Juventudes, condiciones de vida y subjetividades

Juventudes, condiciones de vida y subjetividades

Los jóvenes representan el futuro de las sociedades humanas. Tradicionalmente, es en esta etapa del ciclo vital humano en la cual se gestan los proyectos de vida. Sin embargo, hoy en día estos proyectos se ven afectados por las distintas maneras de vivenciar la educación, el trabajo, la sexualidad o las migraciones. Mientras las generaciones adultas han tendido a claudicar de sus roles de orientación, le corresponde a la juventud prepararse para retomar las responsabilidades por el mundo que habitamos.

| Por Irene Meler |

Los jóvenes constituyen un sector social estadísticamente relevante en todo el mundo, y en especial en nuestra región, a lo que se agrega su importancia en tanto representan el futuro de las sociedades humanas.

Para estudiar cualquier colectivo social se requiere construirlo como una categoría de análisis, diferenciando este objeto del conjunto, e indagando en sus características específicas. Al hacerlo, comprobamos que esta categoría es muy heterogénea en su interior, ya que no existe una juventud, sino que es más acorde con la realidad referirnos a las juventudes. Los sectores juveniles se distinguen entre sí sobre la base del sector social al que pertenecen, su origen étnico, su género y su orientación sexual. Asimismo, la velocidad de las transformaciones culturales favorece que sea posible establecer diferencias entre los jóvenes más cercanos a la adolescencia y aquellos que se aproximan a su estatuto adulto. La proliferación mediática de diferentes “generaciones”, identificadas mediante letras, alude a que una diferencia etaria de tres años puede reconocerse por distintas actitudes ante el estudio, el trabajo, las relaciones amorosas y las relaciones familiares.

Sin embargo, este colectivo tan diverso a su interior, comparte algunas tendencias significativas. Existe hoy un mayor acceso a la educación, si se compara con generaciones precedentes, pero esa calificación no se acompaña con la posibilidad de obtener mejores trabajos remunerados. La actual revolución tecnológica ha contraído la oferta laboral, de modo tal que los jóvenes de hoy, aunque están mejor calificados, enfrentan grandes obstáculos para conseguir empleos. Las mujeres jóvenes son quienes más padecen el desempleo y también las que tienen mayores dificultades para obtener trabajos de calidad. Esta tendencia se explica por la persistencia de la división sexual del trabajo, que les asigna las tareas de cuidado familiar, no remuneradas y poco prestigiosas, que demandan tiempo y energía restándola al trabajo para el mercado. De modo convergente, se observa la reproducción de prejuicios sobre su idoneidad y su compromiso laboral, lo que favorece emplearlas en posiciones subalternas. Las jóvenes de los sectores populares constituyen la gran mayoría de los desocupados de ese sector, y quedan atrapadas en los cuidados a sus hermanos, la maternidad y la domesticidad, lo que aumenta su vulnerabilidad a la violencia y contribuye a reciclar la pobreza.

Pese a la modernización cultural, diversos estudios informan sobre la persistencia de representaciones y valores tradicionales acerca del amor y la sexualidad. Estos coexisten de modo inarmónico con una aceptación irreflexiva de la incitación sexual posmoderna, estimulada en el capitalismo tardío por razones mercantiles. En el caso de los jóvenes varones, esta incitación no hace sino continuar con una tendencia ancestral, que considera el acceso al goce erótico como una recompensa al esfuerzo varonil, y como un emblema de logro que genera prestigio. Las mujeres jóvenes padecen nuevas estrategias de comodificación de sus cuerpos, que pueden ser sutiles en los sectores integrados, pero que, en ocasiones, asumen modalidades delictivas que afectan a los sectores femeninos subalternos.

Estos colectivos juveniles enfrentan barreras para encontrar su lugar en un universo social que tiende a excluirlos. Las generaciones mayores no han podido hacer espacio para la reproducción generacional en el contexto de la contracción de la oferta de trabajo. Ante esta tensión histórica, ellos oscilan entre la reproducción de las asimetrías jerárquicas entre sectores sociales, etnias y géneros, y una creciente tendencia hacia la paridad.

