Estados Unidos: de colonia a país imperialista. ¿Ahora qué?

Estados Unidos: de colonia a país imperialista. ¿Ahora qué?

Hoy en día, en el marco de una profunda crisis mundial, es oportuno considerar los límites de la hegemonía estadounidense y la posibilidad de un nuevo ciclo de estructuración del orden mundial. En Nuestramérica, las expectativas por las transformaciones se encendieron a comienzos del siglo XXI con una fuerte perspectiva antiimperialista. Ante este fenómeno, Estados Unidos busca generar las condiciones para volver a disputar su presencia en la región.

| Por Julio C. Gambina |

Estados Unidos surge en 1776 desde un pasado colonial inglés y por lo tanto dependiente del capitalismo liderado por Gran Bretaña, como la única experiencia que llegó a constituirse en potencia hegemónica en el capitalismo en su etapa imperialista.

Lo dicho es una síntesis apretada de una historia de saqueo en lo que hoy se considera su territorio, que avanzó desde un escaso espacio en 1776 a orillas del Atlántico, a uno inmensamente mayor a costa de los pueblos originarios y sus vecinos, para proyectarse como una gran extensión geográfica hacia el Pacífico a fines del siglo XVIII.

Desde esa historia y antes de la gesta emancipadora de los procesos independentistas en Nuestramérica a comienzos del siglo XIX, Estados Unidos surgía como la potencia que extendería su violento accionar por más de un siglo sobre el sistema mundial. Era parte de la disputa por la hegemonía económica, política y cultural sobre Inglaterra, con especial énfasis por asegurar su papel dominante en el conjunto del territorio americano.

El accionar estadounidense sobre toda América es una historia de violencia e intromisión en los asuntos internos de todos nuestros países para definir una lectura geoestratégica de América para los estadounidenses, base espacial para disputar el orden del sistema mundial.

Las relaciones históricas de EE.UU. con Nuestramérica se sostienen en una ideología de la subordinación de la soberanía de los países en la región a la decisión por la dominación regional y mundial del gobierno de Washington a nombre de las empresas originadas en su territorio.

El tiempo histórico de la dominación mundial inglesa cedería su lugar a EE.UU. al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El interrogante del presente, en el marco de una profunda crisis mundial del capitalismo desde el 2007, apunta a considerar los límites de la hegemonía estadounidense y las hipótesis de un nuevo ciclo de estructuración del orden mundial.

La crisis mundial y la oportunidad de los cambios

Estamos aludiendo a ciclos muy largos del desarrollo mundial, especialmente considerando la historia del capitalismo, que en cinco siglos desde su emergencia multiplicó la producción material y con ello, la población en el planeta tierra. Son temas en debate en la coyuntura ante el cambio climático y la crisis ambiental del modelo productivo y de desarrollo del capitalismo contemporáneo asociado a la matriz energética sustentada en hidrocarburos.

El ciclo de las dominaciones reconoce diferentes hegemonías, desde España hasta los Países Bajos y especialmente al ciclo británico en tiempos de la afirmación de la manufactura y la fábrica, revoluciones agrarias e industriales mediante.

La concentración y centralización del capital y su tendencia a la universalización de las relaciones capitalistas de producción hacia fines del siglo XIX permiten pasar de la dominación del capital industrial al financiero y con ello a la época del imperialismo, universalizando la confrontación mundial por el dominio territorial y social que crudamente expresaron las dos guerras mundiales entre 1914 y 1945 y que entronizaron a EE.UU. a la cabeza del sistema capitalista. Al mismo tiempo se procesaba la bipolaridad del orden mundial entre capitalismo y socialismo, por lo menos hasta el proceso de ruptura entre 1989 y 1991, con la caída del muro de Berlín y la desarticulación de la URSS.

La crisis de 1929/1930, procesada entre 1914 y 1945 supuso la reestructuración del orden mundial y su hegemonía. Nuestra hipótesis es que la actual crisis mundial supone nuevas reestructuraciones y renovaciones en el liderazgo del orden capitalista, incluso la posibilidad de la discusión por un orden social y económico más allá y en contra del capitalismo.

