Salud mental, consumo de sustancias y trabajo

Salud mental, consumo de sustancias y trabajo

El artículo aborda el impacto de la pandemia por Covid-19 en la salud mental, así como el consumo de sustancias que realizan las personas en distintas regiones y su relación con la actividad laboral.

| Por Javier Naveros |

Evolución en los últimos años de la situación de la salud mental y consumo de sustancias

Previo a recibir el impacto psicosocial de la pandemia, el escenario global ya era desafiante en lo que a salud mental y consumo de sustancias se refiere. Desde principios del 2000 se vislumbraba un crecimiento en la afectación de la salud mental de las personas. En 2001 el Reporte Mundial de Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indicaba que trastornos mentales, muchos de ellos de larga duración e incluso crónicos, eran el componente individual de mayor costo en salud: 1 de cada 4 personas desarrollará uno o más de estos trastornos en el transcurso de su vida y 5 de cada 10 de las causas principales de discapacidad y muerte prematura a nivel mundial se deben a condiciones de salud mental.

En 2010 el costo global de los trastornos mentales fue de U$S2,5 trillones, proyectando un incremento a U$S6 trillones para 2030. La depresión costaba más que las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes combinados.

En Davos, en 2014, el Foro Económico Mundial destacaba la importancia del impacto de la salud mental en la salud integral instalando el lema: No hay salud sin salud mental. Luego en 2018 señalaron que los trastornos de salud mental estaban aumentando en todos los países del mundo y podrían costarle a la economía global hasta 16 billones de dólares entre 2010 y 2030 si no se abordaba la falla colectiva en la respuesta a esta problemática.

Las proyecciones de la OMS estimaban para 2020, sin considerar los efectos de la pandemia, que las condiciones de salud mental serían responsables del 15% de las discapacidades a nivel mundial, y la depresión unipolar por sí sola sería responsable del 5,7% de los Años de Vida Ajustados por Discapacidad (DALYs) y que el 50% de las causas principales de discapacidad y muerte prematura a nivel mundial se deberían a condiciones de salud mental, incluyendo la depresión, el consumo de alcohol, la esquizofrenia y los trastornos compulsivos.

Para el 2030 estimaba, sin considerar el impacto de la pandemia como un estresor global, que la depresión sería la segunda causa de incapacidad en el mundo. A llegar el 2020 publicó en su informe anual que 1.000M de personas tienen un trastorno mental. Señalan a la depresión como una de las principales causas de enfermedad y discapacidad.

Según un estudio epidemiológico de salud mental en población general de la República Argentina, realizado en el marco de la Encuesta Mundial de Salud Mental (World Mental Health Survey Initiative OMS/Harvard), publicado a fines de 2018, se evidenció un aumento de los problemas de salud mental en la población del país. La proporción de mayores de 18 años de la población general que en algún momento de su vida ha experimentado cualquier trastorno mental fue de 29,1%. Mientras que a nivel global se planteaba en el año 2000 que 1 de cada 4 personas padecía un trastorno de salud mental, en la Argentina encontrábamos en 2018 que la proporción era 1 de cada 3 personas.

Los trastornos mentales representan no solo una inmensa carga psicológica, social y económica a la sociedad, sino que también aumentan el riesgo de las enfermedades físicas, no solo por una relación estadística, sino por factores etiológicos y fisiopatológicos interdependientes. Los trastornos mentales y neurológicos son responsables del 13% del total de los DALYs que se pierden debido a todas las enfermedades y lesiones en el mundo. Los trastornos del estado de ánimo y de ansiedad, los déficits de memoria, las problemáticas interpersonales, las dependencias a sustancias o a actividades en perjuicio de la salud y otros hábitos de vida no saludables, entre otros, son demandas asistenciales crecientes, únicas o asociadas.