La educación de los sectores jóvenes

La oferta del sistema educativo se segmenta siguiendo líneas de demarcación trazadas entre los sectores pobres y los sectores medios de la sociedad. También es conocida la segregación que se produce según el género de los sujetos. Mientras los jóvenes desfavorecidos buscan capacitarse en oficios, los que disponen de mayores ventajas aspiran a obtener credenciales universitarias. Surge la necesidad social de ocupar a los colectivos juveniles, para evitar que engrosen el segmento denominado “Ni-Ni”, integrado por los que no estudian ni trabajan. La carencia de disponibilidad para desempeñar roles sociales favorece el desarrollo de impulsiones y/o de depresiones, deteriorando la salud mental de esta población excluida. Al mismo tiempo, aumenta su potencial contribución a la conflictividad social, y su vulnerabilidad a la discriminación y a la represión policial. Diversos autores han planteado el temor a que nos encontremos ante una generación perdida. Mientras que los varones de sectores populares excluidos corren el riesgo de ser reclutados por redes delictivas, generalmente vinculadas con el narcotráfico, las mujeres son más vulnerables a la trata de personas con fines de explotación sexual. En otros casos, al carecer de oportunidades para el desarrollo personal, ingresan en la vida adulta de modo precoz a través de la reproducción. La maternidad adolescente constituye una tradición en ciertos sectores sociales y se replica de generación en generación. La inmadurez personal, sumada a la prescindencia de muchos varones ante su inminente paternidad, contribuye a reciclar la pobreza de generaciones futuras.

Respecto de la adherencia al sistema educativo, dos factores relevantes conspiran contra la misma: la pobreza y la disolución y recomposición familiar. Los jóvenes que residen en hogares monoparentales o en familias ensambladas tienen mayor proclividad a abandonar sus estudios que aquellos que crecen en hogares dirigidos por una pareja casada cuya unión permanece estable a lo largo de cierto tiempo. La inestabilidad de los vínculos y la escasez de recursos se retroalimentan entre sí, y perjudican el desarrollo educativo juvenil.

Las ofertas de capacitación destinadas a estos sectores apuntan a calificar la oferta laboral para dar satisfacción a los requerimientos actuales del mercado laboral, y deben ser un aspecto central de las políticas públicas.

En el caso de los sectores medios, la oferta de credenciales ha aumentado en diversidad y complejidad. Esto se explica, por un lado, por la necesidad de conocimientos actualizados respecto de los avances tecnológicos y organizacionales, y por el otro, por la mercantilización de la educación superior, que estimula la acumulación de credenciales para competir por puestos laborales escasos.

Las mujeres aún prefieren capacitarse en ocupaciones vinculadas con sus roles sociales ancestrales, que han consistido en cuidar, educar y curar a los demás. La matrícula universitaria experimenta un proceso de desgenerización, o sea que tiende a ser mixta en carreras antes reservadas a los varones. Sin embargo, la división sexual del trabajo deja todavía su impronta en las subespecialidades. Para dar un ejemplo, hay muchas mujeres médicas pero pocas de ellas son cirujanas, ya que prefieren la clínica, la ginecología, la pediatría o la dermatología. Sin embargo, existen avances notables hacia la equidad. En la Argentina las mujeres son hoy mayoría en los estudios universitarios de grado y de posgrado, tienden a permanecer más en el sistema y obtienen mejores calificaciones que sus pares varones.

Inserción laboral juvenil

Pese a que las mujeres son mejores estudiantes, su desempeño laboral no es tan exitoso como el de los hombres. Se ha descrito que durante los estudios cunde una ilusión de igualdad, pero que esta situación no se sostiene cuando, al ingresar en la vida adulta, la maternidad pone en crisis los proyectos laborales femeninos. Las mujeres jóvenes educadas y modernizadas aún experimentan dificultades para conciliar trabajo y familia. Diversos factores concurren para sostener este estado de cosas. Por un lado, los varones aun hoy tienden a considerar que su participación en los cuidados infantiles y en las tareas domésticas es complementaria y opcional, asignando la responsabilidad principal a las mujeres. Por su parte ellas tienden a sostener esta situación, haciéndose cargo de esta asignación tradicional de roles sociales. La mayor parte de las parejas de nuestro medio mantiene un estilo transicional en las relaciones entre los géneros, donde las mujeres aportan un ingreso complementario y los varones colaboran en el hogar. Este resabio de la división sexual del trabajo fragiliza las inserciones laborales femeninas, a pesar de la sobrecalificación educativa de las mujeres. Las estrategias conjuntas para el logro de un ascenso social basado en la ocupación del varón no resultan confiables en un período donde las familias tienden a experimentar frecuentes cismas y recomposiciones.

