Migración y población japonesa
Desde hace más de ciento veinte años Japón y la Argentina han ido escribiendo, a través de los flujos migratorios, una historia de integración cultural recíproca. El arraigo, el reencuentro con su origen y la renovación de conocimientos son distintas expresiones de un fenómeno que sigue vigente.
Los comienzos
Sin ir más lejos, precisamente este año, su escuela bilingüe de la ciudad de Buenos Aires cumple 85 años. Ya se cuentan más de cuatro generaciones nacidas en el país. Según estimaciones japonesas, la comunidad en la Argentina comprende 11.675 habitantes de nacionalidad japonesa (datos de 2011) y aproximadamente 23.000 descendientes. La gran mayoría se estableció en la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, con importante presencia en las provincias de Misiones, Córdoba, Santa Fe (Rosario), Mendoza, otras provincias del noroeste (Tucumán, Jujuy), Litoral (Entre Ríos) y de la Patagonia (Río Negro, Neuquén).
Su bajo número tal vez se deba a que a diferencia de las otras comunidades de Asia del Este, ellos llegaron en momentos en que no era muy común su presencia e incluso ya en países como Estados Unidos se comenzaba a limitar su ingreso y a ser vistos como “una amenaza”. Al mismo tiempo, el Japón era una nación que buscaba posicionarse en el escenario internacional tratando de ganar mercados y dado que una imagen negativa podía afectar sus objetivos, tampoco la promovió. Hasta tuvo que firmar con Estados Unidos en 1907 un “Acuerdo de Caballeros” aceptando limitar voluntariamente la migración a ese país.
Consecuencia indirecta de esta situación es el hecho de que la comunidad japonesa en nuestro país sea tan pequeña. De todos modos los japoneses llegaron a la Argentina, y lo hicieron a través de cadenas migratorias en sus formas más variadas, desde la promoción de un docente de la Escuela de Agricultura de Morioka en el norte de Japón, quien se dedicó a la agricultura y a la ganadería desde comienzos del siglo XX; o iniciadas por revistas especializadas que hablaban de las oportunidades en la Argentina –a través de ella llegó por ejemplo una de las familias japonesas de más antigua radicación en Misiones, los Kaeriyama–; o redes a partir del mismo lugar de origen –por ejemplo el caso de los okinawenses que, según se estima, constituyen el 70% del total de los japoneses en la Argentina–. Esto sin contar las redes familiares y de amistades.
Parte de la conformación de la comunidad tiene que ver con procesos de deslizamiento desde Perú y Brasil –antes de la Segunda Guerra Mundial–, y también desde la República Dominicana, Paraguay y Bolivia, después de la guerra. Fue recién en la década de 1960 cuando se estableció un marco oficial para la migración, pero las características de la comunidad ya habían comenzado a conformarse durante las primeras décadas del siglo XX.
Las cadenas se encargaron de mantener el flujo de población. Fue un camino forjado de doble vía, porque inclusive encontramos los casos de muchos inmigrantes de preguerra que por lo menos una vez retornaron temporalmente a su lugar de origen. La prolongación de su estadía en nuestro país pero al mismo tiempo el sentirse inmigrante temporario hizo que se esforzaran por enviar a sus hijos “de regreso” anticipadamente, a fin de integrarlos a la que consideraban todavía su sociedad.
Paralelamente, el proceso de integración en nuestro país avanzaba inexorablemente. A la educación japonesa –con el objetivo básico de preservar la lengua– se le sumó la educación argentina, vista como vía de ascenso social en este medio. Si se observa la evolución de la distribución por ocupaciones, veremos que de trabajadores no calificados –aun cuando algunos de ellos llegaban con educación media completa– pasaron a ser cuentapropistas (ya sea en el campo como en la ciudad), y sus hijos llegaron a formarse en profesiones liberales, que luego los conducirá a ingresar al ámbito empresarial –aunque todavía en pequeña escala–.
La Segunda Guerra Mundial marca un punto de inflexión en la historia de la comunidad. La derrota definitivamente cerró el camino de regreso y renovó las condiciones de la Argentina como país receptor, ante la necesidad en Japón de aliviar la presión demográfica generada por la forzada repatriación de japoneses de los territorios coloniales. La Argentina fue el primer país de Latinoamérica en abrir sus puertas para recibir, en un primer momento, a descendientes que habían ido a educarse a Japón y conservaban la nacionalidad argentina y luego a la inmigración general por llamado.
