Territorio de resistencias. La región chaqueña

Territorio de resistencias. La región chaqueña

La invisibilización de los indígenas, de numerosas comunidades, tiene una historia de siglos y se corresponde con una matriz social, política y económica. Es hora de reconocer el derecho a los territorios, al autodesarrollo, al desarrollo sustentable, para profundizar una nueva relación pueblos indígenas-Estado.

| Por Julio César García |

En la región chaqueña se redescubren los sentidos, el calor nos abraza completamente, los colores cobran variedades considerables, las dimensiones de los ríos y la variedad en su caudal siempre son arrasadoras, la naturaleza, sus silencios y murmullos.

La primera vez que oí hablar del Chaco pensé que se trataba sólo de la provincia en donde habían nacido mi padre, mi abuela paterna. Inmediatamente fui corregido, diciéndome que no, que era una región más vasta, más grande, que comprendía sí a las provincias de Chaco, Formosa, norte de Santa Fe, parte de Salta, Tucumán, Corrientes, Córdoba, Santiago del Estero, todo en la Argentina. Han pasado muchos años desde aquel primer interrogante respondido y con el tiempo comprendí que en realidad la región era mucho más amplia que las provincias argentinas y que comprendía los países de Paraguay, Bolivia y Brasil, al sur de los ríos Mamoré y Beni, que se encontraba surcada por los ríos Paraná, Paraguay, Bermejo, Pilcomayo, que las fronteras políticas habían sido impuestas a sangre y fuego, y también a puro yerro o pereza diplomática. Que dichas fronteras políticas poco tienen que ver con las realidades culturales, que el indomable Nilo sureño, el Pilcomayo, es una muestra de ello.

Descubría que había pueblos divididos por el capricho de los intereses geopolíticos de los imperios, que todavía duelen las sangrías como la guerra del Gran Chaco, de la Triple Alianza. Comencé a mirarla, a vivirla de otra manera desde uno de los colectivos que habitan inmemorablemente esta región, los pueblos indígenas, los pueblos originarios, los habitantes ancestrales de estos territorios, que uno singulariza, cuando en realidad se trata de diversos pueblos, de diversas culturas, de diversas realidades.

El Gran Chaco es una llanura aluvional, de pendiente extremadamente suave de punta a punta, semiárida, que abarca el sudeste de Bolivia (15%), el occidente de Paraguay (30%), parte del norte de la Argentina (50%) y una pequeña porción del Mato Groso brasileño (5%), con una gran diversidad ambiental y biológica, un rico ecosistema. En total ocupa una superficie cercana a 1.100.000 km2, en el Chaco trinacional viven alrededor de 7.057.500 personas (6.137.000 argentinos, 778.000 bolivianos y 142.500 paraguayos), del cual aproximadamente el 8% son indígenas conformados en diecisiete (17) pueblos indígenas o veinticinco (25), según los distintos autores, y seis (6) familias lingüísticas. Muchas de las historias de las que transcurren aquí dejan en nimias, “anga”, como se dice por acá, aquellas historias que cuenta García Márquez, “En busca de la fuente de la Eterna Juventud el mítico Álvaro Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los seiscientos que la emprendieron”. Cada tanto, andando la región, uno se encuentra con filibusteros, mercenarios negociantes de mentiras que recorren esta región con sus proyectos bajo el brazo, funcionarios perezosos ávidos, afanosos en trascender y puede verse en el corto tiempo, depósitos de maquinarias agrícolas, tractores, burros, chivos, esparcidos como si fueran autóctonos, como si siempre fueran parte de esta geografía. También se pueden ver enormes extensiones de canales sin agua, plantaciones exóticas, de Tung (planta originaria de China muy venenosa), tártago, soja, historias increíbles, como la nueva de los constructores de desiertos con sus pócimas mágicas de agrotóxicos.

