Las dimensiones municipales del conurbano

Las dimensiones municipales del conurbano

Caracteriza al conurbano bonaerense a través de varias dimensiones, incluyendo la territorial, administrativa, fiscal, política e ideológica.

| Por Daniel Cravacuore |

NOTA: Pese a haber nacido a metros de la porteña esquina de Corrientes y Callao, y haber vivido casi toda la vida en la ciudad de Buenos Aires, siempre he sido, para muchos, del conurbano: por la Universidad de Quilmes, por haber sido funcionario en Florencio Varela, por mi trabajo en la FAM, ¡si hasta un intendente me designó como uno de los Cien Quilmeños Distinguidos! Invariablemente, cuando me junto con un querido colega santafesino a conversar sobre municipios y política, ante mis argumentaciones, me dice: “Dani, es que vos sos del conurbano…”. Otro querido amigo, también hombre de la política, más socarrón, me recibió en una reunión de profesores de la universidad a la voz de “¡Ahí llegó el intelectual orgánico de los Barones!” –por cierto, no me deshonró, admiro en ellos la capacidad que tienen para gobernar el polvorín eterno–. Por todo esto, estimado lector, este artículo fue escrito por un científico del conurbano.

Cenaba en un elegante restaurante con un intendente de una capital provincial –por cierto, lúcido como pocos– y, en la sobremesa, salió el tema de los municipios del conurbano. Con el café, él me explicó que, siempre, en cualquier circunstancia, bajo cualquier gobierno, sus colegas, los Barones, eran los beneficiados, a expensas del resto del país. Cuando traté de retrucarle, explicándole las dificultades que había padecido años antes como secretario municipal, y los presupuestos misérrimos que teníamos, él volvía sobre la carga a insistirme que ellos eran los únicos que siempre recibían todo… En otra oportunidad, estando en un taller de capacitación para funcionarios municipales en el NOA, uno de mis alumnos bramó: “A esos (“los del conurbano”) les tendríamos que cortar todo: la luz, el gas, la comida que les mandamos, a ver cuánto sobreviven…”.

Siempre me ha impactado esta incomprensión de entender las dificultades del municipio del conurbano, y por ello, ante la gentil invitación de los editores de este número, trataré humildemente de echar algo de luz sobre el tema.

1. El conurbano en su dimensión territorial

El Gran Buenos Aires, el Aglomerado Gran Buenos Aires, el Área Metropolitana de Buenos Aires, la Zona Metropolitana de Buenos Aires y la Región Metropolitana de Buenos Aires son conceptos propios de los expertos para definir el territorio metropolitano de la capital del país. Por el contrario, conurbano es una expresión más emocional que técnica, una definición de ese territorio allende la frontera imaginaria del Riachuelo y la avenida General Paz, que se extiende desde allí hasta confundirse con la ruralidad del interior bonaerense.

Cuántos municipios integran el conurbano es un acertijo territorial: veinticuatro del Gran Buenos Aires, treinta y seis del Área Metropolitana Buenos Aires, y hasta cuarenta si incluimos los municipios del Gran La Plata.

Confundidos erróneamente como un bloque homogéneo, demográficamente pueden verse las diferencias: La Matanza supera los dos millones de habitantes, equivalente a la suma de los tres antecedidos, Lomas de Zamora, Quilmes y Almirante Brown. Algunos rondan el medio millón –Merlo, Moreno, Lanús, Florencio Varela, San Martín–; muchos, los trescientos mil habitantes, unidad poblacional proyectada como ideal por la reforma del Génesis 2000, el plan de mayor impacto en la planificación territorial de la región, y los más pequeños –San Fernando, Ezeiza, Ituzaingó y Hurlingham– rondan escasamente un décimo de la populación matancera.

2. El conurbano en su dimensión administrativa

Los gobiernos provinciales han promulgado distintas normas con la intención de delimitar el conurbano. El Plan Regulador implementado en 1948; el decreto 760/79 de creación de la Subsecretaría del Gran Buenos Aires, o las leyes 10.806 de denominación como ciudades a pueblos bonaerenses; 11.247 de creación del Fondo del Conurbano Bonaerense; 11.746 de delimitación de nuevos municipios; o 13.473 de definición territorial del conurbano bonaerense lo hicieron. Paralelamente, cada dependencia provincial ha determinado, con sus propios criterios –técnicos, políticos o azarosos–, jurisdicciones que incluyen, de alguna forma, al territorio.

