Jóvenes y participación política: vaivenes de una relación compleja

Jóvenes y participación política: vaivenes de una relación compleja

Existe multiplicidad de maneras de relación entre los jóvenes y la política. Por lo general, a cada momento histórico le correspondió un tipo diferente de participación. El presente artículo recorre las idas y vueltas de esta relación a lo largo de las últimas décadas aportando herramientas para entender un fenómeno que puede determinar el futuro de nuestra sociedad.

| Por Julio Sarmiento y Mariana Chaves |

Algunas precisiones

En los medios de comunicación, en el debate político y en las discusiones de la vida cotidiana es posible encontrar construcciones de sentido estereotipadas sobre la juventud y la participación política. La visión del joven apático y hedonista despreocupado por el acontecer político de su sociedad convive a la par de una imagen totalmente opuesta, la del joven altruista y heroico interesado en todo tiempo y lugar por los temas públicos. Ambas representaciones, cargadas de prejuicios, obturan el entendimiento de la compleja relación que los sujetos juveniles mantienen con la política, y ocultan tras una mirada homogeneizadora las múltiples disposiciones y prácticas de las diversas experiencias y subjetivaciones juveniles en relación a la participación política. Para desandar esas visiones estereotipadas y acercarse mejor al amplio arco de relaciones entre juventudes y participación política resulta imprescindible precisar y problematizar ambas nociones.

Como la mayoría de los hechos de la vida social, la participación política se encuentra sometida a múltiples determinaciones que la convierten en una realidad multidimensional y compleja.

Es multidimensional porque en su conformación intervienen una multiplicidad de factores como la institucionalidad dominante; la estructura social subyacente; las tradiciones políticas presentes en una sociedad y, obviamente, los acontecimientos sociales y políticos, que pueden avivarla o inhibirla.

A su vez, es compleja porque las distintas dimensiones antes aludidas interactúan de manera cambiante para darle a la participación política un carácter dinámico y particular en cada momento histórico. No pudiendo, entonces, establecerse a priori cuál de las dimensiones resulta determinante para comprender el fenómeno.

Asimismo, la participación política resulta un hecho complejo dado que es posible distinguir en ella distintos modos y grados de implicación de los sujetos. La participación política puede ir desde la predisposición a exponerse a información política hasta la toma de decisiones en las diferentes instituciones que conforman el sistema político, pasando por el voto, la formación y expresión de una opinión sobre un tema público y la militancia en organizaciones sociales o políticas.

La distinción entre “lo político”, como instancia de expresión de los antagonismos que surcan a toda sociedad humana y como espacio de lucha en torno a la constitución de determinado orden social, y la “política”, como práctica social sedimentada al interior de las formas políticas ya instituidas, contribuye a complejizar el entendimiento de la participación política. La pasión que desata saberse partícipe de un proceso instituyente contrasta con la normalización de las prácticas políticas convencionales.

A su vez, si bien en un principio la noción de participación política puede restringirse a acciones en la esfera propiamente política vinculada al Estado y lo que reconocemos como sistema político, una consideración amplia de esa noción debería incluir acciones en el marco de la economía y la cultura.

El sociólogo italiano Alessandro Pizzorno sugiere que la participación política se asocia a dos sistemas de acción social diferentes: por un lado, un sistema de acción social en el que la acción individual y/o colectiva encuentra su fundamento en la identificación de posiciones y fines comunes; por el otro, un sistema de acciones sustentado en el interés, esto es, un sistema de acción que reconoce diferencias entre sectores sociales y en el que la acción se dirige a la mejora relativa de un grupo social en relación a los otros. A lo que agregaba la necesaria existencia de una estructura de valores medianamente compartida al interior de la cual cobran sentido la constitución de una identidad colectiva o la lucha entre intereses contradictorios.

Así, la participación política puede ser definida como “…una acción que se cumple en solidaridad con otros con vistas a conservar o modificar la estructura (y por tanto los valores) del sistema de intereses dominante”.

De esa definición se desprende que tanto las acciones orientadas a la expresión de una identidad política colectiva y a la construcción de sentidos sobre las divisiones más significativas del mundo social como las dirigidas a la persecución del interés de un grupo en relación a otros que conforman la vida social, pueden ser entendidas en clave de participación política.

