Entrevista a Gustavo López: “La sociedad acompaña las políticas públicas”

Entrevista a Gustavo López: “La sociedad acompaña las políticas públicas”

| Diálogos políticos: Buscando consensos |

El funcionario defiende los logros del gobierno nacional y explica todo lo que falta hacer. Elogios a Néstor Kirchner y a Raúl Alfonsín y críticas a los partidos tradicionales.

El subsecretario general de la Presidencia, Gustavo López, recibió a Voces en el Fénix en su despacho en la Casa Rosada. El dirigente, que proviene del radicalismo y milita activamente en el kirchnerismo, planteó los principales desafíos que el oficialismo tiene para el futuro, desde una perspectiva histórica que tiene en cuenta los aportes de los principales movimientos políticos de la Argentina.

–¿Considera que hay dos modelos en disputa? ¿En qué medida el gobierno nacional encarna uno de ellos?

–Claramente sí. La década neoliberal no pasó en vano. Por cuestiones no sólo económicas, sino por cuestiones metodológicas e ideológicas hubo una especie de vaciamiento que atravesó a todos los partidos políticos. Ser peronista o radical puede no representar nada, depende en qué momento uno se sitúa. En los ’90, el peronismo se convirtió en el partido conservador y aplicó un feroz ajuste, sólo comparable con el de (Augusto) Pinochet en Chile. Pero hoy hablamos de otro peronismo. Y lo mismo pasa si se compara al radicalismo de los ’80 con el de ahora. Hay dos grandes avenidas en la vida política argentina, dos trazos gruesos: un modelo desarrollista, progresista, nacional y popular, cada uno lo denomina como quiere, depende de su origen; y otro, neoliberal y conservador. Dentro de estas corrientes hay matices. Pero hay dos modelos económicos, y el Gobierno encarna uno de ellos, que implica la creación de empleo, el mercado interno, el consumo, el trabajo en blanco. Y una serie de políticas puntuales, como la asignación universal, la reestatización de los fondos de jubilaciones y pensiones. O se está con los fondos públicos o con las privatizaciones. Entre el ’89 y el ’99 la jubilación estuvo congelada en 180 pesos. Y después les rebajaron un 13 por ciento. Desde que asumió Kirchner, en cambio, tuvieron 14 aumentos. Y desde que está Cristina, hay una ley que dice que dos veces por año tiene que haber un aumento. Y el aumento promedio es de un veintipico por ciento. Sin dudas, el Gobierno encarna la corriente progresista.

–¿Existen resabios de neoliberalismo en el proyecto del oficialismo?

–Son las instituciones las que tienen resabios de neoliberalismo. El neoliberalismo penetró muy profundamente en la vida institucional. Todavía falta cambiar la Ley de Entidades Financieras y la Carta Orgánica del Banco Central. Esos son resabios del neoliberalismo: no es que los tenga el Gobierno, lo adquirieron las instituciones de nuestro país. Son procesos. La reestatización de los fondos de jubilaciones y pensiones se hizo en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Esto no significa que el gobierno de Néstor Kirchner no haya sido popular, progresista o desarrollista en materia económica. Todavía teníamos instituciones del neoliberalismo y todavía seguimos teniendo algunas. Los cambios que está produciendo el gobierno de Cristina son exactamente opuestos en lo estructural a los cambios que hizo el gobierno de (Carlos) Menem. Así como Menem estructuralmente cambió la Argentina, en el sentido negativo, con una transformación conservadora y brutal que dejó al país con 52 por ciento de pobres, ahora se están también haciendo cambios estructurales recuperando todo lo que se perdió con el neoliberalismo. Va a llevar muchos más años porque estos cambios son de leyes muy importantes.

–¿Cuáles son los desafíos a la hora de generar estos cambios estructurales?

–Se ha dado un fenómeno muy particular en el mundo, a partir de la globalización: el capital se reproduce a sí mismo. Históricamente, el capital estuvo ligado a la producción. El excedente de capital, el ahorro, era producto del excedente de producción. Si se producía producción primaria o secundaria, ese ahorro iba a parar al sistema financiero. A partir de mediados de los ’70, con la crisis del petróleo y la suba de los precios del crudo, se dio un fenómeno que después tomó vigor en los ’80: se independiza el capital financiero del capital productivo. Al país le puede ir bien o mal, puede producir o no. Pero el capital financiero se independizó y se reproduce a sí mismo. Son las famosas burbujas. En algún momento, explotan. Esto fue un fenómeno que en la Argentina se vivió a partir del ’76 con Martínez de Hoz. Poner las leyes bancarias al servicio del sistema productivo y no del servicio financiero es un cambio muy profundo que hay que lograr. Seríamos pioneros. El mundo sigue para otro lado. En la dictadura adoptamos esa política: es hora de cambiarla.

–¿Considera que hay consenso para profundizar los cambios?

–En este momento el consenso está. Tuvimos un gran consenso durante todo el gobierno de Kirchner. Se dieron distintas circunstancias. Él asume con el 22 por ciento de los votos. El país estaba realmente en llamas, estábamos al borde de la disolución. No había instituciones reconocidas por la sociedad. La gente pedía que se vayan todos y si encontraba alguno lo colgaba en el medio de la calle. Nos olvidamos, pero los diputados querían hacer un túnel que fuera del Anexo a la Cámara porque no podían cruzar la avenida Rivadavia. Ese grado de disolución social se superó a partir del 2003, cuando Kirchner decía “vamos a ser un país serio”. Era simplemente eso: no es mucho, pero para la Argentina es demasiado. El establishment le toleró todo, porque necesitaba poner al país cabeza arriba y patas para abajo. Cuando se logró, lo empezaron a cuestionar. La puja por el poder en la Argentina comienza cuando la Argentina se pone de pie, no antes. La sociedad acompañó todos estos cambios. Y el establishment también acompañó, hasta fines del 2006, principios del 2007. Después empezó una puja muy fuerte por el poder y perdimos la discusión con la 125. Recobramos el manejo y el acompañamiento de la opinión pública después de las elecciones de junio de 2009. El Gobierno retomó la iniciativa y la sociedad nos volvió a acompañar. La Ley de Medios ayudó mucho a deconstruir el discurso hegemónico del otro lado: la gente empezó a darse cuenta de que se juegan intereses, que plantean la vuelta al modelo neoliberal, mienten y construyen una realidad ficticia de acuerdo con esos intereses. No es que hay una propuesta superadora y plantean profundizar el modelo pero mejor. La propuesta parlamentaria que tiene la oposición es votar en contra, o sea volver para atrás. La sociedad está acompañando las políticas públicas. Lamentablemente, esto se vio con la muerte de Kirchner.

–¿Cómo evalúa las alianzas que tiene el oficialismo con sectores como el de Gildo Insfrán en Formosa?

–Es un proceso que tiene contradicciones, en el propio seno del peronismo. Recordemos que en el 2003 había tres candidatos peronistas, y tres candidatos radicales. Menem salió primero, Kirchner segundo y Alberto Rodríguez Saá tercero. Y en 2007 estuvo Cristina, pero también Roberto Lavagna y Rodríguez Saá. No es que el peronismo se haya encolumnado. El kirchnerismo es un fenómeno diferente al peronismo, aunque se nutre de sus raíces. Es lo más parecido al primer peronismo, al del ’45, que se ha visto. Obviamente actualizado al siglo XXI. No todos los que acompañan están en la misma sintonía, ni todos los que acompañamos venimos del peronismo. Ojalá esto finalmente pudiera transformarse en otra cosa, y las viejas estructuras partidarias sincerarse y que se hagan dos grandes movimientos, uno de centroizquierda y otro de centroderecha. No veo este proceso cerca. Las estructuras tradicionales siguen en pie. Hay peronismo de izquierda y de derecha. Y radicalismo de izquierda y derecha. Esto va a seguir así. Nosotros no estamos apoyando al peronismo, estamos apoyando a este modelo que lo encabezó Néstor y ahora lo encabeza Cristina: el kirchnerismo. Y nos sentimos parte, con nuestra propia identidad. Así como hay un sector del socialismo, el Frente Grande, entre otras fuerzas políticas. Entonces, obviamente que hay contradicciones. Pero no me preocupan, porque estas contradicciones estuvieron siempre en el seno de todos los gobiernos. Raúl Alfonsín era progresista y convivía con sectores conservadores. En un momento tuvo un quiebre y el entorno conservador pudo más que el progresista. El tema es qué sector gobierna. Aquí, la profundización del modelo es lo que está llevando adelante Cristina, y nosotros apoyamos. Ni todos los que están de esta vereda están convencidos y son buenos, ni todos los que están de la otra son malos. Ahora, el tema es quién lidera y qué política ejecuta. Y las políticas de este gobierno son progresistas. Los grandes movimientos políticos en la Argentina son contradictorios. Nacen populares, pero tienen momentos conservadores, como el radicalismo en los ’30 y ’50. Ahora, recordamos el radicalismo de Hipólito Yrigoyen y Alfonsín. Lo que hace grande al radicalismo es esa historia popular. Lo que hace grande al peronismo también es esa historia, la de Juan Domingo Perón y la de Kirchner, si el peronismo hubiera sido Menem habría desaparecido. Estos movimientos populares son su esencia. Nadie que esté en el espacio progresista puede dejar de lado las históricas banderas de los grandes movimientos nacionales y populares de la Argentina. Hay radicales y peronistas del campo conservador. También se ve en el mundo. En España el PSOE está aplicando el ajuste y privatizando como no lo hizo José María Aznar en los ’90, aunque se digan socialistas y obreros.

–¿Qué opina de la contraposición que se hizo de la figura de Alfonsín con la de Kirchner?

–Yo no pertenezco al peronismo. Provengo del radicalismo, del sector progresista. Cuando entendimos que el radicalismo se había consolidado en posiciones conservadoras, junto con muchos otros, decidimos irnos, reivindicando nuestra historia. Reivindico a Alfonsín como punto de inflexión de la vida política de la Argentina. No todo el peronismo lo hace. En general hay sectores del peronismo que son renuentes a hacerlo, hasta por una cuestión de envidia: “No lo hicimos nosotros, lo hicieron ellos, no se los reconozco”. Así como Alfonsín sentó las bases de la institucionalidad de la Argentina, después de 70 años que veníamos de golpe en golpe, Kirchner rompió la estigmatización de que hay determinadas cosas que no se pueden: volvió a poner a la política por encima de la economía, y rompió los cánones preestablecidos. Son dos grandes transformadores de la vida política de los últimos veinte, treinta años. Yo provengo desde los ’70 del radicalismo, tengo un afecto muy especial por Alfonsín. Y pierdo objetividad en el análisis. Como todo hombre, tuvo sus claroscuros. Se lo va a recordar por sus momentos de brillantez política, por haber sido defensor de los derechos humanos en los ’70: básicamente por haber restaurado la democracia en la Argentina. Ha cometido errores que tienen que ver con la economía, donde siempre le fue muy mal. No pudo reencauzar nunca el modelo productivo de la Argentina, subordinó la política a la economía. Y no comparto el Pacto de Olivos, más allá de que la Constitución del ’94 es mucho mejor que la anterior. La coyuntura del mundo era otra, venía la ola conservadora. Él la resistió hasta donde pudo y después nos pasó por arriba. Asumió Menem y entregó el poder a las corporaciones, que Alfonsín había enfrentado en la primera etapa de su gobierno. La derecha usa a Alfonsín en contraposición a Kirchner, pero no es el Alfonsín de los ’80, el que se enfrentó a la Iglesia, a los militares, a las corporaciones, a la Sociedad Rural; es un Alfonsín lavado, inexistente. El Alfonsín que fue chiflado en la Rural es el que se enfrentaba a los grupos económicos. El tema es que perdió la pulseada. Le hicieron un golpe económico. Y en cambio, Kirchner les ganó la pelea. Es una cuestión de resultado. Kirchner dio esta pelea por varios motivos. Primero, por convencimiento. Segundo, por un gran coraje. Tercero, porque se da cuenta de que es esto o nada. Si aplicaba las mismas recetas, ya el país había experimentado todo lo que tenía que experimentar. Fueron dos grandes líderes. Cada uno va a ser recordado por lo que ha dejado en el país.

–¿Cree que este es un momento propicio en Latinoamérica para proyectos emancipadores?

–Lo vivo como un momento extraordinario que ojalá se convierta en un proceso ordinario. Estamos viviendo un paréntesis en la historia de América latina. Si se revisa lo que pasó de 1810 a 2010, esto es lo más parecido al proceso emancipador. Hay sintonía entre los presidentes de América del Sur que bregan por la Patria Grande, por el sistema democrático, las garantías y los pactos que se hicieron en la última Cumbre Iberoamericana. Se vio con lo que sucedió con la Unasur, que intervino para frenar el intento de golpe a Rafael Correa en Ecuador y lo que sucedió entre Argentina, Uruguay y Brasil para frenar el intento de golpe contra Evo Morales en Bolivia. Habría que remontarse al ’40 o el ’50 con los movimientos populares que surgieron en esa época: Getulio Vargas en Brasil, Perón en la Argentina, el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia, el batllismo en Uruguay, y en México, Lázaro Cárdenas. Pero surgieron en momentos diferentes. El momento actual es excepcional porque todos los líderes de América latina están en esta sintonía. Se llegó a un grado de madurez muy interesante, después del saqueo del neoliberalismo y las dictaduras militares. Es muy importante el triunfo de Dilma Rouseff en Brasil y que sigan ganando los sectores políticos que abonen el progresismo, los movimientos nacionales y populares. Para consolidar este proceso necesitamos más tiempo, que Cristina gane en el 2011, que José Mujica ganara en Uruguay y Dilma en Brasil. Los resultados de este proceso extraordinario son beneficiosos para toda la sociedad. Creció la economía, el PBI, el empleo. Hay una mayor redistribución de la riqueza. Pero los sectores conservadores van a intentar de una u otra manera desestabilizar a la región. Hay que estar atentos porque estamos acechados permanentemente. Intentaron un golpe en Bolivia y en Ecuador y no fructificó. Pero sí pudieron hacerlo en Honduras, que queda un poquitín más lejos. Es un antecedente muy peligroso. La OEA prácticamente ya no existe. Los organismos internacionales como la Unasur pueden ser un gran remplazo para dar una respuesta adecuada. Vamos a tener, por suerte, varios años más de esta excepcionalidad hasta que convirtamos el continente en el territorio soñado, a lo mejor Latinoamérica es la tierra prometida.