En el organigrama provincial, el gobierno militar creó en 1979 la Subsecretaría del Gran Buenos Aires dependiente del Ministerio de Gobierno, luego rebajada hasta una dirección provincial de cuarto nivel, como la existente hoy.

Políticamente, el conurbano se divide en dos secciones electorales, la Primera al norte y la Tercera al sur, aunque, si consideramos más municipios, se incluirían parcialmente dos secciones más.

La Constitución bonaerense de 1994, desoyendo lo prescripto por el artículo 123 de la Nacional, decidió no reconocer la autonomía municipal: quizá porque, como dijo un ex gobernador provincial en una reunión hace dos décadas, con ella “no habría provincia de Buenos Aires”. En cualquier caso, los municipios del conurbano no gozan de ella. Regulados uniformemente por la Ley Orgánica de Municipalidades de 1958 –y sus sucesivas y frankensteinianas reformas–, tampoco tienen las competencias que otros gobiernos locales del país sí tienen –incluyendo otros bonaerenses–: no pueden definir la disposición final de sus residuos porque están obligados a hacerlo el CEAMSE, organismo tripartito sin participación de sus clientes cautivos; tampoco controlar la provisión de agua potable y saneamiento, delegada en una empresa estatal de jurisdicción nacional, ni los servicios de electricidad, telefonía y subdistribución de gas, gestionados por concesionarios privadas bajo jurisdicción federal y que, en la cotidianeidad, muestran su desprecio; ni la mayor parte del transporte público, mayormente bajo jurisdicción del Estado nacional; ni cobrar impuestos, porque la provincia los monopoliza.

3. El conurbano en su dimensión fiscal

No solo adolecen de competencias: también de recursos. Los municipios del conurbano reciben, en proporción, varias veces menos que los del interior provincial: en 2017 concentraban el 64% de la población bonaerense, pero sólo recibieron el 47% de la coparticipación municipal de impuestos.

Un colega de la Universidad Nacional de General Sarmiento nos explicó el año pasado en FINDEL, la fundación que presido, que en 2017 la brecha de los recursos per cápita entre los cinco municipios bonaerenses que más recibían y los cinco que menos era de entre 10 y 13 veces: General Guido, Pila, Tordillo, Tapalqué y Puán recibieron $30.071, $29.925, $26.185, $25.479 y $ 22.178, respectivamente, mientras los cinco más desfavorecidos, todos del conurbano –Moreno, Ezeiza, General Rodríguez, Tres de Febrero e Ituzaingó–, recibían $2.445, $2.354, $2.302, $2.234 y $2.214. Dentro del conurbano, los tres más favorecidos –Malvinas Argentinas, San Isidro y Vicente López– recibieron $6.344, $5.095 y $4.422, respectivamente, lo que representaba entre cinco y siete veces menos que el más privilegiado. Si la comparación se da con el presupuesto 2019 de la vecina Ciudad Autónoma de Buenos Aires, apenas separada por un río y una circunvalación, el presupuesto más grande del conurbano, el matancero, es treinta veces menor.

Comparando con municipios de otras provincias con poblaciones equivalentes, la ciudad de Neuquén tiene un presupuesto anual, en 2019, de $7.825 millones; la de Santiago del Estero, $3.369 millones; la de Godoy Cruz, Mendoza, $2.573 millones, e Ituzaingó, en el conurbano bonaerense, $1.838 millones.

4. El conurbano en su dimensión política

El conurbano es, según esa caracterización tan ignorante que gusta a muchos, el territorio de los “Barones”, oportunistas, eternos, electos una y otra vez por una masa de zombis.