La problemática de salud relacionada con el consumo de sustancias viene en aumento. En 2020, al presentar su informe global con datos de 2018, la UNODOC (United Nations Office on Drugs and Crime) señala que el consumo global aumenta a pesar de que el Covid-19 tiene un impacto de gran alcance en los mercados mundiales de drogas. Con una población mundial de 7.292M, informan que el cannabis fue la sustancia más utilizada en todo el mundo durante el 2018, con un estimado de 192M de personas consumidoras. Los opioides, sin embargo, siguen siendo las drogas más perjudiciales con 58M de consumidores, ya que, durante la última década, el total de muertes relacionadas con su consumo aumentó un 71%. Informan 27M de consumidores de metanfetaminas y estimulantes, 21M de consumidores de éxtasis y 19M de consumidores de cocaína. El consumo de drogas aumentó mucho más rápidamente entre los países en desarrollo durante el período 2000-2018 que en los países desarrollados. Las personas adolescentes y adultas jóvenes representan la mayor parte de quienes consumen drogas, mientras que las y los jóvenes son también los más vulnerables a los efectos de las drogas porque son quienes más consumen y sus cerebros están todavía en desarrollo. Si bien sigue siendo difícil evaluar el impacto que han tenido las leyes que han legalizado el cannabis en algunas jurisdicciones, es de resaltar que su consumo ha aumentado en todos estos lugares tras la legalización. El cannabis sigue siendo la principal droga que pone en contacto a las personas con el sistema de justicia penal, pues está vinculado con más de la mitad de los delitos relacionados con drogas, de acuerdo con datos de 69 países que abarcan el período entre 2014 y 2018.

Las personas con desventajas socioeconómicas corren un mayor riesgo de sufrir trastornos por el uso de drogas. La pobreza, la educación limitada y la marginación social siguen siendo factores importantes que aumentan el riesgo de trastornos por el consumo de drogas, y los grupos marginados y en situación de vulnerabilidad también pueden enfrentar obstáculos para obtener servicios de tratamiento debido a la discriminación y el estigma.

En el informe publicado en junio de 2022, haciendo referencia a 2020, UNODC reporta, con una población mundial de 7.753M de personas, que 284M de personas de 15 a 64 años usaron drogas en todo el mundo ese año, evidenciando un aumento del 26% respecto de la década anterior. Los jóvenes están usando más drogas, con niveles de uso hoy en día en muchos países más altos que la generación anterior.

En nuestro país en 2006, la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación (Sedronar) publica los resultados de la Encuesta Nacional en Población General del Observatorio Argentino de Drogas, sobre consumo de sustancias psicoactivas en población nacional de 12 a 65 años. A continuación, los resultados de personas con consumo de sustancias psicoactivas en el último año: tabaco 34,7%, alcohol 62,9%, marihuana 6,9%, cocaína 2,6%. El consumo detectado de pasta base-paco, éxtasis, inhalantes y estimulantes sin prescripción médica (PM), menos del 1% para cada uno; los tranquilizantes sin PM 1,2 por ciento.

El Observatorio Argentino de Drogas estudió el impacto económico y señaló que el costo total atribuible al consumo de drogas en la Argentina para el año 2006 fue estimado en 9.685 AR$M, lo que corresponde a cerca de $267 per cápita considerando a la población total en 36.260.130 personas según censo 2001. La magnitud relativa del problema representa un 2,93% del PBI.

En 2016 el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA) publica un estudio donde señala que en el conurbano bonaerense, en asentamientos informales, identificaron entre jóvenes de entre 17 y 25 años mayor incidencia de alcohol y de drogas (2,9% y 2,5%, respectivamente, comparado con CABA y otras áreas metropolitanas. Solo en cuanto a alcohol el resto urbano del interior presenta mayor incidencia) y mayor incidencia de adicciones severas 4% (comparado con la Ciudad de Autónoma Buenos Aires y resto del país). El 11,3% presenta consumo problemático de alcohol (de los que consumieron el último mes). El 43,7% probó alguna vez (36% presenta consumo intensivo –diariamente o varias veces por semana–). Evidenció un 32,7% de consumidores de marihuana, un 8% de consumidores de cocaína, un 3,3% de consumidores de pasta base o paco y un 2,7% de consumidores de otras sustancias. 6 de cada 10 conocen de algún lugar de recuperación. Solo el 7% de quienes consumen participaron alguna vez en tratamientos de recuperación. 7 de cada 10 no tienen cobertura de salud. La encuesta de hogares urbanos informa que 3,4% padecen adicciones severas de las cuales el 2,5% es el alcohol la sustancia con mayor presencia y el 1,9% restante consume drogas ilegales.

