La pareja actual

La pareja actual

Hoy en día hablar de pareja es preguntarnos a qué tipo de pareja nos estamos refiriendo, ya que existe una amplia gama de posibilidades y acercamientos entre dos personas que van buscando construir una vida en común. Ya la sociedad amplió las definiciones, sólo resta profundizar la búsqueda de la felicidad a partir de los caminos desconocidos que se van presentando.

| Por Luis María Aller Atucha |

Si me hubiesen pedido este artículo cuando me casé, hace cincuenta años, me habría sido sencillo cumplir con el pedido. Ahora las cosas son diferentes.

En primer lugar hay que definir, lo más preciso posible, qué se entiende por pareja y para qué se usa ese término.

Volviendo a la historia reciente, años atrás podíamos definir con facilidad qué era la pareja de “novios” y la pareja “matrimonial”. La pareja de novios era el espacio donde dos personas, de sexo opuesto, se encontraban para conocerse y explorarse mutuamente. En esa exploración la parte sexo genital estaba restringida y cuando era aceptada por ambos integrantes de la pareja, se la ejercía de forma reservada y privada (podría decirse que hasta “secreta”). La pareja matrimonial era la que después del mutuo conocimiento y la comprobación de que ambos integrantes estaban hechos “el uno para el otro” se consolidaba mediante la participación del Estado (matrimonio civil) y la Iglesia (sea cual fuere el credo que se escogiera). Así, la unión certificada por el Estado y “bendecida” por la Iglesia se establecía como “indisoluble” y para toda la vida, jurándose fidelidad mutua y acompañamiento en “las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de la vida, hasta que la muerte los separe”. La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituían entre sí el consorcio ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por la Iglesia Católica a la dignidad de “sacramento entre bautizados”.

Con esas variables y teniendo en cuenta la vigencia de lo que yo llamo el “sexo oficial” (heterosexual, matrimonial, monogámico y reproductivo) hubiese sido sencillo concluir este artículo explicando, desde la razón y la poesía, la necesidad de la existencia de la pareja de novios para llegar al mutuo acuerdo de unirse para toda la vida, y muy simple explicar la importancia de una pareja matrimonial que se haya jurado mutua fidelidad y su relación sexo genital esté vinculada más a lo reproductivo que al placer.

En este momento hablar de pareja es preguntarnos, en primer lugar, a qué tipo de pareja nos estamos refiriendo porque es tan posible y aceptado que la pareja esté constituida por personas de sexo diferente (varón y mujer), como por dos personas del mismo sexo (parejas de gays o lesbianas).

Todas estas parejas no sólo son posibles y aceptadas por la sociedad, sino que son legítimas en 14 países. El primero fue Holanda, seguido de Bélgica y Francia y el nuestro se sumó a la lista desde julio de 2010. Esta unión es inclusive aceptada y bendecida por ciertas creencias, tema que ha sido objeto de diversas reacciones de las cuales las diferentes religiones del mundo han tomado partido de forma activa. Estas reacciones van desde la acérrima homofobia de la Iglesia Bautista Westboro, la cual se manifiesta en las calles estadounidenses con carteles que dicen “Dios odia a los maricas” o “No a leyes especiales para los maricas”, homofobia que es compartida por la Iglesia Católica Romana que, no obstante, poco a poco va atemperando su rechazo –aunque aún persisten posiciones muy duras, como la de algunos católicos estadounidenses que manifiestan que cuando la mayoría cristiana tome el control del país no se hablará más del derecho de los homosexuales y el pluralismo será percibido como algo malvado e inmoral y el Estado no permitirá el derecho de practicar “la maldad” (declaración de los Católicos para la Acción Política de EE.UU.)–, hasta posturas más liberales como la de la Iglesia Episcopal de EE.UU. que nombró como obispo de New Hampshire en 2003 a Gene Robinson, un homosexual que vive con su pareja desde hace 17 años.

Como ejemplo es suficiente para demostrar que cuando hablamos de “la pareja actual”, el solo enunciado del tema en esos términos es insuficiente. Dejemos de lado las parejas homosexuales, que ha quedado claro que existen de manera legítima y aceptada, para analizar la pareja actual constituida por dos personas de sexo diferente. Veamos la pareja de novios.