Revisemos este argumento malintencionado: la reelección indefinida fue propia de la provincia de Buenos Aires, aunque también lo es de Córdoba, Chaco, Chubut, Formosa, Jujuy, La Pampa, Mendoza, Misiones, Río Negro, Salta, Santa Cruz y Santa Fe, donde se reproducen las mismas prácticas reeleccionistas y nepotistas que creen exclusivas del conurbano. Por supuesto, en 2016, el énfasis de la Reforma Electoral se puso en la limitación de los mandatos de los intendentes del conurbano: aunque el alcalde más longevo del país –electo diez veces consecutivas– es cordobés, y el más longevo entre los bonaerenses es del interior.

Los “Barones” son los señores feudales de #Peronia, el mítico país creado en Twitter por personas que esconden su pelaje. Paradójicamente, no lo han sido padre e hijo electos nueve veces desde 1983 ni tampoco los intendentes del radicalismo, del progresismo y del vecinalismo que fueron electos más de cuatro veces, porque, se sabe, los Barones son incorregibles en la caracterización borgeana.

Por cierto, la consagración del distrito único para la elección nacional de presidente y vicepresidente en la reforma constitucional de 1994 les dio más importancia: La Matanza tiene un número de electores apenas inferior a los de las provincias de Tierra del Fuego, Santa Cruz, La Rioja, La Pampa y Catamarca sumados, aunque no cuenta con 15 senadores ni 25 diputados nacionales: apenas dos; y en el nivel provincial, el millón de electores matanceros se ve representado por un senador y tres diputados provinciales.

Tampoco los Barones del Conurbano han lograron proyectarse más allá de sus municipios, con excepción de uno, Eduardo Duhalde: intendente electo de Lomas de Zamora en 1983, vicepresidente en 1989, gobernador provincial por dos períodos desde 1991, candidato presidencial derrotado en 1999 y luego presidente provisional entre 2002 y 2003. Desde 1983, el gobierno provincial lo han ejercido bonaerenses que construyeron su carrera política en el ámbito nacional, como Antonio Cafiero, Carlos Ruckauf o Felipe Solá, o más recientemente, dirigentes políticos de la ciudad de Buenos Aires, como Daniel Scioli o María Eugenia Vidal.

Ningún intendente del conurbano ha podido ser senador nacional y unos pocos, diputados nacionales, como Sergio Massa, Martín Insaurralde y Darío Giustozzi, todos en la particular coyuntura de las elecciones legislativas de 2013. Lógicamente, han tenido capacidad de incidencia en las listas de senadores y diputados provinciales; solo uno ha podido ser ministro nacional –Sergio Massa– y entre los provinciales, pocos: quizás, porque como me dijo uno, hace muchos años, “como intendente no tengo patrón”.

En ninguna provincia existe una relación tan intensa entre dirigentes políticos de alto nivel como la establecida entre los intendentes del conurbano. Organizados por secciones electorales –“la Primera”, “la Tercera”–, establecen sólidos vínculos: eso podría suponer que construyen un importante poder político. Sin embargo, nunca ha sido autónomo sino subordinado a los gobiernos provinciales y nacionales.

Quizás el momento de mayor ejercicio autónomo de su poder fue la rebelión acaudillada por Sergio Massa en 2013. Muchos intendentes lo acompañaron: entre los del conurbano, sus colegas de Almirante Brown, Escobar, Hurlingham, Malvinas Argentinas, Pilar, San Fernando, San Isidro, San Martín, San Miguel y Vicente López. Esta insubordinación demostró los límites del poder de los intendentes: seducidos por la construcción del poder independiente, relegados por el gobierno nacional, sin apoyo fiscal de un gobierno provincial que apenas subsistía, acabaron dos años más tarde regresando al redil para minimizar las internas en sus distritos y lograr sus reelecciones.

En 2015, la Nación, la provincia y muchos municipios –Campana, General Rodríguez, Lanús, Morón, Pilar, Quilmes, San Isidro, Tres de Febrero y Vicente López– se tiñeron de amarillo: quienes se habían desentendido de su periferia tuvieron la responsabilidad de gobernarla. Decidieron llevar sus medio logros, como el SAME “Provincia” y el Metrobús, muestras de la eficacia porteña en el territorio incorregible. Y fundaron el COCAMBA, ente preocupado por el conurbano, integrado por la Nación, por la ciudad y por la provincia –desde ya, sin los municipios– y que, como autoridad metropolitana, vendría a imponer el orden tecnocrático.