El último estudio en nuestro país fue realizado por el ODSA de la UCA y muestra la frecuencia de consumo en población de 18 a 29 años entre 2019 y 2020 durante el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO). La frecuencia de consumo ocasional (consumo de alcohol al menos alguna vez al año hasta una vez por semana) y frecuente (consumo de alcohol dos veces por semana o más) en jóvenes disminuye 51,0 (40%) durante el primer tiempo del ASPO, sin embargo, en el tercer trimestre del 2020, la frecuencia de consumo de alcohol ocasional supera los valores del tercer trimestre del 2019.

El alcohol y otras drogas, tanto lícitas como ilícitas, suelen estar involucrados y predisponer a accidentes, tanto viales como en el hogar o en el trabajo. Pueden estar relacionados con la violencia y con situaciones de inseguridad. El riesgo del accidente no solo afecta al adicto o alcohólico, sino también a sus compañeros de trabajo, al empleador, al sistema de seguros, a la cobertura de salud, a la familia y a la comunidad.

Después del Covid

A fines de 2021 la OMS informa un incremento del 36% en las dificultades para dormir, de un 32% en las dificultades para comer, un aumento de los problemas relacionados con el consumo de sustancias de un 12% y un empeoramiento de las condiciones crónicas de un 12%. En el primer año de la pandemia de Covid-19, la prevalencia global de ansiedad y depresión aumentó en un 25%, según un informe científico publicado por la OMS en marzo de 2022. Una de las principales explicaciones del aumento es el estrés sin precedentes causado por el aislamiento social durante la pandemia. Vinculado a esto estaban las limitaciones en la capacidad de las personas para trabajar, buscar el apoyo de sus seres queridos y participar en sus comunidades. La soledad, el miedo a la infección, el sufrimiento y la muerte de uno mismo y de los seres queridos, el dolor después del duelo y las preocupaciones financieras también se han citado como factores estresantes que conducen a la ansiedad y la depresión. Entre los trabajadores de la salud, el agotamiento ha sido un desencadenante importante de trastornos de salud mental.

La pandemia ha afectado la salud mental de jóvenes y que corren un riesgo desproporcionado de comportamientos suicidas y autolesivos. También indica que las mujeres se han visto más afectadas que los hombres y que las personas con condiciones de salud física preexistentes, como asma, cáncer y enfermedades cardíacas, tenían más probabilidades de desarrollar síntomas de trastornos mentales.

A fines de 2021, la situación había mejorado un poco, pero hoy en día demasiadas personas siguen sin poder obtener la atención y el apoyo que necesitan para las afecciones de salud mental preexistentes y las nuevas. Al no poder acceder a la atención presencial, muchas personas han buscado apoyo en línea, lo que indica una necesidad urgente de hacer que las herramientas digitales confiables y efectivas estén disponibles y sean fácilmente accesibles. Sin embargo, desarrollar e implementar intervenciones digitales sigue siendo un desafío importante.

Salud mental en el trabajo

El impacto del trabajo en la salud mental es innegable al igual que el de la salud mental en el trabajo.

En un nivel básico, en el contexto laboral, tener un bienestar general próspero y buenas experiencias a lo largo del día comienza con obtener los conceptos básicos del compromiso de los empleados correctamente: el bienestar profesional. El bienestar es multidimensional e incluye elementos sociales, financieros, comunitarios y físicos. Las organizaciones pueden apoyar el bienestar general de los empleados a medida que ajustan sus políticas, lugares de trabajo, incentivos, reconocimiento y programas de desarrollo acordes a los desafíos crecientes sobre el futuro del trabajo.

Los programas de promoción de la salud reúnen recursos fundamentales para reducir factores de riesgo y para proponer factores de protección para la salud. Además, involucran dispositivos de detección precoz de riesgos y patologías, lo que posibilita el manejo temprano de alertas y su resolución o manejo reduciendo así al máximo las consecuencias negativas de las mismas.

En 2010 la OMS lanzaba sus lineamientos de lugares de trabajo saludable en el cual señalaba la importancia de considerar el entorno psicosocial de trabajo. Este modelo es la base hoy de la certificación nacional en calidad de programas de promoción de la salud en el trabajo de la Asociación Argentina de Promoción de la Salud (AAPSalud) y de organismos de certificación y acreditación internacional como el Centro Global de Lugares de Trabajo Saludable (GCHW).