En ese sentido, son variadas las menciones a China, desde su equiparación a EE.UU. en la producción material, que anticipan mutaciones en la hegemonía del capitalismo mundial. Cada uno de ellos, EE.UU. y China, son expresión de un quinto de la producción mundial, sumando entre ambos 2/5 del PBI mundial.

Todavía repercuten los anuncios sobre el nuevo liderazgo japonés vociferado en los años ’80 del siglo pasado, y no materializados por la prolongada depresión nipona que se extiende desde los años ’90 hasta el presente. China sigue siendo noticia, por su PBI equivalente e incluso superior al de EE.UU., logro de este tiempo. Pero la desaceleración económica china, producto de la crisis mundial en curso, agrega interrogantes al impacto nacional en territorio chino de un proceso de crisis que se extiende en el tiempo y en la geografía del planeta, y por ahora sin finalización esperada desde ningún ámbito de estudio y seguimiento de la economía mundial.

Iniciada la crisis en EE.UU. en 2007 y asociada a la burbuja inmobiliaria y a la especulación, no parece contenerse y anticipa nuevos procesos y episodios de crisis. Máxime si se considera que buena parte de la expansión del régimen del capital en China está vinculada a la radicación de inversiones externas de origen estadounidense y otros países capitalistas desarrollados. Más aún cuando la construcción residencial y de obras de infraestructura tuvo un papel destacado en el crecimiento del gigante asiático.

Una crisis inmobiliaria es una posibilidad en China y resulta incierta la consideración sobre el impacto de una explosión en su aparato productivo y en la sociedad, que extendió el proceso de urbanización, consumo social y público, junto a la capacidad de organización y conflicto de su clase obrera.

Por ello es que preocupa la crisis mundial originada en EE.UU. y los cambios que puedan operarse en el sistema mundial. La historia de las crisis mundiales nos enseña que debemos estar atentos al impacto del fenómeno de la crisis. Estas son mundiales porque se inician en la potencia hegemónica y desde allí se propagan o diseminan por el mundo ofreciendo la posibilidad de cambios. Claro que nuestra expectativa apunta a cambios que superen la reestructuración en el marco del propio régimen del capital.

Hacia 1874 la crisis surgida en Inglaterra se constituyó en mundial y su resolución supuso el cambio del capitalismo de libre competencia al sistema del imperialismo, abortando las nacientes experiencias de revolución anticapitalista enunciadas en las prácticas y teorías revolucionarias, con Marx, el Manifiesto Comunista, la Asociación Internacional de Trabajadores y la Comuna de París.

Hacia 1930, el epicentro de la crisis se muda de Londres a Wall Street, anticipando el cambio de la hegemonía, pero ahora la respuesta del capital será a la defensiva ante la presencia de potencia de la revolución en Rusia y su consolidación como URSS. El keynesianismo relanzará el desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo, al tiempo que intentará contener la demanda por el comunismo, especialmente en Europa y en EE.UU. Los treinta años gloriosos entre 1945 y 1975 consolidan a EE.UU. como potencia hegemónica hasta la emergencia de la nueva crisis a mediados de los ’70.

Con esta nueva crisis mundial a mediados de los ’70 se abre el paso a una nueva respuesta agresiva y militarista con uso del terror de Estado desde el Cono Sur de América, financiado y teorizado por EE.UU.

Las clases dominantes a escala global expresadas en el poder trilateral de EE.UU., Europa y Japón otorgan aliento a una política de reestructuración regresiva del sistema mundial bajo liderazgo de Washington, que se transforma en gran potencia militar con capacidad de acción en todo el planeta, muy lejos de cualquier otro país, especialmente desde la ruptura de la bipolaridad. La militarización de la sociedad mundial servirá a EE.UU. para intervenir en el ciclo de la crisis económica y más aún en la producción de sentido para un consenso por el orden capitalista. Había nacido así el neoliberalismo y con él se recreaba la máxima del libre comercio que sustentó el programa de la burguesía en tiempos originarios del capitalismo.