El colectivo masculino no es homogéneo, sino que se diferencia en sus desempeños laborales y en sus actitudes ante el trabajo, de acuerdo con el estilo de masculinidad que hayan construido, que, a su vez, incide en la elección vocacional. Mientras algunos varones estudian cuestiones sociales, comunicacionales o subjetivas, y, a los fines de la subsistencia, aceptan desempeñarse en ocupaciones que no se relacionan con sus temas de interés, otros, orientados hacia tareas rentables, estudian para capacitarse y mejorar sus desempeños laborales en los ámbitos empresarios. Ellos son los aspirantes a una masculinidad hegemónica, los que llegarán a los estamentos directivos de su sector social y de su género.

De todos modos, los escollos que enfrentan los sectores medios son menores si se los compara con la situación de los jóvenes pobres. Las mujeres provenientes de sectores populares engrosan el mercado informal de los servicios domésticos, con lo cual sostienen el desarrollo de carrera de sus congéneres más aventajadas, que se ahorran así negociar con sus compañeros la división sexual del trabajo. Los varones evitan la exclusión social cuando logran capacitarse en oficios, y de ese modo encuentran algún canal para un posible ascenso.

Sexualidades juveniles

El ejercicio de la sexualidad adquiere gran importancia en la vida de los jóvenes. Más allá de la importancia emocional de las relaciones amorosas, podemos considerar a la sexualidad como un eje central del intercambio social juvenil. Los jóvenes se vinculan no sólo para compartir intereses y recreación, sino también para oficiar como acompañantes en el proceso de búsqueda y establecimiento de contactos sexuales.

El régimen regulador de las sexualidades ha experimentado una profunda transformación. En las sociedades tradicionales, la sexualidad femenina ha estado censurada, para asegurar el orden establecido a través de la monogamia, institución sostenida de forma unilateral por las mujeres, vírgenes antes del matrimonio y fieles durante el mismo. De modo paralelo, la sexualidad masculina fue estimulada como un indicador de dominancia social y como una recompensa a los esfuerzos masculinos por prevalecer frente a los congéneres. Para sostener ese ordenamiento asimétrico, se ha creado una categoría de mujeres degradadas, aptas para los intercambios sexuales, y excluidas de la respetabilidad aportada por la condición conyugal y la maternidad.

En la actualidad, esa doble moral sexual cultural se encuentra en franco retroceso ya que las prácticas sexuales femeninas han salido de su condición clandestina y las mujeres jóvenes tienen acceso al libre ejercicio sexual, garantizado por la disponibilidad de la anticoncepción moderna.

Al mismo tiempo, la heterosexualidad compulsiva que ha caracterizado a los regímenes sexuales modernos a partir del auge del cristianismo, se encuentra en retroceso, y las más diversas modalidades de expresión de género y de deseo erótico se manifiestan de modo público. La discriminación sobre la base del género y de la orientación sexual aún persiste, pero su manifestación franca no es aprobada en Occidente, ya que existen regulaciones legales y un creciente consenso cultural acerca de que la libre orientación sexual constituye un derecho humano.

Estas tendencias progresistas podrían inducir a un optimismo infundado, ya que el sistema de géneros, por su misma índole, tiende a reestructurarse a través de los cambios que experimenta. El ordenamiento hoy vigente en las regiones desarrolladas podría caracterizarse como una “polisexualidad mercantil”. A su interior, todo está permitido en apariencia, siempre que conduzca al logro de réditos económicos. La industria de la pornografía se exhibe de modo manifiesto, y obtiene grandes ganancias. El consumo de drogas y alcohol constituye verdaderos rituales de iniciación juvenil, destinados a superar inhibiciones sociales y sexuales. Sus efectos destructivos en la salud de la población, y en especial entre los jóvenes, son conocidos por todos. Bajo la apariencia de un proceso de liberación, se encubren nuevas modalidades opresivas, que esta vez no se manifiestan a través del control sino de la incitación. La sexualidad juvenil es explotada de modo comercial, ya sea de modo indirecto, como incentivo para la adquisición de bienes o servicios, o de modo directo, mediante la pornografía y la trata de personas. Los varones jóvenes están sujetos a estímulos que favorecen el coleccionismo sexual y la represión de los afectos, que genera reluctancia a establecer vínculos de intimidad. Las jóvenes mujeres con frecuencia se someten a situaciones que no desean, o que carecen de reciprocidad erótica, como formas de ser aceptadas socialmente. Padecen, una vez pasada la primera juventud, de sentimientos de soledad, y experimentan dificultades para formar familias, un propósito que la mayor parte de ellas aún sostiene.