Desde 2013, año en que Canadá comienza a implementar su estándar de salud y seguridad psicológica en el lugar de trabajo, han ido incorporándose diferentes normativas y recomendaciones para gestionar los factores psicosociales en el trabajo y proteger así la salud mental de los trabajadores, seguidas en otros países. En la Argentina aún no tenemos estándares recomendados ni requerimiento legal específico, aunque la legislación contempla la identificación, eliminación y remediación de todos los riesgos para el trabajador en el contexto laboral y por lo menos una resolución los nombra de forma específica.

Muchos empleadores implementan sistemas de gestión. La Organización Internacional de Estandarización (ISO por sus siglas en inglés) normaliza procesos de las organizaciones. La norma ISO 45001 se trata de la primera norma internacional que aborda la seguridad y salud en el trabajo (SST). Ofrece un marco claro y único a todas las organizaciones que deseen mejorar su desempeño en materia de SST. Se dirige a los máximos responsables de las organizaciones y pretende crear un lugar de trabajo seguro y saludable para los empleados y para cualquier persona que acceda a las organizaciones. Para lograrlo, es crucial controlar todos los factores que puedan dar lugar a enfermedades, lesiones y, en casos extremos, la muerte, mitigando para ello los efectos adversos en el estado físico, mental y cognitivo de las personas. Dentro de la suite 45000 encontramos la ISO 45003 de 2021, la cual proporciona orientación sobre la gestión de los riesgos psicosociales y la promoción del bienestar en el trabajo. La misma comprende requisitos y brinda orientación sobre la planificación, implementación, revisión, evaluación y mejora especifica de la gestión de riesgos psicosociales en el sistema de gestión de la SST.

Byung-Chul Han señala que vivimos tiempos en los que el exceso de productividad nos está conduciendo a una sociedad llena de individuos agotados, frustrados y deprimidos. No necesitamos el “opresor externo” sino que ya están presentes en la cultura actual las prácticas que definen una modalidad en la que el “modo de ser un buen trabajador” emerge y eso sucede confundiendo performance y productividad con esfuerzo, fatiga y agotamiento. La sociedad de la fatiga o del burnout. La nueva edición de 2019 del Clasificador Internacional de Enfermedades (CIE-11 o ICD-11 por sus siglas en inglés) de la OMS da cuenta de esto clasificando el burnout y definiéndolo como el resultado del estrés crónico en el lugar de trabajo que no ha sido manejado con éxito. Caracterizado por tres dimensiones: sentimientos de agotamiento de energía o cansancio, mayor distancia mental del trabajo o sentimientos de negativismo o cinismo relacionados al trabajo, eficiencia profesional reducida y falta de realización.

Desarrollar una cultura de salud y seguridad psicológica en el lugar de trabajo procura constituir ámbito que protege el bienestar psicológico preservando la salud mental de daños negligentes, imprudentes e involuntarios. El programa de gestión integral de factores psicosociales en el trabajo debe estar inscripto dentro del plan de promoción de la salud de la compañía y estar sistémicamente articulado con el plan de salud, seguridad ocupacional y ergonomía de la organización. Asimismo, el trabajo integrado con las áreas de recursos humanos, el liderazgo, los representantes de los trabajadores, entre otros, es fundamental. Los ejes de la gestión integral de factores psicosociales en el trabajo recomendados por la Universidad Simon Fraser en Canadá, Centro de Investigación Aplicada en Salud Mental y Adicciones (CARMHA) en 2018 fueron los siguientes: cultura organizacional, soporte psicológico y social, claridad de expectativas del liderazgo, civilidad y respeto, demandas psicológicas, crecimiento y desarrollo, reconocimiento y recompensa, involucramiento e influencia, gestión de la carga de trabajo, compromiso, balance, protección psicológica y protección de la salud y la seguridad física.

La salud y la seguridad psicológica se basa en la gestión adecuada de los factores psicosociales, así como también en prevenir y abordar los problemas complejos en el lugar de trabajo. A continuación, los más relevantes:

Estrés laboral: partiendo de la interacción entre el trabajador y (la exposición a los riesgos en) su entorno laboral, el estrés relacionado con el trabajo se experimenta cuando las demandas (exigencias) del medio ambiente de trabajo exceden la capacidad de los empleados para hacerles frente (o controlarlas). Se trata de un conjunto de procesos psicológicos, que incluyen mecanismos emocionales (sentimientos de ansiedad, depresión, inseguridad, apatía), cognitivos (restricciones en la percepción, concentración, creatividad y en toma de decisiones), fisiológicos (mecanismos neuroinmunoendócrinos) y conductuales (abuso de sustancias, violencia, etc.), que surgen como reacción a ciertos aspectos adversos o nocivos del contenido, la organización o las interacciones en el trabajo.