Con la noción de juventud ocurre algo similar que con la participación política, es necesario problematizar su uso

La juventud es una condición social que se define en el marco del sistema de relaciones sociales y de poder de las que forma parte. Desde el sistema de edades, joven es aquel que no es viejo, no es niño, no es adulto. Ese joven puede serlo desde diferentes opciones de género, sexuales, religiosas y de proyectos ideológicos. Se puede ser joven con dinero, sin dinero, trabajador, estudiante, madre, padre o novio. Además, las formas de ser joven y los sentidos circulantes frente a esa categoría social están históricamente condicionados. En este sentido, la juventud es una categoría social situada que, debido a la diversidad de situaciones sociales e identitarias que engloba, sería pertinente usar el plural. Es decir, hablar de jóvenes o sujetos juveniles antes que de juventud.

En relación a la participación política, se puede ser joven sin interés en la política, pero sí en lo político, o asignarle mucha importancia, o ninguna, o ser militante tiempo completo, o concurrente a marchas por temas de derechos humanos o ecológicos, o un insistidor de la difusión y discusión política en las redes sociales. Las personas atraviesan la experiencia juvenil, como identidad etaria, asociada a muchos otros papeles sociales y adscripciones identitarias, como sus prácticas cotidianas, eventuales o excepcionales. Algunos participan políticamente, y entre ellos, unos pocos construyen y viven su experiencia juvenil –un corto o largo tiempo– como militantes políticos.

Discursos e interpelaciones

Estos modos de ser joven en relación a la política conviven en su diversidad. Sin embargo, hay momentos en que una de esas formas cobra socialmente relevancia sobre otras Así, por ejemplo, los años setenta son interpretados desde una fuerte asociación de sentido entre jóvenes y política, en tanto los noventa fueron años en que primó una lectura en clave de desafección política juvenil. Esas lecturas operan como un reduccionismo interpretativo del gran arco de maneras de ser joven en relación a la política que coexisten en un mismo tiempo y en una misma sociedad. Sin embargo, antes de ser desechadas, conviene explorar los elementos que aportan esas significaciones para comprender el devenir histórico de relación de los sujetos juveniles con la política.

En ese sentido, los diferentes imaginarios sobre los jóvenes y la política antes aludidos dicen mucho sobre los modos hegemónicos de interpelación de la política hacia los jóvenes y el tipo de respuestas que los sujetos juveniles motorizan frente a dicha interpelación.

Hay un modo socialmente muy extendido de interpelar a los jóvenes en relación a la política que es el “no te metás”.

El “no te metás” es una frase de uso cotidiano para hablar del vínculo con la política marcado desde el individuo en función de una acción colectiva. El “no te metás” conlleva el supuesto de un yo que puede hacer política –agencia–, y un nosotros en el que incluirse y del que se puede ser parte, tanto como algo preexistente como algo a ser creado. Además supone que el “meterse” implica una modificación del individuo –subjetividades e identidades– y una modificación de aquello en “lo que se mete”. Las representaciones del “no te metás” funcionan como metáforas del vínculo entre las personas y la política y si bien no tienen como destinatarios exclusivos a los jóvenes en gran medida es una construcción de sentido utilizada por los adultos para con los jóvenes, así como entre jóvenes.

En los años ochenta, era observable una construcción del “no te metás” asociado a la idea de peligro. Aquí primaba una ligazón entre participación política, ocupación de la esfera pública y muerte. Esta asociación de sentido tenía como trasfondo, entre otros elementos, la derrota del sujeto transformador y sus colectivos y el ejercicio del terrorismo de Estado y de sus prácticas genocidas. Esta alocución tiene la intención de alertar sobre las consecuencias que en el imaginario del enunciador puede traer el compromiso político, buscando generar en el destinatario una disposición refractaria a la participación política.

En la década de los noventa se construyó una nueva significación del “no te metás”. Esta vez se adjuntaba a la idea de que “no vale la pena”. La asociación con el peligro fue reemplazada por una mirada en que la participación resultaba impotente para modificar la política, a la que se caracterizaba como naturalmente corrupta. Así, la acción política fue perdiendo reconocimiento social como actividad potencialmente transformadora y como vía significativa en la lucha por el poder. El “no te metás” aludía, entonces, a una deslegitimación de la actividad política y de la participación frente a un estado de cosas que se representaba como inmodificable.

