Sexualidad y discapacidad

Sexualidad y discapacidad

La vida sexual de las personas discapacitadas tiene una especificidad bien definida. En nuestra sociedad abundan las falsas creencias al respecto. Para revertir esta situación es necesario pensar en términos de derechos y en ampliar los límites de la educación sexual, única manera de garantizar su seguridad y su bienestar interpersonal y sexual.

| Por Silvia Verdeguer |

Hablar de la sexualidad de las personas con discapacidad es adentrarse en un mundo de infinitas variables, tantas como personas discapacitadas hay. Y si se pretendiera hablar de ese colectivo humano como un todo uniforme, se caería en una generalización simplista y descalificadora de cada persona. Definir la sexualidad y sus manifestaciones es tema de todos los días. De discapacidad, en cambio, hay mucho camino aún por recorrer, por ello se intenta instalar en el devenir cotidiano la plena inclusión de las personas con discapacidad, en todos sus ámbitos.

Entre las discapacidades encontramos una infinita variedad: las visuales, auditivas, del traslado, de las secuelas de amputaciones, de enfermedades neurológicas, musculares, viscerales, psiquiátricas y de las que producen retardo mental, hoy llamada discapacidad intelectual, en sus diversos grados, del leve al moderado y profundo.

Aquí nos referiremos al colectivo de personas con discapacidad intelectual. Para ello es necesario repasar algunas de las falsas creencias sobre la sexualidad de los discapacitados, entre ellas destacamos las siguientes:
• Las personas con retraso mental son asexuadas.
• Las personas con retraso mental son como niños, también sexualmente.
• Las personas con retraso mental no resultan atractivas sexualmente para otras personas.
• No debe despertarse su interés sexual, ya que o bien son inocentes o pueden incrementar su deseo sexual y convertirse en depravados sexuales.
• Las personas con retraso mental en ningún caso conviene que formen pareja y menos aún que tengan hijos.

Frente a estas falsas creencias partimos de la formulación de algunos derechos fundamentales de las personas con discapacidad a fin de garantizar su seguridad y su bienestar interpersonal y sexual:
• Derecho a la propiedad de su cuerpo.
• Derecho a tener una privacidad e intimidad.
• Derecho a recibir información y ayuda en el campo de la sexualidad.
• Derecho a relacionarse con iguales y a las manifestaciones sexuales propias de su edad.
• Derecho a explorar su cuerpo y descubrir sus posibilidades de placer sexual.

Y si tienen capacidad para ello, con autorización de los tutores, otros derechos fundamentales como:
• Derecho a mantener relaciones sexuales coitales o no coitales.
• Derecho a formar pareja.
• Derecho a elegir el estado civil que más le convenga.
• Derecho a tener o no hijos.

Estos derechos relacionados con la sexualidad podrán ser activados o no por la propia persona con retraso, pero deben ser en todo caso promovidos por los tutores en la medida en que sea posible su consecución, salvaguardando la ley, y teniendo en cuenta que los tutores comparten la responsabilidad sobre las consecuencias que su ejercicio conlleve.

Sexualidad y personas con discapacidad

Es indudable que la vida sexual de las personas discapacitadas tiene una especificidad, bien en sí misma y bien por las condiciones en que pueden vivirla.

La discapacidad intelectual, con independencia del modelo teórico con que lo expliquemos (orgánico, evolutivo, conductual, cognitivo, etc.), supone un retraso mental y un déficit que normalmente afecta de una u otra forma el funcionamiento cognitivo, emocional comportamental y social.

Este déficit determina la forma en que viven y pueden vivir, incluso en el mejor de los casos, su sexualidad y las relaciones de pareja.

Desde el punto de vista fisiológico, la sexualidad no debería marcar una especificidad definida, pero sí lo hacen sus capacidades mentales, sus características emocionales y su historia de comportamientos, su entorno familiar y social, quienes condicionan de una u otra forma la expresión de la sexualidad.

En realidad debe hacerse un análisis caso a caso, porque aun con el mismo nivel de discapacidad pueden tener una vida sexual diferente. En general, los “leves” pueden llegar a tener una sexualidad muy “normalizada”, incluyendo en los casos que lo deseen y tengan oportunidad de tener habilidades sociales adecuadas y un entorno favorable, una relación de pareja. Algunos de ellos pueden formar una familia y tener hijos, aunque es frecuente que necesiten ayuda para la adecuada educación de estos. Las personas con un retraso leve tienen capacidad para aprender los contenidos básicos de la educación sexual y llegar a protegerse de las prácticas de riesgo. Es verdad que tienen más limitaciones en estos aprendizajes, por ejemplo, cuando deben diferenciar sus deseos de las posibilidades reales, cuando deben interactuar y relacionarse con los demás de manera eficaz y mutuamente satisfactoria, cuando deben planificar el futuro, evitar los contagios y no sólo el embarazo, autoprotegerse, pedir ayuda, disculparse, entre otras habilidades sociales que no siempre tienen oportunidad de aprender y desarrollar, porque desde el vamos la mayoría de las veces, se minimizan sus verdaderas posibilidades. Por ello no hemos de olvidar que nuestros programas educativos fracasan también con frecuencia en las personas supuestamente “normales”.

