo plazo para su aplicación en todo el campo, toda la industria, todas las regiones. El Estado es el instrumento necesario para desplegar los recursos disponibles, incentivar la creatividad y las iniciativas privadas, gestionar el conocimiento, conformar una estructura productiva conducente al desarrollo y defender los intereses nacionales en el escenario mundial”. Ferrer considera fundamental incluir los intereses rurales en esta coalición para integrar al sector en una estrategia de desarrollo nacional, eliminando viejas antinomias.

Ferrer plantea cuatro prioridades centrales para la política económica, las cuales son interdependientes: a) la gobernabilidad macroeconómica; b) la creación de un escenario propicio para el despliegue de medios y talentos; c) la distribución del ingreso hacia objetivos prioritarios del desarrollo y equidad distributiva; d) el fortalecimiento de la posición internacional de la economía argentina. Ferrer hace hincapié en consolidar el proceso de desendeudamiento y preservar una solvencia fiscal cuya contrapartida es el superávit del balance de pagos y una acumulación de reservas en el Banco Central suficiente para preservar al sistema de los shocks externos. A esto adiciona un aspecto que considera fundamental: la preservación de un tipo de cambio de equilibrio desarrollista.

Cierra con una mirada esperanzadora: la Argentina está en condiciones de vivir con lo suyo, parada en sus propios recursos y abierta al mundo, creciendo a más del 6% anual sobre la base de una tasa de ahorro interno del orden del 30% del PIB y de inversión superior al 25%, proponiéndose erradicar la indigencia en un bienio y la pobreza en una década, reduciendo el desempleo al 3%, el empleo no registrado a lo mínimo y provocando una mejora generalizada del nivel de vida, libertad y democracia.

Palabras finales

Aldo Ferrer fue uno de los intelectuales más destacados de la Argentina contemporánea. Su obra es una referencia ineludible para analizar la historia de la Argentina desde un enfoque estructuralista y una perspectiva política inscripta en una línea nacional-desarrollista. Como se ha podido mostrar, su planteo de “vivir con lo nuestro”, que despertó numerosas críticas, está alejado de una postura aislacionista y desintegrada de la economía mundial. Significa, en cambio, priorizar la acumulación de capacidades, talentos y gestión del conocimiento, movilizando el ahorro interno, antes que recurriendo al financiamiento internacional cuyas consecuencias han sido una mayor vulnerabilidad macroeconómica y una extranjerización de la estructura productiva. En este escenario, la noción de “densidad nacional” representa una guía adecuada para interpretar no solo los aspectos materiales del desarrollo productivo sino también el cuadro de coaliciones y marco político e institucional necesarios para el desarrollo económico y social.

Su marco analítico le permitió observar con claridad que la Argentina afrontaba, tras su segundo centenario, el mismo dilema de definir una estrategia de desarrollo a mediano y largo plazo o volver a las recetas del credo liberal. El planteo sigue vigente e invita a la reflexión, no solo para evitar el regreso a ese rumbo que nos alejó del desarrollo, sino también para revisar con sentido crítico los lineamientos de una estrategia productiva que mostró avances significativos en la primera década del siglo XXI, pero también severas limitaciones.

Tuve el privilegio personal de dictar clases de Estructura Económica Argentina en su cátedra de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Y también de asistir a la que fue su última clase en esa casa de estudios, en noviembre de 2015. Su invitación a repensar la política industrial apostando a sustituir las importaciones del futuro, antes que seguir enfatizando en sustituir las del pasado, me pareció una excelente síntesis conceptual de este singular intelectual que aportó hasta sus últimos días todo su compromiso con el desarrollo económico de nuestro país y de América latina.

Autorxs


Matías Kulfas:

Economista. Profesor titular adjunto de Estructura Económica Argentina, Cátedra de Honor Aldo Ferrer, Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Profesor de Desarrollo Económico en la Universidad Nacional de San Martín. Director de Idear Desarrollo.