El “no te metás” empezó a perder significación social con la crisis que desembocó en los sucesos de diciembre de 2001. Los movimientos sociales y las asambleas que se gestaron en aquel período eran animadas por la idea de que el “no te metás” ya había sido explorado con las consecuencias por todos conocidas y que había llegado el momento de la participación política y poner en marcha nuevas formas de organización y canalización de la acción política.

El retraimiento del “no te metás” alcanzó su máxima expresión con la movilización política que produjo entre muchos jóvenes la aparición del kirchnerismo y el modo en que el discurso de este nuevo sujeto político logró interpelarlos, al igual que muchas de sus políticas y tomas de posición frente a los antagonismos que estructuran la sociedad argentina.

Agencia juvenil y participación política en la Argentina democrática

Si deja de lado las interpelaciones sociales dirigidas a los jóvenes y la mirada se vuelca a las acciones políticas desplegadas por los sujetos juveniles pueden develarse otros modos de participación política juvenil.

En los años ochenta los jóvenes participaron activamente en la política. Muchos dirigentes del alfonsinismo, así como destacados funcionarios del Estado, se habían formado en las organizaciones juveniles del radicalismo. El Partido Intransigente, al igual que otros partidos, fue revivificado por una importante participación juvenil. Los jóvenes participaron activamente en la elección presidencial de 1983. El movimiento estudiantil se engrosó de manera significativa con la creación de nuevas organizaciones y las que tenían más larga data fueron fortalecidas con mayor presencia juvenil. La movilización de los jóvenes respecto de demandas vinculadas a los crímenes cometidos durante la dictadura cívico-militar contribuyó a tonificar el movimiento de derechos humanos. A su vez, aunque no sin tensiones y por un tiempo limitado, hubo varias acciones conjuntas de las juventudes políticas. Entre ellas, una movilización multitudinaria en contra de la deuda externa. La defensa del régimen democrático y su positiva valorización frente a las amenazas de una vuelta al pasado autoritario caracterizó en buena medida la participación política juvenil. El eje democracia o dictadura ordenó a grandes rasgos la participación de los jóvenes en la política durante este período. La exploración de las organizaciones tradicionales como los partidos políticos o las ligadas al movimiento estudiantil fue considerable en quienes tenían inclinación por los temas públicos, también muchos jóvenes se volcaron a activar en movimientos sociales no tradicionales. La consolidación democrática era una aspiración en muchos militantes juveniles. Desde la agencia juvenil, esta etapa puede ser considerada como de utopía democrática.

Las limitaciones del poder político democrático frente a los poderes de hecho –como la corporación militar o los grandes grupos económicos– generaron un profundo desencanto de los jóvenes con la participación política. La subordinación de la política al mercado implicó una fuerte desafección hacia la actividad política tradicional. Muchos jóvenes se inclinaron por salidas individuales y centradas en la participación en la esfera mercantil. A la par de esa desafección, la organización territorial de la “población sobrante” de la fase de acumulación neoliberal se impuso en muchos lugares. Los movimientos de desocupados fuertemente estructurados desde los territorios contaron con un importante activismo juvenil. Muchos de sus dirigentes fueron jóvenes, incluso alguno de ellos sin anterior participación política. El carácter de desocupado y de habitante de configuraciones urbanas marginales primó sobre la identidad juvenil, a pesar de que desde esos movimientos se afirmaba que los jóvenes de los barrios estaban ahí contribuyendo con la organización y sus actividades. El hecho de orientar sus demandas al Estado y promover el cambio social los constituía en actores y espacios claramente políticos. Es más, podría llegar a afirmarse que esos movimientos de desocupados imprimieron la primera gran derrota al neoliberalismo con significación planetaria. Durante ese período e instaladas las políticas de impunidad en materia de crímenes de lesa humanidad, la agrupación HIJOS mantuvo la cuestión en la agenda pública a través de una nueva forma de intervención en el espacio público: los escraches.

Los jóvenes no abandonaron la política cuando ella los abandonó. Buscaron, animaron y alumbraron otros espacios y modalidades para expresarse y participar ensanchando la esfera de la política. Así, esta etapa puede ser definida, guardando las tensiones que presentamos anteriormente, como de desafección política con politización de otras esferas del mundo de la vida.