Los “moderados”, especialmente en el intervalo bajo, tienen más dificultades para tener una sexualidad normalizada, debiendo aprender a tener, si es su deseo, conductas autoeróticas en privado, controlar sus deseos y emociones, y los impulsos sexuales, respetando a los demás y haciéndose respetar. Son mucho más vulnerables al hecho de sufrir abusos y a cometerlos, tienen grandes dificultades para evitar las prácticas sexuales de riesgo, no les es fácil establecer relaciones de pareja y mantenerlas. Por ello conviene que vivan en ambientes protegidos: la familia, el centro de educación especial o la escuela de integración. Aun ellos pueden aprender, al menos en cierto grado, muchas cosas sobre la sexualidad: respetar a los demás, la autoestimulación en privado, no abusar y no permitir ser abusados.

Los “profundos” dependen aún más de los otros en todos los sentidos. Se puede decir con toda propiedad que dependen de los demás, de tal forma que su sexualidad es la que ellos puedan, pero sobre todo, la que los padres, educadores y la sociedad nos podamos permitir que tengan. Por ello deben estar protegidos.

Las dudas y temores invaden a padres y profesionales. Con frecuencia se plantean cuestiones tan difíciles como esta: si intenta masturbarse y no lo hace bien, no lo consigue, se hace daño, etc., ¿qué podemos hacer? Es fundamental comprender que la respuesta a esta pregunta es más actitudinal y cultural que técnica.

En todo caso es necesario tener en cuenta que cada persona, familia, centro educativo y sociedad pueden encontrar respuestas diferentes. Aceptar el punto de partida –biografías– e intentar ayudar a que las personas con retraso mental resuelvan lo mejor posible sus necesidades, consiguiendo el mayor grado de bienestar, es la función de los profesionales.

Estas son algunas de las dificultades o factores que condicionan la satisfacción de las necesidades afectivas y sexuales en personas con retraso mental. Dificultades para acceder a contextos normalizados.

Con frecuencia no tiene oportunidades para relacionarse con iguales en situaciones normalizadas, limitando su vida al contexto familiar y/o de un centro especial.

De hecho, algunos estudios reflejan que estos niños tienen menos juegos sexuales prepuberales de imitación, exploración, seducción, caricias, etc. La explicación de este hecho parece ser fácil: tienen menos oportunidad de interactuar con los iguales, especialmente en situaciones en las que no estén vigilados. Es necesario decir en este sentido que muchos de ellos aprenden pronto que estos juegos no son deseados por los adultos.

Sobreprotección de la familia

Las familias, con la mejor de las intenciones, suelen sobreproteger a estos hijos y minusvalorar sus posibilidades de relación. Dicha sobreprotección suele provocar un empobrecimiento del entorno y ejercer un control mucho mayor de las conductas, especialmente las que se consideran peligrosas, como las sexuales.

Ausencia de espacios y tiempos privados, íntimos, en los que puedan tener determinadas conductas sexuales autoeróticas o con los iguales.

No solamente tienen un entorno pobre en el que son muy controlados, sino que carecen de tiempos y espacios de intimidad, con lo que su sexualidad, si lo es, debe ser pública. Con ello les quedan dos posibilidades: la represión o el escándalo.

Las dificultades objetivas y sociales (resistencias de la familia y de la sociedad) pueden hacer difícil o imposible la formación de parejas y todo lo que ello implica.

Negación de la educación sexual

A muchas de estas personas se les niega información sexual que pueden entender y se las supone incapaces de comprender y/o promover cualquier tipo de relaciones sexuales y de pareja. Por ello no son informadas, no son educadas en un sentido positivo, recibiendo únicamente mensajes negativos sobre la sexualidad y no se le ofrecen o dan ayudas específicas.

Los modelos de observación

Sus padres, otros adultos y sobre todo los personajes que aparecen en la televisión, junto con la falta de educación sexual, les lleva con frecuencia a tener expectativas no realistas, especialmente en relación con la pareja. No tienen la oportunidad de observar modelos cercanos que pudieran servirles.

Déficit cognitivos, emocionales y conductuales

Deficiencias cognitivas, como la dificultad mayor para generalizar, hacer aprendizajes flexibles, planificar el futuro, procesar la información, entre otras, hacen sus aprendizajes más lentos, más erróneos y más deficitarios.

