El avance de la frontera agrícola en regiones extrapampeanas

El avance de la frontera agrícola en regiones extrapampeanas

En los últimos años la producción de cultivos tradicionales del norte argentino se vio desplazada por el cultivo de soja y otras oleaginosas, junto con la cría de ganado de alta calidad. ¿Cuáles son los impactos económicos, sociales y ambientales de este fenómeno?

| Por Alejandro Rofman* |

El proceso de “agriculturización” de las regiones del norte argentino puede definirse, en general, como el avance de la frontera agropecuaria pampeana sobre áreas dedicadas históricamente a cultivos propios de las condiciones ecológicas y ambientales de dichas regiones o sobre espacios vírgenes de toda intervención humana (monte, selva, cuencas hídricas, etc.). Es decir, de lo que se trata es de observar cómo, en fechas recientes (no más de 15 o 20 años), comenzó un avance firme de procesos agrícolas, especialmente aquellos granos y oleaginosas de amplia aptitud exportadora, que asentaron sobre espacios que desconocían hasta esos momentos la presencia de cultivos de reciente implantación o de presencia previa pero en limitadas dimensiones.

Este proceso generó una dinámica de sustitución de actividades más tradicionales por nuevas en las praderas del norte argentino, al mismo tiempo que se ocuparon zonas hasta entonces sin explotar. Además, surgió otro proceso de modificación de los destinos de los espacios rurales tradicionales originado por el decidido avance de la ganadería de mayor calidad, proveniente de la pampa húmeda, como resultado del desplazamiento de la misma al ser ocupadas las tierras destinadas a la cría del ganado vacuno por los nuevos cultivos de exportación.

Las causas de este fenómeno y sus consecuencias ambientales, económicas y sociales son muy numerosas y diversas.

En primer lugar se trata de acciones llevadas adelante por agentes económicos originarios de afuera de la región o que modificaron su actividad transformando cultivos de baja rentabilidad por otros que aseguraban tasas de beneficio superiores. Tales agentes, al iniciar una nueva actividad en reemplazo de la anterior, o al invadir terrenos inexplorados, imponen su impronta sobre el espacio agrícola a través de una estrategia de muy diferente racionalidad y manejo. El cultivo agrícola dominante en este desplazamiento de usos de la tierra fue –y sigue siendo– la soja. Y acompañando este nuevo rubro productivo en el agro norteño, aparece un perfil ganadero de cría e invernada mucho más complejo que el predominante hasta entonces. La primera pregunta que asoma al respecto es muy simple: ¿quiénes son los agentes económicos capaces de desplazarse desde el sur al norte, con producciones modernas y de manejo sofisticado, que requieren ingentes inversiones? Sin duda los productores capitalizados de la pampa húmeda que ven una gran oportunidad de cultivar tierras que se agregan a sus propiedades pampeanas y que se sienten alentados a realizar el esfuerzo de adquirirlas o alquilarlas ante la perspectiva de elevados beneficios. Y estos productores, necesariamente, requieren tanto para el cultivo de la soja como para la explotación ganadera de predios cuya extensión supera largamente la de los pequeños productores, dedicados a la agricultura familiar, o la de los pequeños agricultores, en su mayoría, algodoneros. Se trata de agentes económicos capitalizados, que realizan inversiones eficientes y compatibles con las superficies mínimas requeridas para cada una de las dos actividades arriba citadas.

La extensión del capitalismo agrario moderno pampeano a zonas que poco lo conocían salvo excepciones, ocupa predios de tamaño medio o de gran extensión que, o eran principalmente el asiento de explotaciones algodoneras, o se trataba de tierra virgen ocupada por formaciones boscosas que se adquirían y se ponían en valor mediante el correspondiente desmonte.

En segundo lugar, este fenómeno muy difundido de sustitución fue también encarado por los mismos productores regionales que descartaron cultivos previos de baja rentabilidad por razones circunstanciales y se dedicaron a la soja o a criar ganado de calidad. Estos productores dejaron de lado cultivos que tenían una particularidad: requerían una densidad significativa de fuerza de trabajo por hectárea para el manejo de la siembra y la ulterior cosecha y se volcaron, con tecnología y formas de gestión muy modernas, al nuevo cultivo con bajas o mínimas exigencias de fuerza laboral. Este fenómeno, conducido por agentes económicos anteriormente radicados en las regiones del norte o por empresarios capitalistas de más al sur, producía un inevitable vaciamiento demográfico en las zonas rurales afectadas por el mismo, dada la muy diferente tecnología de producción que separaba los cultivos tradicionales de los nuevos.