Esa pareja no tiene como fin último, ni único, la mutua exploración y conocimiento, sino que en una proporción significativa el término “noviazgo” sirve para describir la convivencia, algunas veces parcial y esporádica (noviazgos “con cama afuera”) y en otros se usa la definición de “novios” para parejas con total convivencia e incluso hijos.

Es común que una pareja de novios planee casarse y, después de algún tiempo de convivencia, decida afrontar los trámites legales y hasta religiosos. En esas parejas que “formalizan” su relación no puede esperarse lo que por siglos se conoció como la “noche de bodas”, en la que se daba por entendido que la mujer “conocería al varón por primera vez”, lo que algunas culturas (como la italiana y la gitana) certificaban exhibiendo la sábana manchada por la sangre virginal de la reciente esposa. En ese concepto, la mujer comenzaba a ser “mujer” después de que un varón la penetraba. Julio Iglesias lo ejemplificaba cantando cuando dice: “Si has pensado cambiar tu destino, recuerda un poquito quién te hizo mujer”.

Por lo tanto la “pareja” de novios cumple en estos momentos un papel diferente al de hace pocos años (décadas) atrás, aunque sigue de por medio la posibilidad del mutuo conocimiento para, una vez ambos seguros de que desean compartir el futuro, “formalizar” la relación mediante la ley y la religión. Existe, por lo tanto, un nuevo tipo de pareja que es funcional a la que será la futura pareja matrimonial.

No obstante, existe la posibilidad de un estadio anterior al del matrimonio formal y tradicional y es el del reconocimiento del “concubinato”, término que ha sido dejado de lado por lo peyorativo que esa definición implicaba. Ahora podemos, y debemos, hablar de “convivencia” y para eso remontarnos a lo sucedido en el año 2006 en México, donde se dictó por primera vez la “Ley de Convivencia”.

Esta ley, publicada en la Gaceta Oficial del Distrito Federal el día 16 de noviembre del 2006 y que entró en vigor al día siguiente después del plazo de 120 días naturales de su publicación, es decir, el 17 de marzo de 2007, da reconocimiento legal a aquellos hogares formados por personas sin parentesco consanguíneo o por afinidad. La ley contempla y determina ciertos derechos y obligaciones para los miembros de la sociedad de convivencia, de los que carecían muchas familias antes de la creación de esta ley.

En la actualidad, en nuestro país, no todas las parejas se casan, algunas deciden, como explicamos más arriba cuando describimos la pareja de novios, irse a vivir juntos sin pasar por el Registro Civil, estableciendo una unión convivencial que tiene las características de estabilidad y permanencia de las relaciones oficializadas. En la Argentina esta ley fue aprobada en la Cámara alta el 28 de noviembre de 2012. El proyecto actualiza las regulaciones en materia de matrimonio, divorcio, contratos prenupciales, uniones convivenciales, adopción, derecho de las minorías, y empezó a regir a partir del 1 de enero de 2013, incorporando en el texto la Ley de Matrimonio Igualitario, aprobada en 2010. Las uniones convivenciales tienen un estatus legal y quedan inscriptas en el registro local.

Ante estas modificaciones culturales y legales acerca de la posibilidad de unirse para establecer una familia, la pareja matrimonial ha sufrido profundos cambios en cuanto a usos y costumbres.

En primer lugar se ha dejado de lado el concepto (y la expectativa) de que la convivencia sexual de una pareja comenzara después de la boda. La vida sexual activa se acepta que se establezca desde el momento en que lo novios decidan hacerlo, por lo tanto la “noche de bodas” (con las sábanas con sangre) no tiene sentido, ni nadie espera que lo tuviera.

Así como se llega de manera diferente al matrimonio, de manera diferente se lo transita, ya que la democracia también entró en las casas y se instaló en las camas.

