Editorial: Los hilos de Ariadna
Las relaciones de dominación atraviesan todas las sociedades conocidas hasta el momento y no necesariamente se manifiestan en su forma más cruda, sino que logran enmascararse asegurando su permanencia.
En términos formales, las actuales democracias permiten la expresión pública de los múltiples sectores muchas veces con intereses contrapuestos, reflejo del desigual acceso a recursos económicos, políticos y sociales. Sin embargo, esto no ha afectado el ejercicio de la dominación y esta tampoco se muestra de forma unívoca y homogénea: detrás —y alrededor— del poder se encuentran grupos con orígenes, funcionamientos y objetivos diferentes que, sin embargo, suelen coincidir en ciertos caminos a fin de asegurar su persistencia.
A la distinción entre dominantes y dominados debe seguir una nueva diferenciación: aquella que existe entre los que mandan. Algunas veces lo hacen amparados en la tradición y el reforzamiento de los valores conservadores (aquellos que buscan que nada cambie), y otras veces lo consiguen de la mano de ideologías y discursos que se proponen como transformadores, pero que en realidad no hacen otra cosa que reforzar la desigualdad.
En cualquier caso, lo que estos grupos tienen en común es que coinciden en la tarea por reforzar su poder, consolidar su hegemonía en el terreno cultural y asegurar el crecimiento de sus rentas.
Abusando de la mitología, podríamos decir que Teseo no habría sostenido en el laberinto un solo hilo de oro, sino varios, y que todos ellos, al final de su desarrollo, llegarían a un mismo premio: no al amor de Ariadna ni a la eliminación previa del Minotauro, sino al incremento de sus riquezas. A veces, cuando alguno de los destinatarios de los hilos se excede, el cable se corta. Pero esto no invalida el hecho de que, inevitablemente, los hilos llevan al poder y solo unos pocos los tienen en sus manos. Por ello hablamos de elites, en plural. Porque si bien son pocos en relación con el resto de quienes componen la sociedad, constituyen un conjunto heterogéneo. Están quienes hace tiempo mueven los hilos y quienes recién se incorporan. Algunos asisten a más de un cordel y otros se aferran a lo que queda del suyo.
El hecho de que la dominación sea un aspecto dinámico de las relaciones sociales nos indica precisamente que no está garantizada. Existe un margen en nuestros sistemas para procurar caminos en los que el enquistamiento de ciertos sectores en el poder no sea un obstáculo para el desarrollo de nuestros países y el bienestar de las mayorías.
La experiencia nos ha enseñado duramente que la sola libertad política no alcanza para lograr una forma de vida colectiva digna y estable. El rol que juegan las elites en este escenario divide a los interesados en el desarrollo de nuestras sociedades.
Hay quienes piensan que el sistema capitalista no permite cambios que afecten la dominación. Otros consideran que una redistribución equitativa del ingreso y del acceso a los recursos puede darse en coexistencia con elites políticas, culturales e incluso económicas que apuesten al desarrollo.
La cuestión está más vigente que nunca en nuestras actuales sociedades latinoamericanas moldeadas por las tensiones que les impone su carácter de naciones periféricas en un mundo globalizado con países hegemónicos que funcionan como elites.
El presente número busca sumar un aporte a la reflexión respecto del poder y quienes lo integran.
Autorxs
Abraham Leonardo Gak:
Director de Voces en el Fénix.