En tercer término, se fueron generando cambios significativos entre el modelo de relacionamiento del productor moderno con el medio circundante y con el Estado local o provincial. El nuevo modelo organizativo suponía el ingreso a la región de insumos provenientes de fuera del ámbito regional, y la producción, una vez recolectadas las cosechas o criado el ganado, se remitía, sin añadir valor a lo que se exportaba, a los centros de embarque al exterior o a las industrias procesadoras instaladas en la región pampeana. Así, agentes económicos fuertemente capitalizados, en forma individual o asumiendo las figuras crecientemente extendidas de pools de siembra o de grupos que financiaban las cosechas, comenzaron a actuar como “enclaves” dentro de la región norteña. Actuaron desconectados de la vida y el escenario productivo local reduciendo notoriamente el impacto de los efectos dinamizadores que sobre otras actividades conexas antes suponía una decidida intervención de proveedores y adquirentes para procesamientos locales de lo cosechado, especialmente en el caso del algodón. Finalmente, los impactos ambientales se fueron reproduciendo, cada vez más, en términos negativos. El desmonte forestal indiscriminado para habilitar tierra orientada a los nuevos usos supuso una modificación singular del perfil ecológico regional. Se focalizó básicamente en la provincia de Santiago del Estero y, en menor medida, en el Chaco.

A manera de síntesis, cabe efectuar algunas reflexiones acerca de los aspectos positivos y negativos más relevantes del avance de la ”pampeanización” sobre la estructura rural preexistente en el NOA y el NEA.

En este sentido seguimos las líneas argumentales expuestas por Eduardo Azcuy Ameghino y Lucía Ortega en un artículo publicado en 2010 en el Nº 5 de los Documentos del CIEA de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. En dicho texto, denominado “Sojización y expansión de la frontera agropecuaria en el NOA y el NEA; transformaciones, problemas y debates”, se argumenta que la polémica sobre las consecuencias integrales del proceso que hemos descrito está todavía abierta. Puntualizan, además, que hay una corriente de pensamiento analítico que acepta los aspectos positivos de los cambios productivos. Entendiéndose por ellos el aumento singular de la producción sojera acompañada de un proceso de modernización tecnológica y de gestión. Pero, al mismo tiempo, este fenómeno aparece cuestionado por el presunto daño ambiental y la exclusión de los sectores más débiles y subordinados de la producción agraria regional que quedan apartados del negocio productivo y financiero de los medianos y grandes productores. Estos, en gran parte externos a la región del Norte, remiten sus beneficios fuera de ella y no los reinvierten en fortalecer una eventual cadena productiva. Una visión contrapuesta a la anterior es mucho más crítica pues se basa en principios de defensa de las condiciones ecológicas en que se desarrolla el proceso de modernización del cultivo y de los impactos sociales regresivos en la ocupación de fuerza de trabajo local y en la ausencia de efectos benéficos directos e indirectos sobre el tejido productivo regional. La utilización masiva de la semilla transgénica sojera es un factor considerado negativo para el ambiente y, por ende, es fuertemente criticado, Además, el proceso de desmonte en las dos provincias citadas se caracteriza como una amenaza directa contra la biodiversidad y la supervivencia de la población de pueblos originarios históricamente adaptados a las condiciones de existencia en zonas boscosas de las provincias del Norte.

Más allá de intentar saldar la polémica, lo que no es nuestra intención, nos interesa remarcar que el avance de soja y ganadería en el Norte no resulta un fenómeno neutral tanto en términos ambientales, sociales, productivos o culturales. Queda así instalada una discusión que es obligatoria encararla cuanto antes para definir una estrategia de desarrollo rural regional que haga frente a las carencias y capitalice los beneficios al interior del espacio involucrado. Esa estrategia debe atender al futuro de la calidad de vida para la población local que no la subordine a los intereses de valorización del beneficio económico o financiero y que prevenga toda explotación excesiva de los recursos naturales preexistentes.

Para ilustrar adecuadamente y con mayor profundidad la importancia, magnitud e impacto del proceso de agriculturización del norte argentino damos cuenta de un trabajo que realizamos sobre el efecto de los cambios ocurridos cuando la irrupción de la soja. El análisis se refiere al periodo inmediato posterior al inicio de este siglo, el espacio está circunscripto a la provincia del Chaco, y fue realizado en el Centro de Estudios Urbanos y Regionales, unidad técnica del CONICET, por la Lic. Inés Liliana García y el firmante de este artículo.

