Editorial: La vigencia de la crisis

Editorial: La vigencia de la crisis

| Por Abraham Leonardo Gak |

A finales de la Segunda Guerra Mundial los países que resultaron vencedores procedieron a crear distintas organizaciones con la intención de generar seguridad política y económica en el mundo occidental, de modo de garantizar el progreso de las naciones. Sin embargo, el objetivo real de los organismos creados (como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –incluido el poder de veto de alguno de sus miembros–, el Fondo Monetario Internacional –FMI–, el Banco Mundial –BM–, la Organización Mundial de Comercio –OMC– y tantos otros) era el de consolidar el poder de los países triunfantes.

Una vez iniciado el siglo XXI, se pone a prueba la eficacia y utilidad de estas instituciones. La crisis del año 2008, que tuvo su origen en Estados Unidos, ha sido ejemplificadora respecto de las consecuencias que trae aparejadas el manejo imprudente de los recursos dinerarios del sistema financiero.

Con la intención de sostener un nivel de vida al que la sociedad norteamericana estaba habituada, se empleó un sistema crediticio imprudente, constituyendo una burbuja de bienestar que era insostenible. A este mecanismo ilusorio debe sumarse la creación de los llamados derivados, que no fueron más que la cesión a terceros países de esos créditos que tendían inexorablemente a fracasar. Ese fue el circuito mediante el cual se expandió, una vez originada, la crisis a todo el planeta.

Una vez que la burbuja explotó, las enormes emisiones de moneda destinadas a atender los efectos de la crisis solo fueron dirigidas a rescatar al sistema financiero, sin considerar la penosa situación de los deudores que no podían cancelar sus créditos.

La contracción del crédito resultante afectó directamente a los países emergentes, los cuales se quedaron sin financiamiento externo, dando lugar a que algunos de ellos encaren acciones y políticas endógenas para atender los requerimientos de una población ya de por sí debilitada económicamente.

Es así como varios de los países de América del Sur comienzan a discutir políticas tendientes a modificar la distribución del ingreso, al tiempo que inician un largo proceso en busca de la definitiva independencia de los países centrales, que estaban ansiosos por trasladar las crisis propias. Argentina, Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia son los países donde surgen estos movimientos, llamémoslos heterodoxos, con sus particularidades y necesidades, pero todos con el objetivo común de sostener las mejores condiciones de vida posibles de sus poblaciones y corregir, en muchos casos, las inequidades producto del nivel de participación en la distribución de los ingresos.

Este proceso de aglutinamiento y búsqueda de salidas comunes contra la presión externa que tuvo lugar en estos países dio paso al nacimiento de acuerdos internacionales que tenían el objetivo inicial de sostener la independencia política de sus miembros y la intención de avanzar hacia la formulación de planteos económicos comunes. Estas intenciones fueron naturalmente enfrentadas por los intereses transnacionales, sostenidos mayoritariamente por un sistema mediático oligopólico que se reproducía al interior de cada país.

La disputa era evidente en toda la región. En este marco, Estados Unidos abandonó definitivamente su pretensión de crear un Área de Libre Comercio para las Américas, y avanzó en la constitución de acuerdos bilaterales o semirregionales como la denominada Alianza del Pacífico, que incluye a Chile, Colombia, México y Perú. De más está decir que estos acuerdos muestran una clara vinculación favorable a los intereses de la potencia del norte del continente.

El mascarón de proa de este proceso es sin dudas el herramental que poseen las empresas multinacionales, las cuales avanzan con la intención de incorporar a su ámbito de influencia a aquellos países que, justamente, siempre rechazaron todo acuerdo que tendiera a reducirlos a la condición de proveedores de materias primas y clientes de la importación de origen industrial que estas grandes compañías producen en las potencias industriales y que ante la situación de crisis necesitan exportar. Lamentablemente, la Argentina pareciera, a partir del último cambio de gobierno, haber iniciado el camino de la aceptación de esas condiciones, a partir de las negociaciones iniciadas por expresa decisión del Presidente de la Nación.

Simultáneamente, algunos de los países europeos, que sufren también las consecuencias de la crisis, han aceptado las condiciones de ajuste impuestas por el sistema financiero. Lastimosamente esto se logró con el apoyo de la mayor parte de la población, que está convencida de que los mercados son los mejores asignadores de los ingresos.

En América del Sur, la resistencia de los países que eligieron otro camino ante la crisis hace muy difícil la consolidación del retorno al sistema neoliberal que impera en Occidente. Esto desató en los grupos de poder concentrado todo tipo de estrategias, desde desabastecimientos hasta una artillería plagada de argumentaciones falaces e inescrupulosas con el objetivo de descabezar gobiernos.

Como siempre, serán las comunidades las encargadas de elegir su futuro, sopesando entre fortalecer su independencia o sumergirse en un proceso en el cual se verán avasallados sus derechos elementales.

Ante la cada vez más activa presencia de los intereses de los países centrales en las políticas de los países emergentes, solo el convencimiento en la propia fuerza hará posible que los pueblos de la región continúen decidiendo la manera de construir su futuro.

Autorxs


Abraham Leonardo Gak:

Director de Voces en el Fénix.