Un coterráneo, Ramón Tissera, sostiene que “a diferencia de otras provincias argentinas que ostentan nombres castellanos provenientes de la Colonia, la del Chaco mantiene una designación de origen muy remoto, genuinamente indígena, que entronca con los idiomas antiguos del continente”. La palabra “chaco” existía desde antiguo en dos lenguas andinas: la de los quechuas y la de los aymara. En el idioma de los aymara aludía a cierta arcilla –tierra de chac`o–, de mucho reclamo en el mercado alfarero del Alto Perú y a la que se atribuían también propiedades curativas. La acepción más sugestiva es del runa –símil del quechua–, que dio Garcilaso de la Vega, y en el que significaba “cacería”. La caza incásica al estilo “Chaco” constituía un ritual prolijamente reglamentado para mantener el equilibrio biológico. Para estas jornadas, siempre dirigidas por un jerarca o por el propio Inca, se requería la presencia de grupos numerosos, que excedían la gente escasa de cada ayllu. De allí que según la interpretación de Pedro Cieza de León y Pedro Lozano, cada “chaco” equivalía a una “junta de naciones” y también a una celebración memorable en la existencia de las comunidades convocadas.

Walambá o Gualamba: es un vocablo de nación indígena aún no identificada originaria de la biorregión, rescatada por cronistas coloniales de los siglos XVI, XVII y XVIII, con el que se nombraba la porción de territorio que comprende el conjunto de ecosistemas y naciones indígenas que hoy conocemos como Gran Chaco. Es destacable que el vocablo Walamba es hasta hoy utilizado por comunidades tradicionales en algunas zonas del Chaco Argentino-Paraguayo.

Los invisibles

Aunque esta región respire por cada uno de sus poros pueblos indígenas, otros se han empecinado en desconocerlos. El abuelo Qom (o los tobas, que habitan desde Tarija, Bolivia, a Resistencia, Chaco, y suben o bajan –como quieran poner el planeta– desde el Paraguay), como todos los años, participa en la fiesta del pueblo. Para tal evento lleva sus mejores pilchas, se pone su mejor camisita, un impecable pantalón, un colorido chaleco, sus lentes negros, un reloj pulsera que cada tanto, de manera muy sonora, dirige todas las miradas hacia él; aunque los indígenas no participaron en la organización de la fiesta, la fiesta del pueblo ha sido convocada por los actores económicos, políticos, sociales, religiosos, educativos de la zona, en fin “las instituciones locales”.

El abuelo siempre acude con la esperanza de que algún día pueda recibir el reconocimiento, que pronuncien su nombre o el de alguno de sus pares, o que directamente le den el premio, que desde años se da, al primer poblador de esa zona. Aunque el presagio no es bueno, lo han sentado nuevamente en las filas de atrás, claro, el primer poblador siempre es un gringo o un criollo, que él sabe perfectamente cuándo vino, en qué circunstancias, cómo hizo su fortuna. Pero nunca el reconocimiento es para un paisano, un indígena, los originarios de ese lugar, los desplazados.

La invisibilización de los indígenas, de numerosas comunidades, de numerosos colectivos, la invisibilización cultural, la no historia de los pueblos indígenas, la reducción de culturas ancestrales sólo al hecho folklórico, se corresponde con una matriz social, política, económica, local nacional regional, responde a la lógica colonial, del conquistador sobre la que se ha diseñado “la matriz nacional”. Sobre esa invisibilización, negación de lo distinto, negación de otras naciones, se ha diseñado el discurso del “crisol de razas”. A partir de tal construcción político histórica, uno podría afirmar con Tissera que vamos de la civilización a la barbarie, reconocer lo invisible descubrirá el horror sobre el que se ha montado gran parte de la fábula inventada, aunque la ventaja de la memoria sobre la desmemoria es que uno puede empezar a construir con justicia e igualdad.

La lógica de la invisibilización del o los exterminios

Los hechos que describo a continuación son absolutamente arbitrarios y no tratan de demostrar nada, más que de manera objetiva enunciarlos, en función de la entidad de los mismos, el impacto que han tenido en la región como exabruptos del poder económico, político, desde los mismos orígenes, pasando por la conformación de los Estados-nación, en la que han quedado inmersos, atrapados los pueblos indígenas, siendo víctimas directas o afectados indirectos por estos hechos de inusitada violencia.

El conflicto conocido como la Triple Alianza enfrentó entre 1865 y 1870 al Paraguay con la Argentina, Brasil y Uruguay. Fue sangriento y absurdo, exterminó casi una generación de paraguayos, arrasó pueblos y eliminó casi el 50% de la población autóctona y, con el paso del tiempo, se fue deslizando hacia una zona cercana a lo onírico y lo fantástico.

La Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se libró desde septiembre del año 1932 hasta 1935, por el control del Chaco Boreal, al norte del río Pilcomayo. Fue la guerra más importante en Sudamérica durante el siglo XX, teniendo como origen problemas territoriales, también los intereses petroleros de la empresa estadounidense Standard Oil, muchos pueblos indígenas chaqueños, que vivieron en los territorios en disputa entre Bolivia y Paraguay, fueron afectados profundamente por esta guerra. Muerte, destrucción de gran parte de su cultura, migraciones forzosas, pérdida de la soberanía de sus territorios, despojo, violación de los derechos humanos, genocidio y etnocidio han sido la consecuencia de la guerra para estos pueblos.

Las masacres de pueblos indígenas como Fortín Yunka (1919), Napalpí (1924), Rincón Bomba (1947), tienen siempre la misma lógica. El desafío al poder económico y al poder político pertenece a determinados grupos o sectores, cualquier desafío se paga muy caro y además el lugar que les está indicado a los pueblos indígenas es de sometimiento sin ninguna luz de autonomía política y económica, los territorios son vistos como grandes campos de depósito de indígenas, sin voz ni decisión.

La respuesta de la derecha racista en Bolivia por las reformas agrarias del presidente aymara, Evo Morales, fue tomar el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) generando la Masacre de Pando, sucedida entre el 11 y 12 de septiembre del 2008, cuando alrededor de diecinueve (19) personas murieron y unas cincuenta (50) resultaron heridas, en la batalla política y cultural de lo que se conoce descriptivamente como el Oriente Próspero o Medialuna Racialmente Blanca y el occidente indígena, en una más de esas escisiones que algunos sectores se empecinan en imponer para beneficio propio.

Quizás el hecho más impactante de la zona ha ocurrido en Paraguay. Fue la ocupación por parte de campesinos de un campo del ex senador del partido colorado Blas Riquelme, que tuvo como respuesta una dura represión conocida como el caso Marina Kue, en Curuguaty, ocurrido el 15 de junio del 2012, donde 17 personas fallecieron, dejando también un número indeterminado de heridos entre civiles y personal policial, innumerables ejecuciones, denuncias de torturas y trato degradante, que le costara el gobierno al presidente Fernando Lugo, aunque muchos sectores creen que este trágico hecho fue un montaje para hacerse del poder constitucional.

Apenas derrocado el gobierno del presidente Lugo, la Comunidad Ayorea Cuyabia recibe estupefacta la noticia de la venta ilegal por parte del presidente del INDI (Instituto Paraguayo del Indígena) de las 25.000 hectáreas asignadas a dicha comunidad.

En menor escala pero bajo las mismas premisas –despojos territoriales, modelos de desarrollo sin pobladores autóctonos–, debe ser leído el conflicto que se suscitó alrededor de la comunidad La Primavera, del pueblo Qom, en la provincia de Formosa, donde fallecieron dos personas –un dirigente indígena y un efectivo policial–, el 23 de noviembre de 2010.

De invisibles a Hombres libres a Naciones de Pie

Los pueblos indígenas del Gran Chaco pertenecen o pertenecían a cinco familias lingüísticas: Zamuco, Mataco-guaicurú, Tupí-Guaraní, Lengua-Mascoy y Charrúa. En grandes líneas podemos hablar de pueblos: Abipón, Ayoreo, Chamacoco, Chané, Chiquitano Chiripá, Chorote o Yofuasha, Enxet, Enlhet, Guaná, Guaraní, Guarayo o “jarayes”, Kaiwá, Lules, Maká, Maskoy, Mbyá, Mocoví, Nivaclé, Paí tavyterá, Pilagá, Pucú, Sanapaná, Tapieté, Vilelas o Uakambalelté, Toba o Qom, Wichí-Weenhayek y Yuqui, y en este redescubrimiento que late hoy en todo el continente y en toda nuestra región nos redescubre nuevas realidades colectivas.