Una primera comprobación evidente fue la recolección de numerosas quejas de los productores agricultores algodoneros, aun luego de que la devaluación del año 2002 ajustó el precio del algodón en bruto a la nueva paridad cambiaria. Es que la herencia de la historia agrícola regional pesaba muy fuerte y condicionaba cualquier cambio de actitud frente al nuevo escenario. Los argumentos a favor de esta hipótesis son abundantes. Así, según Besil, en un artículo aparecido en el chaqueño diario Norte el 19 de noviembre de 2002, haciendo referencia al cultivo algodonero: “El área sembrada se redujo entre los años agrícolas 1997/1998 y 2001/2002 en 619.000 has; por su parte los sembrados de soja, girasol y maíz, en el mismo período aumentaron su área de cultivo en 646.500 has”. Se advierte, a primera vista, que hay un proceso de sustitución de cultivos casi equivalente entre el predominante en la historia chaqueña y los que, si bien tenían antecedentes previos en la provincia, experimentaron una impresionante expansión a expensas de la siembra algodonera. Esta nueva realidad impuso a sus seguidores –aquellos que poseían recursos, capacidad de readaptación y dimensión suficiente en sus predios bajo explotación para dedicarse a siembras más extensivas– un patrón de comportamiento que descartó al algodón como alternativa viable y los empujó a aceptar la dinámica de cereales y oleaginosas exitosos en mayores precios y menores costos.

Pese al aumento en los precios del algodón por la devaluación, este fenómeno también se experimentó en los demás cultivos, a lo que hay que agregar que, mientras el precio internacional y nacional del cultivo tradicional seguía cayendo, el de los tres productos que lo sustituían estaba en expansión.

Una segunda comprobación, que se debe agregar a la anterior, es que el costo de implantación de soja o girasol supone una erogación, según informaciones recogidas en la región, que llega a valores de hasta dos o tres veces menos que la del algodón. La soja, por ejemplo, puede ser cultivada mediante la siembra directa sin límites, tiene precios estables o en alza, es de más fácil control de malezas y más resistente a la sequía y a plagas, contando, por otra parte, con un sistema de comercialización ágil y seguro. Entonces, para el evaluador objetivo de la realidad agrícola regional –en este caso específico, la chaqueña– el algodón sigue siendo un cultivo que no ofrece opciones mejores que los competidores, más allá del ajuste hacia arriba de su precio en el mercado. Es interesante al respecto observar el derrumbe de los precios de la fibra de algodón tanto en el mercado internacional como en el nacional. En todos los casos, la caída entre 1995 y 2002 es de entre el 50 al 60% del valor de partida y se da de forma ininterrumpida. Igual fenómeno, siempre medido en dólares, puede verse en el precio del algodón en bruto. En cambio, el precio de la soja que logró en 1997 un pico muy elevado, tuvo cierta declinación con posterioridad pero reinició su ciclo ascendente en los últimos años, proceso que aún no se ha detenido.

Enfrentado a la decisión de sembrar para la campaña 2003-2004, el agricultor chaqueño afrontaba costos e ingresos claramente contrapuestos entre el algodón y la soja. Según el INTA Reconquista de la provincia de Santa Fe, en octubre de 2002 la relación ingresos/costos de implantación es desfavorable para el insumo textil en relación a la oleaginosa en dicha zona.

Los niveles de precios del mercado de comercialización muestran una brecha favorable para el algodón (213 dólares la hectárea cuando por la soja se pagaba 159 dólares la hectárea). Pero esa diferencia no sólo se compensa con los costos de distinto tipo sino que se vuelve negativa en la rentabilidad del algodón. El grupo de técnicos de la citada Agencia Experimental del INTA agrega que el costo de implantación muestra una acentuada ventaja para la oleaginosa frente a su competidor: “Mientras que la soja insume por hectárea 112 dólares el algodón requiere 227 unidades de la misma moneda”. A ello se debe agregar el riesgo precio, que se refiere a la inestabilidad del mismo en el mercado nacional debido a las oscilaciones del internacional y la limitada información que posee el productor algodonero de la evolución presente y futura de los mismos, aspectos que en la soja están obviados por una transparencia informativa mucho mayor y una más reducida incertidumbre a futuro, pues en este aspecto funcionan los mercados a término en las principales bolsas de cereales del país.

Asimismo, el factor clima juega en contra del algodón en contraste con la soja, pues este cultivo es notoriamente más resistente a los desbalances hídricos, por lo que las aseguradoras multirriesgo consideran al cultivo del algodón como de alto riesgo y aumentan, por consiguiente, sus costos.