Deficiencias objetivas en las habilidades interpersonales y sociales

Estas deficiencias son acrecentadas por falta de promoción de las mismas y pueden llevar a estas personas a conductas afectivas y sexuales inadecuadas, por defecto o por exceso. Saber decir sí y decir no, presentar quejas, piropear, citarse y tantas otras habilidades interpersonales pueden estar limitadas. Algunas características de personalidad, como la más frecuente labilidad emocional, baja autoestima, dependencia de los demás, pueden ser en buena medida resultado o factor condicionante. La concomitancia mayor del retraso mental con dificultades mentales y problemas conductuales hace que numerosos discapacitados psíquicos estén en centros muy especiales y/o de reclusión, en cuyo caso todo lo que acabamos de decir se multiplica por el efecto devastador del aislamiento en esas instituciones.

Los efectos de los medicamentos sobre las emociones y la sexualidad

Por unas u otras razones suelen tomar más medicamentos que la población “normalizada”, sin que se tenga en cuenta los posibles efectos sobre la sexualidad.

Mayor vulnerabilidad a los abusos, el acoso y la violación

Las razones de la mayor vulnerabilidad son muy numerosas. Vale la pena exponerlas, comentarlas y sobre todo, tener en cuenta la necesidad de que estos niños y jóvenes estén protegidos y aprendan, si es posible, a defenderse del riesgo a su integridad. Tienen menor poder de autonomía, dependen más de los demás en la organización de los contextos y actividades. Casi siempre están con otras personas de las que depende el que estén seguras o sufran abusos, familiares, amigos, vecinos, educadores y otros profesionales. Tienen menos capacidad de discriminación de lo que intenta el agresor, de forma que son fácilmente engañados, manipulados, etc. Les es más difícil conocer las verdaderas motivaciones de los adultos, discriminar las situaciones y las propias conductas abusivas. Diferenciar un contacto apropiado de uno inapropiado puede serles extremadamente difícil, especialmente si el agresor les intenta confundir. Tienen menos capacidad de defensa, de decir no cuando algo no les gusta y, sobre todo, de decirlo con eficacia. Los abusadores suelen usar estrategias con las que sorprenden, engañan, seducen y finalmente les amenazan. Se les ha educado para depender y confiar en los adultos, especialmente en el caso de los padres, educadores y otros adultos que entran en contacto con ellos. Se les educa y aprenden que tienen que obedecer a los adultos con formas de disciplina autoritaria, sin explicación de la norma, o de chantaje emocional y amenazando con retirarles el amor o los cuidados. Tienen la curiosidad típica de las personas que no reciben información sobre sexualidad y tienen que descubrirlo a tientas. Una curiosidad más ingenua que conlleva más dificultades para discriminar los límites de la propia curiosidad. Normalmente no han recibido formación e ignoran casi todo sobre la sexualidad, por lo que durante un tiempo es más probable que no sepan lo que está pasando, cuando se inicia un abuso. Así se les condena a la ignorancia o al aprendizaje viciado a través de los propios abusadores. Por ello puede que no lleguen a etiquetar un abuso sexual como tal, o tarden en hacerlo, no lo denuncien e incluso lleguen a naturalizarlo como una conducta positiva hacia ellos. Los abusos se presentan con mucha frecuencia en un contexto de afecto y familiaridad, ofreciéndole el agresor atención, cariño, comprensión, premios de diferente tipo e incluso placer. Este contexto en la relación de abuso, especialmente si se trata de personas con carencias afectivas, puede llevarles a colaborar con el agresor, que perciben como amigo. Numerosas personas tienen acceso directo a su cuerpo para ayudarles en actividades de la vida diaria personal, como higiene, cambio de ropa y traslados. Por eso están muy acostumbrados a que los demás accedan a su intimidad. Dada la falta de información sexual y la dificultad de estas personas para manejar con éxito la información, puede darse por seguro que si llegan a tener relaciones coitales, tienen mucho más riesgo de embarazos no deseados y otros riesgos vinculados a la actividad sexual, si no se tienen prácticas seguras.

Discapacitados físicos

Si la discapacidad física no va acompañada de discapacidad psíquica, su capacidad mental para aplicar los criterios de salud sexual es similar a la del resto de la población, por lo que el problema se reduce a que se acepten sus derechos y decisiones. Especialmente en el contexto más cercano con el objetivo de que se le presten las ayudas sociales y técnicas que pudiera precisar a fin de ayudarle a lograr aquello decidido responsablemente y no pueda lograr por sí mismo.

Cuando la discapacidad física va asociada con discapacidad intelectual las complicaciones se acentúan y los desafíos también. Pero ese es tema de otro capítulo.

Autorxs


Silvia Verdeguer:

Psicóloga (UBA) y Sexóloga. Directora de Hogar y Centro de Día Huarpes – Rehabilitación de personas con multidiscapacidades, San Juan.