Afines, los pueblos indígenas a la naturaleza en el medio del monte chaqueño, como muestra de la diferencia de que lo que parece uno, no lo es, se muestra como testimonio de la diversidad el Lapacho o tajý rosado (tajý hu), Lapacho violeta, Lapacho amarillo o (tajý sa´yju) con sus casi cien especies, brindándonos aparte de sus artes curativas contra picaduras de víboras, úlceras, hemorroides, su poder antifebril, antiinflamatorio, para la tos, etc. Esa presencia de siempre, colorida, que nos aporta belleza en tanta diferencia.

Pueblos indígenas con derecho a ser diferentes, colectivos enteros pujando por sus libertades, vivando en distintas voces, en distintos idiomas, su cultura que respiran hace milenios. Se oyen sus jadeos en el núcleo del debate, emergen como elementos diferenciados que hacen a un todo, el territorio y la naturaleza, los recursos naturales, agua, bosques, tierras. En nuestra jerga de derecho positivo, son derechos económicos, sociales y culturales. Choca todo ello contra un discurso que se lee en lo cotidiano y se disimula tenazmente arriba del horizonte, discurso de palabras encriptadas que se condice con una praxis de autores institucionales, económicos, que se mueven con otras lógicas más coloniales arraigadas al apoderamiento del territorio, la explotación del subsuelo en búsqueda de gas, petróleo, la concentración de la tierra en pocas manos, un modelo de desarrollo que no respeta a la naturaleza, al hombre, a los pueblos y sus culturas, que se impone, la patria sojera con banderas de autoidentificación que trascienden nuestras fronteras y sus lacayos que pululan entonando sus himnos.

Los ejes de las políticas públicas deben ser reconocer el derecho a los territorios, el derecho al autodesarrollo, al desarrollo sustentable, cuidando la naturaleza, empecinarnos en la Soberanía Alimentaria para terminar con el hambre, la vergüenza de la indignidad. Debemos terminar con el racismo, todos los hombres somos iguales, debemos terminar con la discriminación especialmente hacia la mujer, incluidas las comunidades indígenas. No debe pensarse las culturas como colectivos cristalizados, como muestras de museos antropológicos, los derechos indígenas y los derechos humanos no se excluyen, se potencian activa y progresivamente en clave geométrica, hacernos parte de un colectivo mayor en cuanto sujetos. Alejandro Grimson se ha referido a la existencia de un “proyecto de ingeniería identitaria supranacional” para describir esta producción intelectual provocada y podemos repensarnos como dice Roa Bastos en Los conjurados, cuando formula indirectamente la pregunta fundamental de la globalización: ¿se podrá superar la cartografía nacional que rige a los sujetos? Adicionalmente, pone el dedo en la llaga del latinoamericanismo al tematizar el primer gran nacionalismo de masas del continente y la guerra interamericana como una discontinuidad mayor de su genealogía.

Sobre el discurso del “crisol de razas” se ha construido el discurso homogeneizante y las resistencias a que los pueblos indígenas emerjan como sujetos jurídicos y políticos distintos. Esto en LA Argentina ha sido entendido de modo incipiente, de modo simbólico; si bien lo simbólico ayuda, no es suficiente. La alusión vale al nuevo billete de cien pesos, quitando la imagen de Julio A. Roca “el conquistador del desierto” por la imagen de Eva Perón o la nueva declaración del día 12 de octubre “Día del respeto a la diversidad cultural”. No debe quedarse en esos hechos simbólicos y testimoniales, debe profundizarse una nueva relación pueblos indígenas-Estado, sobre los ejes de territorio y autodeterminación.

Ellos, los pueblos indígenas, son la muestra más evidente de que no existe “uniformidad” y que la diversidad de esta región ha sido la clave de la resistencia, la diversidad comprende al hombre y todo el paisaje, ha sido esto un freno a la colonización, al desarrollismo de nodos de infraestructuras, de nodos castrenses. “Chaco Insondable, misterioso e inexpugnable.

Chaco de los arcanos; Chaco bastión. Durante siglos se mantuvo como territorio libre, transitado, defendido por guerreros guaycurúes”, Chaco respira libertad y dignidad en sus naciones originarias en el horizonte visible de la Patria Grande.

Autorxs


Julio César García:

Abogado. Facultad de Derecho de la UNNE. Especialista en Derechos de los Pueblos Indígenas. Patrocinante de Pueblos Indígenas en causas en el Norte Argentino. Miembro fundador de la AADI – Cátedra de Derecho Indígena.