Un tercer factor a tener en cuenta en la fuerte instalación de los cultivos alternativos al algodón poco antes de la devaluación, y que no se modificó después de producido el cambio de los precios relativos, es el modelo productivo que supone incorporar tales cultivos al comportamiento del mediano y gran productor que los adopta en forma definitiva. En ocasión de efectuarse la Fiesta Provincial de la Soja en el mes de octubre de 2002 en la localidad de General Pinedo, en las cercanías de Sáenz Peña, se dieron a conocer los resultados de una encuesta al azar obtenida de entre los miles de cupones enviados por agricultores a un concurso para entregar semillas y agroquímicos gratis, promovido por un diario provincial y una empresa de proveedores de insumos para el agro. De los 411 productores incluidos en la encuesta se extrajeron datos sobre la superficie que estimaban sembrar en los diferentes cultivos. El 93% de dicha superficie a cultivar en la próxima campaña se estimaba ocupar con soja y girasol (58 y 35%, respectivamente) y solamente el 7% restante se preveía iba a ser destinada a algodón. Una de las principales razones aducidas por los productores para optar por las dos oleaginosas en lugar del insumo textil consiste en la posibilidad de lograr dos cosechas anuales. Con el importante apoyo de la siembra directa, los productores están logrando la duplicación de las cosechas, utilizando trigo-soja o girasol-soja. Y muchos de los integrantes de la muestra citada comentaron que “…sobre girasol haremos soja tardía”, lo que incrementará el ingreso bruto de su actividad.

La invasión de la soja se produce en un contexto donde, por dos vertientes diferentes pero convergentes en cuanto a su impacto negativo, el efecto sobre la fuerza de trabajo total regional es por demás regresivo. Según un informe de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, de fecha 19 de abril de 2002, hacia principios de ese año, cuando ya la devaluación auguraba un cambio significativo en los precios del producto, medidos en pesos, se estimaba que el conjunto de los integrantes de la fuerza de trabajo en sus diferentes niveles de inserción en la cadena productiva, ascendía, en toda la región algodonera, a 109.966 puestos de trabajo, lo que incluía empleo directa e indirectamente asociado a dicha cadena. Diez años antes, las mismas estimaciones oficiales consignaban que había trabajando solamente en el sector algodonero, sin considerar los efectos indirectos sobre otros niveles de la actividad productiva asociada a la algodonera, un caudal de fuerza de trabajo que rondaba los 100.000 empleos, ya sea que se desempeñen por cuenta propia, agricultores con trabajo en relación de dependencia y asalariados, formales e informales.

De aquellos casi 110.000 puestos de trabajo consignados para principios del año 2002 más de 93.400 corresponden a la actividad agrícola de cultivo del algodón, incluyendo a los 32.060 productores prioritarios o no responsables de los predios donde se cultiva el insumo textil. A la vez, la fuerza laboral ocupada en la industria del desmote, en condiciones de normalidad de la misma, ascendía a 3.946 trabajadores y los sectores del comercio, transporte y proveeduría de insumos y maquinaria reunía 12.550 puestos adicionales.

Si la merma laboral citada, que redujo a no menos de la mitad el empleo directo e indirecto vinculado a la cadena agroindustrial del algodón luego de una década de profundas transformaciones tecnológicas (de la cosecha manual a la mecanizada), agudizada por la merma productiva del cierre de la misma e inicios de la siguiente, parecía comenzar a estabilizarse, el proceso de sustitución de algodón por soja y girasol asestó otro golpe muy duro a la ya debilitada fuerza de trabajo regional.

Todas estas comprobaciones sostenidas por cifras concluyentes indican que el proceso iniciado una década y media atrás cobró fuerte impulso luego del derrumbe de la convertibilidad y solamente parece haberse detenido, aunque más no sea temporalmente, por una suba inesperada de precios internacionales del algodón al cierre de la década pasada. Pero ya el cambio productivo y sus consecuencias están fuertemente arraigados y los interrogantes abiertos páginas atrás requieren de una evaluación integral para reconocer estrategias productivas que aseguren estabilidad en la finca rural, empleo suficiente e ingresos para la adquisición de bienes y servicios de todos los residentes en zonas rurales que garanticen un nivel de calidad de vida aceptable.





* Magíster en Regional Sciences (Pennsylvania University). Doctor en Economía (UNC); Investigador Principal del CONICET/CEUR.