Otro momento lo constituyó el advenimiento de la “anomalía kirchnerista”. Esa anomalía consistió en motorizar la autonomía del poder político respecto de las corporaciones, en desocultar y exponer vivamente los antagonismos y conflictos de intereses que atraviesan la sociedad argentina, en defender la presencia del Estado en la reducción de las desigualdades sociales, y en retomar cuestiones pendientes que se pretendían cerradas como la violación de los derechos humanos durante la dictadura cívico-militar a través de acciones como la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

Esta actitud del kirchnerismo se tradujo en niveles inéditos de politización. Las familias, los grupos de amigos, los lugares de trabajo se vieron conmovidos por esta irrupción. Lejos de provocar desafección, encendió la pasión política convirtiéndose en un nuevo eje ordenador de las relaciones sociales superpuesto a otros.

La apuesta a la potencia transformadora de la política interpeló a los jóvenes que volvieron a participar de las actividades políticas tradicionales. En este punto es interesante señalar que la anomalía kirchnerista trasvasó la frontera partidaria y fue condición de posibilidad para que aparecieran nuevos partidos políticos fuertemente animados por jóvenes.

En ese sentido, la etapa que se inicia con los gobiernos kirchneristas puede ser entendida como la de un nuevo encantamiento de los jóvenes con la política. Etapa que tiene puntos de contactos con la del utopismo democrático pero que se diferencia de ella en el hecho de que el eje articulador ya no es democracia o dictadura sino el papel mismo de la política y el rol del Estado.

Hoy la Argentina está frente a un nuevo umbral histórico: por primera vez un partido ubicado en la derecha del espectro ideológico se ha vuelto competitivo en elecciones libres y ha obtenido un triunfo en una también inédita segunda vuelta. La manera en que esta derecha construyó su legitimidad política la predispone a la generación de intentos de construir hegemonía. La construcción de hegemonía por parte de este actor implica devolver a las clases y grupos tradicionalmente dominantes un lugar preponderante en la conducción del país, pero también conducir a los sectores subalternos incluyendo alguno de sus intereses. Para que este proyecto sea viable debe presentar a la política como una instancia capaz de contener a todos, como una vía a través de la cual se exprese una sociedad reconciliada consigo misma y que presente a las decisiones políticas, antes que animadas por intereses o ideologías, como mera cuestión técnica.

La nominación de los activistas del Pro como voluntarios en lugar de la tradicional nominación de militantes; la presentación del partido como una organización compuesta por gente que no viene de la política; la insistencia de sus dirigentes en los medios de comunicación de que ellos no están para hablar de política sino de los problemas de la gente, y el uso de significantes vacíos altamente débiles como la consigna “cambiemos”, buscan operar una cierta eutanasia de la política que asegure sus intenciones hegemónicas.

Esa construcción ideológica interpela débilmente a los sujetos juveniles que poseen disposiciones hacia la política. Tal debilidad no es casual ni ingenua, resulta funcional al proyecto que representa esta nueva derecha en tanto la movilización política, en especial de los jóvenes, puede desestabilizar su proyecto de construcción de hegemonía.

Frente a este modo de interpelación subsiste otro, reactualizado por la experiencia kirchnerista, que resalta el potencial transformador de la política y que promueve sujetos predispuestos a la participación. La robustez de esta interpelación quedó en evidencia en el importante activismo juvenil, y de no tan jóvenes, que se observó en la campaña en torno a la segunda vuelta y que inéditamente rebasó con mucho a los dirigentes y estructuras del FPV.

En buena medida, el futuro de la Argentina dependerá de cuál de las formas de interpelación logre convertirse en la dominante en el mediano y largo plazo y de cómo los sujetos juveniles, juntos a otros actores sociales, activen su capacidad de agencia política a través de las múltiples dimensiones que encierra el fenómeno de la participación política.

Autorxs


Julio Sarmiento:

Politólogo. Docente investigador. Facultad de Trabajo Social y Facultad de Periodismo y Comunicación Social. UNLP.

Mariana Chaves:
Licenciada en Antropología y Doctora en Ciencias Naturales con orientación en Antropología. Investigadora CONICET en el Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad, FTS, UNLP. Profesora en la Facultad de Trabajo Social y en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata.