El devenir de la pandemia
El artículo analiza diferentes aspectos vinculados a la crisis sanitaria desencadenada a partir de la propagación del Covid-19, como los mecanismos de procesamiento y difusión de información sobre contagiados y fallecidos por el virus, y los diferentes tipos de desigualdades que la pandemia evidenció rápidamente.
“El Estado no puede quedar indiferente ante los problemas de la salud de un pueblo, porque un pueblo de enfermos no es ni puede ser un pueblo digno”.
Ramón Carrillo
Introducción
Estamos frente a un hecho inédito en la historia del capitalismo moderno, por lo cual resulta imposible saber cómo y cuándo saldremos de la pandemia. ¿Por qué? Porque hace menos de un año que conocemos al Covid-19 y la enfermedad que produce, y en ese tiempo, día tras día, no deja de sorprendernos con su comportamiento epidemiológico, por los nuevos síntomas o secuelas clínicas que se notifican, y por los efectos y respuestas que se desencadenan a nivel político-económico e ideológico-cultural. Por otra parte, la solución que se espera, la vacuna, tampoco brinda certezas sobre los niveles de inmunidad que dejará, y si habrá o no complicaciones a futuro, dado el acotado tiempo de desarrollo de la fase III de investigación. No obstante, la vacuna aparece como la mejor opción frente a la grave situación que se vive a nivel mundial.
Una pandemia no es solo un problema sanitario, una pandemia desnuda a una sociedad y hace visibles situaciones que escapan a explicaciones simples y lineales, para introducirnos en un laberinto. La pandemia también puede ser leída como una tragedia griega que nos habla de lo humano y su devenir.
Contradicciones y paradojas en el devenir de la pandemia
En las primeras horas de la tarde del 3 de marzo, el gobierno argentino informaba del primer caso de Covid-19 en nuestro país, el cual había ingresado por el aeropuerto de Ezeiza en un vuelo de Alitalia, proveniente de Milán. Hasta entonces, desde el 31 de diciembre de 2019, se habían notificado a nivel mundial 90.870 casos de Covid-19, con 3.112 defunciones, de los cuales el 88,4% era reportado en la República de China, con una acumulación del 83,7% en la provincia de Hubei, sitio en el que se inició la pandemia. La debilidad de los controles en Ezeiza frente al Covid-19 fue el principal error del Ministerio de Salud de la Nación, ya que los que llegaban al país se sorprendían y relataban “pasé sin ningún control”, o “entregué un papel y nada más”.
En enero de 2020, en lo que se consideró el inicio de la pandemia, comenzó un movimiento, en la ciudad de Wuhan, que aplaudía a los trabajadores de la salud a las 21 horas como forma de reconocimiento a su trabajo. El fenómeno se generalizó con la etiqueta #ClapBecauseWeCare (aplaudimos porque nos importa), aunque terminó por desaparecer con el tiempo. En la Argentina, los últimos registros más cercanos a lo relatado presentaron otra dinámica: lo que aparecía como idílico no tardó en mostrar sus fisuras. Por un lado, algunos vecinos de trabajadores de la salud comenzaron a hostigarlos por temor a contagiarse, al considerar que al estar trabajando con pacientes infectados representaban un peligro para el barrio o el edificio; por otro lado, profesionales mal pagos decían, con justa razón, “no queremos solo que nos aplaudan los vecinos, sino que nos paguen nuestros empleadores”.
Al mismo tiempo que se observaba un aumento de los infectados por Covid-19, en la población en general y en los trabajadores de la salud en particular (entre un 10% y un 15% se vio afectado durante la pandemia), en distintas ciudades se producía un menor cumplimiento de las normas de protección personal, aislamiento y distanciamiento, se comenzaron a realizar fiestas clandestinas y reuniones familiares en las que tampoco se cumplían las normas. A todo ello se sumó el cansancio y el desgaste de los trabajadores de la salud ante la magnitud de pacientes con Covid-19, sumado a que las condiciones y el medio ambiente de trabajo no siempre respetaban las normas de bioseguridad, poniendo en riesgo sus vidas. En paralelo, las manifestaciones de los movimientos anticuarentena, con quema de barbijos, impulsaban la desobediencia a toda indicación sanitaria.
La combinación de las situaciones anteriores produjo un desgaste en la relación entre población y trabajadores de la salud que provocó quejas cruzadas. Así, mientras los trabajadores de la salud señalaban la falta de cumplimiento de las normativas y la poca solidaridad por parte de la población, habitantes de distintos lugares denunciaban la falta de atención. Esas quejas fueron en incremento, a veces eran justificadas, y otras no hacían más que reflejar el miedo y los distintos puntos de vista sobre las realidades sanitarias que cada vez fueron más heterogéneos en la Argentina, como también fue diferente el compromiso ante la pandemia por parte de las autoridades sanitarias de las distintas jurisdicciones del país.
Desde el inicio, las indicaciones de prevención fueron: lavado frecuente de manos, aislamiento y distanciamiento social. Esas normas de racionalidad infectológica indiscutible solo exigían lo que para muchos era imposible: una casa que permitiera mantener la distancia y el aislamiento, y tener agua potable en su domicilio. Esos requisitos solo eran posibles para una parte de la población argentina, mientras otra gran parte no solo enfrentaba la pandemia sin esas posibilidades materiales, sino que además fue la primera que enfrentó la crisis económica ante la caída de la actividad económica informal. No contextualizar la “verdad científica” no es infrecuente en los saberes universitarios obnubilados por la ciencia universal, y así se siguió la lógica weberiana basada en la acción racional orientada a fines y la lógica parsoniana, al considerar a las personas como recipientes vacíos que incorporan las normas formuladas por los agentes socializantes de la sociedad, más que pensarlos como agentes creativos.
La pandemia se reprodujo más rápido en situaciones de desigualdades sociales, y encontró su lugar en América latina, el territorio más desigual del planeta, lo que se objetiva en el número de casos y muertos al compararlo con otros continentes. Esas desigualdades en América latina se ampliaron con la pandemia. Un análisis de Oxfam señala un doble impacto del Covid-19, ya que por un lado se calcula que hasta 52 millones de personas podrían caer en la pobreza y 40 millones podrían perder sus empleos, lo que marcaría un retroceso de 15 años para la región; pero, al mismo tiempo, las personas más ricas habrían aumentado su fortuna en 48.200 millones de dólares desde marzo de 2020, lo que equivale a un tercio del total de los paquetes de estímulo económico de los países de la región.
Al instalarse la pandemia, los medios de comunicación social comenzaron a transmitir en todo momento el número de muertos y de contagios. Con esos datos se armaban rankings de muertos e infectados por países y jurisdicciones. Los medios de comunicación y el imaginario social creían que los sistemas de información en salud transportaban datos de alta consistencia y, por ende, válidos para orientar acciones, pero no era así. Quienes pertenecemos al campo de la salud conocemos la fuerte debilidad de las estadísticas sobre las enfermedades, incluidas las de notificación obligatoria (vigilancia epidemiológica) y el desconocimiento de variables relacionadas con esas enfermedades, sean sociodemográficas, del ámbito laboral, de la atención en los servicios de salud, o de los tratamientos indicados. Esta información, junto a las estadísticas de mortalidad, resultan esenciales para un análisis epidemiológico que permita la implementación de acciones eficaces. Todo ello puede parecer inadmisible para quien pertenece a un área productiva de la sociedad, pero es así, y es un viejo problema del campo de la salud que no se limita a la Argentina. Claro que no es inocente y se debe a fuertes intereses que esos datos no se conozcan. A veces aparecen en los medios noticias tales como “Se pagaron dos ataúdes por un muerto”, “Una mujer fue operada de próstata”, “Un adolescente fue operado dos veces de apendicitis”, “Se usaban medicamentos adulterados”, etc. Podemos afirmar, sin temor a exagerar, que no hay especialidad profesional del campo de la salud que no realice acciones de sobre o subprestación, y que para ello se alteran registros a los fines de incrementar la tasa de ganancia, aunque sea a costa de la salud de las personas. Estas afirmaciones se tornan más graves si recordamos que la Argentina gasta en salud el 10% del PBI, de allí que sostenemos que podemos tener mejor salud con menos gasto.
Antes de la pandemia, los sistemas de información epidemiológicos tenían serios problemas, ya conocidos, y la pandemia los dejó en franca evidencia. Esos sistemas de información aún dependen de tareas manuales, están lejos de estar automatizados y rápidamente se vieron sobrepasados, por lo que los datos que se difunden por los medios de comunicación son cada vez menos confiables. En Inglaterra, que cuenta con el National Health Service (NHS), el sistema público de salud de acceso universal más jerarquizado del mundo, y donde radica la London School of Hygiene & Tropical Medicine de la Universidad de Londres, la escuela de epidemiología más famosa, debieron reconocer también problemas de registro con el Covid-19.