Migraciones y conflictos interétnicos: su incidencia en los sectores juveniles

Las poblaciones actuales se mueven al ritmo de la globalización. Hace varias décadas los movimientos migratorios fueron liderados por los hombres, en su mayor parte jóvenes adultos, que impulsados por las carencias económicas y la inseguridad política se desplazaron muy lejos de sus hogares en busca de mejores oportunidades. Las mujeres quedaban en el lugar de origen, con frecuencia a cargo de algunos hijos. Esa tendencia se ha modificado en la actualidad.

Los desplazamientos migratorios no son tan definitorios como antes debido al auge de las comunicaciones. Es posible ir y venir, y los flujos de remesas circulan con fluidez, marcando tendencias económicas que vinculan a las regiones de modos inéditos. Al mismo tiempo, muchas mujeres jóvenes o adultas jóvenes se desplazan lejos de sus hogares porque son requeridas para paliar la crisis de los cuidados que presentan los centros desarrollados. Mientras las mujeres casadas y madres de los países centrales, o de los sectores acomodados de los países periféricos, se incorporan al mercado, la participación del Estado en la provisión de recursos para el cuidado de niños, ancianos y enfermos es insuficiente. Se observa una notable tendencia a la participación masculina en la domesticidad y en la provisión de cuidados primarios a los niños, pero aún está lejos de ser igualitaria. Surge entonces la demanda de que las mujeres poco educadas provenientes de regiones pobres suplan los roles de cuidado que sus congéneres más afortunadas ya no cumplen como antes. Es así como las nuevas corrientes migratorias ya son mixtas y en algunos casos resultan lideradas por mujeres.

Las poblaciones de origen migrante que se originan a partir de estos traslados son vulnerables a la discriminación y a la exclusión social. Los varones adolescentes y jóvenes constituyen el sector poblacional más proclive a la transgresión y a la violencia, debido a su sociosubjetivación de género masculino, que sigue la ancestral tradición guerrera, aunque hoy se limite a escaramuzas suburbanas. Esta población es hoy fuente de preocupación por causa de su malestar social, que es fuente de tendencias antisociales que los dañan y lesionan al conjunto de la población.

Proyectos de vida

La juventud ha sido tradicionalmente un período del ciclo vital humano en el cual se gestaban proyectos de vida que organizaban la existencia y le daban sentido. Pero los acelerados cambios culturales y las nuevas modalidades de conflictividad política han tornado imprevisible la existencia. Se abren nuevas alternativas en cuanto a la orientación sexual, la asunción de identidades y la conformación de diversos estilos de familia o la negativa a establecerlos, que incrementan los márgenes de autonomía personal, superando en parte el control social, que fue tan opresivo en tiempos premodernos. Pero este proceso de individuación y de autonomía individual transcurre en un contexto donde las redes sociales son precarias y las instituciones contienen escasamente a los ciudadanos. Nuestros jóvenes enfrentan un universo cultural donde les resulta muy difícil integrarse. La exposición a la diversidad cultural amplía los horizontes, pero también promueve la anomia en un período de edad donde aún se busca guía y orientación de las generaciones anteriores.

La población juvenil corre el riesgo de la exclusión, al menos en aquellos sectores a los que la escasez de recursos o los conflictos familiares han tornado vulnerables. Ante la sensación vertiginosa que promueve la diversidad de opciones y el constante debate entre varios estilos de vida, la tentación de abdicar de la autonomía y delegarla en sectores fanáticos o mesiánicos es poderosa. Los sectores juveniles hoy integrados al sistema reciben la pesada herencia de gestionar la conflictividad y las carencias de otros sectores en desventaja, ya sea por su origen étnico, su sector social o su género. Las generaciones adultas han tendido a claudicar de sus roles de orientación, pero conviene retomar las responsabilidades por el mundo que habitamos en común.

Autorxs


Irene Meler:

Doctora en Psicología. Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género (APBA). Directora del Curso de Actualización en Psicoanálisis y Género (APBA y U.K.). Codirectora de la Maestría en Estudios de Género (UCES).