En las décadas de los años ’60 a los ’80, América latina se caracterizó por la cantidad de gobiernos militares dictatoriales con que fue gobernada (Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Ecuador, Panamá, El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala), situación que se revirtió y a comienzo de la década de los ’90 no quedaba ningún gobierno militar en la región. Esa democracia fue “contagiando” otros estratos e instituciones de la sociedad. Si la democracia tiñó diversos sectores de la sociedad, era lógico que también entrara en la intimidad de los hogares donde tradicionalmente la “dictadura” del varón había sentado fuertemente su plaza. La democratización de los roles dentro del matrimonio desbarató algunos de los estereotipos que por años se utilizaron para manejar la cotidiana situación familiar. Los mundos del “afuera” y del “adentro” dejaron de ser para unos y para otros. La mujer salió a compartir la responsabilidad de traer a la casa parte del dinero necesario para su mantenimiento, el varón aprendió que no iba en menosprecio de su masculinidad realizar tareas del hogar tradicionalmente femeninas, como barrer, cocinar, planchar o cuidar y alimentar a los hijos. Los derechos y obligaciones se hicieron iguales. Igual responsabilidad por conseguir dinero, igual responsabilidad por la limpieza de la casa e iguales derechos en la cama, recibiendo ambos el beneficio de una sexualidad placentera.

La democracia también se hizo sentir en la iniciativa sexual y el varón dejó de ser el único que podía y “debía” tomar la iniciativa y hacer los requerimientos sexuales, por lo general solamente cuando él los necesitase. La mujer democratizó también este aspecto de la intimidad cotidiana y la democracia que había entrado en la cama cambió las reglas de juego, que tradicionalmente estuvieron dictadas por una sociedad patriarcal, androcéntrica y autoritaria; al cambiar las reglas, cambiaron también las pautas tradicionales de conyugalidad. Esto creó desconcierto y temor en el varón y puso a la mujer en una situación que todavía no termina de manejar correctamente.

Estar de novio, estar en pareja o estar casados es la manera que definimos nuestra condición de convivencia y de compartir con el otro nuestra vida.

Nos señala Silvia Aguirre que nuestra lengua tiene la posibilidad cierta de separar lo permanente de lo pasajero. Entre lo intrínseco o propio del ser y aquello que no lo es. Entre lo que pertenece a la esencia y lo que representa sólo un estado (que puede ser transitorio y pasajero). Podemos de esta manera diferenciar el ser del estar. Cuando decimos que alguien “es”, estamos caracterizando a esa persona con una cualidad permanente que trasciende el momento y los tiempos, que rotula, que marca, que inmoviliza. ¿A cuántas cosas de lo humano podemos darles la categoría de ser? Pocas cosas pueden empequeñecerse tanto como la pretendida quietud del ser. Soy un ser siendo. Soy (humano) en la medida en que puedo cambiar.

Es por eso que cuando comenzamos a describir qué es en la actualidad una pareja, nos tuvimos que enfrentar al permanente cambio de lo humano, que ha impuesto un cambio en lo social y cultural. Aceptando ese cambio es que salimos del “encasillamiento” de la “pareja” como descripción de un varón y una mujer que están explorando la posibilidad de compartir el futuro. Por eso pueden decir que están en pareja (no “son”), están de novios o están casados. Ya lo sociedad amplió las definiciones para describir la convivencia en pareja que antes estaba restringida al noviazgo y al matrimonio heterosexual.

Por eso vamos incorporando nueva terminología para describir nuevos comportamientos aceptados en la pareja (novios, convivientes, matrimonio hétero u homosexual), como por ejemplo la aceptación cada vez más amplia de que la pareja haya tenido otras experiencias sexuales y que inclusive las pueda tener durante este período de “estar” y no de “ser” una novia, un novio, una esposa o un marido de forma inamovible y para siempre.

Esto es lo que caracteriza a la pareja actual, una amplia gama de posibilidades y acercamientos que dos personas en conjunto van buscando para construir una vida en común, vida que muchas veces la sociedad no entiende y que por años castigó.

La pareja actual es cambiante, honesta, profunda y debe, necesariamente, “estar” y “ser” feliz. La búsqueda de la felicidad tiene caminos desconocidos y hasta hace poco tiempo impensados.

Autorxs


Luis María Aller Atucha:

Comunicador social. Sexólogo. Asesor Científico de AASES – Asociación Argentina de Sexología y Educación Sexual.