Cavilaciones de un productor: la cara B de la música argentina

Cavilaciones de un productor: la cara B de la música argentina

La Argentina posee una enorme diversidad sonora, de gran originalidad. Con todo, la dinámica de la industria como negocio suele obturar la posibilidad de difusión de estas creaciones, e incluso priva a los músicos de ser dueños de sus propias obras. El apoyo estatal y las búsquedas independientes podrían ayudar a superar estas tendencias.

| Por Walter A. Bordón |

El texto que me atrevo a compartir tiene la pretensión de esbozar una mirada parcial sobre el panorama de la música argentina en la actualidad. Respondiendo la invitación de Mempo Giardinelli, el título puede resultar demasiado pretencioso. Intentaré enmarcarlo desde mi trabajo como productor que desarrolla su actividad en el interior del país, más precisamente en el Chaco y el Nordeste argentino. El desafío es repensar libremente lo que vivo como trabajador relacionado con el mundo de la música.

Toda la Argentina goza de una bellísima diversidad sonora, de gran originalidad. La música en sí, como expresión genuina de los pueblos, constituye un tesoro intangible, inconmensurable, donde sientan raíces identidades ancestrales, memoria, emociones y sueños de nuestra gente. La música, sin dudas, forma parte fundamental de nuestro ADN nacional.

Nunca fue fácil ser músico

Dedicarse a la música siempre fue difícil y más en nuestro país. Es un oficio para alguien muy apasionado, que crea en la ilusión y que debe tener la fortaleza necesaria para buscar y hallar su propio sonido, su propia voz. Hoy en día muchos jóvenes se enfrentan a la realidad de un mundo complicado. Un mundo donde prevalece cierta locura que responde a la lógica de ganar dinero rápido y conquistar la fama. Paradigmas sin espíritu que se imponen por la prepotencia de la repetición. Desvaríos consumistas inspirados en estrategias de focus group que también avanzan en el campo de la industria de la música. Criterios que claramente nos van alejando de un genuino deseo artístico y de la construcción de una sonoridad propia.

Existe, claro está, en este país una enorme cantidad de músicos maravillosos. También debemos señalar que muchos de ellos deben soportar ambientes poco gentiles para el talento y el buen gusto.

Uno de los problemas que castiga a una gran cantidad de jóvenes que abrazan esto con amor y dedicación es la gran orfandad de oportunidades para acceder a herramientas que ayuden a desarrollarse en el camino de la creación. Las dificultades económicas, las escasas posibilidades de grabar y las cada vez más exiguas políticas de promoción cultural de parte del Estado nos sumergen en un túnel cuya luminosa salida resulta difícil de divisar.

Tampoco resulta alentador el panorama de los grandes medios de comunicación que, en abrumadora mayoría, solo se dedican a divulgar “productitos de moda”, de elaboración ligera. Los medios rápidamente se dejan inundar por lo que podemos denominar cierta “música chatarra”, donde todo suena igual o parecido obedeciendo criterios impuestos por las grandes compañías. Esto hace que no se conozca la inmensa y bella sonoridad que tiene nuestro país. Que no se difunda el trabajo de muchos de nuestros grandes músicos. Esto hace que muchas de las maravillosas texturas regionales no sean reconocidas y valoradas en su justa medida.

Todo ello en un contexto de país en el que se profundiza la tendencia de una Buenos Aires que sigue siendo el centro que monopoliza, por lo que resulta muy difícil construir alternativas federales y más democráticas en cuanto al acceso a posibilidades. El resultado es penoso para una nación como la nuestra, que tiene tanta variedad. Hay que estar muy firmes en la idea de sortear obstáculos para poder desarrollarse y sobrevivir.

Esto va para atrás

Existe en la actualidad una sensación de retroceso que golpea al campo de la música. En un país que sufre por la caída del consumo y de las ventas, en el que los ingresos populares soportan una transferencia retrógrada innecesaria, los músicos desarrollan su oficio en medio de un clima de creciente escasez que se refleja en la baja venta de tickets, los elevados costos de producción y las permanentes dificultades para la edición.

Esta realidad presagia días duros por venir, en los que será muy difícil que la gente pueda conocer y escuchar a los nutrientes de la cantera de renovación de la música argentina (cantera que sin duda existe, y en gran medida sobrevive condenada al anonimato). En el actual estado de situación resulta difícil pensar que vayan a aparecer a la luz.

Otra barrera está constituida por los grandes medios de comunicación, más preocupados en las banalidades y la moda de cada mes que en descubrir y garantizar el acceso de su público a la obra y el espíritu de los grandes creadores. Resulta muy difícil siquiera imaginar que en algún momento tengan la inquietud de generar espacios para la difusión de aquellos creadores emergentes de nuestra música. Los que sobresalgan se convertirán en las excepciones. El cerco que los medios manejan en el mundo del espectáculo y el negocio del entretenimiento hoy no permite un desarrollo equilibrado en el campo de nuestra música popular.

En la actualidad, el hecho de “sonar” bien no garantiza nada. Los creadores saben que si su canción no cumple con los parámetros comerciales estará condenada a la invisibilidad. Dos o tres lugares concentran el negocio y la divulgación de la música, y es allí donde se toman las decisiones acerca de qué se distribuye y qué no.

Los músicos y las discográficas

Desde sus primeros pasos en nuestro país, las discográficas mostraron un gran sentido de la oportunidad. Esto les permitió, en muchos casos, aparecer como verdaderos propietarios de obras de enorme significación de nuestra música popular.