Incidentes críticos: implementar protocolos de intervención ante la ocurrencia de incidentes críticos es fundamental para prevenir los efectos diferidos del estrés agudo (ej., estrés postraumático) tanto en aquellos directamente afectados por el mismo como a los que han sido afectados de forma indirecta.

Violencia laboral: prevenir y abordar la violencia y el acoso y, en la medida de lo posible, mitigar el impacto de la violencia doméstica en el mundo del trabajo, así como también los factores que aumentan las probabilidades de violencia y acoso, incluyendo los peligros y riesgos psicosociales, es el foco del Convenio 190 y la Resolución 206 de la Organización Internacional del Trabajo de 2019. La Argentina puso en vigencia el mismo en febrero de 2022.

Consumo de alcohol y drogas: es fundamental invertir en la prevención y el abordaje de los problemas relacionados con el consumo de alcohol y/o drogas en el trabajo. Las personas intoxicadas sufren más accidentes laborales que el resto de los trabajadores y aumentan el índice de frecuencia y el índice de gravedad. Otros beneficios incluyen la reducción de los conflictos interpersonales, de los accidentes relacionados con intoxicaciones, tanto viales, domésticos como en el trabajo, incluyendo muertes y sobredosis.

Neuroseguridad: implementar formas de evaluación, protección y entrenamiento de las funciones ejecutivas (atención, memoria, distractibilidad, planificación, etc.) involucradas en el hacer cotidiano del trabajador y especialmente en tareas críticas para la salud y la seguridad en el trabajo.

En nuestro país no encontramos dentro del baremo de enfermedades profesionales listadas ninguna enfermedad relacionada con la afectación de la salud mental de los trabajadores por un agente de tipo psicosocial. Este año comenzamos a encontrar jurisprudencia que ubica el estrés y el burnout como enfermedad profesional, por lo cual los empleadores deben demostrar que han realizado acciones de prevención en ese terreno y en algunos casos plantean la responsabilidad de las aseguradoras de riesgos del trabajo y de los empleadores por dichas afectaciones.

Muchas personas van a trabajar cuando no están bien. El presentismo se refiere a la pérdida de productividad que ocurre cuando los empleados no están funcionando plenamente en el lugar de trabajo debido a una enfermedad, lesión u otra condición. Aunque el empleado pueda estar físicamente en el trabajo, es posible que no pueda realizar plenamente sus funciones y es más probable que cometa errores en el trabajo. Aunque no se rastrea como el ausentismo, se ha estimado que los costos del presentismo son mayores en términos reales, ya que los empleados que sufren de condiciones a largo plazo ven caídas persistentes en la productividad. Es común en la mayoría de los lugares de trabajo, aunque es un tema del que no se habla con frecuencia. Es importante: aumentar la conciencia sobre la importancia de mantener una buena salud mental y bienestar; ayudar a identificar y reconocer los problemas de salud mental tempranamente, así como también los apoyos disponibles; reducir el estigma asociado con desafíos de salud mental para acompañar y ayudar a los colegas a sentirse seguros, buscar ayuda y poder plantear cualquier problema de salud mental abiertamente; alentar a la gente para priorizar su propia salud mental y la de sus colegas, así como también sentirse empoderados para tomar medidas para abordar cualquier problema y prevenir el agotamiento; y promover el bienestar emocional estimulando prácticas para que todos los colaboradores mejoren la salud física y mental.

Todo esto permitirá desarrollar desde el trabajo recursos de protección y resiliencia individuales, de equipo, de la organización y que esto genere impacto positivo en las familias y en la comunidad, promocionando la salud mental.

Autorxs


Javier Naveros:

Médico especialista en Psiquiatría. Magíster en Neurociencias, con formación de posgrado en terapia sistémico-relacional. Director general de ADSUM Salud Mental y Adicciones. Miembro fundador y presidente de la Asociación Argentina de Promoción de la Salud.