Durante la pandemia, los problemas de los sistemas de información epidemiológica se mezclaron con viejas picardías, como la de ocultar el número de casos o de muertos por Covid-19. Analicemos por separado ambas situaciones. El número de casos se relaciona con la búsqueda activa que se realice, y como dice el refrán, “el que busca, encuentra”. Es decir que las jurisdicciones que tuvieron como política salir a buscar infectados mediante alguna de las formas de testeo existentes van a tener mayor número de casos que aquellas que no lo hicieron, y entonces un mayor número de casos no es necesariamente negativo, sino que nos habla de una política activa de búsqueda que es fundamental para disminuir contagios. Para analizar el número de muertos hay que observar las tasas de letalidad por Covid-19 (número de muertos por Covid-19/número de casos por Covid-19) donde hay valores muy dispares entre jurisdicciones y entre países, lo cual se puede explicar por el subregistro de casos (disminuye el valor del denominador por lo que aumenta la tasa de letalidad); o el subregistro de muertes (disminuye el valor del numerador y la tasa de letalidad disminuye). Una tasa de letalidad alta por Covid-19 puede tener distintas explicaciones: subregistro de infectados/muertos, mala calidad de atención médica, alto porcentaje de población mayor de 60 años, o mayores desigualdades sociales. Como vemos, los datos a los que tenemos acceso de la Argentina (por provincia y de otros países) muestran diferencias difíciles de entender (tablas 1 y 2).
En la situación actual de la pandemia, con un escenario de colapso sanitario generalizado, se necesita una respuesta que vaya más allá de la infectología, la epidemiología o cualquier otra disciplina. La sociedad en su conjunto debe discutir cómo seguir con la pandemia y asumir los costos de la decisión que se tome, más allá de las opciones dicotómicas entre salud o economía.
Salud no es medicina, salud es derechos, es ciudadanía. Nos debemos una discusión al respecto como sociedad, ya que la salud en tanto problema complejo no puede reducirse a lo médico, si no queremos fracasar como sociedad y seguir incrementando las desigualdades sociales. Poner en discusión esos temas no asegura que se solucionen, ya que dependerá de que en ese proceso se construyan actores sociales capaces de colocar y sostener la discusión en la agenda pública sobre la disminución de las desigualdades y la ampliación de los derechos.
Tabla 1. Características epidemiológicas del Covid-19 por provincias de Argentina, al 10/12/2020
Fuente: datos del Ministerio de Salud de Nación, Instituto Nacional de Estadística y Censos.
Tabla 2. Características epidemiológicas del Covid-19 entre los primeros diez países con más casos, al 10/12/2020
Fuente: datos del Ministerio de Salud de Nación, Instituto Nacional de Estadística y Censos y Banco Mundial.
Interrogantes ante un futuro incierto
La pandemia no solo desnudó dimensiones político-económicas e ideológico-culturales, sino que nos deja preguntas y problematizaciones producto de quiebres que se han ido acumulando. ¿Qué vamos a encontrar cuando la población vuelva a consultar a los servicios de salud?, ¿qué pasó con las demandas no vinculadas al Covid-19, que no pudieron ser atendidas o que por temor a contagiarse las propias personas pospusieron controles o consultas?, ¿cuáles serán las consecuencias de los miedos que las personas atravesaron durante la pandemia?, ¿podremos fortalecer los sistemas públicos de salud, dando una discusión que desplace la institucionalidad desde los hospitales a los centros de salud para lograr así humanizar la relación entre los trabajadores de la salud y las poblaciones en territorio, poniendo énfasis en los procesos de cuidado, necesidad que la pandemia expuso de manera cruda? La pandemia dio visibilidad a viejas denuncias, como la necesidad de un Estado fuerte para intervenir en situaciones críticas de la sociedad, las inapropiadas condiciones del transporte urbano, el déficit de viviendas dignas y el acceso a servicios básicos de grandes grupos poblacionales, la vulnerabilidad de los trabajadores informales, la necesidad de una soberanía alimentaria y sanitaria, y la imperiosa necesidad de un ingreso ciudadano, la importancia de los trabajadores esenciales que son los peor pagos y, sobre todo, el tomar conciencia del precio que pagamos por vivir en sociedades tan desiguales.
El 11 de septiembre de 2001, en el atentado a las Torres Gemelas, murieron casi 3.000 personas y se dijo que ese día “el mundo se detuvo”. El Covid-19 lleva ya más de un millón de muertes reconocidas a nivel mundial, y no sabemos cuántas serán finalmente. ¿Cómo será llamado este tiempo? No creemos que mecánicamente la pospandemia nos lleve a un nuevo mundo. Seguro podremos afirmar que vivimos situaciones y oportunidades impensadas en tiempos y formas, y que no todas fueron o serán aprovechadas.
Autorxs
Hugo Spinelli:
Director del Instituto de Salud Colectiva. Universidad Nacional de Lanús.