Aprovechándose del lugar de privilegio que les permitía el hecho de ser los encargados del registro y la fabricación, fueron sometiendo a grandes artistas a trabajar no sin antes haber renunciado a percibir una justa remuneración de las utilidades que generaba el negocio alimentado por sus creaciones.

Este proceso derivó en una realidad: gran parte de la memoria sonora de los argentinos terminó siendo propiedad de estas empresas multinacionales. Hoy, cuando el camino de la venta ya no se vuelca sobre estas obras, las compañías se concentran en editar, promocionar y distribuir productos de sus casas matrices.

El caso Nebbia y “La balsa”

Conversando con uno de los grandes artistas argentinos, considerado el padre del rock argentino, Litto Nebbia, descubro que hoy vive una paradoja. Resulta que, luego de 50 años de haber creado –junto a Tanguito– el tema “La balsa”, primera canción ícono del rock cantada en castellano, no puede editar esa creación –que claramente le pertenece– a través de su propio sello, Melopea. A pesar de haber desaparecido el sello discográfico con el que se editaron originalmente todos los discos del grupo Los Gatos, Nebbia hoy debe soportar una demanda judicial impulsada por parte de la multinacional Sony Music –una de las dos compañías más poderosas del negocio de la música en el mundo– que supuestamente dice ser propietaria de los derechos de edición de la obra, sin exhibir un contrato firmado por el mismo Nebbia que así lo demuestre.

Tampoco Sony ha manifestado interés en reeditar ni promocionar dicho material. De manera injustificada, ante los estrados judiciales, Sony reclama ser la propietaria exclusiva de los derechos de edición de esa creación solo para mantenerla guardada bajo llave. No son pocas las obras que sufren el mismo destierro o la firme condena al silencio.

El caso de Nebbia puede servirnos para observar en mayor detalle una situación que se repite y sobre la cual tendríamos que actuar para que no nos priven de disfrutar de nuestra propia banda sonora como pueblo. No son solo bellas canciones. Es parte de una memoria cultural cuya reproducción está en manos de unas pocas empresas discográficas.

El rescate de Music Hall

En este sentido existe un ejemplo muy importante que también cabe resaltar y tratar de amplificar. Fue la creación del Instituto de la Música, como organismo público no estatal, nacido con la puesta en marcha de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, absurdamente derogada en las primeras horas de gestión del gobierno de Mauricio Macri, a través de un decreto.

Este organismo posibilitó el rescate del catálogo histórico de la empresa Music Hall, compañía que, al quebrar, condenó a grandes músicos a no poder reeditar sus obras por más de veinte años. Íconos del folclore, el tango, el rock y otros géneros populares fueron condenados al silencio, entre ellos Astor Piazzolla, Aníbal Troilo, Leopoldo Federico, Alberto Castillo, Alberto Podestá, Carlos Di Sarli, Héctor Stamponi, Eduardo Falú, Los Carabajal, Daniel Toro y Hugo Díaz, además de otros como Pappo’s Blues, Arco Iris, Billy Bond, León Gieco, Cantilo y Punch, PorSuiGieco, Charly García, Serú Girán, Nito Mestre, Raúl Porchetto y ZAS.

El Instituto de la Música hizo una restitución de esos derechos discográficos a los músicos, acompañada de una campaña de difusión. Luego puso en marcha los mecanismos por los cuales se otorgaron unas 200 licencias para que los artistas pudieran hacer uso de esas grabaciones.

El interminable sueño independiente

Uno de los caminos para superar el fangoso panorama de la dependencia de las grandes compañías descripto hasta aquí debe ser el de potenciar la producción independiente. Esto podría dar pie a un intento serio de escapar a la mediocridad de criterio de gran parte de la industria, dominada por un comportamiento monopólico que no asume compromisos con la calidad y la belleza.

No hay que perder las esperanzas ni abandonar los sueños. Por el contrario, es necesario mantener la confianza basada en la certeza de que, aun en medio de las dificultades, siempre habrá músicos que trabajen comprometidos, interesados en conocer sus raíces para desarrollarlas y mantenerlas vivas, buscando enriquecer de esta manera nuestro patrimonio musical.

La música tiene que ver con la decisión de una persona que siente la necesidad de desarrollarse en lo espiritual. Después se puede ser famoso, tener la suerte de imaginar melodías que la gente guarde en su memoria. Pero, por sobre todas las cosas, la decisión de ser músico significa abrazar una actividad que se siente, se ama y se disfruta.

Esto no implica ignorar que el “arte de la música” también es un territorio en el que se concretan grandes negocios, se construye identidad y se genera conciencia. Es una de las disciplinas del arte alrededor de la cual se ha desarrollado una importante industria que, a lo largo de su desarrollo, fue dominada por grandes compañías transnacionales.

Tales empresas se nutrieron de las grandes ganancias que generaban las ventas de algunos artistas de géneros nativos, como el chamamé o el movimiento folclórico de los años ’60. Muchas veces, esas ganancias terminaron financiando ediciones de sus casas matrices. Mientras tanto, en la Argentina, se aprovecharon de su posición de poder para imponer condiciones leoninas a los artistas y, en algunos casos, terminaron apropiándose de los derechos de edición de nuestros creadores.

La música es el arte más directo: entra por el oído y va al corazón… Como decía Astor Piazzolla, es la lengua universal de la humanidad. No olvidemos nunca que del oído depende nuestro sentido del equilibrio.

Autorxs


Walter A. Bordón:

Periodista y productor. Creador de Sin Etiquetas Producciones. Fundador de Radio Planeta Resistencia. Impulsor de la Fiesta Provincial del Chamamé de la provincia del Chaco, que se realiza en Puerto Tirol. Productor de ciclos culturales y foros de difusión en las provincias del NEA.