El territorio del ensayo neoliberal había sido Sudamérica de la mano del terrorismo de Estado con importante intromisión de EE.UU. y sus intereses estratégicos.

Ofensiva militarizada, terrorismo de Estado y economías emergentes

Estados Unidos es la potencia económica, política, militar y cultural que lidera el proceso de liberalización como programa de máxima del gran capital, para afirmar la transnacionalización y el movimiento internacional de capitales, al tiempo que transforma la ecuación del control militar y social mediante las armas y la manipulación del consenso social, medios de comunicación y difusión mediante.

En ese propósito se encuentra ante las crisis desplegadas en los ’80 y ’90 en todo el mundo, y con fuerza en la recesión económica estadounidense del 2001, cuya salida supuso mayor agresividad en la respuesta militar, con invasiones y difusión de las fuerzas militares de ocupación y despliegue territorial de EE.UU. y sus aliados en todo el mundo; la exacerbación del crédito y la deuda pública, que hoy afecta a los principales países del capitalismo desarrollado, en especial el propio EE.UU., y una repotenciación del programa liberalizador, de aperturas de las economías para la mercantilización extendida de las relaciones económico sociales.

Las políticas anticrisis desplegadas por EE.UU., el capitalismo desarrollado y los organismos internacionales habilitaron la reorientación de los capitales excedentes, afectados en su capacidad de obtener renta suficiente en sus colocaciones productivas y financieras en la tríada del capitalismo hegemónico. El nuevo destino de las inversiones en un espacio reconfigurado del sistema mundial ante la caída de la URSS, habilitó el surgimiento de los “países emergentes” y la ilusión del aliento a nuevas fronteras del desarrollo capitalista autónomo. China fue el principal destino de esos capitales excedentarios y ansiosos por alta rentabilidad. Desde el comienzo de los estudios de la Economía Política y su crítica sabemos que la inversión tiene destino en la producción de plusvalor para la acumulación y la dominación, lo que se genera desde la explotación de la fuerza de trabajo.

Ante los límites de la producción de plusvalor en el capitalismo desarrollado, la búsqueda de nuevos territorios para la explotación se vio favorecida por la decisión en China desde 1978 por modernizar su economía y atraer capitales externos, lo que supuso la expansión inusitada de la contratación de fuerza laboral, asociado a la mejora de los ingresos de contingentes de millones que junto a urbanizar China mudaban población campesina para convertirla en nuevos proletarios del sistema mundial.

No fue China el único ejemplo, y en ese camino encontramos a los BRICS, es decir, a Brasil junto a Rusia, China, India y Sudáfrica, países con abundante población dispuesta a vender barata su fuerza de trabajo y con importante dotación de recursos naturales demandados por el modelo productivo hegemónico del capitalismo contemporáneo.

El papel de EE.UU. en extender la liberalización de la economía mundial desde sus posiciones hegemónicas en los organismos internacionales y como Estado, expresión de las transnacionales surgidas en territorio estadounidense, constituye el elemento determinante en la difusión internacional de las relaciones capitalistas.

La hegemonía de EE.UU. no es sólo su peso en el PBI y la producción material de bienes y servicios en territorio propio, sino su capacidad para intervenir en la producción de sentido simbólico sobre qué hacer en cada coyuntura histórica más allá de sus fronteras, en la dimensión universal de la sociedad capitalista.

No se trata de que la crisis surgida en EE.UU. pueda afectar a su población, que de hecho ocurre con la extensión del empobrecimiento y la desigualdad de ingresos y riqueza en su interior, sino por su capacidad para generar las condiciones de reproducción del sistema capitalista y, con él, la dominación estadounidense. Esa es la clave para pensar el papel de EE.UU. y sus relaciones en el continente para resguardar y potenciar el desarrollo del capitalismo en el ámbito mundial.