Los últimos años han sido duros para el conurbano –y no solo por la crisis económica–: los intendentes de Cambiemos pudieron apelar a la búsqueda de las transferencias discrecionales para obras públicas; los restantes, sobrevivientes de la debacle, estrenaron su condición de opositores y creyeron que era el momento de construir su poder autónomo y organizaron sus propias bancadas en la Legislatura provincial. Pero la racionalidad electoral volvió una y otra vez a someterlos a la nacionalización política. Porque el conurbano es un espacio nacionalizado: no importa la opinión de los intendentes, solo importa lo que definen estratégicamente los líderes nacionales desde el centro porteño. Porque lo que pasa en esos municipios es poco relevante, lo importante es el voto de esos diez millones de electores.

5. El conurbano en su dimensión ideológica

El conurbano es un concepto de valor emocional: define un territorio algo sórdido que se extiende donde las brillantes luces de la Ciudad Autónoma se transforman en la luminosidad amarillenta provista por las lámparas de sodio; donde los edificios de varios pisos son reemplazados por casitas bajas descuidadas como muestra de la eterna crisis económica; donde las veredas brillantes mutan en pastizales descuidados; donde los modernos patrulleros inteligentes de la Policía de la Ciudad se cambian por las desvencijadas pick-ups de la Bonaerense, ploteadas una y otra vez por las gráficas del gobierno de turno; donde las cuidadas plazas se transfiguran en canchitas informales del once contra once; donde el presupuesto de la Ciudad se reduce entre treinta y ciento cincuenta veces según el municipio; y donde la informalidad se hace ley. El #Congourbano, como bestialmente fue llamado en las redes sociales, nuestra versión vernácula del Far West aunque sin la promesa de un futuro mejor.

Por cierto, las decenas de urbanizaciones privadas donde se imita el estilo de vida de las películas americanas no estarían para muchos en el conurbano; tampoco las coquetas casas con jardín de Acassuso o de Adrogué; aún menos los shoppings del ramal Pilar de la Panamericana. El conurbano son los cientos de barrios privados de agua, de saneamiento, de gas natural, de asfalto, de viviendas y de trabajo, que perdieron la paciencia apenas dos veces, en 1989 y en 2001, y que uno se pregunta si su pueblo no descenderá de monjes tibetanos por su resiliencia.

El conurbano es la tierra donde millones de inmigrantes trajeron sus sueños y construyeron sus familias; donde construir la casita es símbolo del progreso; donde desde la madrugada las estaciones de tren y las paradas de colectivos se llenan para ir al trabajo; donde las pequeñas fábricas diseminadas por los barrios sobreviven pese a las políticas que las olvidan; donde miles de alumnos salen a estudiar e inclusive pueden llegar a las universidades, porque ahora están cerca; donde aún sobreviven los clubes de barrio, las sociedades de fomento y los centros de jubilados; donde la solidaridad se hace comedor comunitario; donde las pequeñas capillas aún promueven los valores; donde las peatonales se llenan de vida cuando se cobra el sueldo; donde, pese al cansancio de la semana, el sábado a la noche florecen las bailantas, y el domingo al mediodía, si quedan algunos billetes, se hace un asado en el patio. Porque el conurbano es parte de ese futuro que prometieron y no cumplieron los que solo lo necesitan cada cuatro años, que no conocen sus barrios y que salen rápido después de los actos.

Mi despedida final

La vida me ha regalado ser profesor e investigador simultáneamente en mi país, en algunos países latinoamericanos, en España y en Estados Unidos, pero agradezco a los editores recordar mi pertenencia ideológica a ese conurbano profundo. Me he irritado sanamente al escribir estas líneas, pero me ha servido para renovar mis ganas de aportar lo poco que sé, si sirve, para resolver tanto problema acumulado en este territorio donde la injusticia social se hizo obscena.

Autorxs


Daniel Cravacuore:

Doctor Universidad de Jaén (España). Director Unidad de Gobiernos Locales Universidad Nacional de Quilmes. Profesor, consultor. Presidente Fundación FINDEL.