Desarrollo de la comunidad
Las primeras organizaciones creadas tuvieron que ver con el lugar de origen de estos inmigrantes. Así nacieron las asociaciones por prefectura y posteriormente, para dar cabida a todos, la Asociación Japonesa en Argentina. Estas instituciones de socorros mutuos atendieron a las necesidades de esta población, en cuestiones laborales, de salud, legales, migratorias, de trabajo e incluso hasta matrimoniales. Posteriormente, con la formación de las familias y la llegada de los hijos, también se ocuparán de resolver el problema de su educación.
Así nacerán también las primeras asociaciones por oficio, desde un sindicato de trabajadores japoneses en la Argentina hasta una asociación de taxistas.
Poco se conoce pero hubo por un corto tiempo una zona de la ciudad con gran concentración de japoneses. Esta fue la zona de Barracas y La Boca. Allí los jóvenes residieron en conventillos, mientras trabajaban en el puerto y en las fábricas de la zona sur de la ciudad y el partido de Avellaneda. Gracias a los primeros importadores japoneses, el mercado del servicio doméstico les abrirá el camino como trabajadores independientes. De valet y mucamos a tintoreros; de cocineros a trabajadores y administradores en cafés y restaurantes; de jardineros a floricultores y horticultores, y de conductores de automóviles a taxistas. Esto se ve acompañado también con su desplazamiento hacia los barrios del oeste de la ciudad, a la zona del Gran Buenos Aires y a la provincia.
Si bien su presencia no podía ser disimulada, su amplia distribución ayudó a invisibilizarlos para no despertar sentimientos antijaponeses. Compartiendo trabajo y barrio con otros inmigrantes de los más variados orígenes, los fue integrando y así fueron construyendo una imagen positiva también.
La Segunda Guerra Mundial los sorprendió –hasta 1940 aún continuó el flujo de población y muchos continuaban enviado a sus hijos al Japón–. La situación particular de nuestro país determinó que en comparación con la experiencia en otros países latinoamericanos no fuera tan traumática, aunque la presencia de listas negras y la acción de las comunidades vinculadas a los países aliados les recordara la realidad de la guerra.
Para el Japón, la neutralidad argentina fue muy importante, al punto que en 1940 elevó el rango de su representación diplomática a embajada y además los principales periódicos, incluyendo la agencia japonesa de noticias, Kyodo, enviaron corresponsales especiales con el fin de transmitir información de Occidente.
Pero para los inmigrantes la vida cotidiana apenas se vio alterada desde marzo de 1945, cuando se los obligó a presentarse regularmente en la comisaría del barrio para reportar su paradero, como ciudadanos de un país enemigo. Como diría un vecino de la localidad de La Falda en Córdoba en esos días, al periodista japonés Tokujiro Furuta, temporalmente radicado allí: “La guerra es cosa de los gobiernos, entre usted y yo todo sigue igual”.
También a nivel institucional la situación no pasó desapercibida, el gobierno nacional intervino las principales instituciones y las escuelas de idioma fueron cerradas (aunque hoy sabemos que los maestros continuaron dictando clases en sus casas).
El fin de la neutralidad, la ruptura de relaciones y el ingreso de la Argentina en la guerra contra Japón tuvieron que ver más con la incorporación en el nuevo orden internacional que se establecería al finalizar la contienda. De todos modos, la simpatía de Perón por el Japón se vería reflejada en su visita a la sede de la Asociación Japonesa y también por las acciones tomadas desde la Fundación Eva Perón para la repatriación de argentinos en Japón, que reinaugura el flujo migratorio.
También las medidas económicas adoptadas por el gobierno peronista determinarán un cambio en las actividades económicas de la comunidad; la tintorería desplazará a los cafés como principal ocupación, por poder ser desarrollada a nivel familiar, sin necesidad de contratar personal efectivo. La llegada de migración planificada determinará el surgimiento de comunidades agrícolas de japoneses como Garuhapé, Andes o La Plata, que se sumarán a los tradicionales asentamientos del Gran Buenos Aires como Florencio Varela, Burzaco y Escobar. La radicación definitiva se verá acompañada de la adquisición de bienes inmuebles y la educación definitivamente será la principal vía de ascenso social, que llevará a la comunidad a integrarse a la creciente clase media argentina.
La visita de los Príncipes Herederos en 1967 marca el fin de la primera etapa de la historia de la comunidad japonesa en la Argentina. “Sean buenos ciudadanos argentinos”, será el mensaje, el escenario fue el campo de deportes de la Asociación Japonesa en Argentina, ubicado en la localidad de Burzaco, provincia de Buenos Aires.
El rápido desarrollo económico del Japón, el fin de la inmigración. La integración y el comienzo de la reemigración a Japón
Hacia fines de la década de 1960 y durante la primera mitad de la década de 1970 Japón creció a gran velocidad hasta convertirse en un verdadero gigante económico. La crisis del petróleo lo frenará pero no lo detendrá. Todo este desarrollo marca el fin de la emigración y el comienzo de una nueva etapa.
Alrededor del año 1990 la necesidad de mano de obra no calificada en Japón lleva a decidir la reforma de la ley migratoria y a otorgar visas de estadía y trabajo por un período de entre uno y tres años a descendientes de japoneses y sus familiares. Comienza así el reflujo de migrantes hacia el Japón. Inmigrantes en la Argentina, sus hijos y nietos, y en principio hasta bisnietos viajaron atraídos por las ventajas comparativas que hacían muy redituable el ir a trabajar algunos años a Japón… pero ¿cuántos? Lo mismo que les sucedió a sus abuelos comenzó a pasarles a ellos: el tiempo de estadía se fue prolongando, fueron llamando a sus familias y nuevos problemas se suscitaron.
También el desarrollo de las comunidades japonesas en el exterior entraba en una nueva etapa. La formación de instituciones transnacionales como la Asociación Panamericana Nikkei (japoneses y sus descendientes en el exterior), desde México, comenzó a establecer lazos entre las distintas comunidades establecidas en los diferentes países de la región. Ya había sido precedida por torneos deportivos continentales que habían comenzado a formar los lazos entre ellos. También redes como las de los okinawenses y sus diásporas en el mundo comenzaron a vincularse y a organizar cada cinco años convenciones en Okinawa en las que participan representantes de todas esas comunidades. En este último caso, el fenómeno puede ser incluido en un movimiento que se da durante la década de 1980 cuando las distintas prefecturas, con muchos recursos facilitados por la situación económica que vive el Japón, comienzan a reconstruir esa parte de su historia y también a restablecer lazos con su población (y descendientes) radicada en el exterior, a través por ejemplo de programas de becas.
En la Argentina, la etapa comprendida entre la segunda mitad de la década de 1970 y hasta comienzos de la década de 1980 es especialmente problemática y marcará a fuego a la comunidad. El proceso militar también cobrará víctimas entre sus miembros, todos ya argentinos que trabajaban, estudiaban, enseñaban, entre ellos Katsuya Higa, graduado en Sociología y que había llegado a ser ayudante de cátedra en la UBA. También la Guerra de Malvinas tuvo entre los combatientes nueve hijos de japoneses que fueron enviados a las islas y otros veinte que estuvieron a punto de ser movilizados.
La democracia llegó y si bien hoy todavía se sigue reclamando por quienes fueron arrebatados de sus hogares, el desarrollo de la historia continuó. Pero como se mencionara antes, a comienzos de la década de 1990, con la reforma ya mencionada de la ley migratoria, se produce el auge del fenómeno llamado en la comunidad de los “dekasegui”, término que hacía referencia a los inmigrantes estacionales –campo/ciudad– característicos del interior del Japón. Muchos jóvenes argentinos aprovecharon los avisos que agencias de turismo ponían para reclutar interesados y la presencia argentina llegó a ser notoria en sitios como la localidad de Shonandai, en la prefectura de Kanagawa, contigua a Tokio.
El único problema fue que la situación en la Argentina desmereció el esfuerzo realizado por ellos al poner en paridad el peso con el dólar. El ahorro que se podía llegar a reunir no tenía gran significación en la Argentina de los ’90. Quedarse en Japón, entre otras cosas, tuvo como sentido el poder vivir una estabilidad mayor, pero que no iba a ser para siempre. Los dilemas y problemas, muchos más. ¿Qué hacer? Darles a los hijos una educación japonesa les abriría las puertas a la integración en Japón, pero no era tan sencillo. Para los más jóvenes, los mejores ingresos tuvieron el sentido de permitirles el acceso al consumo de productos que en la Argentina estaban muy lejos de su alcance.
Las redes hoy: de la invisibilidad a la visibilidad y la cultura más allá de lo étnico
Si miramos hacia atrás el camino recorrido, claramente se pueden observar dos líneas de desarrollo, una de profundización del arraigo y una de reencuentro con su origen, de renovación de conocimientos y actualización de estereotipos. Hoy las jóvenes generaciones que tuvieron oportunidad de viajar y conocer la tierra de sus mayores pudieron comprobar relatos y descripciones, desmitificar realidades, conocer otros aspectos desconocidos y, con la experiencia, forjar su propia imagen del Japón de hoy.
También el compromiso con la sociedad receptora ya ha madurado y frente a este interés sincero por conocer el origen –no sólo a través de la imaginación guiada por los relatos, sino de la propia experiencia, la posibilidad y hasta el deseo de hacerlo visible– la Avenida de Mayo se convirtió en el escenario por excelencia. Y no sólo la comunidad japonesa en general, sino incluso el Centro Okinawense en la Argentina la ha elegido y en esa tradicional avenida ha compartido con la gente de la ciudad toda sus coloridas expresiones culturales regionales.
La Asociación Panamericana Nikkei o los Encuentros Internacionales Okinawenses, como se mencionara antes, han comenzado a formar redes internacionales y no sólo en encuentros deportivos y culturales, sino también académicos, profesionales y económicos.
A todo esto se está sumando un movimiento más, que es el de la cultura popular japonesa en el mundo, que día a día gana más adeptos. Se puede prever que esto conducirá a tener que replantear el concepto de “nikkei” y ampliar su alcance, ya no sólo por sangre (o por capitales en el caso de las empresas multinacionales de origen japonés), sino a toda persona que cultiva activamente formas y expresiones culturales, deportivas, artísticas, estéticas, etc., japonesas. La fuerte adhesión que han tenido estas expresiones, surgidas del ámbito popular, nos obliga a pensar si la comunidad migrante portadora de ella se verá enriquecida por activos simpatizantes que buscan conocerla para acceder más plenamente a esos conocimientos que demanda.
Durante más de ciento veinte años de historia se han ido entretejiendo diversos “hilos culturales”, permitiendo a través de la práctica la incorporación de expresiones de la cultura japonesa a la cultura argentina, medallistas olímpicas de disciplinas como el judo, capítulos argentinos de tradicionales escuelas de Ikebana del Japón con integrantes y hasta directivos de origen argentino, bailarines de tango japoneses que se consagran en concursos internacionales en Buenos Aires. También están los lugares como el Jardín Japonés de Buenos Aires que se han convertido en centros de atracción turística de la ciudad. Ese jardín, surgido apresuradamente en 1967 para recibir la visita de los entonces Príncipes Herederos, Akihito y Michiko, en 1997, ya remozado y ampliado, con un centro cultural que es expresión del trabajo laborioso de la comunidad toda, pudo recibir a los actuales Emperador y Emperatriz del Japón y mostrarles todo lo que se había avanzado en treinta años.
Y en ese devenir, argentinos y japoneses se integran, comparten, recrean, adoptan y adaptan elementos culturales de unos y otros. Esta se revela como una efectiva práctica creativa que abre nuevas posibilidades a los nipo-argentinos –por sangre y por cultura también– y nos permite pensar de ahora en más en un intercambio más profundo y beneficioso para ambos.
Autorxs
Cecilia Onaha:
Profesora de Historia de la UNLP. Master en Estudios de Asia y África (área Japón) de El Colegio de México. Ph.D en Estudios Culturales, The Graduate University for Advanced Studies, Japón. Profesora Adjunta de Historia de Asia y África, Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación, UNLP.