La economía de los países emergentes no supone un nuevo orden capitalista en disputa con el viejo modelo de acumulación en el capitalismo desarrollado. La emergencia es una nueva forma que adquiere la subordinación del orden mundial al régimen del capital, ahora transnacionalizado y orientado desde las principales potencias del capitalismo mundial, especialmente EE.UU. y desde los organismos internacionales, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, e incluso articulaciones gubernamentales para discutir procesos de crisis y funcionamiento del sistema mundial, caso del G20. Este ámbito, el Grupo de los 20, fue constituido a invitación de EE.UU. en 2008, sobre la base de una estructura preexistente para tratar el proceso de administración y gestión gubernamental de la crisis mundial, claro que bajo su hegemonía como Estado y en los ámbitos supranacionales de ejercicio de la dominación imperialista. Se trató de asegurar la producción de plusvalor y la acumulación para la dominación capitalista en el ámbito mundial.

¿Es posible pensar más allá del capitalismo y de la dominación de EE.UU.?

Más allá de las especulaciones sobre la hegemonía del sistema mundial del capitalismo y el papel de EE.UU., las expectativas por las transformaciones se encendieron en Nuestramérica, cuando a comienzos del siglo XXI se desplegó un proceso de cambio político con fuerte crítica al orden neoliberal y una perspectiva antiimperialista, especialmente antiyanqui.

Ello se esbozó en propuestas cuyo contenido apuntan incluso en sentido anticapitalista. Entre ellas se destaca un programa de sustento a la soberanía alimentaria contra la dominación de las transnacionales de la alimentación y la biotecnología; tanto como las propuestas por un programa de soberanía energética, que supone el aprovechamiento de las ventajas de la región desde el manejo soberano de extendidos recursos en hidrocarburos y otros bienes comunes en general, pero también de manejo soberano de las finanzas, con proposiciones de una nueva arquitectura financiera regional, con utilización de fondos fiscales y de reservas internacionales para financiar proyectos productivos y comerciales de un modelo productivo y de desarrollo alternativo.

Es cierto que la dimensión económica de la región latinoamericana y caribeña es pequeña con relación al sistema mundial y las principales potencias en la producción y circulación de bienes y servicios. Sin embargo, el mérito se concentra en la reapertura del debate teórico y político sobre los límites del capitalismo y la posibilidad de la superación en sentido anticapitalista, antiimperialista, anticolonial, con sentido plurinacional y pluricultural, contra el patriarcado y el racismo. En definitiva, la búsqueda de la superación no sólo de la hegemonía estadounidense en la región y en el mundo, sino la posibilidad de discutir un nuevo orden mundial, tal como sugirió Cuba desde 1959 y se insinuó desde el movimiento popular en el Foro Social Mundial del 2001 para soñar con otro mundo posible.

Ante la extensión del cambio político regional, EE.UU. generó condiciones para volver a disputar su presencia en la región y a una década de eliminado de la agenda de debate el proceso de creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), crece la perspectiva de la Alianza del Pacífico, para reinstalar el programa liberalizador en la región. Al mismo tiempo se estimulan procesos de restauración política favorable al orden de liberalización, casos emblemáticos ocurrieron en Honduras y Paraguay, y se acelera un proceso desestabilizador y de injerencia creciente en Venezuela para contrarrestar la influencia de la revolución bolivariana que asociada a la experiencia cubana y otros procesos de cambio en la región estimulan una perspectiva antiimperialista que es estudiada con atención en todo el mundo.

Se trata de una ofensiva de EE.UU. en la región para asegurar su papel desde el continente americano en momentos de crisis mundial y disputa de la hegemonía capitalista. El desafío no es sólo para EE.UU., sino para la región, que necesita afirmar sus postulados más radicalizados por el cambio de las relaciones sociales de producción para enfrentar la situación de crisis y contribuir no sólo a superar la hegemonía de EE.UU. en el sistema mundial, sino a impugnar y transformar el propio sistema capitalista. La lucha contra la dependencia capitalista sigue siendo un programa a sustentar contra la ofensiva capitalista y de EE.UU. iniciada hace cuatro décadas. Es un imperativo que despliega la iniciativa popular en este comienzo del siglo XXI.

Autorxs


Julio C. Gambina:

Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. Profesor Titular de Economía Política por concurso en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. Director del Instituto de Estudios y Formación de la Central de Trabajadores Autónoma de la Argentina, IEF-CTA Autónoma.